La reflexion se dibujo en forma de ondas sobre las cejas vivarachas.

– Tampoco yo lo entendi. En aquel momento, al menos, no; de hecho, me enfade bastante con ella. Pero despues descubri que tenia un hermano retrasado a quien cuidaba.

– ?Y…?

– Bueno, yo pensaba que tenia un novio, por el secretismo que la rodeaba y por la prisa que tenia siempre por volver a casa.

Carl sonrio.

– ?Y se lo dijiste?

– Si, fue una tonteria, ahora me doy cuenta. Pero pensaba que eramos mas intimas de lo que eramos. Siempre se aprende algo -dijo sonriendo tan ironicamente que los hoyuelos se alinearon. Si Assad la conociera se quedaria paralizado.

– ?Habia alguien en el Parlamento que quisiera llevarsela al huerto?

– Ya lo creo. De vez en cuando recibia papelitos, pero solo habia uno que se diera a conocer en serio.

– ?Puedes revelarme quien era?

La secretaria sonrio. Era capaz de desvelar cualquier cosa si estaba de humor para ello.

– Si, era Tage Baggesen.

– El nombre me suena.

– Estoy segura de que eso lo pondria contento. Creo que ha sido portavoz de los Radicales de Centro durante mil anos, por lo menos.

– ?Esto se lo has contado a alguien?

– Si, a la policia, pero no le prestaron demasiada atencion.

– ?Tu si?

La mujer se encogio de hombros.

– ?Hubo otros?

– Muchos otros, pero nada serio. Conseguia lo que buscaba cuando salia de viaje.

– ?Me estas diciendo que era ligera de cascos?

– Bueeeno, interpretarlo asi… -replico, volviendose y tratando de reprimir una carcajada-. No, desde luego que no lo era. Pero tampoco era ninguna monja. Lo que pasa es que no se con quien iba al convento, no me lo dijo nunca.

– Pero ?andaba con hombres?

– Al menos se reia cuando la prensa del corazon sugeria otra cosa.

– ?Podria pensarse que Merete Lynggaard pudiera tener razones para dejar el pasado atras y empezar una nueva vida?

– ?O sea, que en este momento esta tostandose al sol en Bombay? -profirio Marianne Koch con expresion indignada.

– En algun lugar donde la vida fuera menos problematica, si. ?Podria pensarse eso?

– Es completamente absurdo. Era una mujer de lo mas cumplidora. Ya se que es precisamente ese tipo de gente la que se desploma como un castillo de naipes y un buen dia desaparece, pero Merete no era asi.

Callo y se quedo pensativa.

– Pero es una idea bonita -convino, sonriendo-. Que Merete aun podria estar viva.

Carl asintio en silencio. Se elaboraron montones de perfiles psicologicos de Merete Lynggaard al poco tiempo de su desaparicion, y todos llegaban a la misma conclusion: Merete Lynggaard no habia desaparecido voluntariamente. Hasta la prensa del corazon rechazo esa posibilidad.

– ?Has oido hablar de un telegrama que recibio el ultimo dia que estuvo aqui, en el Parlamento? -pregunto-. ?Un telegrama de San Valentin?

La pregunta parecio irritarla. Estaba claro que estaba dolida por no haber sido parte de la vida de Merete Lynggaard en su ultima etapa.

– No. La policia ya me lo pregunto, y al igual que a ellos tengo que remitirte a Sos Norup, que es quien me reemplazo.

Carl se quedo mirandola con las cejas arqueadas.

– ?Estas amargada por ello?

– Por supuesto, ?tu no lo estarias? Llevabamos dos anos trabajando juntas sin problemas.

– Y no sabras por un casual donde esta Sos Norup ahora, ?verdad?

La mujer se alzo de hombros. No le interesaba lo mas minimo.

– Y a ese Tage Baggesen ?donde puedo encontrarlo?

Marianne Koch le hizo un plano de como llegar a su despacho. No parecia facil.

Necesito una buena media hora para encontrar a Tage Baggesen en los dominios de los Radicales de Centro, y no fue ningun viaje de placer. Le parecia un enigma como alguien podia trabajar en aquel ambiente de falsedad. Al menos en Jefatura sabias como estaban las cosas. Alli los amigos y enemigos se daban a conocer sin ningun pudor, y pese a ello todos trabajaban juntos hacia un objetivo comun. En el Parlamento era justo lo contrario. Todos se codeaban como si fueran los mejores amigos, pero cada uno de ellos solo pensaba en si mismo a la hora de echar cuentas. Aquello tenia mucho que ver con dinero y poder, no tanto con resultados. Alli un hombre grande era el que empequenecia a los demas. Tal vez no hubiera sido siempre asi, pero ahora lo era.

Tage Baggesen, desde luego, no era ninguna excepcion. Lo habian puesto alli para defender los intereses de su lejano distrito electoral y la politica de trafico de su partido, pero en cuanto lo veias te dabas cuenta del error. Ya se habia asegurado una buena jubilacion, y lo que ganara hasta entonces era para comprar ropa cara y hacer inversiones lucrativas. Carl miro las paredes, donde colgaban diplomas de torneos de golf junto a nitidas fotos aereas de las casas de campo que habia comprado por todo el pais.

Penso en preguntar si se habia equivocado en cuanto al partido al que pertenecia Tage Baggesen, pero el hombre lo desarmo con amables palmadas en la espalda y movimientos energicos de las manos.

– Le sugiero que cierre la puerta -propuso Carl, senalando la zona del pasillo.

Aquello hizo que Baggesen entornara los ojos con jovialidad. Un pequeno truco que seguramente funcionaba bien en las negociaciones para la autopista de Holstebro, pero que no surtia efecto en un subcomisario que no se andaba con chorradas.

– No hace falta, no tengo nada que esconder a mis companeros de partido -replico, relajando la mueca.

– Hemos oido que usted mostraba un gran interes por Merete Lynggaard. Le envio, entre otras cosas, un telegrama. Mas aun, un telegrama de San Valentin.

En ese momento su piel palidecio un tanto, pero la sonrisa presuntuosa no se desvanecio.

– ?Un telegrama de San Valentin? -repitio-. No lo recuerdo.

Carl movio la cabeza arriba y abajo. La mentira saltaba a la vista. Por supuesto que lo recordaba. Asi que podia seguir con la ofensiva.

– Cuando le he pedido que cerrara la puerta, ha sido porque quiero preguntarle directamente si mato a Merete Lynggaard. Porque estaba muy enamorado de ella. ?Lo rechazo, y entonces perdio el control? ?Ocurrio asi?

Durante un segundo cada celula del craneo por lo demas tan seguro de si mismo de Tage Baggesen sopeso si deberia levantarse y cerrar la puerta de un portazo, o si la excitacion iba a provocarle un ataque de apoplejia. El color de su piel se fundio de inmediato con su pelo rojo. Estaba profundamente conmocionado, totalmente desnudo. Chorreaba sudor por todos los poros de su cuerpo. Carl conocia el percal, pero aquella reaccion era desde luego diferente. Si el hombre tenia algo que ver con el caso, a juzgar por aquella reaccion podia ponerse ya a escribir su confesion, y si no lo tenia, no cabia duda de que algun otro problema lo agobiaba. Se quedo con la mandibula colgando. Si Carl no andaba con cuidado, el hombre iba a callarse como un muerto. Estaba claro que Tage Baggesen no habia oido nada parecido en su por otra parte ajetreada vida.

Carl trato de sonreirle. En cierto modo, aquella reaccion violenta parecia tambien reconciliadora. Como si dentro de aquel cuerpo cebado en recepciones aun pudiera encontrarse una persona normal.

– Escuche, Tage Baggesen. Usted enviaba notas a Merete. Muchas notas. La antigua secretaria de Merete, Marianne Koch, seguia con mucho interes sus intentos, se lo aseguro.

– Aqui todos escribimos notas para todos -replico Baggesen, tratando de arrellanarse con despreocupacion en la silla, pero el respaldo estaba demasiado lejos.

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