– ?Me esta diciendo que las notas no eran de caracter privado?
Entonces el parlamentario levanto su corpachon y cerro silenciosamente la puerta.
– Es cierto que albergaba sentimientos intensos hacia Merete Lynggaard -admitio, poniendo una cara tan afligida que a Carl casi le dio pena-. Ha sido muy dificil superar su muerte.
– Lo comprendo, tratare de no alargarme demasiado -aseguro Carl, y a cambio recibio una sonrisa de agradecimiento. Su arrogancia habia desaparecido-. Sabemos con seguridad que usted envio a Merete Lynggaard un telegrama de San Valentin en febrero de 2002. Hemos recibido hoy la confirmacion de la oficina de telegramas.
El pobre parecia bastante perdido. El pasado le estaba pasando factura. Dio un suspiro.
– Yo sabia perfectamente que ella no estaba interesada en mi, por desgracia. Para entonces hacia tiempo que lo sabia.
– Y aun asi ?lo intento?
El parlamentario asintio en silencio.
– ?Que ponia el telegrama? Procure decir la verdad esta vez.
El hombre dejo caer la cabeza hacia un lado.
– Pues lo de siempre. Que queria verla. No lo recuerdo con total precision. Es verdad, en serio.
– ?Asi que la mato porque no queria saber nada de usted?
Los ojos del politico se convirtieron en dos ranuras. La boca estaba contraida con fuerza. En el momento anterior a que las lagrimas empezaran a agolparse en sus ojos, Carl estaba dispuesto a detenerlo. Despues Baggesen levanto la cabeza y lo miro. No como a un verdugo que le hubiera colocado el nudo corredizo en el cuello, sino como al confesor ante quien podia aligerar su conciencia.
– ?Quien mata a quien hace que la vida merezca la pena? -pregunto.
Estuvieron un rato mirandose el uno al otro. Despues Carl aparto la mirada.
– ?Sabe si Merete Lynggaard tenia enemigos aqui dentro? No me refiero a adversarios politicos. Autenticos enemigos.
Tage Baggesen se seco los ojos.
– Aqui todos tenemos enemigos, pero no autenticos enemigos, como ha dicho usted -respondio.
– ?Nadie que pudiera atentar contra ella?
Tage Baggesen sacudio su bien cuidada cabeza.
– Me extranaria mucho. Todos la apreciaban, incluso sus adversarios politicos.
– No es la impresion que tengo yo. ?Quiere decir que no se ocupaba de casos emblematicos que pudieran crear tantos problemas para alguien que habia que pararle los pies como fuera? ?Grupos de presion que se sintieran agobiados o amenazados?
Tage Baggesen miro condescendiente a Carl.
– Pregunte a la gente de su partido. Ella y yo no sintonizabamos politicamente. Ni mucho menos, me atreveria a decir. ?Tiene usted conocimiento de algo en particular?
– En todo el mundo a los politicos se los hace responsables de sus posturas, ?no? Antiabortistas, fanaticos de los animales, gente con posturas antislamicas o lo contrario, cualquier cosa puede desencadenar una reaccion violenta. Pregunte si no en Suecia, Holanda o Estados Unidos.
Carl hizo ademan de levantarse y noto que el alivio invadia al parlamentario, aunque sin duda no habria que darle tanta importancia. ?Quien no querria terminar una conversacion asi?
– Baggesen -continuo, dandole su tarjeta de visita-, pongase en contacto conmigo si recuerda algo que yo debiera saber. Aunque no sea por mi, hagalo por usted. No creo que haya muchos aqui que sintieran lo mismo que usted por Merete Lynggaard.
Aquello afecto al hombre. Seguramente las lagrimas volverian a fluir antes de que Carl cerrara la puerta tras de si.
Segun la Oficina del Censo, la ultima direccion de Sos Norup era la misma que la de sus padres, en medio del elegante barrio de Frederiksberg. En la placa ponia «Mayorista Vilhelm Norup y actriz Kaja Brandt Norup».
Toco el timbre y tras la maciza puerta de roble oyo un resonante tanido.
– Si, ya voy -se oyo al cabo de un rato.
El hombre que abrio la puerta debia de llevar jubilado un cuarto de siglo. A juzgar por el chaleco y el panuelo de seda que colgaba flojo de su cuello, su fortuna aun no se habia agotado. Miro incomodo a Carl con unos ojos devastados por la enfermedad, como si este fuera la dama de la guadana.
– ?Quien es usted? -pregunto sin preambulos, dispuesto a darle con la puerta en las narices.
Carl se presento, saco del bolsillo la placa por segunda vez aquella semana y pidio permiso para entrar.
– ?Ha pasado algo con Sos? -interrogo el hombre con tono inquisitorial.
– No lo se. ?Por que habia de pasar? ?Esta en casa?
– Si es a ella a quien quiere ver, ya no vive aqui.
– ?Quien es, Vilhelm? -se oyo una debil voz al otro lado de la puerta doble de la sala.
– Nada, alguien que quiere hablar con Sos, carino.
– Entonces tendra que ir a otra parte -volvio a oirse.
El mayorista cogio a Carl del brazo.
– Vive en Valby. Digale que nos gustaria que viniera a buscar sus cosas si es que piensa seguir viviendo de ese modo.
– ?De que modo?
El hombre no respondio. Le dio la direccion de Valhojvej y la puerta se cerro de un portazo.
En el portero automatico del edificio bajo solo aparecian tres nombres. Seguro que en otro tiempo vivieron alli seis familias con cuatro o cinco hijos cada una. Lo que antes habia sido un barrio pobre era ahora respetable. En la buhardilla Sos Norup encontro a su amor, una mujer mediada la cuarentena cuyo escepticismo al ver la placa de Carl se expreso en unos labios palidos apretados con fuerza.
Los labios de Sos Norup no tenian mucho mas color. Un primer vistazo lo ayudo a comprender por que ni la Asociacion Danesa de Abogados y Economistas ni la secretaria de los Democratas en el Parlamento se habian derrumbado cuando desaparecio. Habia que buscar mucho para encontrar una actitud de rechazo como la suya.
– Merete Lynggaard no era seria como jefa -fue su comentario.
– ?No hacia su trabajo? No es lo que he oido yo.
– Me lo dejaba todo a mi.
– Yo creia que eso seria una ventaja -repuso Carl, y se quedo mirandola. Parecia ser una mujer a la que siempre habian atado corto, y no le gustaba nada. El mayorista Norup y su otrora sin duda famosa esposa le habian ensenado lo que era obedecer ciegamente. Una educacion dura para una hija unica que tenia a sus padres en un pedestal. Seguro que habia llegado al punto de aborrecerlos y quererlos al mismo tiempo. Aborrecia lo que representaban y los queria por la misma razon. Si le preguntaran a Carl, esa era la razon de que hubiera pasado su vida adulta alternando entre la casa de sus padres y otros domicilios.
Carl miro a la amiga, que llevaba una ropa holgada y un cigarrillo humeante en la comisura de los labios y se aseguraba de que Carl no molestara a nadie. Seguro que daria a Sos Norup un solido asidero en su vida futura. No cabia la menor duda.
– He oido que Merete Lynggaard estaba muy contenta contigo.
– Vaya.
– Queria hacerte unas preguntas sobre tu vida privada. En tu opinion, ?podria ser que Merete Lynggaard estuviera embarazada cuando desaparecio?
Sos Norup arrugo la nariz y echo la cabeza atras.
– ?Embarazada? -lo dijo como si la palabra perteneciera a la misma categoria que infeccion, lepra y peste bubonica-. No, estoy segura de que no.
Miro a su companera con los ojos vueltos hacia el cielo.
– ?Y como puedes saberlo?
– ?Usted que cree? Si ella controlara las cosas tan bien como todos pensaban, no habria tenido que pedirme compresas prestadas cada vez que tenia la regla.