navidades?
Era Sigurd Harms, uno de los agentes del primer piso. Se quedo mirando asombrado a la orgia de colores que colgaba de las lamparas.
– Toma, Sigurd olfato-fino -le ofrecio Carl, pasandole uno de los rollos de hojaldre mas picantes-. Ya veras en Semana Santa. Pensamos encender varillas de incienso.
Habia llegado un recado de arriba diciendo que el jefe de Homicidios queria ver a Carl en su despacho antes del almuerzo, y Marcus Jacobsen tenia un aspecto sombrio y concentrado en la lectura de los informes que tenia delante cuando pidio a Carl que se sentara.
Carl iba a pedir perdon en nombre de Assad. Decir que la fritanga del sotano ya habia terminado, que controlaba la situacion. Pero antes de llegar a decirlo entraron dos de los nuevos investigadores y se colocaron junto a la pared.
Les dedico una sonrisa ironica. No creia que hubieran entrado para detenerlo a causa de un par de samosas, o como se llamaran aquellos chismes de hojaldre picantes. Cuando Lars Bjorn y el subcomisario Terje Ploug, que habia asumido el caso de la pistola clavadora, irrumpieron en la estancia, el jefe de Homicidios cerro la carpeta y se dirigio directamente a Carl.
– Te he hecho subir porque esta manana se han producido dos asesinatos mas -dijo-. Han encontrado a dos jovenes asesinados en un taller mecanico de las afueras de Soro.
Soro, penso Carl. No era su jurisdiccion.
– Han encontrado a ambos con un clavo de noventa milimetros de una pistola clavadora Paslode en el craneo. Te suena, ?verdad?
Carl volvio la cabeza hacia la ventana y fijo la mirada en una bandada de pajaros migratorios que volaban hacia los edificios de enfrente. En aquel momento su jefe lo miraba intensamente, se daba cuenta, pero asi no iba a conseguir nada de el. Lo sucedido la vispera en Soro no tenia por que guardar relacion con el asunto de Amager. Hoy en dia hasta en las series de la tele se usaban pistolas clavadoras como arma asesina.
– Sigue tu, Terje -oyo decir a Marcus Jacobsen muy lejos.
– Bueno, estamos bastante seguros de que son las mismas personas que asesinaron a Georg Madsen en el barracon de Amager.
– ?Y por que estais tan seguros? -pregunto Carl girando la cabeza hacia el.
– Georg Madsen era tio de uno de los asesinados en Soro.
Carl volvio a mirar a las aves de paso.
– Una de las personas que, segun todo parece indicar, estaba en el lugar de los hechos en el momento de los asesinatos ha hecho una descripcion. Por eso el inspector Stoltz y los chicos de Soro piden que vayas alli hoy, para poder comparar esa descripcion con la tuya.
– Pero si no vi nada. Estaba inconsciente.
Terje Ploug dirigio a Carl una mirada que a este no le gusto. Si alguien habia leido el atestado en profundidad, tenia que ser el. Entonces, ?a que venian aquellas preguntas tan tontas? ?Acaso no mantuvo Carl una y otra vez que habia estado inconsciente desde el instante en que recibio un disparo en la sien hasta que le aplicaron el gotero en el hospital? ?No lo creian? ?Que pruebas podian tener?
– En el atestado pone que viste una camisa roja a cuadros antes de que empezaran los disparos.
?La camisa? ?Se trataba solamente de eso?
– O sea, ?que tengo que identificar una camisa? -respondio-. Porque si es asi, creo que basta con enviar por correo electronico una foto de la camisa.
– Tienen su propio plan, Carl -tercio Marcus-. Es por el interes de todos que vayas alli. Tambien por el tuyo propio.
– Pues no me apetece mucho -repuso, mirando el reloj-. Ademas, ya es muy tarde.
– No te apetece mucho. Dime, Carl, ?cuando tienes hora con la psicologa?
Carl puso los labios en punta. ?Era necesario que lo anunciara a bombo y platillo a todo el departamento?
– Manana.
– Entonces creo que tienes que coger el coche e ir a Soro, para que manana, cuando veas a Mona Ibsen, tengas fresco el recuerdo de tu reaccion -declaro sonriendo superficialmente, y tomo la primera carpeta del monton mas alto de la mesa-. Y, por cierto, aqui tienes una copia de los papeles que nos han enviado de la Direccion de Extranjeria en relacion con Hafez el-Assad. ?Toma!
Era Assad quien conducia. Habia tomado algunos de los rollos y triangulos picantes para el almuerzo y corria a toda pastilla por la autopista E-20. Detras del volante era un hombre satisfecho y contento, cosa que corroboraba su rostro sonriente moviendose de lado a lado al ritmo de cualquier cosa que pusieran en la radio.
– He conseguido tus papeles de la Direccion de Extranjeria, Assad, pero todavia no los he leido -comenzo-. ?Por que no me cuentas que pone en ellos?
Su chofer lo miro un momento con atencion mientras adelantaban zumbando a un camion con remolque.
– ?Mi fecha de nacimiento, de donde vengo y que hacia alli? ?Te refieres a eso?
– ?Por que te han dado permiso de residencia permanente, Assad? ?Tambien pone eso?
Assad asintio en silencio.
– Carl, si vuelvo me mataran, asi de sencillo. El Gobierno de Siria no esta muy contento conmigo, ?sabes?
– ?Por que?
– No pensamos igual, y eso es suficiente.
– ?Para que?
– Siria es un pais grande. La gente desaparece.
– Vale. ?Estas seguro de que si vuelves van a matarte?
– Asi es, Carl.
– ?Trabajabas para los americanos?
Assad volvio la cabeza de repente.
– ?Por que lo dices?
Carl desvio la mirada.
– Ni idea, Assad. Preguntaba, sin mas.
La ultima vez que estuvo en la vieja comisaria de Soro, en Storgade, pertenecia al distrito 16, a la policia de Ringsted. Ahora, en cambio, estaba adscrita al distrito policial de Selandia Meridional y Lolland-Falster, pero los ladrillos seguian siendo rojos, los caretos tras los escritorios los mismos y las tareas igual de numerosas. Que conseguian trasladando a la gente de un sitio a otro era una pregunta para ?Quien quiere ser millonario?
Pensaba que alguno de la Brigada Criminal le pediria una descripcion mas de la camisa de cuadros grandes. Pero no, no eran tan primitivos. Cuatro hombres lo esperaban en un despacho del tamano del de Assad con una expresion en la cara como si cada uno de ellos hubiera perdido a algun miembro de su familia durante los violentos sucesos de la noche.
– Jorgensen -se presento uno de ellos tendiendole la mano. Estaba helada. Seguro que era el mismo Jorgensen que horas antes habia mirado a los ojos a un par de tipos a quienes habian quitado la vida con clavos de la pistola de gas. Si asi fuera, seguro que aquella noche no habia pegado ojo.
– ?Quieres ver el lugar del crimen? -pregunto uno de ellos.
– ?Es necesario?
– No es exactamente igual al de Amager. Los mataron en el taller mecanico. A uno en la nave y al otro en el despacho. Los clavos estan disparados a quemarropa, porque estaban clavados hasta el fondo. Habia que mirar bien para verlos.
Uno de los otros le tendio un par de fotografias de tamano folio. Era verdad. Se veia justo la cabeza del clavo en el cuero cabelludo, ni siquiera habia mucha sangre.
– Se ve que los dos estaban trabajando. Manos sucias y vestidos con monos.
– ?Faltaba algo?