– Nasti de plasti.

Hacia anos que Carl no oia la expresion.

– ?En que estaban trabajando? ?No era de noche? ?Trabajo clandestino, o que?

Los policias cruzaron sus miradas. Por lo visto era un problema que aun no habian resuelto.

– Habia pisadas de cientos de zapatos. Creo que no limpiaban nunca el taller -intervino Jorgensen. Desde luego, no le estaba resultando nada facil. Despues asio la punta de un pano que habia sobre la mesa-.Ahora observa esto con atencion, Carl. Y no digas nada hasta estar completamente seguro.

Entonces retiro el pano y dejo a la vista cuatro camisas rojas con grandes cuadros negros, puestas una junto a la otra como si fueran cuatro lenadores echando la siesta en el bosque.

– ?Hay alguna aqui que se parezca a la que tu viste en el lugar del crimen de Amager?

Aquello era el careo mas extrano de su vida. La pregunta era cual de las camisas lo hizo. Casi era un chiste. Las camisas nunca habian sido su especialidad. No reconocia ni las suyas.

– Ya se que es dificil despues de tanto tiempo, Carl -reconocio Jorgensen, cansado-. Pero nos ayudarias mucho si hicieras un esfuerzo.

– ?Por que cono pensais que los asesinos van vestidos con la misma ropa varios meses despues? Los campesinos tambien cambiais de trapos de vez en cuando, ?no?

El otro no le hizo caso.

– No hay que descartar nada.

– ?Y como podeis estar seguros de que el testigo que vio a los supuestos asesinos a distancia, y ademas de noche, puede recordar una camisa roja a cuadros con tal exactitud que podeis usarlo como punto de partida? ?Estas camisas se parecen como dos gotas de agua! Si que son diferentes, pero seguro que hay miles de otras parecidas.

– El hombre que los vio trabaja en una tienda de ropa. Lo creemos. Fue muy preciso al dibujar la camisa.

– ?Dibujo tambien al hombre que la llevaba puesta? Habria sido mejor, ?no?

– Pues si que lo dibujo. No estaba mal, pero tampoco muy bien. De todas formas, es mas dificil dibujar una persona que una camisa, ?verdad?

Carl observo el retrato que pusieron encima de las camisas. Un tio de lo mas normal. A falta de mas datos, bien podria ser un vendedor de fotocopiadoras de Slagelse. Gafas redondas, bien afeitado, mirada candida y una expresion de adolescente en el rostro.

– No lo reconozco. ?Cuanto dice el testigo que media?

– Por lo menos uno ochenta y cinco, puede que mas.

Despues retiraron el dibujo y senalaron las camisas. Examino con minuciosidad cada una de ellas. A primera vista parecian condenadamente identicas.

Luego cerro los ojos y trato de visualizar la camisa.

– ?Que ha pasado, entonces? -pregunto Assad de regreso a Copenhague.

– Nada. Para mi todas las camisas eran iguales. Ya no recuerdo la puta camisa con tanta exactitud.

– Entonces, o sea, ?te llevas a casa una foto de ellas?

Carl no le respondio. Su mente estaba muy lejos. En aquel momento estaba viendo ante si a Anker, muerto en el suelo a su lado, y a Hardy encima de el, jadeando. Tenia que haber disparado inmediatamente, cojones. Tenia que haberse vuelto cuando oyo que entraban hombres en el barracon, de haberlo hecho no habria ocurrido. Anker estaria vivo, conduciendo el coche en lugar de aquel ser extrano llamado Assad. ?Y Hardy! Hardy no se habria quedado encadenado a una cama para el resto de su vida, joder.

– ?No te podian, o sea, enviar unas fotografias para empezar, Carl?

Miro a su chofer. A veces podia lucir una expresion diabolicamente candorosa bajo sus gruesas cejas.

– Si, Assad. Claro que podian.

Levanto la mirada hacia los paneles de la autopista. Solo faltaba un par de kilometros para llegar a Tastrup.

– Sal aqui -dijo.

– ?Por que? -pregunto Assad mientras el coche cruzaba la linea continua sobre dos ruedas.

– Porque quiero ver el lugar donde murio Daniel Hale.

– ?Quien?

– El tio que andaba detras de Merete Lynggaard.

– ?Como es que sabes eso?

– Me lo conto Bak. Hale murio en accidente de coche. Tengo aqui el atestado de Trafico.

Assad silbo suavemente, como si los accidentes de coche mortales estuvieran reservados a los que tenian muy mala suerte.

Carl se fijo en el velocimetro. Assad deberia quiza tratar de soltar un poco el acelerador, si no querian entrar en las estadisticas.

Aunque habian transcurrido cinco anos desde que Daniel Hale perdiera la vida en la carretera de Kappelev, aun quedaban huellas del accidente. El edificio contra el que se empotro lo habian reparado de mala manera, y la mayor parte del tizne lo habia lavado la lluvia, pero por lo que veia Carl el grueso del dinero del seguro debio de dedicarse a otra cosa.

Miro a la carretera. Era un tramo abierto bastante largo. Fue una condenada mala suerte que el hombre se incrustara contra el feo edificio. Diez metros antes o despues el coche se habria abalanzado sobre los campos.

– Bastante mala suerte. ?No te parece, Carl?

– Muy mala suerte, carajo.

Assad dio una patada al tocon que aun quedaba ante los aranazos del muro.

– ?Dio contra el arbol, y el arbol se troncho como un palillo, y despues golpeo el muro y el coche empezo a arder?

Carl asintio en silencio y se volvio. Sabia que algo mas alla habia una carretera secundaria. Por lo que recordaba del atestado de Trafico, el otro coche habia salido de aquella carretera.

Senalo hacia el norte.

– Daniel Hale venia con su Citroen desde Tastrup y, segun el otro conductor y las mediciones, chocaron exactamente ahi -declaro, senalando un punto de la mediana-. Puede que Hale se durmiera. El caso es que invadio la otra calzada y choco con el segundo vehiculo, tras lo cual el coche de Hale reboto y se fue directo contra el arbol y la casa. Todo sucedio en una fraccion de segundo.

– ?Que le paso al conductor del otro coche?

– Pues aterrizo ahi -respondio Carl, senalando un extenso campo que la UE habia dejado en barbecho anos atras.

Assad silbo para si.

– ?Y a el no le paso nada, entonces?

– No. Conducia uno de esos monstruos con traccion en las cuatro ruedas. Estamos en el campo, Assad.

Su companero parecia estar totalmente de acuerdo.

– En Siria tambien hay un monton de 4x4 -anadio despues.

Carl asintio con la cabeza, pero no estaba atendiendo.

– Es extrano, ?no, Assad? -dijo luego.

– ?Que? ?Que chocara contra la casa?

– Que muriera al dia siguiente de la desaparicion de Merete Lynggaard. Un tio al que Merete acababa de conocer y que tal vez estuviera enamorado de ella. Muy extrano.

– ?Crees que puede haber sido un suicidio? ?Porque estaba triste tras la desaparicion de ella en el mar? -el rostro de Assad se transformo un poco mientras lo miraba-. Puede que se suicidara porque habia matado a Merete Lynggaard. Peores cosas se han oido, Carl.

– ?Suicidio? No, entonces habria chocado contra la casa directamente. No, desde luego que no fue un suicidio. Ademas, no podia haberla matado. Estaba en un avion cuando Merete Lynggaard desaparecio.

– De acuerdo -dijo Assad, volviendo a tocar los rasponazos del muro-. Entonces tampoco pudo ser el que

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