– Era dificil ver nada, Carl, porque el coche quedo calcinado. Por lo que veo en el atestado fue un accidente completamente normal.
Si, tambien el lo recordaba asi. Nada sospechoso.
– Y tampoco hubo testigos que pudieran decir otra cosa.
Se miraron.
– Ya lo se, Assad. Ya lo se.
– Solo el hombre que choco contra el.
– Exactamente -convino Carl. Con un gesto mecanico tomo un sorbo mas del te a la menta, a lo que siguio un violento estremecimiento. Desde luego, aquel mejunje no iba a crearle ninguna adiccion.
Carl dudo entre fumar un cigarrillo o coger una pastilla de regaliz del cajon, pero no tenia energia ni para eso. Puneteros acontecimientos. Ahora que estaba a punto de cerrar el caso, la investigacion daba un nuevo giro hacia aspectos no analizados. Cargas de trabajo enormes se alzaban de repente ante el, y no era mas que un caso. Sobre la mesa habia cuarenta o cincuenta mas.
– ?Que hay del testigo del otro coche, Carl? ?No vamos a hablar con el hombre contra quien choco Daniel Hale?
– He azuzado a Lis para que lo busque.
Assad parecio decepcionado por un momento.
– Tengo otra mision para ti, Assad.
Un cambio de humor bastante curioso hizo que sus labios se entreabrieran.
– Tienes que ir a Holtug, en el municipio de Stevns, y volver a hablar con aquella asistenta, Helle Andersen. Preguntale a ver si reconoce a Daniel Hale como el hombre que entrego aquella carta personalmente. Lleva una foto de el -dijo, senalando el tablon de anuncios.
– Pero no fue el, fue el otro el que…
Carl freno a Assad con un movimiento de la mano.
– No, y eso lo sabes tu y lo se yo. Pero si ella responde que no, como esperamos, entonces preguntale a ver si Daniel Hale se parecia algo al tipo de la carta. Tenemos que centrarnos en el tipo, ?no? Y otra cosa: preguntale tambien si estaba Uffe y si aquel vio fugazmente al hombre que entrego la carta. Y, por ultimo, preguntale si recuerda donde solia dejar Merete Lynggaard su maletin al llegar a casa. Dile que es negro y tiene un gran desgarron en un lado. Era de su padre, y lo llevaba en el coche cuando se produjo el accidente, asi que debe de haber sido importante para ella.
Volvio a levantar la mano cuando Assad iba a decir algo.
– Y despues dirigite donde los anticuarios que compraron la casa de los Lynggaard en Magleby y preguntales si han visto un maletin asi en alguna parte. Manana hablamos sobre todo eso, ?vale? Puedes llevarte el coche a casa. Hoy voy a ir en taxi y volvere a casa en tren.
Assad empezo a agitar los brazos.
– Dime, Assad.
– Un momento, ?vale? Tengo que encontrar un bloc de notas. ?Te importa volver a decirlo todo?
Hardy parecia haber mejorado algo. Su cabeza, que antes daba la impresion de estar fundida con la almohada, estaba tan erguida que podian verse las venas finisimas que palpitaban en sus sienes. Tenia los ojos cerrados y parecia mas tranquilo que otras veces, y Carl sopeso por un instante volver a salir. Habian retirado muchos de los aparatos de la habitacion, aunque la respiracion asistida seguia bombeando, claro. Tal vez fuera buena senal, despues de todo.
Giro con cuidado sobre sus talones y avanzaba hacia la puerta cuando lo detuvo la voz de Hardy.
– ?Por que te vas? ?Es que no soportas ver a un hombre tumbado?
Se dio la vuelta y vio a Hardy tumbado igual que antes.
– Si quieres que la gente se quede, da alguna senal de que estas despierto. Por ejemplo, abriendo los ojos.
– No, hoy no. Hoy no me tomo la molestia de abrir los ojos.
Tuvo que repetirselo.
– Si quiero que haya alguna diferencia entre mis dias, tengo que hacer eso, ?vale?
– Vale, vale.
– Manana tengo pensado mirar solo a la derecha.
– De acuerdo -asintio Carl, pero le dolia en el alma oir aquello-. Hardy, has hablado un par de veces con Assad. ?Te parece bien que te lo haya mandado aqui?
– En absoluto -respondio Hardy sin apenas mover los labios.
– Bueno, pues te lo mande. Y tengo pensado mandartelo cuantas veces haga falta. ?Tienes alguna objecion?
– Pero que no traiga esos fritos picantes.
– Se lo dire.
El cuerpo de Hardy emitio algo que podria interpretarse como una carcajada.
– Eche una cagada como nunca antes. Las enfermeras estaban desesperadas.
Carl trato de apartar la imagen. No sonaba agradable.
– Se lo dire a Assad, Hardy. Que no traiga fritos tan picantes la proxima vez.
– ?Alguna novedad en el caso Lynggaard? -pregunto Hardy. Era la primera vez desde que se quedo paralitico que expresaba curiosidad por algo. Carl sintio calor en las mejillas. Pronto se le haria un nudo en la garganta.
– Si, han pasado muchas cosas -respondio Carl, y le conto los ultimos descubrimientos en torno a Daniel Hale.
– ?Sabes que creo, Carl? -dijo Hardy al poco rato.
– Crees que el caso ha cobrado un nuevo impulso.
– Exacto. Ahi hay gato encerrado -anadio, abriendo los ojos un instante y mirando al techo antes de volver a cerrarlos-. ?Tienes alguna posible pista politica que seguir?
– Ni una.
– ?Has hablado con la prensa?
– ?A que te refieres?
– Con alguno de los comentaristas politicos del Parlamento. Esos saben de todo. O con los de las revistas del corazon. Pelle Hyttested de Gossip, por ejemplo. Ese enano rechoncho ha estado sacando porqueria de las grietas de Christiansborg desde que lo echaron de
Sonrio un breve instante y volvio a su impasibilidad. Se lo voy a contar ahora, penso Carl, y lo dijo lentamente, para que entrara bien a la primera.
– Ha habido un asesinato en Soro, Hardy. Creo que son los mismos que los de Amager.
Hardy no se inmuto.
– ?Y…? -pregunto.
– Pues eso, el mismo entorno, la misma arma, en apariencia la misma camisa roja a cuadros, relacion familiar…
– Te he dicho: ?y…?
– Por eso te estoy respondiendo.
– He dicho ?y…? ?Y…? ?Que me importa a mi?
La redaccion de Gossip se encontraba en esa fase languida en que se ha llegado al plazo de entrega de la semana y el siguiente numero empieza a tomar cuerpo. Un par de periodistas del corazon miraron a Carl sin interes cuando este atraveso el paisaje de la redaccion. Aparentemente, no lo habian reconocido; mejor asi.
Encontro a Pelle Hyttested acariciando su barba rojiza recortada pero rala en el rincon donde reposaban los periodistas veteranos. Carl conocia perfectamente a Pelle Hyttested de oidas. Un cabron que solo se detenia ante el dinero. A muchisimos daneses les encantaban sus delirantes chorradas descafeinadas, pero a sus victimas no. Los pleitos hacian cola a la puerta de Hyttested, pero el redactor jefe protegia a su diablillo. Hyttested vendia revistas, y el redactor jefe recibia un plus, asi es como funcionaba aquello. O sea que no importaba que mientras