– ?De que se trata? -replico con una voz estridente que distaba leguas del tono empleado en su conversacion de tres dias antes.
Carl leyo los folios uno a uno. Cuando llego al ultimo, fue como si Baggesen hubiera dejado de respirar al otro lado de la linea.
– ?Tage Baggesen? -pregunto-. ?Oiga…?
Se oyo el tono continuo.
Espero que no se eche al rio, penso Carl, intentando recordar que rio pasaba por Budapest mientras despegaba la hoja de sospechosos de la pizarra blanca y anadia las iniciales de Tage Baggesen al punto tres: «Companeros de Christiansborg».
Acababa de colgar cuando sono el telefono de la mesa.
– Soy Beate Lunderskov -se presento una mujer. Carl no tenia ni idea de quien era-. Hemos analizado el viejo disco duro de Merete Lynggaard, y me temo que esta definitivamente borrado.
Entonces se dio cuenta. Era una de las secretarias de las oficinas de los Democratas.
– Creia que conservabais los discos duros porque queriais guardar la informacion -repuso.
– Asi es, pero parece ser que nadie informo de ello a la secretaria de Merete, Sos Norup.
– ?Es decir…?
– Que fue ella quien lo borro. Lo escribio con buena letra en la parte trasera. «Formateado el 20/3 de 2002, Sos Norup», pone. Lo tengo en la mano.
– Es casi tres semanas despues de que desapareciera.
– Si, algo asi.
Maldito Borge Bak y sus compinches. ?Habia una sola cosa en aquella investigacion que hubieran hecho con fundamento?
– Pero podemos enviarlo a que lo analicen mas a fondo. Hay gente especializada en rescatar datos borrados… Vaya, me parece que ya esta hecho. Un momento -anadio. Se oyo al fondo que revolvia algo y volvio con voz satisfecha-. Si, aqui esta el justificante. Intentaron recuperar los datos en la empresa Down Under a principios de abril de 2002. Hay una explicacion mas detallada de por que no fue posible. ?Se la leo?
– No hace falta -respondio Carl-. Seguro que Sos Norup sabia como hacerlo a conciencia.
– Seguro -convino la secretaria-. Era muy minuciosa.
Carl le dio las gracias y colgo.
Se quedo un rato mirando fijamente el telefono antes de encender un cigarrillo; despues cogio de la mesa la agenda gastada de Merete Lynggaard y la abrio con una sensacion parecida a la veneracion. Le ocurria cada vez que lograba acercarse a los ultimos dias de algun muerto.
Igual que en los apuntes, la letra de la agenda era bastante incomprensible y llevaba la marca de las prisas. Letras mayusculas con trazos descuidados. Las enes y las ges sin terminar, palabras superpuestas. Empezo con la reunion con las empresas que realizaban investigaciones con placenta, el 20 de febrero de 2002. Algo mas abajo ponia: Bankerat a las 18.30. Nada mas.
En los dias siguientes apenas habia una linea sin llenar, una agenda apretadisima, habia que reconocerlo, pero ninguna observacion de caracter privado.
A medida que se acercaba al ultimo dia en que trabajo Merete Lynggaard, una sensacion de desesperacion empezo a aduenarse de el. No habia absolutamente nada que le sirviera. Entonces giro la ultima hoja. «Viernes, 1.3.2002», ponia. Dos reuniones de comision y una reunion de grupo parlamentario, eso era todo. El resto lo habia ocultado el pasado.
Aparto la agenda y miro al interior del maletin vacio. ?Habia estado realmente cinco anos detras de la caldera para nada? Despues volvio a coger la agenda y examino el resto. Merete Lynggaard solo usaba las hojas de la agenda y el listado de telefonos del final.
Empezo con los telefonos desde el principio. Podia haber ido directamente a la D o la H, pero queria mantener la decepcion a raya. Entre las letras A, B y C reconocia el noventa por ciento de los nombres. No habia gran parecido con su lista de telefonos, donde dominaban nombres como Jesper, Vigga y un mar de gente de Ronneparken. Era facil deducir que Merete Lynggaard no tenia muchos amigos intimos. Bueno, con toda probabilidad ni uno. Una mujer guapa que tenia un hermano con una lesion cerebral y, aparte de eso, trabajo y mas trabajo, no habia mas. Llego a la D y supo que el numero de telefono de Daniel Hale no iba a estar alli. Merete Lynggaard no escribia sus contactos por el nombre, como Vigga, la gente era diferente. Claro que ?quien cono iba a buscar al primer ministro sueco en la G de Goran? Aparte de Vigga, claro.
Entonces ocurrio. En el momento en que empezo a hojear la H, supo que el caso daria un vuelco. Se habia hablado de accidente, se habia hablado de suicidio, y al final hubo que empezar de cero. Durante la investigacion hubo indicios que sugerian que el caso Lynggaard no era sencillo, pero aquella pagina lo proclamaba a gritos. En todas las paginas de la agenda habia notas escritas con rapidez. Letras y numeros que su hijo postizo era capaz de escribir con mejor caligrafia, que ya es decir. La caligrafia de la mujer no era agradable a la vista, nada que ver con lo que se esperaria del sentido del orden de aquella autentica cometa politica. Pero Merete Lynggaard nunca se habia arrepentido de lo que habia escrito. No habia tachados ni correcciones en ninguna parte. Sabia lo que escribia cada vez que lo hacia. Todo bien sopesado, infalible. Con la excepcion de la letra H de su lista de telefonos. Alli habia algo diferente. Carl no podia saber con seguridad que tuviese que ver con el nombre de Daniel Hale, pero en lo mas profundo de su ser, alli donde busca el policia sus ultimos recursos, supo que habia dado en el blanco. Merete habia tachado un nombre con un grueso trazo de boligrafo. No se apreciaba, pero alli habia estado escrito el nombre de Daniel Hale y su numero de telefono. Lo sabia.
Sonrio. O sea que iba a necesitar a la Policia Cientifica, despues de todo. Ya podian hacer su trabajo como es debido y a toda pastilla.
– ?Assad! -grito-. Ven aqui.
Oyo un alboroto en el pasillo, y despues Assad aparecio en el hueco de la puerta con un cubo de agua y guantes de plastico verdes.
– Tengo trabajo para ti. Quiero que los peritos intenten descubrir este numero -ordeno, senalando las lineas tachadas-. Lis te dira como es el procedimiento. Diles que corre prisa.
Llamo con cuidado a la puerta de Jesper y naturalmente no obtuvo respuesta. Como de costumbre, no esta, razono, pensando en los ciento doce decibelios que solian retumbar en el interior. Pero Carl se equivocaba, como se demostro cuando abrio la puerta.
La chica, cuyos pechos Jesper acariciaba tras la blusa, dio un chillido que le llego hasta la medula, y la mirada fulminante de Jesper subrayo la gravedad de la situacion.
– Perdon -se disculpo Carl de mala gana, mientras las manos de Jesper salian de la postura comprometida y las mejillas de la chica se ponian tan rojas como el fondo del poster de Che Guevara que habia en la pared de atras. Carl la conocia. Tendria a lo sumo catorce anos, pero aparentaba veinte y vivia en la urbanizacion. Su madre probablemente seria parecida a su edad, pero con los anos se habria dado cuenta con amargura de que no siempre es una ventaja aparentar mas edad de la que tienes.
– Joder, Carl, ?de que vas? -grito Jesper, saltando del sofa-cama.
Carl volvio a excusarse y dijo que habia llamado a la puerta, mientras el abismo generacional atravesaba la casa.
– Seguid con lo… vuestro. Solo queria preguntarte una cosa, Jesper. ?Sabes donde estan tus viejos juguetes de Playmobil?
Su hijo postizo le dirigio una mirada asesina. Carl se dio cuenta de que era una pregunta inoportuna a mas no poder.
Saludo con aire de disculpa a la chica.
– Si, es que tengo que usarlos para una investigacion, por extrano que parezca -repuso, y al volver la mirada hacia Jesper noto que se le clavaban los punales por todas partes-. ?Aun guardas las figuras de plastico, Jesper? Te las compraria a gusto.
– Vete a tomar por culo, Carl. Preguntale a Morten. A lo mejor puedes comprarle alguna, pero ya puedes ir sacando el talonario.
Carl arrugo el entrecejo. ?Que tenia que ver el talonario con aquello?
La ultima vez que Carl llamo a la puerta de Morten Holland debio de ser ano y medio antes. Aunque su inquilino se desplazaba por la planta baja como si fuera uno mas de la familia, su vida en el sotano siempre habia