– Ultimamente te cuesta levantarte, ?verdad? -observo la psicologa, mirando de manera fugaz el reloj de pulsera. Despues continuo, como si hubiera tenido acceso a una correspondencia con su almohada-. Veo que sigues durmiendo mal.

Carl sintio rabia. Tal vez habria mejorado las cosas si hubiera tenido tiempo de ducharse antes de salir pitando de casa. Espero no apestar, penso, acercando la cabeza hacia las axilas.

Ella estaba tranquila y lo miraba con las manos sobre el regazo y las piernas cruzadas envueltas en sus pantalones negros de terciopelo. Llevaba el pelo cortado a capas y mas corto que la ultima vez, las cejas negras como el carbon. Todo sumamente intimidador.

Carl conto la historia de su colapso junto a los sembrados rociados de purines, esperando tal vez un poquito de simpatia.

– ?Te parece que abandonaste a tus companeros en el incidente del tiroteo? -le pregunto la psicologa, yendo directamente al grano.

Carl trago saliva un par de veces, se puso a divagar sobre una pistola que podria haber sacado mas rapido y unos instintos tal vez embotados por anos de trato con delincuentes.

– Estoy convencida de que crees que abandonaste a tus companeros. Si es asi, eso te hara sufrir, a menos que reconozcas que las cosas no podian haber ocurrido de otro modo.

– Las cosas siempre podian haber ocurrido de otro modo -repuso el.

La psicologa no le hizo caso.

– Has de saber que tambien estoy tratando a Hardy Henningsen. Por eso veo la cuestion desde dos angulos y deberia haberme declarado inhabil. Pero como no hay ningun reglamento que lo exija, voy a preguntarte si, sabiendo eso, sigues queriendo hablar conmigo. Has de saber que no puedo entrar en las cosas que me ha contado Hardy Henningsen, igual que tambien tu, por supuesto, estas protegido por mi secreto profesional.

– Me parece bien -repuso Carl, pero no era verdad. Si las mejillas de Mona Ibsen no hubieran estado cubiertas de suave pelusa y sus labios no gritaran por que los besasen, se habria levantado y la habria mandado a tomar por culo-. Pero hablare con Hardy. Entre el y yo no puede haber secretos, no puede ser.

Ella asintio con la cabeza y enderezo la espalda.

– ?Te has encontrado alguna otra vez en situaciones que te parecia que no podias controlar?

– Si -asintio Carl.

– ?Cuando?

– Ahora mismo -respondio, dirigiendole una mirada penetrante.

Ella no le hizo caso. Una tia fria.

– ?Que darias por que Anker y Hardy pudieran estar aqui? -pregunto, y siguio enseguida con otras cuatro preguntas que crearon en el una extrana sensacion de pesar. Tras cada pregunta, la mujer lo miraba a los ojos y anotaba en un cuaderno sus respuestas. Carl lo percibia como si ella quisiera empujarlo al limite. Como si tuviera que derrumbarse para que ella pudiera echarle una mano.

La psicologa se dio cuenta del moquillo de la nariz de Carl antes que el mismo. Despues alzo la vista y reparo en la humedad que se estaba acumulando en sus ojos.

No parpadees joder, que vas a abrir el grifo, penso Carl, sin comprender lo que se removia en su interior. No tenia miedo de llorar, tampoco le importaba que ella lo viera; lo que no entendia era que tuviera que ocurrir en aquel momento.

– Llora tranquilo -dijo ella con voz experimentada, igual que se anima a un bebe gloton a que eche el aire.

Cuando veinte minutos mas tarde terminaron la sesion Carl estaba harto de contar sus cosas. Mona Ibsen, al contrario, estaba satisfecha cuando le tendio la mano y le dio hora para otro dia. Volvio a asegurarle que el resultado del incidente habia sido fortuito y que volveria a sentirse bien tras un par de sesiones.

Carl asintio en silencio y de alguna manera se sintio mejor. Tal vez porque el perfume de ella eclipsaba el suyo y porque la mano que estrecho era tan ligera, suave y calida.

– Llamame si se te ocurre algo, Carl. Da igual que sea una tonteria. Podria ser importante para nuestra futura colaboracion, nunca se sabe.

– Pues ya tengo una pregunta -repuso Carl, tratando de mostrarle sus manos nervudas y, por lo que decian, atractivas. Las mujeres las habian elogiado mucho a lo largo de los anos.

La psicologa se dio cuenta de su pose y sonrio por primera vez. Tras los suaves labios aparecio una dentadura mas blanca que la de Lis, la de Homicidios. Un espectaculo poco habitual en una epoca en la que el vino tinto y las bebidas a base de cafeina hacian que los dientes de la mayoria parecieran de cristal ahumado.

– ?Si…?

Carl se armo de valor. Era ahora o nunca.

– ?Tienes pareja?

Hasta el se quedo horrorizado por lo torpe que sono, pero ya era demasiado tarde.

– Bueno, perdona -se disculpo, sacudiendo la cabeza. Le costaba seguir despues de aquello-. Solo queria preguntarte si aceptarias una invitacion a cenar algun dia.

La sonrisa de la psicologa se congelo. Los dientes blancos y la suave piel de la cara se esfumaron.

– Creo que tienes que recuperarte antes de emprender ese tipo de ofensivas, Carl. Y tienes que elegir a tus victimas con mas cuidado.

Carl sintio que el cabreo se extendia por todas sus glandulas mientras la mujer le daba la espalda y abria la puerta del pasillo. Mierda.

– Si no crees que entras dentro de la categoria «elegida con mas cuidado» -gruno a sus espaldas- no debes de saber lo fantastica que te encuentra el sexo opuesto.

La mujer se dio la vuelta, extendio una mano hacia el y senalo uno de los dedos: llevaba alianza.

– Si, hombre, ya lo se -confeso ella, y se retiro del campo de batalla caminando hacia atras.

Carl, que se consideraba uno de los mejores policias que habia engendrado el reino de Dinamarca, se quedo con los hombros encorvados y se pregunto como diablos habia pasado por alto algo tan elemental.

Llamaron del orfanato de Godhavn para decirle que ya habian encontrado al pedagogo jubilado John Rasmussen, y que al dia siguiente iba a ir a Copenhague a visitar a su hermana y habia comunicado que siempre habia querido visitar la Jefatura de Policia, de modo que visitaria con sumo gusto a Carl hacia las diez o diez y media, si no tenia inconveniente. Carl no podia llamarlo, porque esa era la politica de la casa, pero podia llamar a la institucion en caso de que surgiera algun problema.

No volvio a la realidad hasta haber colgado el receptor. El fracaso con Mona Ibsen habia desconectado sus hemisferios cerebrales, y hasta ahora no habia empezado a recomponer el rompecabezas. El educador social de Godhavn, el que habia estado en Gran Canaria, iba a aparecer. Quiza hubiera sido interesante asegurarse de que el hombre recordaba al chico a quien llamaban Atomos antes de que Carl se ofreciera como guia en un paseo por Jefatura. En fin.

Aspiro profundamente y trato de arrojar de su organismo a Mona Ibsen y sus ojos de gata. En el caso Lynggaard habia un monton de hilos sueltos que habia que unir, asi que se trataba de seguir adelante antes de caer en las garras de la autocompasion.

Una de las primeras cosas que debia hacer era ensenar a la asistenta Helle Andersen las fotos que habia conseguido en casa de Dennis Knudsen. Quiza pudiera engatusarla tambien para una visita a Jefatura guiada por un subcomisario. Cualquier cosa con tal de no volver a ir en coche hasta el riachuelo de Tryggevaelde.

La llamo por telefono y hablo con su marido, que seguia diciendo que estaba de baja con un dolor de espalda increible, pero que por lo demas sonaba asombrosamente sano. Le dijo «?Que hay, Carl?», como si alguna vez hubieran estado juntos de campamento y comido de la misma cazuela.

Oirlo hablar era como estar junto a la tia que nunca se caso. Si, hombre, claro que llamaria a Helle si hubiera estado en casa, pero es que siempre estaba con algun cliente hasta las… Vaya, acababa de oir su coche aparcando. Pues si, se habia comprado un coche nuevo, y si que habia diferencia entre como sonaba uno de 1,3 litros y uno de 1,6. Y era verdad lo que decia el hombre de la tele, que esos Suzuki no te defraudaban nunca. No, no podia quejarse cuando habia vendido el Opel viejo a buen precio. Siguio parloteando mientras por detras su mujer anunciaba su llegada con voz estridente.

– ?Ooleee! ?Estas en casa? ?Has amontonado la lena?

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