– No pueden estar aqui -dijo con una voz que no era de adulto, pero tampoco de un nino.
Carl le enseno la placa, pero el joven no parecio entender su significado.
– Soy policia -dijo Carl con amabilidad-. Nos gustaria hablar con tu madre. Sabemos que vive aqui. ?Podrias preguntarle si podemos entrar un rato? Te lo agradeceria mucho.
El joven no parecio impresionado ni por la placa ni por los dos hombres. Asi que no era tan inocente como parecia a primera vista.
– ?Cuanto tengo que esperar? -pregunto Carl con brusquedad. El chico se sobresalto. Despues desaparecio en el interior de la casa.
Transcurrieron un par de minutos en los que Carl noto que aumentaba la presion de su pecho y se maldijo por no haber sacado su arma reglamentaria del deposito de armas de Jefatura ni una sola vez desde que le dieron el alta.
– Ponte detras, Assad -le ordeno. Ya estaba viendo los titulares de los periodicos: «Agente de la Brigada de Homicidios sacrifica a su asistente en un dramatico tiroteo. Por tercer dia consecutivo, el subcomisario Carl Morck, del Departamento Q de Jefatura, es motivo de escandalo».
Dio un empujon a Assad para recalcar la gravedad del asunto y se coloco pegado al marco de la puerta. Si salian con una escopeta de cartuchos o algo asi, su cabeza no iba a ser lo primero a lo que apuntara el canon del arma.
Entonces salio el joven y les pidio que entrasen.
La madre estaba en medio de la habitacion, en silla de ruedas y fumando un cigarrillo. Era dificil calcular su edad por lo gris, arrugada y gastada que estaba, pero a juzgar por la edad de su hijo no podia tener mas de sesenta y pocos. Sentada como estaba en su silla de ruedas, parecia encorvada. Sus pantorrillas estaban extranamente torcidas, como ramas rotas que hubieran tenido que encontrar un modo de fundirse de nuevo. No cabia duda de que el accidente de coche habia dejado sus huellas, ver aquello inspiraba lastima y tristeza.
Carl miro en derredor. Era una estancia grande, unos doscientos cincuenta metros cuadrados o mas, pero a pesar de la altura de cuatro metros apestaba a tabaco. Siguio con la mirada las volutas de humo de su cigarrillo hasta las ventanas del techo. La unica fuente de luz eran diez ventanas Velux, de modo que la estancia tenia un aspecto sombrio.
Todo estaba en aquella estancia. La cocina junto a la puerta de entrada, la puerta del cuarto de bano a un lado. La sala estaba llena de muebles de Ikea y alfombras baratas que cubrian el suelo de hormigon, que se extendia quince o veinte metros hasta la seccion donde aparentemente dormia ella.
Aparte del aire sofocante, reinaba un orden perfecto. Alli veia la television, leia revistas y probablemente pasaba la mayor parte de su vida. Su marido habia muerto y ahora se las arreglaba lo mejor que podia. Menos mal que tenia a su hijo para ayudarla.
Carl vio que la mirada de Assad atravesaba con lentitud la estancia. Habia algo de diabolico en su mirada, que se deslizaba sobre todos los objetos y de vez en cuando se detenia para fijarse en algun detalle. Estaba profundamente concentrado, con los brazos colgando pesadamente a los lados y las piernas solidamente plantadas en el suelo.
La mujer los recibio con relativa amabilidad, pero solo dio la mano a Carl. Este hizo las presentaciones y le pidio que no se inquietase. Le dijo que estaban buscando a su hijo mayor, a Lars Henrik. Querian hacerle unas preguntas, nada especial, algo rutinario. Y le pregunto si podia decirles donde podian encontrarlo.
– Lasse trabaja en la mar -dijo ella, sonriendo. O sea que ella lo llamaba Lasse-. En este momento no esta en casa, pero dentro de un mes volvera a desembarcar. Entonces se lo dire. ?Tiene alguna tarjeta de visita para que se la de?
– No, lo siento -repuso Carl, forzando una sonrisa inocente, pero la madre no pico el anzuelo-. Le enviare mi tarjeta cuando vuelva al despacho. Por supuesto.
Trato nuevamente de sonreir. Esta vez en un momento mas oportuno. Era la regla de oro: decir algo positivo y sonreir despues, asi parece uno mas sincero. Hecho al reves puede significar cualquier cosa. Insinuacion, flirteo. Es decir, puro egoismo. La mujer ya habia aprendido eso de la vida.
Hizo ademan de retirarse y agarro a Assad de la manga.
– Entonces quedamos en eso, senora Jensen. Por cierto, ?en que naviera trabaja su hijo?
Ella ya conocia el orden de afirmacion y sonrisa.
– Huy, ya me gustaria recordarlo. Pero es que navega con tantas…
Entonces llego su sonrisa. Carl habia visto antes dientes amarillos, pero nunca tan amarillos como aquellos.
– Es primer oficial, ?verdad?
– No, es camarero jefe. Lasse tiene buena mano para la comida, desde siempre.
Carl trato de imaginarse al chico que agarraba del hombro a Dennis Knudsen. Al chico a quien llamaban Atomos porque su difunto padre fabricaba algo para las centrales nucleares. ?Donde habia desarrollado sus conocimientos gastronomicos? ?En la familia adoptiva, donde le pegaban? ?En el orfanato? ?Cuando era un chaval en casa de su madre? Tambien Carl habia pasado por muchas cosas en la vida, pero no era capaz de freir un huevo. Si no fuera por Morten Holland, no sabia como se las habria arreglado.
– Es magnifico cuando les va bien a los hijos. ?No te alegras de volver a ver a tu hermano? -anadio, volviendose al muchacho desfigurado que los miraba con desconfianza, como si hubieran llegado para robarles.
Su mirada vago hacia donde estaba su madre, pero esta no se inmuto. De la boca del chico no iba a salir nada, eso era seguro.
– ?Donde navega su hijo esta vez?
La madre lo miro, mientras sus dientes amarillos desaparecian lentamente tras los labios resecos.
– Lasse navega mucho por el Baltico, pero creo que ahora esta en el mar del Norte. A veces zarpa con un barco y vuelve con otro.
– Debe de ser una naviera grande, ?no recuerda cual es? ?Puede describir el logotipo de la naviera?
– No, lo siento. No soy buena para ese tipo de cosas.
Carl volvio a mirar al joven. Aquel chaval lo sabia todo, era evidente. Seguro que sabria dibujar el maldito distintivo si lo dejaran hacerlo.
– Pero esta pintado en el coche que trae provisiones un par de veces por semana -intervino Assad. No era el momento adecuado. La mirada del joven se lleno de inquietud y la mujer aspiro el humo hasta el fondo de los pulmones. La expresion de su rostro quedo oculta en una densa nube de humo que expulso de una vez.
– Bueno, no sabemos gran cosa de eso -tercio Carl-. Es porque un vecino nos ha dicho que lo habia visto, pero puede haberse equivocado.
Tiro de Assad.
– Ha sido usted muy amable -dijo despues a la madre-. Pidale a su hijo Lasse que me telefonee en cuanto vuelva. Le hare ese par de preguntas y listo.
Se encaminaron a la puerta, seguidos por la mujer en su silla de ruedas.
– Hans, sacame fuera -le pidio a su hijo-. Necesito algo de aire fresco.
Carl sabia que la mujer no los queria perder de vista hasta que se fueran. Si hubiera habido un coche en el patio o alli, en la parte trasera, habria pensado que la madre queria salir para ocultar que Lars Henrik Jensen se encontraba en uno de los edificios. Pero a Carl la intuicion le decia otra cosa. El hijo mayor no estaba en casa, ella solo queria que se marcharan.
– Vaya conjunto de edificios mas impresionante -exclamo-. ?Que era antes? ?Una fabrica?
La madre venia detras. Dando caladas a otro cigarrillo mientras la silla de ruedas traqueteaba por el sendero. Su hijo empujaba con las manos aferradas a los punos de la silla de ruedas. Tras su rostro destrozado parecia muy cabreado.
– Mi marido tenia una fabrica que fabricaba contenedores para centrales nucleares. Acababamos de mudarnos de Koge cuando murio.
– Si, recuerdo el suceso. Lo siento muchisimo -dijo Carl, y senalo los dos primeros edificios bajos-. Y la produccion ?iba a llevarse a cabo ahi?
– Si, ahi y en la nave grande -confirmo la mujer, senalando con el dedo-. El taller de soldadura ahi, la camara para pruebas de presion ahi, y el montaje en la nave. Donde vivo yo deberia haber estado el almacen de sistemas