de contencion fabricados.

– ?Por que no vive en la casa? Tiene aspecto de ser una buena casa -pregunto, y reparo en una serie de cubos gris oscuro delante de uno de los edificios que desentonaban con el paisaje. Tal vez estuvieran alli desde los tiempos del anterior propietario. En lugares como aquel el tiempo pasaba a veces con infinita lentitud.

– Bueno, ya sabe, aqui hay muchas cosas que no pertenecen a esta epoca. Ademas, los umbrales de las puertas me exigen un gran esfuerzo -anadio, golpeando uno de los reposabrazos de la silla de ruedas.

Noto que Assad lo llevaba a un lado.

– Nuestro coche esta ahi, Assad -protesto, apuntando con la cabeza en la otra direccion.

– Es que prefiero atravesar el seto ahi y despues subir a la carretera -repuso Assad, pero Carl vio que toda su atencion estaba concentrada en los montones de chatarra desperdigados por un suelo de hormigon gastado.

– Si, esa basura ya estaba cuando vinimos -informo la mujer en tono de disculpa, como si medio contenedor de chatarra pudiera empeorar la impresion general de la propiedad, ya de por si bastante pobre.

Era basura inclasificable. En la parte superior del monton habia mas cubos gris oscuro. No llevaban ningun distintivo, pero parecian haber sido empleados para guardar aceite, o tal vez alimentos en grandes cantidades.

Le habria parado los pies a Assad si hubiera sabido lo que tenia pensado, pero su asistente habia saltado ya por encima de las barras metalicas, el cordaje enmaranado y los tubos de plastico para cuando Carl quiso reaccionar.

– Perdone, es que mi companero es un coleccionista incorregible. ?Has encontrado algo, Assad? -grito.

Pero Assad no era ya su companero de juego. Iba a la caza: dio una patada a la chatarra, removio algo y finalmente metio la mano y saco una delgada placa de metal, que tras manipularla resulto tener medio metro de alto y por lo menos cuatro de largo. Le dio la vuelta. Ponia Interlab, S. A.

Assad miro a Carl y este le dirigio una mirada aprobatoria. Eso si que era tener buena vista. Interlab, S. A. El gran laboratorio de Daniel Hale, que se habia mudado a Slangerup. De manera que habia una relacion directa entre la familia y Daniel Hale.

– La empresa de su marido no se llamaba Interlab, S. A., ?verdad, senora Jensen? -pregunto Carl, sonriendo a los apretados labios de la mujer.

– No, esa es la empresa que nos vendio el terreno y un par de edificios.

– Mi hermano trabaja en una farmaceutica. Creo recordar que alguna vez ha mencionado esa empresa - anadio Carl, disculpandose mentalmente ante su hermano mayor, que en aquel momento debia de estar cebando visones en Frederikshavn-. En Interlab ?no fabricaban enzimas, o algo asi?

– Era un laboratorio de pruebas.

– Se llamaba… ?Hale? Daniel Hale, ?verdad?

– Si, el que le vendio esto a mi marido se llamaba Hale. Pero no era Daniel Hale, que por aquel entonces no era mas que un chaval. La familia traslado Interlab al norte, y tras morir el padre volvieron a trasladarla. Pero fue aqui donde empezaron -explico, adelantando la mano hacia el monton de chatarra. Si aquello fue el comienzo, Interlab habia avanzado muchisimo.

Carl la miro con atencion mientras la mujer hablaba. Todo en ella irradiaba reserva, y en aquel momento las palabras fluian de su boca. No parecia febril, muy al contrario: parecia tener un control absoluto. Todas sus terminaciones nerviosas estaban contraidas. La mujer trataba de parecer normal. Eso era lo que era tan anormal.

– ?No fue el que mataron cerca de aqui? -tercio Assad.

Carl le habria dado a gusto una patada en la espinilla. Cuando volvieran al despacho tendrian que mantener una conversacion acerca de la locuacidad excesiva.

Volvio la vista hacia los edificios. Contaban mas que la historia de una familia en bancarrota. Dentro del gris habia tambien tonos intermedios. Era como si los edificios le enviaran senales. La sensacion de acidez aumento cuando miro hacia ellos.

– ?Mataron a Hale? No recuerdo nada de eso -replico, dirigiendo a Assad una mirada centelleante y volviendose hacia la mujer-. Ya me gustaria saber como empezo Interlab. Seria divertido contarselo a mi hermano. Ha hablado muchas veces de montar su propia empresa. ?Podriamos ver los otros edificios? A titulo personal.

Ella le sonrio. Con excesiva amabilidad. Despues expreso lo contrario. No lo queria en su casa. Tenia que marcharse.

– Oh, ya me gustaria. Pero mi hijo ha cerrado todo con llave, por lo que no podemos entrar. Pero cuando hable con el, aproveche la ocasion para preguntarselo. Asi podra traer a su hermano de visita.

Assad estaba callado cuando pasaron junto a la casa de paredes aranadas en la que Daniel Hale perdio la vida.

– En esa granja pasa algo muy raro -dijo Carl-. Tenemos que volver con una orden de registro.

Pero Assad no lo escuchaba. Miraba fijamente ante si mientras llegaban a Ishoj y empezaban a aparecer los bloques de viviendas de hormigon. No reacciono ni cuando sono el movil de Carl y este anduvo revolviendo en busca de los auriculares para responder.

– ?Si…? -contesto Carl, esperando los incisivos comentarios de Vigga. Ya sabia por que llamaba. Otra vez habia problemas. La recepcion se habia trasladado a hoy. Puta recepcion. Desde luego, no le apetecian nada unos punados de patatas fritas grasientas y un vaso del vino mas barato del super, por no hablar del monstruo con el que Vigga habia decidido juntarse.

– Soy yo -dijo la voz-. Helle Andersen, de Stevns.

Carl redujo la marcha del coche y elevo su nivel de atencion.

– Uffe esta conmigo. Estoy en casa de los anticuarios, y acaba de llegar un taxista de Klippinge con el. Ya habia llevado antes a Merete y a Uffe, asi que lo ha reconocido al verlo vagando por el arcen de la autopista en la salida de Lellinge. Esta completamente agotado, lo tengo en la cocina bebiendo un vaso de agua tras otro. ?Que hago?

Carl miro el cruce. Una corriente de inquietud lo atraveso. Era tentador hacer un giro de ciento ochenta grados y sencillamente apretar el pedal hasta el fondo.

– ?Esta bien? -pregunto.

Ella parecia algo preocupada, el tono era menos campechano de lo habitual.

– La verdad es que no lo se. Es que esta bastante sucio, parece que ha salido de una alcantarilla, pero lo veo raro.

– ?A que se refiere?

– Esta como meditabundo. Mira a un lado y otro de la cocina como si no la reconociera.

– No la reconocera -repuso Carl. Se imaginaba las paredes de la cocina, ocupadas hasta el techo por las sartenes de cobre de los anticuarios. Cuencos de cristal alineados, papel pintado de tono pastel con frutas exoticas. Por supuesto que no reconocia nada.

– No, no me refiero a la decoracion. No puedo explicarlo. Parece tener miedo de estar aqui, pero tampoco quiere venir conmigo en el coche.

– ?Adonde quiere llevarlo?

– A la comisaria. Que no vuelva a escaparse, demontre. Pero no quiere. Tampoco cuando el anticuario se lo ha pedido amablemente.

– ?Ha dicho algo? ?Algun sonido, o algo asi?

En aquel momento la asistenta estaba al otro lado de la linea sacudiendo la cabeza, la estaba viendo.

– No, sonidos no. Pero es como si temblara. Asi se solia poner nuestro hijo mayor cuando no conseguia lo que queria. Recuerdo una vez en el supermercado…

– Helle, tiene que llamar a Egely. Uffe lleva cuatro dias huido, tienen que saber que esta bien.

Busco el numero en la lista de telefonos. Seria lo mejor. Si se mezclaba el, las cosas iban a torcerse. Los periodicos iban a frotarse sus manos manchadas de tinta.

Fueron apareciendo las casitas bajas de la carretera de Gammel Koge. Un anticuado puesto de venta de helados. Una tienda de aparatos electricos abandonada en la que ahora vivian un par de chicas pechugonas con las que la Brigada Antivicio habia tenido bastantes problemas.

Miro a Assad y estuvo pensando en dar un silbido agudo para comprobar si estaba vivo. Se oia hablar de

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