principal del recinto y a la luz de una farola, se habia reunido un grupo de oficiales alrededor de un vehiculo negro con la cruz gamada pintada en la puerta delantera y unos banderines que ondeaban orgullosamente al viento a cada lado del parabrisas. Parecian estar discutiendo algo. Uno de los oficiales que vestia una bata blanca se separo del grupo y con un gesto de la mano solicito la presencia de un par de guardias que estaban apostados delante de uno de los edificios mas cercanos. Les dio un par de ordenes y los guardias asieron los rifles y salieron corriendo con las armas en alto y las faldas de los abrigos ondeando al aire, dispuestos a transmitir las ordenes recibidas a los demas.
Esta vez, las camillas abrian la procesion de enfermos. Algunos, sumidos en el silencio y en la apatia, ni siquiera se movieron y tuvieron que Llevarselos a empellones y bajo todo tipo de amenazas. Aparte del crujido seco de cientos de pies pisando la fina capa de nieve helada y del sonido lejano de los camiones, solo se oian los crecientes resoplidos de los camilleros. Cuando hubieron dejado atras el bloque mas proximo descubrieron que estaba aislado de los demas. Desde donde se encontraba, Bryan pudo distinguir unos nueve o diez edificios mas, algunos de ellos unidos de dos en dos por unos corredores blancos de madera. Sin duda se dirigian hacia uno de esos complejos; hacia los bloques gemelos mas alejados.
Dejando de lado una farola solitaria que iluminaba la puerta de entrada con una luz tenue, el edificio, negro y sin vida, estaba a oscuras. Una enfermera cubierta con una capa salio del edificio. El subito frio la hizo estremecerse y se apresuro a indicarles con la mano que la siguieran hasta los dos barracones de madera que se alzaban a su izquierda. Los camilleros protestaron aunque acabaron por hacerle caso.
Los barracones, altos aunque de un solo piso, estaban provistos de ventanas cubiertas de escarcha, dispuestas en hilera justo debajo del alero. Unos postigos y unas cortinas pesadas de tela protegian de la luz de los postes altos del exterior.
La puerta del barracon daba directamente a una sala en la que habian colocado decenas de colchones de rayas en el suelo. Unas espalderas cubrian las paredes laterales y del techo colgaban unas lamparas que despedian una debil luz, unas barras fijas, unas anillas y unos trapecios. La pared del fondo estaba desnuda. Cuatro cubos que alguien habia dejado en el centro de la sala harian las veces de letrinas. A ambos lados de la puerta de entrada se erguian unos pequenos apartados, cada uno de ellos rodeados por unas cuantas sillas de madera oscura y basta.
Los camilleros que transportaban a Bryan se detuvieron a mitad de camino entre la puerta y el fondo de la sala, lo depositaron sobre un colchon, metieron el historial medico debajo del jergon y desaparecieron con la camilla vacia detras de los pacientes que iban llegando, sin siquiera haberse molestado en comprobar el estado de salud del paciente que habian tenido a su cargo.
El flujo de hombres de miradas vacias que avanzaba arrastrando los pies pronto ceso. James se encontraba a tan solo un par de colchones de Bryan, siguiendo a los recien llegados con la mirada. Una vez que estuvieron todos los enfermos sentados o echados sobre los lechos duros que les habian asignado, una enfermera dio unas palmadas en el aire y recorrio las filas repitiendo la misma frase una y otra vez. Bryan no entendia lo que decia, pero si comprendio, a juzgar por la confusion y los intentos acompanados de quejidos de sus companeros de sala de desvestirse, que debian dejar todas sus ropas en un monton a un lado del colchon. No todos siguieron la orden y tuvieron que soportar la ayuda tosca y ruda de los camilleros, que hasta entonces habian seguido los acontecimientos pasivamente, mascullando algun que otro improperio ininteligible. Ni James ni Bryan reaccionaron, y dejaron que fueran otros los que les sacaran el camison por encima de la cabeza. La manera ruda con la que se aplicaron los camilleros les dejaron las orejas enrojecidas. Bryan observo aliviado que James ya no llevaba el panuelo de Jill alrededor del cuello.
Uno de los hombres desnudos se incorporo y, con los brazos colgando a los lados, se puso a orinar sin ton ni son sobre el colchon y sobre su vecino, que apenas se molesto en apartarse.
La enfermera se dirigio a toda prisa hacia el, le propino un golpe en la nuca que instantaneamente detuvo el chorro y lo guio hasta los cubos.
Bryan se alegro entonces de no haber ingerido apenas nada en los ultimos dias.
La puerta que daba al edificio gemelo se abrio y aparecio un carrito cargado de mantas. Y alli permanecio un buen rato.
El suelo de la sala no era frio, pero la corriente de aire que se escurria por la puerta de entrada ponia la carne de gallina. Bryan se encogio en un intento de alejar el frio que lentamente iba apoderandose de su cuerpo.
Poco despues, uno de los hombres empezo a gemir. Muchos de ellos temblaban visiblemente de frio. Las dos enfermeras encargadas de la vigilancia sacudieron la cabeza, irritadas, y senalaron el carrito. Asi pues, se suponia que ellos mismos debian procurarse una manta. Inmediatamente, un par de hombres encorvados y enjutos dieron un salto por encima de los colchones y se precipitaron sobre el monton de mantas, sin tiempo para pensar de donde habia salido la manta, si del fondo
El resto no se movieron ni dieron senales de saber lo que pasaba a su alrededor. Eran hombres aturdidos y ensombrecidos.
Las horas fueron pasando. A medida que el frio iba calando en los huesos de los enfermos, el canto monotono de las dentaduras fue subiendo de tono. Las enfermeras dormian a cabezadas, sentadas en los taburetes que se hallaban en el extremo mas alejado de la sala. Hacia ya tiempo que habian abandonado a los pacientes a su suerte.
A la tenue luz de las lamparas, Bryan apenas era capaz de distinguir el cuerpo encogido de James entre los demas. En cambio si vio la punta del panuelo de Jill, que sobresalia por debajo del jergon. «?Deja que siga ahi!», rezo Bryan para sus adentros. De pronto James se incorporo de un tiron y de un salto se precipito hacia el lugar donde estaban los toneles. Pocos segundos despues, uno de ellos retumbo.
La evacuacion en si solo duro unos instantes, pero las secuelas de un estomago revuelto, los retortijones, el sofoco y las escurriduras de orina mantuvieron a James paralizado en la misma postura torpe durante un buen rato. Cuando termino resoplo y se puso a buscar a tientas el papel tan deseado alrededor de los cubos. Fue en vano.
Sin perder el tiempo en mas consideraciones de caracter higienico, se abalanzo sobre el carrito, agarro una manta y, en un par de movimientos agiles, volvio a su jergon. «?Porque no has cogido una manta para mi tambien, idiota?», penso Bryan. Considero seguir el ejemplo de James mientras echaba un vistazo a las mujeres uniformadas que dormitaban en el otro extremo de la estancia. Pero desistio.
De pronto, aquella misma noche, se abrio la puerta del patio de un golpe, seguido inmediatamente por una luz cegadora al encenderse las lamparas del techo. Bryan se quedo en la cama, totalmente paralizado. Los soldados de las SS se dirigieron sin titubeos hacia un par de hombres que se habian envuelto en las mantas, se inclinaron sobre ellos, sacaron sus historiales medicos de debajo del colchon y arrancaron la esquina superior de la primera pagina.
Uno de los hombres que fue estigmatizado de esta manera dormia en el lecho vecino al de James. El bulto revuelto que lo cubria era la manta de James. Bryan tuvo la certeza de que el no habria sido capaz de mostrar tal resolucion y acierto.
James se habia limitado a coger deliberadamente una sola manta.
CAPITULO 7
El control nocturno habia despertado a toda la sala. A pesar de que, por entonces, la mayoria de los pacientes ya llevaban puesto el camison y de que, por fin, habian repartido las mantas, los gemidos se multiplicaron a medida que fueron pasando las horas. El efecto de la medicina que les habian suministrado iba menguando.
Cada vez eran mas los que intentaban abstraerse del mundo que los rodeaba meciendo sus cuerpos hacia adelante y hacia atras, adoptando posturas incomodas y expresiones faciales pasmadas. Bryan jamas habia visto nada igual. El se limito a permanecer inmovil.
Unos hombres, a los que hasta entonces no habian visto, encendieron las luces de la sala y echaron un vistazo a los cuerpos desparramados por el suelo. Uno llevaba un abrigo negro abierto que le llegaba hasta los tobillos. Cuando clavo el tacon en el suelo, todos levantaron la mirada. Al son de una orden que salio de su boca, un par