quedaban casi ocultas detras de la aguda esquina amarilla.

A lo largo de las veinticuatro horas del dia se veian guardias y patrullas de perros en movimiento a lo largo de la alambrada que rodeaba el complejo. Tan solo se les permitia el acceso al lazareto a unos cuantos civiles y siempre acompanados por personal de seguridad o soldados rasos de las SS.

Durante las primeras y largas semanas, el miedo a ser confrontado con los familiares del soldado cuya identidad habia tomado a la fuerza lo habia obsesionado. Pero aunque la seccion estaba repleta de hombres para quienes una cara conocida habria contribuido a una mejora significativamente mas rapida, nunca venia nadie. Estaban aislados y no querian que se conociera ni su existencia ni, por supuesto, su estado. De hecho, a Bryan le resultaba inexplicable que los mantuvieran con vida.

Bryan nunca vio a James mirar por las ventanas. Desde principios de abril apenas habia salido de la cama, aparentemente debido al efecto que ejercian los medicamentos que le suministraban.

Entraron tres camiones por la puerta principal, que se volvio a cerrar inmediatamente. «?Quien estuviera metido en uno de esos y pudiera conducir sin parar hasta llegar a casa!», sono Bryan. El ruido de los motores pronto se extinguio por detras de las colinas y los vehiculos desaparecieron en el valle. El vecino del hombreton de la cara picada se coloco al lado de la cama de Bryan y se puso a mirar a los guardias sin decir nada. Mientras tanto, sus piernas no dejaron de temblar y sus labios se movieron sin parar. Aquel hombre de rostro ancho habia tenido esa conversacion muda consigo mismo desde el primer dia y, en mas de una ocasion, Bryan habia visto tanto al picado de viruela y a su otro vecino acercar la oreja a su boca con rostros llenos de expectacion y paciencia. Luego solian sacudir la cabeza y reirse como si fueran dos ninos deficientes mentales..

Bryan no pudo evitar reir al pensar en ello y fijo la mirada en los labios que trabajaban incesantemente. El hombre se dio la vuelta y lo miro con una expresion de locura que hacia que su rostro resultara aun mas comico. Bryan tuvo que llevarse la mano a la boca para ahogar la risa. El hombre detuvo los movimientos de la boca por un segundo y sonrio a Bryan; era la sonrisa mas ancha que Bryan jamas habia visto.

CAPITULO 10

Desde el pasillo se oia musica de vals. El barbero volvio a presentarse aquella manana, a pesar de que ya habia estado alli el dia anterior y habia dejado sus mejillas mas lisas que nunca. Como de costumbre, uno de los camilleros, un veterano de la primera guerra mundial, golpeo su garfio de hierro contra la pata de la cama que tenia mas cerca, senal habitual de que habia que ir a la ducha. Bryan se sentia confuso y preocupado porque se habia roto la rutina de siempre.

Y no era el unico que se sentia asi entre todos aquellos pacientes.

Al serles entregados unos batines limpios y blancos como la nieve, la mayor parte del personal que estaban de guardia sonrieron a la vez que los apremiaban a que se dieran prisa en concluir la rutina. Todo lustre, el oficial de seguridad que habia matado de un tiro al simulador en la sala de gimnasia esperaba en la puerta giratoria en posicion de piernas abiertas a que formaran delante de sus camas, mientras los observaba con una actitud entre autoritaria y amable. Entonces pasaron lista. Algunos nunca reaccionaban; hacia ya tiempo que Bryan se habia separado de aquel grupo.

– Amo von der Leyen -dijo el oficial de seguridad.

Bryan se estremecio. ?Por que tenia que ser el el primero? Titubeo pero finalmente cedio cuando un enfermero lo agarro por el brazo.

El oficial de seguridad junto los tacones y alzo el brazo en un *heil» mientras la extrana procesion desfilaba y salia por la puerta giratoria siguiendo el orden establecido por la lista. Atras dejaron a un par de pacientes que acababan de someterse a una sesion de electrochoque, entre ellos a James.

Bryan miro a su alrededor, agarrotado por los nervios. Entre el grupo que venia detras habia dieciseis o diecisiete hombres que podian considerarse locos de atar. Llevaban ya tres meses alli ?que pensaban hacer con ellos? ?Iban a ser trasladados a otra seccion o a otro lazareto? ?O tal vez estaban pensando en ajusticiarlos ?Y por que lo habian llamado a el primero? No le pelaban ni el oficial de seguridad que pisaba el suelo con fuerza, ni los enfermeros, ni los camilleros que se habian colocado a ambos lados de la hilera de hombres. Tal vez era mejor que James no estuviera entre el grupo.

La hilera paso por la sala de tratamientos, la sala de electro-choque y la de control medico y atraveso la puerta por la que habia entrado el primer dia y que, desde entonces, no habia vuelto a traspasar. Cuando llegaron a la escalera, el desasosiego ya habia empezado a propagarse y muy pronto hubo algunos pacientes que se negaron a seguir. Se habian colocado contra la pared, con los brazos alrededor del cuerpo; no querian seguir. Los enfermeros se rieron y los obligaron a volver a la fila, procurando sonreir y utilizar un tono alentador y amable.

Hacia un dia esplendido, pero todavia estaban en el mes de abril y la humedad de las alturas seguia resultando penetrante y fria. Bryan echo un vistazo a sus calcetines y a sus zapatillas mientras seguia avanzando, intentando evitar disimuladamente los charcos y el barro del patio. Cuando se dio cuenta de que llevaban al grupo hacia la sala de gimnasia, el panico empezo a apoderarse de el.

El grupo estaba encabezado por un oficial de las SS que tan solo avanzaba a un paso de Bryan. La funda del revolver colgaba pesada y amenazadoramente de su cinturon, a unos pocos centimetros del brazo de Bryan. ?Tendria tiempo de cogerla? Y en tal caso, ?en que direccion correria? Mas de doscientos metros lo separaban de la alambrada que asomaba por detras de la sala de gimnasia y una profusion poco habitual de guardias y soldados se arremolinaban a muy poca distancia de alli. Y entonces pasaron por delante de los barracones. Detras de la sala de gimnasia habia una gran plaza abierta. A lo largo del cesped se erguian las casas que Bryan hasta entonces solo habia podido imaginar pero no ver. Un edificio paralelo a la sala de gimnasia, dos dormitorios y un complejo que seguramente albergaba los despachos y las oficinas de la administracion, con pequenas ventanas y puertas de dos hojas de color marron. El grupo se detuvo al llegar a un corredor bajo que unia la sala de gimnasia con el edificio que habia detras. El oficial de seguridad los abandono un instante.

«Este sera el ultimo sol que vere salir», penso Bryan, a la vez que alzaba la mirada hacia la luz titilante que se extendia sobre las copas de los abetos y la paseaba por la hilera de hombres que estaban de espaldas al muro. El hombreton de la cara picada de viruela, que habia adoptado una posicion de firmes con la cabeza echada hacia atras, despuntaba por encima de los demas.

El tipejo de la ancha cara de goma se encontraba justo entre los dos, masticando las palabras que nunca permitia que oyera nadie. Al oir unos pasos que se acercaban, Bryan se estremecio y los labios parlantes de su vecino se paralizaron.

Los primeros rayos de luz cortantes inundaron la plaza desde atras, dotando a los uniformes negros y verdes de una pomposidad, una elegancia y una dignidad que contrastaban en todo con lo que Bryan habia esperado. Un carnaval de condecoraciones, cruces de hierro, correajes relucientes y botas lustradas ahuyento la idea del peloton de ejecucion. Se veian emblemas de las SS y calaveras por doquier. Todos los cuerpos, todos los tipos, todas las edades y toda clase de heridas. Esa era la marcha de los heridos, una muestra completa de vendajes, cabestrillos, muletas y bastones; la prueba de los soldados de elite de que una guerra no puede ganarse sin un derramamiento de sangre.

Los soldados hablaban en pequenos grupos de forma distendida y desfilaban lentamente hacia el asta de la bandera que se erguia en medio de la plaza. Los seguian una retaguardia de soldados en sillas de ruedas empujadas por enfermeras. Y cerrando filas, por el sendero enlosado, aparecieron unas cuantas camas sobre enormes ruedas, conducidas por camilleros sudorosos.

El aire era milagrosamente fresco, pero tambien helado, teniendo en cuenta los ropajes apenas suficientes para resistir el frio que, al fin y al cabo, constituian una bata y un camison. La dentadura del vecino de Bryan empezo a castanetear. «Deja de preocuparte por ello», penso Bryan alzando la vista hacia la bandera de la cruz gamada, la esvastica que en aquel preciso instante estaban izando en el mas estricto silencio, solo roto por algunos reverentes «heil».

Habian colocado al grupo de locos detras de todos los demas, en la esquina noroeste del recinto. Bryan se inclino hacia un lado, como si estuviera a punto de quedarse traspuesto, y echo mi rapido vistazo por detras de la esquina del edificio. Desde donde estaba, podia ver un pequeno edificio de ladrillo construido en el borde de la roca; probablemente, la capilla del hospital. En el otro extremo, cerca de la alambrada, en direccion oeste,

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