aparecio otra entrada flanqueada por unos guardias en posicion de firmes que contemplaban el espectaculo a lo lejos. Los brazos alzados seguian dirigidos a la bandera cuando de pronto todos, llenos de entusiasmo, entonaron el Horst Wesset, canto que hizo que los pajaros levantaran el vuelo precipitadamente.

No habia ni un solo loco que cantara. Algunos susurraban mientras otros permanecian pasivos, mirando a su alrededor, confundidos por esta nueva situacion. El eco y la fuerza de las numerosas voces llenaron la plaza y el aire de embriaguez y voluntad y dotaron la bandera de una exuberancia deslumbrante. Bryan seguia petrificado por la belleza grotesca del acontecimiento, y hasta que no descubrieron el retrato del Fuhrer no comprendio por que los habian reunido en aquella plaza y por que los habian afeitado a deshora. Cerro los ojos y volvio a ver el papelito que ayer colgaba sobre la cama del Hombre Calendario. Ayer habia sido 19 de abril y, por tanto, hoy era 20, el cumpleanos de Hitler.

Los oficiales llevaban la gorra debajo del brazo, apretada contra el cuerpo. Parecian columnas, a pesar de sus heridas, mientras contemplaban respetuosamente el retrato de su Fuhrer; un contraste muy fuerte con las caricaturas de Hitler que solian adornar los barracones de la RAF, mancilladas con pintadas, dardos y groserias.

Algunos de los guerreros curtidos en la batalla parecian embriagados por la euforia y se protegian los ojos con la mano mientras miraban fijamente hacia la bandera ondeante, cegados por su belleza y traspuestos por el gran sentimiento que henchia sus corazones y por la emocion. Bryan examino la zona que se extendia a sus espaldas. Detras de la alambrada habian levantado otro cerco; una defensa mas bien miserable hecha de palos sin descortezar, entrelazados por alambre de puas. El sendero de cascajos por el que habian llegado en su dia seguia mas arriba, bordeando las rocas de la montana. Bryan giro la cabeza unos grados y de nuevo dirigio la mirada hacia el oeste y hacia los guardias, que seguian hablando entre ellos.

Esa era la direccion que tomaria para huir. Superaria la primera alambrada y pasaria por debajo de la segunda, seguiria el camino y bordearia el arroyo hasta adentrarse en el valle, en direccion a las vias del tren que se extendian a lo largo del Rin hasta Basilea.

Si seguia las vias del tren en direccion sur, en algun momento alcanzaria la frontera suiza. El tiempo diria como la cruzaria.

Movido por un sexto sentido, Bryan volvio la cabeza y se encontro con la mirada del hombre de la cara picada. El gigante bajo la mirada al instante y la mantuvo baja. Habia habido un destello en aquellos ojos que daba muestra de una cordura absoluta. Bryan decidio que, a partir de entonces, vigilaria al hombre del rostro picado discretamente. Volvio a dirigir la mirada hacia la alambrada. No era demasiado alta, determino.

Si era posible bascular el asta sobre el perno inferior, podria descansarla sobre la alambrada y utilizarla como puente. Las manchas de oxido que se extendian alrededor de la tuerca de los grandes pernos le hicieron cambiar de parecer. Si hubiera dispuesto de una llave inglesa, podria haberlo hecho. Pequenos detalles como ese eran los que resultaban decisivos; cosas y acontecimientos insignificantes como el encuentro casual con tu futuro socio, frases inesperadas pronunciadas en la infancia, la suerte que te sonrie oportunamente; todos aquellos fragmentos que emergen repentinamente de la suma que constituye el futuro y lo hace imprevisible.

Como aquella mancha imprevista de oxido alrededor de aquel perno cualquiera.

Tendria, por tanto, que trepar por encima de la alambrada y contar con que las puas que la coronaban lo aranarian hasta sangrar. Y estaba, ademas, el tema de los guardias. Porque una cosa era pasar al otro lado sin ser visto, y otra muy distinta, desaparecer de alli despues. Bastaria una sola rafaga de metralleta en la oscuridad. Aqui el azar volvia a jugar un papel importante. En la medida en que pudiera evitarlo, Bryan no dejaria que el azar decidiera en ese tipo de cuestiones.

Tras la ceremonia, que finalizo con un discurso pronunciado por el comandante en jefe de seguridad con un impetu que resultaba dificil atribuir a un personaje tan falto de vigor, todo el mundo prorrumpio en un «heil» que se fue propagando como una ola interminable. Posteriormente, la plaza se fue vaciando lentamente de sillas de ruedas y camas que acogian a infinidad de lisiados de sonrisas felices que despedian orgullo y amor a la patria en cantidades ingentes; sin duda, en la seguridad de haber cumplido con su deber y de estar a buen recaudo donde estaban.

Detras del bloque, los oscuros abetos se mecian suavemente al viento. El frio y los escasos cien metros que recorrieron hasta llegar al edificio entumecio sus articulaciones. De poco sirvio que los guardias los apremiaran. «?Cuidate! Procura no ponerte enfermo», penso Bryan..

Habia descubierto una via de evasion. Si enfermaba, ni el ni James tendrian tiempo de escapar antes de la proxima tanda de electrochoques. Por tanto, habia que estudiar las posibilidades rapida y concienzudamente. Y tenia que hacer participe a James de sus planes, lo quisiera o no. Sin James no habria manera de llevar a cabo un plan sostenible.

Y sin James tampoco habria fuga.

CAPITULO 11

James se encontraba fatal cuando desperto por los dolores que le habian provocado los electrochoques. Asi habia sido cada vez, Se sentia, ante todo, extenuado. Todas las fibras de su cuerpo estaban aturdidas; los sentidos, embotados y confusos. Y estaban, ademas, la conmocion, la emocion, el sentimentalismo, la auto- compasion y la confusion; la expresion integral de la mente que se enturbiaba, abandonandolo a un estado mental cronico de terror y tristeza.

El miedo era un senor severo, eso hacia tiempo que lo habia entendido; aunque, a medida que fueron pasando los dias, aprendio a vivir con el y a dominarlo. Y puesto que la guerra se habia ido acercando paulatinamente y el estruendo de las bombas sonaba a lo lejos, desde Karlsruhe, habia empezado a abrigar una fe endeble en que pronto acabaria aquella pesadilla. Procurando siempre mantener los sentidos en alerta, James intentaba disfrutar de las horas de las que disponia contemplando inmovil la vida que se desarrollaba a su alrededor o dejando que los suenos lo trasladaran lejos de alli.

A lo largo de los meses que habian transcurrido habia aprendido a adoptar a la perfeccion el papel que el azar le habia asignado. Nadie podia sospechar que estaba simulando. Fuera la hora que fuese, el que despertaba a James siempre era recibido con una mirada vacia. No les daba mucho trabajo a las enfermeras, puesto que comia, no ensuciaba la cama y, sobre todo, se lomaba todos los medicamentos que le daban sin mostrar aversion alguna. Por tanto, James se hallaba en una estado de letargo permanente, sus pensamientos se generaban lentamente y pasaba algunos ratos felices en los que todo le daba igual.

Las pastillas eran prodigiosamente efectivas.

Las primeras veces que habia visitado al medico tan solo habia movido la cabeza cuando este alzaba la voz. Jamas habia efectuado un movimiento sin que se lo hubieran ordenado previamente. A veces, durante el repaso de su expediente medico, la enfermera lo habia hecho en voz alta, con lo que la vida que habia tomado prestada, poco a poco, se fue perfilando de acuerdo con aquellas paginas amarillentas. Si alguna vez James se habia arrepentido de haber arrojado aquel cadaver por la ventana, ese remordimiento desaparecio la primera vez que fue confrontado con la verdadera naturaleza de su salvador.

James y su victima tenian practicamente la misma edad. Gerhart Peuckert, tal era su nombre, habia hecho carrera con una rapidez asombrosa y habia sido nombrado Standartenfuhrer de la policia de seguridad de las SS, una especie de coronel. Por tanto, ostentaba la graduacion mas alta de la sala, dejando a un lado a Amo von der Leyen, la identidad que habia adoptado Bryan. Gozaba de un trato especial en la seccion; a veces incluso habia llegado a tener la sensacion de que algunos lo temian o lo odiaban, pues las miradas con las que lo contemplaban eran frias.

A aquel hombre no se le habia escapado ni un solo pecado, Gerhart Peuckert habia eliminado brutalmente todos y cada uno de los obstaculos que se habian interpuesto en su camino y habia castigado despiadadamente a los que le habian desagradado. El frente oriental le habia ido a pedir de boca. Al final, algunos subordinados se habian revelado y habian intentado ahogarlo en la misma tina que el habia utilizado durante las torturas a las que habia sometido personalmente a partisanos sovieticos y a civiles engorrosos.

Aquel ataque lo habia postrado en la cama en un estado comatoso en el lazareto. Nadie esperaba que pudiera recuperarse. El proceso contra los agresores fue corto: una cuerda de piano alrededor del cuello y la muerte por

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