asfixia. Cuando finalmente desperto, en contra de todos los pronosticos, decidieron trasladarlo a casa, de vuelta a la patria. Fue durante ese viaje que el verdadero Gerhart Peuckert finalmente pago por sus actos y James se convirtio en su sustituto.
Su caso era caracteristico de la sala en su conjunto. Era un oficial de alto rango de las SS, mentalmente lisiado, y un lacayo demasiado destacado para que fuera abandonado sin mas a su suerte. Normalmente, para este tipo de casos complicados, las SS solian aplicar un unico metodo: la inyeccion y el ataud. Sin embargo, mientras todavia hubiera la mas minima esperanza de que uno solo de esos vastagos leales del Fuhrer pudiera recuperarse, todos harian lo imposible por ellos con los medios que tuvieran a su alcance. Mientras tanto, el destino de los pacientes seguiria siendo, en gran medida, un secreto para el mundo exterior. No podian permitir que un oficial de las SS volviera a su casa en aquel estado de demencia. Podria resultar desmoralizante, ensuciaria la grandeza del Tercer Reich y pondria en entredicho la confianza en las noticias que llegaban de! frente y, por anadidura, sembraria la duda entre la poblacion, que empezaria a desconfiar de la invulnerabilidad de sus heroes. Las familias de los oficiales serian deshonradas, habian repetido una y otra vez los oficiales de seguridad a los medicos. Antes un oficial muerto que un escandalo, podrian haber anadido.
Esta circunstancia, unida al hecho de que todos los oficiales heridos de las SS constituian una elite, habia convertido la zona en un objetivo estrategico para los enemigos, tanto internos como externos, de la patria y, por tanto, habian transformado el hospital en un fortin al que no podia acceder ningun indeseado y que tan solo podian abandonar los pacientes que hubieran sido dados de alta y sus vigilantes.
El hospital estaba permanentemente a punto de estallar a causa de los continuos ingresos, aunque el flujo de dementes habia cesado. Tal vez, las autoridades habian admitido tacitamente que el Tercer Reich no disponia de tiempo suficiente para sacar provecho a ese tipo de pacientes, tal como se estaba desarrollando la guerra ultimamente. Tras el desmoronamiento del Frente Oriental, no podian permitirse perder el tiempo con experimentos ulteriores.
En los ultimos tiempos, muchos de los pacientes habian empezado a dar muestras de mejoria y resultaria muy llamativo si alguno de ellos se retrasaba con respecto a los resultados del tratamiento. James abandono el canturreo, esperando que tal paso lo ayudaria a evitar los tratamientos periodicos de electrochoque. Esos tratamientos violentos incidian, mas que nada, sobre la capacidad de concentracion, convirtiendose, por consiguiente, en una amenaza para la tarea primordial de James: inclinaba la cabeza hacia atras, cerraba los ojos y revivia las peliculas que habia visto en el pasado.
– ?Donde esta el sargento Cutter? -exclamo el sargento Higginbotham.
– Esta ocupado -contesto de mala gana Victor McLaglen desde el alfeizar de la ventana.
Se volvio hacia Cary Grant, alias el sargento Cutter, que golpeaba a los soldados que intentaban forzar la escalera.
– ?Mira que comprar un mapa de un tesoro enterrado! Ja, ja. Deberias someterte a un examen mental -le espeto Douglas Fairbanks Jr. con los brazos en jarras.
Cary
– Podriamos haber abandonado el ejercito y haber vivido la vida a todo tren, ?no? -dijo con una mirada feroz.
En ese mismo instante fue torpedeado con una silla. Mas arriba habia un escoces que miraba sorprendido los pedazos de madera que tenia en la mano. El semblante de Cutter seguia imperturbable, al limite de la amenaza.
– Oh… -dijo, a la vez que senalaba con un dedo acusador al hombre que intentaba huir del lugar-, ?pero si es el tipo que me vendio el mapa!
Grant alzo la mano en el preciso instante en que Fairbanks Jr. se disponia a agarrar al escoces. Entonces cogio al montanes por el cuello, lo golpeo con un unico golpe seco y lo saco por la ventana.
– ?Eh! -le increpo Higginbotham desde abajo-, ?suelta a ese hombre!
Cuando llegaba a este punto, a James le solia costar reprimir la risa. Echo un vistazo a su alrededor y reprimio la risa al ver al escoces que se precipitaba al vacio y a Cary Grant abriendo los brazos en un gesto con el que pretendia pedir perdon.
Cuando «interpretaba» una de sus peliculas, acostumbraba empezar por el principio repasando cada una de las secuencias hasta el final. Una trama que podia contarse en poco mas de una hora en el cine podia llegar a durarle toda una manana o una tarde. Mientras James estuviera ocupado en la diseccion de una pelicula, el mundo exterior perdia toda importancia. Cuando los pensamientos tristes o el miedo a no volver a ver jamas a sus seres queridos se hacian demasiado presentes, James se consolaba con esta forma de distraccion.
A menudo, su generosa madre les habia dado unas cuantas monedas a el y a sus hermanas para que pudieran arrebujarse en los asientos del cine los domingos de sesion continua. Buena parte de su infancia habia transcurrido frente al parpadeo de la pantalla en la que aparecian Deanna Durbin, el Gordo y el Flaco, Nelson Hedi o Tom Mix, mientras sus padres paseaban por la avenida principal de la ciudad, intercambiando saludos y cumplidos con los demas burgueses de la zona.
Le resultaba facil rememorar a las hermanas Elizabeth y Jill, que soltaban risitas ahogadas en la oscuridad de la sala y se decian cosas al oido mientras el heroe besaba a la heroina y el resto del publico soltaba todo tipo de improperios.
Los recuerdos, las peliculas y los libros que habia devorado a lo largo de los anos de escuela impedian que se volviera loco. Sin embargo, cuantos mas electrochoques recibia, y cuantas mas pastillas tragaba, mas frecuentes se hacian las veces en que se quedaba en blanco en mitad de una trama, sobrecogido por un repentino vacio en la memoria.
En esos momentos le resultaba imposible recordar los nombres de Douglas Fairbanks Jr. y de Victor McLaglen en la pelicula. Pero ya le vendrian a la memoria. Al menos, eso era lo que solia pasar.
James descanso la cabeza pesadamente en la almohada y rozo el panuelo de Jill que habia escondido debajo del colchon.
– Herr Standartenfuhrer, ?no cree que deberia intentar salir de la cama y darse una vueltecita? Lleva toda la manana sin moverse. ?Le pasa algo?
James abrio los ojos y se encontro con el rostro de la enfermera. Ella le sonrio y se puso de puntillas para poder pasar el brazo por debajo de la almohada y subirla un poco. Hacia meses que James tenia ganas de dirigirse a ella, contestar alguna de sus preguntas o darle una leve senal de mejoria. En cambio, la miraba con ojos vacios sin dejar que su rostro mudara de expresion.
Se llamaba Petra y era el unico ser humano verdadero que habia conocido hasta entonces.
Petra habia llegado como si la mismisima providencia se la hubiera enviado. Primero se habia preocupado porque las demas enfermeras dejaran a su vecino, Wemer Fricke, en paz con su calendario.
Luego habia hecho frente a un par de enfermeras para que incidentes como mojar la cama o negarse a ingerir alimentos dejaran de ser castigados, con tanta dureza.
Y por ultimo, se ocupo especialmente de James. Desde el primer dia en que lo habia visto, habia sentido una simpatia especial por el, era evidente. Otros pacientes tambien habian sido merecedores de su especial atencion pero, hasta entonces, solo James habia conseguido que se detuviera al pie de la cama con una expresion triste y vulnerable en el rostro y los hombros caidos. «?Como es posible que sea capaz de sentir algo por un hombre como Gerhart Peuckert?», se preguntaba James a menudo. Suponia que era una chica ingenua y ligeramente falta de imaginacion a la que habian arrojado directamente del colegio de monjas al ejercicio de la enfermeria en Bad Kreuznach. Era tan obvio que no tenia experiencia vital. Cuando Petra nombraba a su maestro y santo secular, el profesor Sauerbruch, sus ojos brillaban embelesados y sus manos trabajaban con una rapidez y una seguridad inusitadas. Y cuando un paciente tenia un ataque y mandaba a todo el mundo al infierno, se santiguaba antes de salir corriendo a por ayuda.
La explicacion mas verosimil a la predileccion que Petra sentia por James seguramente era que ella era una jovencita romantica y recatada con necesidades naturales que, ademas, lo encontraba guapo y atractivo y sabia apreciar sus dientes blancos y sus hombros rectos. La guerra hacia ya casi cinco anos que duraba. No debia de tener mas de unos dieciseis o diecisiete anos cuando la vida dura y abrumadora del hospital se convirtio en su realidad vital. ?Acaso habia dispuesto de tiempo para dar rienda suelta a sus suenos y a sus fantasias