Era la primera vez que lo veian. Era practicamente un nino, ni siquiera tenia su edad, evaluo Bryan. Mientras el adolescente pasaba revista a las camas, saludaba secamente a todos y cada uno de los pacientes con el brazo derecho alzado y bajaba la cabeza cada vez que su saludo era correspondido. Miro a todos los pacientes directamente a los ojos. Inspecciono el pasillo trasero de los banos y las duchas minuciosamente con pasos medidos y lentos e hizo que abrieran todas las puertas de un tiron. La presencia del chaval vestido de negro no parecia perturbar a nadie.
Incluso los simuladores lo miraron fijamente a los ojos cuando los saludo y el hombre de la cara ancha sonrio como nunca, alargo el brazo con un chasquido e irrumpio en un
Su enjuto compinche que ocupaba la cama vecina no se mostro tan valiente. Es cierto que aquel rostro estrecho sonrio, pero su brazo no acabo de subir a la altura que cabia esperar. Al alzar el brazo, la manta cayo al suelo, de forma que la esquina quedo suspendida en el aire. Justo debajo de la cama estaba la pastilla que Bryan habia perdido al chocar con el hombreton de la cara picada de viruela. Bryan la detecto inmediatamente e intento reprimir las ganas de tragar saliva que suele provocar un susto repentino.
Si el oficial de seguridad la encontraba, no sabria de donde habia venido, pero ?que diria el simulador viendose entre la espada y la pared? Y el de la cara picada de viruela, ?que no seria capaz de deducir de los sucesos de la noche anterior? Bryan tardo un segundo en comprender que aquella maldita pastilla insignificante podia acercarlo varios metros al abismo y a la perdicion. Antes o despues, alguien recogeria aquella pastilla, y no seria el quien lo haria; ni diez caballos salvajes podrian obligarlo a intentarlo.
El hombre que ocupaba la cama vecina a la del simulador mas delgado habia sufrido unas terribles quemaduras en la cara. Era uno de los pacientes que ya estaban alli cuando llegaron. Ahora ya le habian retirado todas las vendas y, poco a poco, la piel estropeada fue adquiriendo un tono mas normal y fresco. Era uno de los muchos soldados que se habian quedado atrapados en un vehiculo blindado en llamas, la unica diferencia era que el habia sobrevivido; una supervivencia en el dolor que lo habia vuelto taciturno y lo habia dejado sumido en la confusion. El oficial de seguridad miro el brazo que intentaba alzarse en un saludo y se metio entre las camas para ayudarlo.
Al dar un paso adelante, dio con la punta de la bota en la pastilla, que salio disparada contra la pared rebotando con un chasquido practicamente inaudible. Bryan solto un bufido al ver que, de momento, el peligro habia pasado. Dos minutos mas tarde, el oficial piso la pastilla que habia aterrizado cerca de la entrada. El crujido lo hizo detenerse.
Una de las enfermeras se apresuro a entrar en la sala al oir la llamada del oficial de seguridad, al que encontro de rodillas en el suelo hurgando tranquilamente en el polvo blanco con el dedo. Entonces el oficial le acerco la punta del dedo con la sustancia que habia recogido y se la dio a probar a la enfermera. La expresion de la cara y los gestos de la enfermera parecian querer quitarle hierro al asunto y, por lo demas, pretendian dejar bien a las claras su inocencia y su desconocimiento de las circunstancias que lo envolvian. El joven oficial de seguridad le hizo unas cuantas preguntas que la llevaron a sacudir la cabeza, mientras el color de su rostro iba modificandose imperceptiblemente. Tras unos minutos de interrogatorio, la enfermera empezo a mirar furtivamente a su alrededor y daba la impresion de que su mayor deseo en aquel momento era salir corriendo, despavorida.
De pronto, el oficial se agacho y desaparecio de la vista de Bryan, que entonces solo pudo percibir unos sonidos indefinidos que le llegaban de detras de la cabecera de la cama. Un instante despues, el oficial volvio a aparecer entre las camas, con la mejilla pegada al suelo, avanzando como un sabueso que seguia una pista. Despues de una corta busqueda, encontro otras dos pastillas. Bryan estaba aterrorizado.
Los reunieron a todos; a las enfermeras que estaban de servicio y a las que todavia estaban medio dormidas despues de la guardia de la pasada noche; a los camilleros, cuya tarea se limitaba a llevar y a traer a los pacientes de los tratamientos de choque y que, de vez en cuando, echaban una mano.a los demas; a los enfermeros y, por tanto, a Vonnegut; a los auxiliares; al personal de limpieza; al doctor adjunto Holst; y, finalmente, al profesor Thieringer. Ninguno de ellos fue capaz de dar una explicacion plausible de lo ocurrido. Era evidente que cuantas mas declaraciones tuvo que escuchar el oficial de seguridad, mas convencido estuvo de que algo andaba mal.
Llamaron al oficial en jefe que los habia interrogado en la sala de gimnasia y lo pusieron al corriente de la situacion. De entre las muchas palabras exaltadas que vomito, Bryan entendio una sola: simulacion.
En un abrir y cerrar de ojos pusieron en marcha una inspeccion a fondo. Varios soldados de las SS se habian despojado de sus chaquetas y pululaban por todos los rincones de la sala: de rodillas, en cuclillas, de puntillas. Examinaron cada centimetro de la sala; no omitieron ni un solo escondrijo, por imposible que fuera. Vaciaron los armarios de los banos, hojearon los diarios, repasaron la ropa, tanto la de vestir como la de cama, levantaron colchones, inspeccionaron ventanas y contraventanas. Solo permitieron que aquellos pacientes que no podian ponerse en pie por si mismos se quedaran en cama. Al resto los habian confinado en el fondo de la sala con las piernas desnudas. Desde alli miraban lo que estaba pasando a su alrededor con ojos incredulos. En un momento de despiste. James saco el panuelo de Jill de debajo del colchon y se lo ato al cuello, a salvo de las miradas bajo el escote del camison.
El medico mayor, el doctor Thieringer, intento exhortar a la serenidad, arisco e infeliz por su incapacidad de controlar la situacion. Sin embargo, no dijo nada cuando aflojaron los tapones de los tubos de una cama y salieron docenas de pastillas que se desparramaron por el suelo.
Todo movimiento en la sala se paralizo. El sargento de las SS que comandaba la seccion dio la orden de que se sacaran todos los tapones de los pies de las camas inmediatamente. El oficial de seguridad le hizo una pregunta a Vonnegut. Como si lo hubieran obligado a delatar a uno de sus hijos, alzo el garfio de hierro lentamente y, a reganadientes, senalo a alguien que se encontraba en medio del grupo que se habia formado al fondo de la sala. El flaco de los hermanos siameses solto un grito en el acto y, temblando, cayo de rodillas ante el oficial de seguridad.
Mientras iban sacando los tapones del resto de la camas, Bryan rezo con el corazon encogido porque la noche anterior no se hubiera quedado ni una sola pastilla enganchada en el tubo. Mas tarde, cuando volvio a reinar la calma en la sala y se hubieron llevado al flaco entre sollozos, Bryan se dio cuenta finalmente de que el habia sido el culpable de su desgracia. A su vez supo con toda seguridad que, de los veintidos ocupantes originales de la sala, un minimo de seis habian simulado su locura. Un numero increible que podia incluso ser mayor. El hermano siames flaco jamas le habia dado razones para sospechar de el. Al contrario, a lo largo de los meses que habian transcurrido siempre habia ofrecido la imagen impoluta de un demente que, firme pero muy lentamente, iba recuperando la cordura. Desde el primer dia en que Bryan lo habia visto en el camion, habia interpretado su papel a la perfeccion.
Cuatro lechos mas alla, su otra mitad siamesa estaba sentado en el borde de la cama, tan contento, hurgandose la nariz como de costumbre. Resultaba increible que el tambien pudiera ser un simulador. No mostraba ni la mas minima pena, ni el mas minimo dolor, por lo que acababa de suceder. Lo unico que lo hacia reaccionar era que su dedo indice pescara algo en las profundidades de la fosa nasal.
Tampoco parecio inmutarse cuando, mas tarde, devolvieron a su «gemelo» flaco a la sala, con el cuerpo magullado y palido. Se limito a sonreir y siguio hurgandose la nariz. En cambio, Bryan no podia creer lo que estaba viendo. Era incapaz de imaginarse como habia conseguido salir del apuro y eso lo ponia nervioso.
Aparentemente, todos los demas parecian satisfechos con la conclusion del asunto. Los medicos sonreian, y las enfermeras de guardia se volvieron incluso amables. La tension los habia afectado a todos.
A la manana siguiente volvieron a recoger al flaco. Habia pasado toda la noche temblando como una hoja; debio de presentir que aquello podia ocurrir.
Alrededor de mediodia, el joven oficial de seguridad entro en la sala acompanado por un soldado raso de las SS. Tras recibir unas cuantas ordenes, los pacientes empezaron a moverse en direccion a las ventanas que habia enfrente de la hilera de camas de Bryan. Nadie protesto. Bryan fue uno de los ultimos en incorporarse al grupo, en la segunda fila, desde donde solo podia entrever lo que pasaba si se ponia de puntillas. Tambien desde esa postura era limitado lo que le permitian ver los travesanos y las rejas, y tuvo que sacar la cabeza y ladearla por encima del hombro del paciente que tenia delante.
A lo largo de la pared rocosa que corria a un par de metros del bloque del hospital y hasta la capilla, que se encontraba unos cien metros mas alla, se disfrutaba de cierta visibilidad. Lo unico que rompia la desnudez de aquella franja era un poste solitario que parecia marcar la situacion de una antigua perforacion