venir a un soldado raso de las SS y antiguo carpintero que, con unos amplios movimientos, consiguio cepillar las ventanas de forma tan efectiva que el aire fresco no solo inundaba el pasillo, sino que tambien lograba que se mezclaran los efluvios, tanto cuando las ventanas estaban abiertas de par en par, como cuando estaban cerradas.

Las demas ventanas estaban atornilladas al marco.

El tiempo de los gorjeos de los pajaros desde el alero, una planta y media mas arriba, ya habia terminado; unas largas estrias de porqueria indefinible que recorrian los cristales de las ventanas todavia daban testimonio de ello.

Vonnegut habia dejado de repasar las listas de bajas de los diarios. Se habia quedado traspuesto demasiadas veces, murmurando palabras ininteligibles para sus adentros. Ahora se limitaba a divertirse con el Judio Suss y las demas satiras que aparecian en sus paginas y a completar el crucigrama antes que nadie.

Varios pacientes habian mejorado visiblemente y solo era cuestion de semanas que los primeros fueran devueltos a sus guarniciones.

Todos los permisos por enfermedad habian sido suprimidos indefinidamente para los pacientes que pertenecian a los grupos Z15, L15.1, vU15. J y vU15.3. Todas estas categorias estaban representadas en su seccion y comprendian a la mayor parte de los tipos de demencia de caracter tanto pasajero como cronico. En tiempos de paz, estas dolencias hubieran conllevado invalidez o servicio reducido. Hasta entonces, nadie les habia revelado el significado de las distintas clasificaciones, pero, a medida que paso el tiempo, tampoco nadie parecio tener en cuenta dichas divisiones. La unica huella que dejaron aquellas combinaciones de numeros y letras fue el sobrenombre que los enfermeros habian dado a la seccion. La llamaban la «Casa del Alfabeto».

El objetivo principal del tratamiento que se ofrecia en el lazareto era lograr que los oficiales de rango menor recuperaran la salud suficientemente para saber en que direccion debian dirigir las armas en sus respectivas companias y poner a los oficiales de rango mayor en condiciones para determinar si realmente debian apuntar en alguna direccion.

Sin embargo, de aquella sala en especial se esperaba algo mas.

El medico que estaba a cargo de la sala, Manfried Thieringer, ya se habia entrevistado dos veces con el gauleiter local que, en calidad de representante de las autoridades de Berlin, le habia impuesto obtener resultados positivos. Se le recordo que el bienestar de ciertos oficiales era supervisado por el cuartel general y que podrian hacerle responsable personalmente, en caso de que esos excelentes soldados no mejoraran de acuerdo con lo que en justicia cabia esperar.

A Manfried Thieringer le encantaba reproducir aquellas advertencias a sus subordinados y solia retorcerse el bigote mientras pasaba revista a aquellos soldados supuestamente «magnificos» que seguian sin apenas saber distinguir sus zapatillas de las del vecino. «Pero, al fin y al cabo, un tratamiento es un tratamiento», decia. Y, por tanto, ya podian decir lo que les diera la gana, incluso el mismisimo Himmler.

Cada semana que pasaba, a James se le iba haciendo mas dificil retener sus pensamientos. Primero desaparecieron todos los detalles que sazonaban el divagar de su mente y que daban vida y particularidad a los personajes de sus relatos. Luego desaparecio una parte de las tramas de los libros, dejando al descubierto el deterioro de su cerebro.

James habia considerado la posibilidad de saltarse las pastillas innumerables veces. Aquellos preparados de cloro que embotaban su mente, pero que, a su vez, hacian su vida mas soportable. Si las tiraba al suelo, corria un grave riesgo de ser descubierto, La limpieza diaria no era excesivamente minuciosa, aunque satisfactoria. Si te pillaban llevandotelas al bano, podia tener unas consecuencias que desgraciadamente no eran imprevisibles. No habia muchas otras posibilidades.

Y ademas estaba Petra.

Pues, a fin de cuentas, la hermana Petra era la verdadera razon de que no intentara eludir tragarse aquellas pastillas cuando ella las depositaba cuidadosamente sobre su lengua y acercaba su cara a la de el.

Su aliento era femenino y dulce.

Aquella mujer se entrometia irremediablemente en sus pensamientos. Era su enemiga, pero tambien su benefactora y redentora. Por tanto, debia tragarse aquellas pastillas para no ponerla en un aprieto.

Mientras las cosas estuvieran como estaban no podia ni pensar en huir. El riesgo de que los simuladores se dieran cuenta siempre estaba presente. James se sentia coartado. Si lo descubrian, no dudarian en acabar con el. Kroner, Lankau y Schmidt ya habian actuado con contundencia en dos ocasiones. La primera vez fue cuando Kroner estrangulo al vecino de James para conseguir su cama; la segunda, hacia menos de una semana.

Un nuevo paciente, que habia sido trasladado de una seccion normal con un agujero en la pierna y un cortocircuito en el cerebro, habia pasado todo un dia suspirando y gimoteando en la cama contigua a la del Hombre del Calendario.

Desde la radio de Vonnegut se habia anunciado un desarrollo tan preocupante en el frente oriental que el enfermero manco no habia tenido mas remedio que correr hasta la seccion para transmitirle la informacion recibida al segundo medico adjunto, que inmediatamente abandono sus papeles sobre la cama mas proxima y lo siguio hasta la sala de guardia. Mas tarde, aquel mismo dia, llegaron los rumores. Entrada la tarde, los rumores se habian condensado en comunicaciones verificadas que pronto se propagaron por la seccion con las habladurias de las enfermeras y los grunidos de los camilleros.

– Han desembarcado en Francia -proclamo finalmente Vonnegut.

James se habia sobresaltado. La idea de que, en aquel mismo instante, las tropas aliadas estaban luchando a escasos cientos de millas del lugar con el solo objetivo de acercarse, le provoco las lagrimas. «? Esto tendrias que saberlo, Bryan! Asi tal vez te relajarias*, penso.

En el momento en que James volvio la cabeza hacia la pared, d nuevo paciente que ocupaba la cama diagonalmente opuesta a la de el empezo a reir. Finalmente, su ataque de risa histerico provoco una sacudida en la cama contigua a la de James. Era la de Kroner. Se bajo la manta hasta los tobillos, se incorporo lentamente y dirigio la mirada hacia aquel descarado que habia osado reirse. James noto la mirada de Kroner sobre su cuerpo y percibio como el calor se filtraba hasta la piel para, inmediatamente despues, abandonarlo con mas rapidez que con la que habia llegado. Se interrumpio la risa, pero Kroner no volvio a echarse.

Durante los dias que siguieron, los simuladores se turnaron para vigilar al nuevo inquilino. Cuando le daban de comer, cuando orinaba, cuando lo mudaban y le hacian friegas con alcohol. Los simuladores eran testigos de todas las posibles combinaciones y situaciones. El cuchicheo nocturno ceso y las noches se hicieron imprevisibles. La cuarta noche, Lankau salio de la cama, se dirigio a la del recien llegado y lo mato sin apenas hacer ruido. El chasquido indefinido de las vertebras cervicales al quebrarse fue mas debil que el sonido que se producia cuando el loco del fondo de la sala tiraba de sus dedos hasta hacerlos crujir. Despues Lankau lo arrastro hasta la ventana que el soldado de las SS habia cepillado con tanto ahinco y lo echo por ella con la cabeza por delante.

Desde el momento en que los guardias empezaron a gritar hasta que aparecio uno de los oficiales de seguridad en la puerta transcurrieron menos de tres minutos. Encendieron todas las luces. El oficial despotricaba sin dejar de correr arriba y abajo entre la ventana y la enfermera de guardia que se habia quedado parada retorciendose las manos. Su ira no tenia limites. Habia que atornillar aquella ventana inmediatamente y el que fuera responsable de que pudiera abrirse tendria que responder por ello. La enfermera dejo de retorcerse las manos; al fin y al cabo, ella no habia tenido nada que ver con aquella calamidad.

Acto seguido, el oficial empezo a recorrer las camas pasando revista a todos y cada uno de los pacientes. Fuera de si, pues tenia motivos mas que sobrados para estarlo. James lo miro fijamente a la cara y el oficial se detuvo.

Esta vez, el oficial de seguridad en jefe entro en la sala con los ojos leganosos, seguido por dos soldados de las SS agotados que apenas conseguian mantenerse en pie. Tambien se persono el medico mayor, que no reacciono ante las acusaciones que le esperaban.

– La ventana sera atornillada manana -dijo secamente antes de darse la vuelta y volver a sus dependencias.

Justo antes de que se apagaran las luces, Bryan desperto de su sopor tras la sesion de electrochoque de aquella misma manana y paseo la vista por la sala. James se apresuro a cerrar los ojos.

Mas tarde, aquella misma noche, el cuchicheo volvio a dejarse oir, devolviendo a James al mismo estado de normalidad inquietante de siempre. El intercambio de informacion entre los simuladores fue breve y conciso. Kroner habia reconocido al muerto y se habia visto reconocido de forma demasiado obvia. Elogio a Lankau aunque anadio secamente que, a partir de ese momento, deberian idear nuevos metodos en caso de que surgieran otros

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