esta accion, Horst Lankau se habia refugiado entre los campesinos sovieticos, a los que pagaba por su seguridad con limosnas. Mientras estuviera ahi, el y la guerra tendrian que desenvolverse el uno sin la otra, habia pensado.

Y entonces fue cuando Kroner se interpuso en su camino.

– Pagare por mi vida con la mitad de los diamantes -habia tentado a su guardian con una expresion de desprecio por la vida en la cara-. Si me exiges que te los de todos, disparame ahora mismo, pues no te los dare, y tu tampoco sabras encontrarlos. Pero te dare la mitad si tu me das tu pistola y me llevas a tu cuartel. Cuando llegue la hora, diras que me has liberado del cautiverio en que me tenian los partisanos sovieticos. Hasta ese momento, dejaras que me quede en el cuartel sin que tenga que relacionarme con los demas oficiales. ?Ya te contare lo que tendra lugar despues!

Luego Kroner y el habian regateado a fin de llegar a un acuerdo para la reparticion de los diamantes aunque, finalmente, Lankau se habia salido con la suya. Quince diamantes para cada uno, y Lankau se alojaria en la guarnicion de Kroner con una pistola cargada en el bolsillo.

– Tendras que darme un diamante por cada semana que te tenga a pan y cuchillo -dijo Kroner en un ultimo intento de presionarlo.

Lankau le devolvio una sonrisa tan amplia como su ancho rostro. Kroner entendio que su propuesta habia sido rechazada. Tendria que deshacerse de Lankau cuanto antes para que no atrajera inoportunamente la atencion de sus superiores.

A lo largo de los tres dias de permiso que Kroner tuvo fuera de la guarnicion, Lankau no se separo de su liberador ni un solo instante. Kroner no sabia si era la mano que siempre llevaba metida en el bolsillo de la pistola o la expresion perpetuamente bonachona y casi piadosa de su rostro lo que lo perturbaba, pero lo cierto es que habia empezado a sentir respeto por la sangre fria y la tenacidad de Lankau. Poco a poco, tambien empezo a entender que juntos podrian conseguir unos resultados que ninguno de ellos podria lograr por separado.

E] tercer dia se fueron a Kirovogrado, lugar que solian visitar la mayoria de los soldados cuando la comida de las cocinas de campana se volvia demasiado monotona o la vida en el frente demasiado sombria.

Kroner habia pasado largos ratos sentado con los codos apoyados en las mesas de roble, seleccionando divertido a los huespedes con los que podria iniciar una pelea o, mejor aun, a los que podria sacarles dinero para que no los hiciera trizas.

Fue en aquel lugar donde Lankau inicio a Kroner en sus planes que se habian ido fraguando durante los meses de triste ociosidad que habia pasado en la aldea sovietica.

– Quiero volver a Alemania lo antes posible, ?y ahora se como conseguirlo! -le habia susurrado al oido-. Uno de estos dias te pondras en contacto con la comandancia y les comunicaras que me has liberado de mi cautiverio de acuerdo con lo que acordamos. Luego me conseguiras un certificado medico que establecera que los partisanos me han torturado con tanta sana que he acabado por enloquecer. Cuando este en el tren hospital con rumbo al oeste, te pagare dos diamantes mas que he escondido.

La idea atrajo a Kroner. De esa manera podria librarse de Lankau y, a su vez, sacar provecho de ello. Podia ser una especie de ensayo general de lo que el mismo tendria que hacer antes o despues, si la vida en el frente se tornaba demasiado peligrosa y arriesgada.

Ensayo general o no, las cosas no iban a salir asi. Detras de la taberna de los oficiales habia cuatro letrinas para aliviar el uso que se hacia de las dos que habia dentro. Kroner siempre habia preferido cagar al aire libre.

Alli se tambaleo, se abrocho la bragueta y se rio al pensar en los dos diamantes que le iban a tocar de mas mientras abria la puerta que daba al exterior. Delante de el, envuelto casi por completo en la oscuridad, aparecio una figura que no hacia ademan alguno de querer dejarlo pasar. Una estupidez, habia pensado Kroner, cuando se es tan enclenque y bajito.

– Heil Hitler, Herr Obersturmbannfuhrer -pio el hombre sin moverse ni un milimetro del lugar.

En el mismo instante en que Kroner cerro el puno y se dispuso a apartar a aquel obstaculo de un manotazo de su camino, el oficial se llevo la mano a la gorra y dio un paso atras en la debil luz que iluminaba el muro del patio trasero.

– Herr Obersturmbannfuhrer Kroner, ?tiene un momento para hablar conmigo? -le dijo el extrano-. ?Tengo una proposicion que hacerle!

Tras unas pocas frases, aquel pequeno y flaco oficial acaparo todo el interes del oficial Kroner. Miro a su alrededor, agarro al Hauptsturmfuhrer del brazo, se lo llevo a la calle, donde aguardaba el hombre del rostro ancho, y lo metio en su vehiculo, que estaba aparcado delante de la bocacalle mas proxima.

El hombrecito nervudo se llamaba Dieter Schmidt. Su superior le habia ordenado que se pusiera en contacto con Wilfried Kroner. No queria que se revelara su identidad, aunque habia querido que su subordinado anadiera que a Kroner no deberia costarle mucho hacerlo si asi lo deseaba.

– Si algo fuera mal, sera mas seguro para todos que no conozcamos nuestras verdaderas identidades -dijo Dieter Schmidt a la vez que miraba a Horst Lankau, que no parecia tener ni la mas minima intencion de presentarse-. Puesto que el plan es de mi superior y que, en una primera fase, hasta que se ponga en marcha, solo el correra literalmente el riesgo de que lo cuelguen, les ruega que respeten su deseo de anonimato.

El hombre flaco se desabrocho los botones superiores del abrigo y miro a ambos a los ojos durante un buen rato antes de proseguir.

Dieter Schmidt provenia de las divisiones blindadas de la SS Wehrmacht, eso era evidente. Sin embargo, originariamente habia sido Sturmbannfuhrer y vicecomandante en un campo de concentracion.

Unos meses atras, el y su comandante, que era responsable de un campo de concentracion y de tres campos de trabajo menores subordinados, habian sido obligados a dimitir de sus puestos, degradados y transferidos a servicios administrativos en la SS Wehrmacht en el frente oriental; una alternativa razonable a la deshonra y la ejecucion. Sin embargo, a medida que fue pasando el tiempo en tierras sovieticas, fueron comprendiendo que probablemente jamas volverian a abandonarlas. Los alemanes luchaban como diablos para mantener sus posiciones, pero ya no habia indicios de que pudieran seguir conteniendo el avance del ejercito sovietico. A pesar de que las funciones de Dieter Schmidt y de su superior consistian, sobre todo, en realizar tareas administrativas, el frente estaba lo suficientemente cerca para que los vehiculos acorazados sovieticos pudieran llegar al lugar en menos de media hora.

Es decir, que sus vidas corrian peligro constantemente. Los canonazos constituian un acompanamiento diario al tecleo de las maquinas de escribir. De los veinticuatro oficiales superiores que habian servido originariamente en los despachos del Estado Mayor solo quedaban catorce. Asi era el frente oriental, eso lo sabia todo el mundo.

– Me parece que nuestro truco en el campo de concentracion estaba mas generalizado de lo que creiamos entonces -explico Dieter Schmidt-. Teniamos un presupuesto de gastos diario que habia que respetar. Por ejemplo, disponiamos de mil cien marcos al dia para la manutencion de los prisioneros. Lo que hicimos fue enganar a la administracion central saltandonos el reparto de comida aproximadamente cada cinco dias. Al fin y al cabo, aquella chusma no podia quejarse a nadie. Lo llamabamos castigo colectivo remitiendo a ciertas faltas que jamas se habian cometido. Naturalmente, algunos miles pagaron con sus vidas, algo que nadie lamento.

»Por lo demas, no soliamos ser demasiado exactos a la hora de llevar las cuentas de lo que ingresabamos por el alquiler de esclavos y, finalmente, hicimos una ligera reduccion de las tasas, lo que sin duda aumento el volumen de negocios con relacion a su finalidad. Los fabricantes y demas patrones nunca se quejaron. La colaboracion era ejemplar.

»A finales de verano contabilizamos nuestros beneficios totales en, mas o menos, un millon de marcos. Resulto ser un negocio fenomenal hasta que un capo, durante una inspeccion, tuvo la mala suerte de derribar a un funcionario de Berlin al que se le rompieron las gafas. El capo se puso inmediatamente de rodillas y suplico por su vida, como si hubiera alguien que fuera a tomarse la molestia de quitarsela. Lloraba e imploraba y llego incluso a agarrarse al funcionario que, confundido, intentaba soltarse, algo que solo hizo que aquel hombre se aferrara a el con mas fuerza. Al final el capo grito que se lo contaria todo acerca del funcionamiento de aquel campo si le perdonaba la vida. Lo que sabia era, por supuesto, muy limitado, aunque si logro proferir que se hacian trampas con las raciones de comida antes de que lograramos sacarlo de ahi y acabar con el. Y entonces ya fue demasiado tarde.

»Durante la revision de cuentas que se llevo a cabo descubrieron todo el dinero que habiamos apartado y lo

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