fechorias que habian cometido y todas las noches intentaban superarse el uno a los otros. Los simuladores solian iniciar las sesiones con un «?Os acordais…!», seguido de un retazo de aquel mosaico que poco a poco iba descubriendo como habian terminado a su lado y por que estaban dispuestos a permanecer alli a toda costa, hasta que pudieran huir o la guerra llegara a su fin.

La mayoria de las veces. James acababa conmocionado.

Cuando aquellos diablos finalmente se quedaban callados, sus relatos se reproducian en sus pesadillas con tal riqueza de formas, colores, olores y detalles que, muchas veces, James acababa por despertarse banado en sudor.

A lo largo de los anos 1942 y 1943 y siguiendo ordenes, el Obersturmbannfuhrer Wilfried Kroner habia arrastrado a su cuerpo de apoyo de la SS Wehrmacht ante la policia de seguridad, la SD, pisando los talones a las divisiones blindadas de las Waffen SS que se desplazaban por el frente oriental. Alli habia aprendido que es posible quebrar la voluntad de cualquiera, descubrimiento que le hizo amar su trabajo.

– ?Antes de llegar al frente oriental ya sabiamos lo tercos que pueden llegar a ser los partisanos sovieticos durante un interrogatorio! -Kroner hizo aqui una pequena pausa y luego prosiguio-: Pero cuando los primeros diez partisanos habian dejado de gritar, cogias a otros diez mas, ?no es asi? Siempre habia alguno que acababa por hablar con tal de llegar al cielo de una forma un poco mas suave.

La silueta que se perfilaba en la cama contigua a la de James hablaba de ejecuciones en la horca durante las cuales los delincuentes eran alzados lentamente hasta que apenas alcanzaban el suelo con la punta de los pies, e intentaba reproducir aquel extrano cosquilleo que habia sentido cuando la superficie estaba helada y las puntas de los pies bailaban febrilmente sobre el hielo liso como un espejo. Tambien habia contado con orgullo como, en mas de una ocasion, habia conseguido echar una soga por encima de la horca con tal precision que habia llegado a ahorcar a dos partisanos que pesaban lo mismo con una misma cuerda.

– Si pataleaban demasiado, claro, no era posible hacerlo cada vez y entonces habia que recurrir a metodos mas tradicionales -anadio-. Pero por lo demas, era de buena educacion mostrar un poco de imaginacion; aquello infundia respeto entre los partisanos. ?Era como si les costara menos soltarse a hablar durante mis interrogatorios!

Kroner paseo la mirada por la sala para cazar cualquier movimiento que pudiera producirse a su alrededor. James cerro los ojos en cuanto el hombre de la cara picada de viruela se dio la vuelta y fijo la mirada en el.

– Si es que llegaban a hablar, ?claro esta! James sintio nauseas.

En muchos aspectos, aquellos tiempos habian sido muy valiosos para Kroner. Durante uno de sus interrogatorios, un pequeno y terco teniente de las tropas sovieticas se habia hundido, a pesar de demostrar una voluntad y una resistencia a prueba de fuego, y habia sacado un monedero de lona de sus calzones cortos. No le habia servido de nada, pues lo azotaron hasta morir. Sin embargo, aquel monedero resulto ser muy interesante.

Anillos y marcos alemanes, amuletos de plata y de oro y algunos rublos rodaron sobre la mesa. Su ayudante habia estimado el botin en unos dos mil marcos cuando decidieron repartirselo. Habia, pues, cuatrocientos marcos para cada oficial de la plana mayor de Kroner y ochocientos para el. Para ellos fue una simple recuperacion de un botin de guerra y, a partir de entonces, se preocuparon de registrar a todos los prisioneros personalmente antes de que nadie pudiera interrogarlos o llevarlos al matadero, que era como Kroner se referia laconicamente a las ejecuciones de los consejos de guerra. Se rio recordando la vez en que sus subordinados lo habian pillado en un intento de saqueo sin querer compartir el botin con ellos.

– ?Me amenazaron con delatarme, esas bestias ridiculas! ?Como si no fueran tan culpables como yo! Todo el mundo se quedaba con lo que pillaba cuando tenia ocasion de hacerlo.

Los dos oyentes se rieron silenciosamente, sentados como estaban con las piernas recogidas debajo del cuerpo, a pesar de que ya habian escuchado aquella anecdota otras veces. Kroner bajo la voz hasta alcanzar un tono confidencial:

– ?Pero hay que cuidar de uno mismo! Y por tanto me deshice de los tres para que no volvieran a tomarme el pelo nunca mas. Cuando encontraron a dos de los cadaveres fui interrogado, naturalmente, pero, a fin de cuentas, no pudieron probar nada. Al tercero lo tomaron por desertor. Todo salio a pedir de boca. Y de esta forma, ya no tendria que compartir con nadie, ?no es asi?

El hombre que ocupaba la cama del medio se incorporo apoyandose en los codos:

– Bueno, ?conmigo si que tuviste que compartir!

Aquel rostro era el mas ancho que James habia visto jamas, sembrado de pequenas arrugas transversales que solian asomar por cualquier motivo en cualquiera de sus sonrisas o en los raros y exiguos momentos de preocupacion. Las cejas oscuras saltaban arriba y abajo, confiriendo dulzura a su estampa.

Un juicio fatalmente equivocado.

La primera vez que Kroner y el tal Horst Lankau se vieron fue en el invierno de 1943, concretamente tres semanas antes de Nochebuena. Aquel dia, Kroner habia estado de batida en la seccion meridional del frente oriental. El objetivo habia sido hacer limpieza despues de una incursion recien finalizada.

Las aldeas habian sido aplastadas pero no devastadas. Tras los tabiques de madera derrumbados, al abrigo de unas gavillas de paja, todavia se cobijaban algunas familias que se alimentaban con sopas hechas de los huesos del bestiaje muerto. Kroner se encargo de sacarlos a todos y de que fueran ajusticiados.

– ?Adelante! -apremio a los soldados de las SS.

Su objetivo no era cazar a partisanos potenciales, sino a oficiales sovieticos que tuvieran algo que contar y tal vez tambien algo de valor que ofrecer.

A las afueras de la cuarta aldea, una seccion de soldados de las SS saco a un hombre de entre las cabanas que seguian ardiendo y lo arrojaron al suelo delante del vehiculo de Kroner. Aquella piltrafa se puso en pie inmediatamente y mientras se sacudia la nieve de la cara bufo amenazadoramente hacia sus guardianes. Sin miedo, se encaro a su juez:

– Ordenales que se alejen -dijo con un acento prusiano muy marcado haciendo un gesto de rechazo dirigido a sus vigilantes con una expresion imperturbable en los ojos-, ?tengo cosas importantes que contar!

Kroner estaba irritado por el desprecio por la muerte mostrado por aquel hombre y exigio que se pusiera de rodillas mientras apuntaba a su rostro impavido con un dedo enguantado pegado al gatillo. Envuelto en aquellos miserables harapos de campesino, el hombre le conto sin tapujos que era desertor aleman, Standartenfuhrer del cuerpo de cazadores y un soldado endemoniadamente bueno, condecorado en multiples ocasiones y, desde luego, no era uno al que se lo ajusticiara sin antes someterlo a un consejo de guerra.

La curiosidad que fue despertando lentamente en Kroner le salvo la vida a aquel pelagatos. Cuando le comunico que se llamaba Horst Lankau y que tenia una propuesta que hacer a su guardian, su ancho rostro ya era un esbozo del triunfo.

El pasado militar de Horst Lankau era difuso. James concluyo que ya antes del estallido de la guerra debia de haber iniciado una carrera militar. Tenia una gran experiencia. A juzgar por lo que habia contado, habia estado destinado a una carrera militar gloriosa pero tambien tradicional.

Sin embargo, la guerra en el frente oriental habia modificado rapidamente hasta las tradiciones mas insignes.

Originariamente, el cuerpo de cazadores de Lankau, uno de los ases que la ofensiva se guardaba en la manga, habia sido movilizado para cazar a oficiales del Estado Mayor sovietico en la retaguardia del enemigo. Luego debian entregarlos al SD o, rara vez, a la Gestapo, para que ellos se encargaran de sacarles toda la informacion que tuvieran. Y a ello se habia dedicado Lankau durante algunos meses; una tarea sucia y peligrosa.

En una ocasion feliz habian dado con un general de division entre cuyas pertenencias se encontraba, entre otras cosas, un cofrecito que contenia treinta diamantes pequenos pero cristalinos; toda una fortuna.

Aquellas treinta piedras lo habian llevado a la conclusion de que la guerra habia que sobreviviria, fuera cual fuese el precio que hubiera que pagar por ello.

Kroner se rio cuando Lankau llego al punto de su relato en que tuvo que explicar, casi disculpandose, que el robo habia sido descubierto por sus propios hombres.

– Los reuni alrededor de la hoguera y les ofreci una racion extra de sucedaneo de cafe a aquellos estupidos confiados.

Todos se rieron cuando revelo el desenlace de la historia. Entre sorbo y sorbo de cafe, habia lanzado una granada de mano que habia reventado a todos y cada uno de los soldados de elite y a sus prisioneros. Despues de

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