ademas, quien le salvo la vida a Bryan.

El oficial de seguridad estaba a punto de apartar su mano de un golpe cuando, de pronto, se fijo en el angulo del dedo. Detras de Bryan, que seguia de pie delante de la ventana, el postigo se habia entreabierto. A lo largo del borde de madera clara se fundian unas rayas abruptas de color marron en las vetas de la madera. El oficial se acerco, palpo la madera rugosa y volvio a examinar las puntas de los dedos de Bryan. De repente giro sobre sus talones y abandono la sala con tal impetuosidad que derribo al hombre de los ojos enrojecidos.

A continuacion le administraron una inyeccion calmante a Bryan y cambiaron el postigo.

Ya no volvieron a colocar el estante en su sitio.

El cuchicheo nocturno volvio a intensificarse por un tiempo.

El menudo Dieter Schmidt estaba convencido de que el Oberfuhrer Arno von der Leyen estaba al tanto de sus planes de futuro. Exigia que obraran en consecuencia.

Sin embargo, Kroner, el hombre del rostro picado de viruela, insistio encarecidamente en que ese tipo de desmanes no volvieran a tener lugar en la sala. Pronto, su situacion cambiaria. La suerte en la guerra estaba del lado de los aliados. La guerra podia haber terminado antes de lo imaginado.

Si encontraban a Amo von der Leyen ajusticiado, los interrogatorios no tendrian fin. Tanto el como Lankau sabian lo que implicaba un interrogatorio; nadie era capaz de soportarlos y todos acabarian por hablar, nadie se zafaria de ellos.

Tampoco ellos.

– Si quereis saber algo, punzadle los ojos, ?pero no os ensaneis! -dicto-. Podeis pellizcarle la uvula u oprimirle con fuerza el conducto auditivo. ?Pero, ay, del que le deje marcas visibles! Y, ademas, no debeis permitir que haga ruido. ?Lo habeis entendido?

Durante las noches que siguieron, Bryan emitio sollozos y estertores, pero no le sacaron nada. Los simuladores estaban confusos. James no podia hacer nada. El juego del gato con el raton llegaria a su fin antes o despues, lo sabia por experiencia.

Kroner se mordio el labio y miro a Bryan y luego a James.

– Locos o no. Con tal de que comprendan que los mataremos si no obedecen, me importa un comino lo que entiendan.

El hombre delgado sacudio la cabeza:

– ?Ya te he dicho que Arno von der Leyen lo sabe todo! El Cartero nos exigira que nos deshagamos de el. ?Os lo digo yo!

– ?Vaya! -dijo Kroner sorprendido.

– ?Y como iba a poder hacerlo? -prosiguio en un tono caustico-. ?Por telepatia?

Kroner no sonreia. El Cartero era como un fantasma que tenia todas las ventajas de su lado.

– ?No crees que, a estas alturas, ya esta lejos de aqui? A lo mejor se ha olvidado de su fiel escudero. Y eso, ?en que te convierte a ti, Herr Hauptsturmfuhrer? ?No eres mas que un bufon, un insignificante saqueador de judios! ?Acaso no es lo que somos todos nosotros?

– ?Espera y veras!

Los ojos de Dieter Schmidt brillaron con un extrano ardor.

«?David Copperfield! Hoy pienso dedicarme a David Copperfield.» James apreto la nuca contra la almohada. La sala estaba en silencio. Desde el primer entusiasmo de la infancia. James siempre habia considerado David Copperfield corno la mayor proeza de Charles Dickens. Tambien las obras de Victor Hugo, Swift, Defoe, Emile Zola, Stevenson, Kipling, Alejandro Dumas estaban esculpidas en la memoria de James. Pero por encima de todos brillaban Charles Dickens y David Copperfield.

Por la tarde, durante el rato en que las enfermeras estuvieron muy ocupadas realizando sus tareas rutinarias, James pudo recrear tranquilamente aquel cuento reconfortante. Y esas recreaciones requerian tranquilidad. La confusion y la concatenacion de pensamientos se habian convertido en sus mayores enemigos. Las pastillas, aquel asqueroso preparado de cloro, enturbiaban su memoria, incluso mas que los tratamientos de choque. «Su primera esposa se llamaba Dora. ?Y la segunda? ?Emily? No, no era ella. ?Acaso se llamaba Elisabeth? ?Que disparate!»

En medio de aquel reconocimiento doloroso y el miedo incipiente a que la memoria hubiera sufrido danos irreparables. James se vio interrumpido. Los dos enfermeros dieron unas cuantas palmadas, abrieron las carpetas y sacaron los informes medicos:

– ?Os trasladamos! ?Recoged vuestras pertenencias, pasais al piso de arriba!

Despues de que hubieran pasado lista, sacaron a los hombres al pasillo y trajeron a un nuevo grupo de pacientes que los sustituirian. La hermana Petra sonrio a James y se sonrojo levemente.

La tarea de trasladarlos habia recaido en Vonnegut. La constelacion era temible. Un total de siete hombres: los tres compinches, el y Bryan, el hombre de los ojos enrojecidos y el Hombre Calendario. Cinco simuladores en una misma sala.

– ?Los senores estan en franca mejoria, segun el medico mayor! -La duda se dibujo nitidamente en el rostro de Vonnegut al pronunciar aquellas palabras-. Os quieren separar de los demas. Asi os recuperareis antes, dice. Ha quedado una sala libre en el piso de arriba. Esta totalmente vacia, ?Los han enviado a todos al frente!

CAPITULO 22

Lo primero que ocurrio fue que el Hombre Calendario engancho su hoja con la fecha en la pared. 6 de octubre de 1944, rezaba.

La estancia era mucho mas pequena que la antigua sala que habian ocupado. Los sonidos les llegaban amortiguados, la locura del piso de abajo se habia eclipsado.

La vista desde la cama que James ocupaba, en solemne aislamiento desde la pared del fondo mas corta, era aterradoramente amplia. A su derecha, Dieter Schmidt y el hombre de la cara ancha estaban al acecho, uno a cada lado del Hombre Calendario, Wemer Fricke. En la otra punta de la sala, la puerta daba golpes al son de las rafagas de viento.

James contemplo embotado la cama de Bryan, que se hallaba entre la del hombre de los ojos enrojecidos y la de Kroner. Dentro de unas horas, cuando volviera del tratamiento de choque, Bryan se hallaria a merced de los simuladores, igual que el que, sin embargo, estaria inconsciente y sedado. Los dias que los aguardaban se harian interminables. Todas y cada una de las articulaciones de su cuerpo protestaron. Los organos internos estaban en vilo. Se sentia exhausto y debil.

«?Te sacare de aqui, Bryan! ?No te preocupes!», penso con la cabeza embotada.

No obstante, ahora debia procurar reponerse.

La mano de Kroner ya se habia agitado en un gesto de rechazo por las ganas de hablar de Horst Lankau. James se dio cuenta, por primera vez, de que Kroner era capaz de sudar. Paseo la mirada minuciosamente por la habitacion. Tal vez solo fuera cuestion de meses hasta que se los considerara aptos para servir al Fuhrer.

– ?Thieringer no sospecha nada! -comenzo a decir Kroner en voz baja mientras miraba a Lankau y luego a Dieter Schmidt-. Pero las perspectivas no nos son favorables. Antes de que nos hayamos dado cuenta, estaremos de vuelta en nuestros puestos. ?Como creeis entonces que nos iran las cosas? ?Y el Cartero? ?Acaso tambien tiene una solucion para este problema, Schmidt?

– Ya me preocupare yo de no volver al frente, eso puedes darlo por seguro. ?Y si yo puedo, vosotros tambien! -gruno Lankau bajando la voz-. En mi opinion, tenemos un problema bastante mas grave.

Lankau se puso en pie y se encaro tranquilamente al Hombre Calendario.

– ?Ya puedes ir levantandote, Fricke! Tu sitio esta aqui -anadio golpeando la cama que le habia tocado.

El Hombre Calendario apenas se daba cuenta de la gravedad del hombre de la cara ancha y no hizo ni el mas minimo ademan de ponerse en pie. Tras el tercer golpe, Lankau cerro el puno y lo planto con un gesto amenazador delante de la cara del Hombre Calendario.

– La proxima vez no te dare con la palma de la mano, ?has entendido? ?Sera con esto! ?Que? ?Te mueves?

– ?Como crees que les sentaran a las enfermeras todos estos cambios? ?Es que ahora tu vas a decidir cual va

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