esperaba rebajaba extraordinariamente las posibilidades de salir ileso del intento. Aquel oscuro abismo no ofrecia ningun atenuante. Si la caida lo mataba, lo haria de forma rapida e indulgente. En cambio, si se lesionaba y lo atrapaban, la policia de seguridad se encargaria de vengarse cruelmente.
El edificio que encerraba las cocinas y que se apoyaba placidamente contra la pared rocosa restaba apacible en medio de la oscuridad. Unos sonidos de sobra conocidos se escurrieron por el muro anunciando la ronda rutinaria de los guardias. El vaho salia de sus bocas y llevaba sus risas ahogadas hasta el lugar en el que se hallaba Bryan, a unos pocos metros por encima de sus cabezas.
Cuando aquellos viejos hubieron dejado el edificio atras, uno de ellos prorrumpio en una risa estridente. En el preciso instante en que las carcajadas lo alcanzaron, se oyo un crujido y el estante se desprendio de la pared.
Tan solo salieron unos cuantos tacos contenidos de entre los labios de Bryan. A la vez que apretaba los codos contra el muro a fin de abrirse paso hacia afuera, busco inutilmente algo en lo que apoyar el pie.
Estaba empapado en sudor a pesar del frio que hacia. Los guardias todavia no habian desaparecido completamente por detras de la plaza, pero los perros estaban distraidos por el regocijo burlon y bailaban juguetones alrededor de las piernas de sus guias.
Dentro de poco volverian.
El estruendo que se produjo en el almacen era imposible de definir. Ya antes de que una mano de hierro se cerrase alrededor de su tobillo, Bryan hizo un intento desesperado por precipitarse hacia adelante.
Pero para entonces ya fue demasiado tarde.
CAPITULO 21
Las nauseas y el malestar que las transfusiones de sangre le provocaban todavia no habian abandonado a James. El miedo lo perseguia; las voces se confundian facilmente confundiendolo a el; las fuerzas lo habian abandonado.
El estado de inconsciencia le habia robado el tiempo, la ensonacion habia llegado a su limite.
Los multiples electrochoques, el trato brutal y los efectos secundarios de las transfusiones de sangre habian jugado una mala pasada a la memoria de James. La mayoria de las peliculas y de los libros habian desaparecido o se habian fundido unos con otros. Atras tan solo quedaban los clasicos mas significativos de la literatura y del septimo arte. Y, por supuesto, el miedo.
James se encontraba fatal, enfermo en cuerpo y alma; solo, rendido y drenado de lagrimas. A su alrededor acechaban la impotencia y la locura. Rostros abatidos, manias reprimidas y actitudes desmanadas y depresivas. Y luego estaban sus torturadores y, como colofon, Bryan.
Ahora que los simuladores habian elegido a una nueva victima, James se abandono a la suerte fingiendo estar completamente traspuesto la mayor parte del dia.
No le supuso un gran esfuerzo.
Los simuladores habian detenido a Bryan. «?Lo cogereis vivo -habia grunido Kroner mientras tiraban de el-. ?Limpiareis la sangre de la pared del almacen y volvereis a colocar el estante en su sitio!» Era admirable la rapidez con la que habian obedecido la orden. En la sala, solo el hermano siames, cuya mirada se debatia entre el suelo y la cuerda con la que se podia avisar a la enfermera, parecia estar inquieto. Kr5ner bufo como si fuera un gato salvaje hasta que el siames empezo a gimotear y se encogio debajo de la manta adoptando la postura fetal.
Bryan se dejo llevar, sin apenas oponer resistencia, cuando lo condujeron a la sala. Le sangraban las manos. Los simuladores estaban inclinados sobre el, dejando caer una pregunta detras de otra mientras penetraba la primera luz suave de la manana por las contraventanas en la sala: ?Habia mas simuladores? ?Tenia complices? ?Que sabia?
Sin embargo, Bryan mantuvo la boca cerrada y los simuladores vacilaron. ?Realmente simulaba? ?Habia intentado huir o suicidarse?
Bryan tambien supero la prueba de la manana siguiente. Sin embargo, todo el despedia desesperacion.
La mujer de la limpieza habia descubierto marcas en la pared. Dio la alarma y tiro del estante suelto sin llegar con ello a causar una impresion digna de mencionar en la supervisora de la seccion.
Hacia rato que la ronda de aseo de la manana habia terminado. Los simuladores lo habian mirado de reojo con una extrana mezcla de alivio y maldad cuando Bryan, con todos los miembros entumecidos, se habia dirigido al bano para borrar todas las huellas de la noche de los brazos, las manos, el camison y el cuerpo.
Sin embargo, no habia logrado borrar los rasgunos en las puntas de los dedos que se habia infligido luchando por salir por la ventana. Uno de los enfermeros vio las estrias sangrientas en los dedos y le comunico su sospecha a su sustituto, senalando a Bryan con el dedo.
Y James vio que Bryan se habia dado cuenta de ello.
Entrada la manana, finalmente se presento el oficial de seguridad en la sala. Cuando se disponia a examinar a cada uno de los pacientes, el enfermero cogio las manos de Bryan de debajo de la manta y, con un gesto acusatorio, se las enseno al oficial. Bryan se limito a sonreir tontamente y a asentir con la cabeza. Una enorme cantidad de astillas despuntaba de las puntas de los dedos sangrantes. Parecian las puas de un erizo. El enfermero fruncio el ceno y sacudio los brazos de Bryan como si fueran el cuello de un cachorro travieso. Bryan se deshizo del enfermero y golpeo varias veces las manos contra los postigos con fuerza mientras cerraba los ojos con una expresion de euforia atravesandole la cara.
La autoridad del oficial se manifesto de forma tan sonora que todos se estremecieron. Fuera de si, agarro a Bryan por las solapas y lo arrastro al suelo.
– ?Ya te ensenare yo a burlarte de nosotros! -profirio con un bufido, a la vez que obligaba a Bryan a ponerse en pie.
Alli estaba Bryan, con los hombros caidos, enfrentado a su destino.
James sabia que luchaba por su vida.
Durante un rato, los simuladores encontraron la situacion graciosa y parecieron divertirse al ver como Bryan, en una lucha febril contra el tiempo que lo separaba de la inspeccion del oficial de seguridad, se clavaba las astillas restregandose las manos contra los postigos rugosos. Pero de pronto dejaron de reirse.
El oficial examino el cuerpo de Bryan palmo a palmo. El camison estaba arrugado y grisaceo, todavia algo humedo tras el refregon concienzudo de la manana. El enfermero se encogio de hombros.
– ?Supongo que no se lo quito para ducharse!
En lugar de soltar la punta del camison, el oficial lo levanto un poco mas. Con un gesto suave, casi acariciante, agarro los testiculos de Bryan y lo miro a la cara amablemente.
– ?Se dejo llevar por las ganas de volver a casa, Herr Oberfuhrer? Puede confiar en mi, senor. ?No le pasara nada!
Permanecio en la misma postura un buen rato, mirando a Bryan a los ojos sin soltar la mano con la que tenia agarrados sus testiculos.
– Y, por supuesto, no entiende lo que le estoy diciendo, ?verdad, Herr Oberfuhrer? -prosiguio.
El dolor que se esbozo en el rostro de Bryan cuando el oficial cerro la mano, no logro, sin embargo, ocultarle a James la impotencia y la confusion que sentia. Las preguntas resultaban tan mortalmente incomprensibles para Bryan como para el Amo von der Leyen demente que se suponia que era. En aquellos segundos que transcurrieron, la importancia de entender se vio totalmente eclipsada por la de no entender. La pasividad irrito al oficial, pero tambien lo hizo dudar.
A la quinta pregunta, el oficial cerro la mano con tal fuerza que los vomitos de Bryan ahogaron sus aullidos. Bryan cayo hacia atras entre aullidos sofocados por las gargaras y las convulsiones, con tan mala suerte que el abdomen choco contra el lateral de la cama y la cabeza se estrello contra el postigo. Con una rapidez asombrosa, en un reflejo asimilado a traves de)a practica, el oficial habia soltado a su presa y habia dado un paso a un lado para no ensuciarse. Entonces profirio una orden y un enfermero acudio rapidamente para limpiar el suelo alrededor de sus botas.
Los vomitos se habian derramado por la cama vecina. Uno de los pacientes se levanto y paso por el lado de la cabecera manchada de la cama con el indice extendido senalando hacia la pared exterior.
James no sabia gran cosa de el; se llamaba Peter Stich y siempre tenia los ojos enrojecidos. Esta vez fue,