recuperado. Sin embargo, se suponia que estaban lo suficientemente bien como para servir de carne de canon.

Ambos estaban orgullosisimos e ingenuamente alegres. Mencionaron Arnhem; por lo visto, aquel seria su destino.

Cuando el vecino se despidio de Bryan y lo miro fijamente a los ojos, a Bryan le resulto imposible recordarlo como el paciente que se habia pasado los ultimos ocho meses respirando y jadeando pesadamente.

Despues de recibir noticias de las primeras victorias alemanas en Arnhem, el ambiente en la sala empezo a alterarse. Algunos de los pacientes, aquellos que estaban a punto de ser dados de alta, enderezaban la espalda y no dejaban pasar la ocasion para demostrar que estaban mejor. El resto de la gente de la seccion mas bien empeoro: proferian alaridos por la noche, sacudian el cuerpo con mayor insistencia y rabia, hacian mas muecas, se retorcian y retomaban sus sucios habitos alimenticios. Tambien los simuladores reaccionaron. El hombreton del rostro picado de viruela intensifico sus servicios y cuidados hasta tal punto que, durante unos cuantos dias, los enfermeros se vieron obligados a asumir sus tareas para evitar que escaldara a alguien o derribara a los medicos cuando corria de un lado a otro en cumplimiento de sus multiples quehaceres. El de la cara ancha representaba diariamente su particular espectaculo y no paraba de gritar «heih a Vonnegut y a los demas pacientes de la sala. Algunas noches habia hecho que la enfermera de guardia entrara corriendo y se precipitara a su lado por un repentino ataque de felicidad al que daba rienda suelta cantando a viva voz y golpeando ritmicamente los barrotes de la cama.

Bryan opto por imitar al simulador enjuto: encogia el cuerpo, se escondia debajo de la manta y se mantenia relativamente callado.

Su evidente alto rango, la gran responsabilidad, su fragilidad v su dudosa recuperacion eran el seguro de vida de Bryan y su garantia de que no acabaria en el frente como sus dos vecinos. A lo mejor, no sabrian adonde destinarlo.

Bryan no temia por su vida; solo por la de James, como tambien temia lo que podria llegar a ocurrirseles a los simuladores.

Habia despertado de su inconsciencia con una sombra de su antiguo yo, espiritualmente pasivo y fisicamente demacrado. Todavia pasaria algun tiempo hasta que pudiera volver a levantarse y abandonar la cama.

Y, por entonces, Bryan ya llevaba mas de cuatro meses dandole vueltas y mas vueltas a la fuga y a la manera de llevarla a cabo.

El principal problema de la fuga era la ropa. Aparte del camison, Bryan solo poseia un par de calcetines que cada tres dias era sustituido por otro aun mas destenido y gastado que el anterior. Desde que Bryan habia empezado a ir al bano por cuenta propia, tambien le habian suministrado un albornoz. Su idea habia sido que aquel albornoz tendria que resguardarlo de las frias rafagas de viento.

Y ahora el albornoz habia desaparecido; uno de los enfermeros llevaba mucho tiempo sin quitarle ojo. Hacia tiempo que habian desaparecido las zapatillas.

La distancia que lo separaba de la frontera suiza era asequible, apenas unas treinta o treinta y cinco millas. El cielo seguia teniendo un aspecto veraniego y dibujaba el contorno del paisaje con lineas nitidas y claras, aunque de noche hacia frio.

Unas semanas antes, el viento del oeste se habia levantado y habia transportado nuevos sonidos hasta el lugar. Como un eco de salvacion, un silbido intermitente y el traqueteo profundo de un convoy ferroviario. «?Nos encontramos en las faldas de las montanas, James! -penso-. ?Las vias del tren no estan lejos! ?Podemos saltar al tren y llegar a la frontera! Ya lo hicimos una vez; ahora volveremos a hacerlo. ?Nos llevaran hasta Basilea, James! ?Saltaremos!»

Sin embargo, James constituia un problema. Los bordes azulados debajo de sus ojos no desaparecian.

La hermana Petra estaba cada vez mas seria.

Una noche, Bryan entendio por fin que tendria que huir solo. Se habia despertado sobrecogido, con la sensacion, de la que no lograba librarse, de que habia hablado en suenos. El hombreton del rostro picado de viruela estaba de pie al lado de la cama con la mirada fija en el. En aquella mirada se palpaba la sospecha.

Ya no podia aplazar la fuga por mas tiempo.

En algunos momentos de peligro habia considerado la idea de dejar a algun enfermero sin conocimiento y robarle la ropa. Tambien cabia la posibilidad de que un medico hubiera dejado su ropa de paisano en la seccion o en uno de los despachos. Sin embargo, sus ilusiones no parecian querer coincidir nunca con la realidad. El campo de accion diario de Bryan era limitado. Solo conocia a fondo la sala, el consultorio, la sala de electro-choques, el lavabo y las duchas. Ninguna de aquellas estancias encerraban nada que pudiera serle util.

La solucion le llego cuando uno de los pacientes orino en la puerta que daba a las duchas y empezo a gritar y a aullar hasta que el personal acudio al lugar y le fue administrado un calmante. Mientras Vonnegut estaba de rodillas recogiendo la orina, Bryan aprovecho para acercarse a la puerta del lavabo dando saltitos y sacudiendo la cabeza como quien no quiere la cosa.

La puerta delante de los compartimentos de los vateres estaba abierta de par en par. Bryan se sento pesadamente sobre la tapa y dejo la puerta entreabierta. No se habia fijado nunca en el almacen que habia dentro.

En realidad, era un armario grande donde almacenaban panos, detergente, escobas y cubos de cualquier manera, sobre estantes o directamente en el suelo.

Un rayo de luz lateral iluminaba la estancia. Vonnegut seguia enfrascado en la limpieza del suelo y no se reprimia precisamente a la hora de contar adonde deseaba ir el y adonde queria que se fuera el resto del mundo. Bryan alcanzo el armario en dos pasos. Examino el marco: estaba tierno; la cerradura apenas sostenia aquella madera fragil, hacia tiempo que el herraje habia dejado de ofrecer resistencia. La puerta se abria hacia adentro y podia abrirse dandole un empujon decidido al tirador, si a su vez se ejercia presion sobre la puerta con la rodilla.

Al otro lado de la puerta colgaba una bata ajada de un colgador de porcelana. Bryan solto un grito ahogado cuando Vonnegut abrio la puerta de golpe. Cogido firmemente de la muneca, el corazon latiendo a toda velocidad y conteniendo la respiracion fue conducido de vuelta a la cama.

Bryan estuvo repasando una y otra vez lo que habia visto en el armario empotrado hasta que desaparecio la luna y la sala se sumio en la oscuridad. Habia abandonado la cama para dirigirse al vater cuatro veces durante las primeras horas de la noche. En aquella seccion, los ataques constantes de diarrea eran bastante frecuentes. La comida, cada vez mas miserable, estaba surtiendo efecto.

La primera vez que Bryan visito el vater, se habia metido en el almacen y habia sacado los dos estantes superiores.

En el almacen habia una ventanita. Era dificil acceder a ella porque se hallaba en lo mas alto del armario, por encima del estante superior, pero era suficientemente amplia para salir por alli. Al contrario de los estrechos resquicios que habia debajo del techo de la sala de duchas y en los lavabos, esta ventana no tenia rejas.

Los ganchos de la ventana se soltaron de sus pestillos sin hacer ruido.

Bryan se decidio rapidamente. La proxima vez o la siguiente lo intentaria. Se pondria la bata, se subiria al estante, se escurriria por la ventana y pondria todas sus esperanzas en salir ileso de la caida. Luego se dirigiria hacia la plaza de actos y saltaria la alambrada; un plan con el que tenia todas las de perder; una empresa arriesgada, como la mayor parte de las misiones que el y James habian sobrevivido. Y, esta vez, James estaba inconsciente en la cama. La realidad era un senor severo. La sensacion de tener que convivir el resto de su vida con el remordimiento lo desgarraba. Pero ?que otra cosa podia hacer?

Hicieron falta tres visitas mas al bano, hasta que Bryan decidio quedarse en el almacen. La segunda vez lo interrumpio el hombrecito de los ojos inyectados en sangre. Tiraron de la cadena y volvieron, codo con codo, a sus seguros nidos.

Por fin, a la tercera, Bryan se sintio confiado y se enfundo la bata. Una pobre proteccion contra el frio.

El estante del armario crujio amenazadoramente cuando Bryan tomo impulso y se agarro al marco de la ventana; esta era bastante mas estrecha de lo que habia creido. No se oyo ni el mas minimo ruido de la sala.

Saco el torso por la ventana hasta alcanzar el punto en que su cuerpo estuvo a punto de precipitarse al vacio. A pesar de la oscuridad, el abismo al que se habia asomado aparecio aterradoramente detallado ante sus ojos. El salto era suicida.

Los saltos en paracaidas y las veces que habia simulado un accidente aereo hacian que Bryan estuviera mejor preparado para la caida que la mayoria de la gente. Sin embargo, una caida libre de seis metros como la que le

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