creando unas reglas para la supervivencia que, en circunstancias normales, resultarian absurdas e irracionales. Y en medio de su desesperacion, Bryan sabia que la impotencia era el unico estado al que podia abandonarse.
La noche previa a la manana en que la hermana Petra lo encontro inconsciente en medio de un charco de sangre, James paso su ultima crujia. El embotamiento y el extravio dejaban bien a las claras la gravedad de la situacion. Tanto Holst como un medico de las secciones somaticas acudieron a la sala. «Por el amor de Dios, si esta clarisimo que ese agujero en la cabeza no ha aparecido por si solo», mascullo Bryan entre dientes cuando inspeccionaron el borde de la cama, los barrotes de la cabecera y el suelo, en busca de una posible explicacion a las lesiones que habia sufrido James. «Traidor», se dijo, a la vez que rezaba por que le salvaran la vida a James.
A pesar de las reticencias de los medicos, se puso en marcha una investigacion. El joven oficial de seguridad examino minuciosamente la herida profunda, palpo la frente de James como si el fuera el verdadero responsable medico e inspecciono cada centimetro de la cama. Despues paso a examinar el suelo, las paredes, las patas de las camas. Y al no encontrar nada, repaso la sala cama por cama y tiro de cada una de las mantas para comprobar si algun paciente tenia algo que esconder. «Santo Dios, deja que haya marcas en sus manos o sangre en su camisones», suplicaba Bryan con fervor. Porque la sangre tuvo que manar del cuerpo de James, que estaba palido como una sabana. Sin embargo, el oficial de seguridad no encontro nada. Entonces apremio a las enfermeras, que apenas eran capaces de discernir quien debia hacer que, y empezo a correr arriba y abajo, hasta que la hermana Petra aparecio con lo que necesitaban.
Antes de que Bryan tuviera tiempo de entender la gravedad de lo que se avecinaba, ya habian introducido una aguja en el brazo de James. A aquella distancia, la botella que pendia sobre su cabeza era tan negra como el carbon.
«Oh, ahora te moriras, James», penso Bryan mientras intentaba evocar lo que James habia dicho acerca de las transfusiones de sangre y de los grupos sanguineos en el tren hospital, hacia ya mucho tiempo. «Tu puedes hacer lo que quieras, Bryan, pero yo pienso tatuarme un A+ en el brazo», habia dicho James, firmando asi su propia sentencia de muerte. Ahora el plasma mortifero se escurria desde la botella a traves del tubo. Estaban mezclando dos grupos sanguineos diferentes en un cuerpo lacerado.
Bryan estaba convencido de que los simuladores no habian pretendido matar a James. No era que no pudieran hacerlo si asi lo deseaban, pero no querian. Un muerto cualquiera no constituia ningun peligro. Pero Gerhart Peuckert no era un paciente cualquiera, era Standartenfuhrer de la policia de seguridad de las SS. Y si llegaban a la conclusion de que habia sido azotado hasta morir o que habia fallecido en circunstancias poco claras, no se andarian con chiquitas, una vez se hubieran iniciado la investigacion y los interrogatorios.
Los simuladores habian querido cerciorarse y mantener el control de la sala. De momento, no habian conseguido ni una cosa ni otra.
Mas tarde desnudaron a James para lavarlo. Estaba palido. Bryan suspiro aliviado al descubrir que no llevaba el panuelo alrededor del cuello. Tambien era el unico atenuante. Los tres hombres seguian atentamente la escena. Cuantas mas marcas negras aparecian, cuantos mas cardenales graves afloraban sobre la piel de James, mas se hundian aquellos tres diablos en sus lechos seguros.
Los intentos reiterados de la hermana Petra por poner al descubierto las causas de aquella catastrofe eran inmediatamente desbaratados con grunidos autoritarios por parte de sus superiores. La pequena Petra perturbaba el ambiente. AI contrario de ella, a la hermana Lili le preocupaba normalizar la situacion en la seccion cuanto antes. Por lo visto, en ella imperaba la creencia practica de que cualquier sospecha de delito podia marcarla con el estigma de la culpa. Las investigaciones y los interrogatorios podian llegar a levantar sospechas, las sospechas darian lugar a la suspicacia y la suspicacia podria significar un traslado. La consecuencia podia ser el traslado al servicio sanitario en el frente oriental.
Seguramente, no le pasaba nada a la imaginacion de la hermana Lili. Por eso, el cuidado de James, a pesar de las protestas de Petra, recayo en la hermana Lili durante el par de dias que siguieron. El paciente estaba enfermo y, por tanto, el paciente recibia su plasma. Resulto en dos botellas de plasma sanguineo. Vertieron mas de un litro de sangre de un grupo equivocado en el cuerpo de James.
Y sobrevivio.
CAPITULO 20
A medida que se iban arrastrando los dias, Bryan fue descubriendo que la pesadilla no se habia acabado, ni por asomo.
El primer aviso llego cuando, una manana, Bryan se desperto y vio a Petra temblorosa, sentada al borde de la cama de James, estrechando la cabeza del enfermo contra su pecho. Petra lo acariciaba como si James estuviera llorando.
Unos dias despues, James vomito estando incorporado en la cama. Aquella misma noche, Bryan se atrevio a pasar por el lado de su cama aprovechando que el hombre de la cara ancha y el del rostro picado habian salido a por la comida. Aparentemente, el tercer simulador dormia profundamente.
El rostro de James volvia a tener un aspecto muy delicado. La piel era de pergamino y las sienes estaban tenidas de azul en los deltas arteriales.
– ?Tienes que ponerte bien. James! -le susurro Bryan mientras echaba un vistazo a su alrededor-. Pronto llegaran las tropas aliadas. Un mes o dos mas, y ya veras, volveremos a ser libres.
Sus palabras no parecieron surtir efecto. James sonrio y apreto tos labios como queriendo hacerlo callar. Entonces modelo unas palabras. Bryan tuvo que acercar la oreja a sus labios secos para poder entender lo que le decia.
– Mantente alejado de mi -se limito a susurrar.
Cuando Bryan reculo alejandose de James, el simulador mas enjuto dio un golpe con su manta.
Los aliados volvieron a bombardear Karlsruhe enviando flujos masivos de refugiados hasta las entranas idilicas y protectoras de la Selva Negra.
A finales del mes de setiembre tuvieron lugar una serie de acontecimientos que obligaron a Bryan a revisar, quiza por ultima vez, las precauciones que hasta entonces habia tomado.
Una manana radiante, en que la luz otonal irrumpia con todo su fulgor entre los postigos, volvieron a encontrar a James a punto de desangrarse. Todas las vendas estaban desgarradas y las heridas de la cabeza, que habian estado a punto de cerrarse, volvian a estar abiertas, drenadas de sangre. El color de la piel de James se confundia con el de las sabanas. Sus manos estaban cubiertas de sangre coagulada. Creyendo ciegamente que James se habia infligido aquellas heridas, le vendaron las manos para que no pudiera volver a hacerlo.
Y luego le administraron otra transfusion de sangre.
Bryan no supo a que santo encomendarse al ver que aquella botella de cristal volvia a balancearse sobre la cabecera de la cama de James.
En medio de una neutralidad armada, Bryan y los simuladores seguian vigilandose mutuamente.
Un dia, en mitad de uno de esos equilibrismos, James se sumio en una inconsciencia tan profunda que el doctor Holst se vio obligado a usar la palabra «coma». Sacudio la cabeza y, en un mismo movimiento, se dio la vuelta sonriente hacia los dos vecinos de Bryan que, por fin, habian recibido el alta.
Era la primera vez que Bryan veia a alguien de la sala vestido con un traje que no fuera el camison. Desde el primer dia habian transitado literalmente con el culo al aire, envueltos en aquella indumentaria que les llegaba a las rodillas y que se cerraba en el cuello con una cinta. En contadas ocasiones habian llevado calzoncillos, muy contadas.
Los dos oficiales estaban resplandecientes y, con motivo del gran dia, habian recobrado toda su autoridad y su dignidad, enfundados en aquellos pantalones de montar recien planchados, tocados con aquellas gorras altas y rigidas y con toda aquella quincalla colgandoles de las solapas de los uniformes almidonados. El doctor les dio la mano y las enfermeras hicieron una reverencia. Tan solo unos dias atras, aquellas enfermeras los habian golpeado al pasar desnudos por su lado despues de la ducha. Cuando el vecino de Bryan le quiso dar la mano a Vonnegut, la timidez y la confusion se apoderaron del pobre hombre hasta tal punto que, en lugar de ofrecerle la mano izquierda que estaba sana, le estrecho el garfio de hierro.
Resultaba dificil imaginarse como lograban los medicos distinguir entre un paciente enfermo y otro