mantuvieran alertas a su paso. Era una mujer elegante, esposa de un oficial de las SS y la unica familiar cuya visita se aceptaba en aquella ala.

Sin embargo, una vez habia pasado de largo, los jovencitos empezaban a cuchichear confidencialmente con los rostros siempre sonrientes. A todos los demas, incluidos los medicos, los miraban con indiferencia. Conocian su trabajo y lo llevaban a cabo con eficacia y sin rechistar. Mientras cumplieran su cometido e hicieran el papel que se les habia asignado no tendrian nada que temer. Antes dieciocho horas de guardia diarias que una sola en el frente.

Petra tenia que darle la razon a Thieringer. Horst Lankau ya no era el mismo de antes. Aquel ancho y curtido rostro, rubicundo y jovial, habia dejado de sonreir. Los demas pacientes parecian tenerle miedo. El medico mayor tambien habia tenido razon al decir que lo habian encontrado en la habitacion de Devers y del heroe de la seccion, Amo von der Leyen, sin motivo aparente.

Cuando finalmente le prohibieron abandonar su habitacion, su ira se habia desbocado. Las protestas se habian tornado sorprendentemente concretas y ricas en insultos cuando lograron administrarle un sedante.

Desde entonces habia recuperado algo de su antiguo don de gentes.

Habian ocurrido muchas cosas ultimamente. Wilfried Kroner mejoraba a pasos agigantados y se movia con toda libertad por la Casa del Alfabeto. Para gran regocijo de todos, llevaba la ropa sucia al sotano y empujaba el carrito de la cantina por todas las plantas. Aparte de los espasmos cronicos que sufria y que sobre todo se traducian en incontinencia urinaria y esporadicas convulsiones que le ocasionaban ciertas disfunciones a la hora de expresarse verbalmente y que, de vez en cuando, le provocaban torticolis, parecia que el tratamiento, a grandes rasgos, estaba tocando a su fin.

El extravagante Peter Stich, de sonrisa casi sardonica, habia dejado de mirar fijamente el chorro de agua de la ducha pero, en cambio, habia empezado a hurgarse la nariz con tanta fruicion que parecia que, de esa forma, intentara eliminar las jaquecas que sin duda padecia. Cuando sufria uno de aquellos ataques, la sangre le salia a chorros. Petra lo odiaba. Lo ensuciaba todo y, ademas, irritaba sobremanera a los enfermeros.

Y luego estaba el chapaleo del dedo escarbando la nariz freneticamente; le provocaba nauseas.

Los guardias habian encontrado un nuevo objeto merecedor de su atencion. Habian ingresado a un Obergruppenfuhrer que habia sufrido un colapso nervioso en la habitacion contigua a la de Amo von der Leyen. Aunque los camilleros que lo habian subido a la planta lo describieron con toda suerte de detalles, nadie, aparte de un par de medicos y de Manfried Thieringer, conocia la verdadera identidad del general. Petra solo sabia que se trataba de un senor distinguido de mediana edad que parecia que chocheaba.

No permitian que nadie entrara en su habitacion sin que estuviera acompanado por el medico mayor. Lo unico que necesitaba era un poco de paz y tranquilidad para reponerse, decian. El escandalo seria sonado si se divulgaba que uno de los pilares del Tercer Reich estaba ingresado en aquel lazareto.

Gisela Devers habia intentado, habil pero vanamente, obtener un permiso para saludarlo. Era asi como habia alcanzado la posicion que ostentaba actualmente, habia quien insinuaba. Petra no lo tenia tan claro. Su bolso llevaba el logotipo de la casa I. G. Farben. Se rumoreaba que pertenecia a la familia de los propietarios, algo que tanto sus ropas como su matrimonio parecian corroborar; una razon plausible que explicaba que pudiera ir y venir con tanta libertad.

CAPITULO 25

De pronto un dia Lankau dejo de importunar a Bryan.

Fuera mandaban los guardias. No sabia por que los habian apostado en la puerta, pero su companero de habitacion no era, desde luego, un cualquiera.

Los dos soldados de las SS eran, si cabe, mas jovenes que el y sus ojos mas frios que los de un cadaver.

Solian dejar la puerta abierta de par en par dos o tres veces al dia, para que se aireara el pasillo. En aquellas ocasiones, el hombre del rostro picado de viruela acostumbraba pasar por delante de la puerta murmurando frases ininteligibles.

La dulzura que intentaba transmitir no enganaba a Bryan; bajo aquella fachada afable asomaba una gravedad alarmante y embrutecida.

La combinacion era aterradora.

Cuando entraba en la habitacion, siempre empezaba por ajustar la almohada del vecino y luego le acariciaba la mejilla. Entonces solia volverse hacia Bryan con una expresion feroz y se llevaba un dedo a la garganta trazando una linea que queria significar que le cortaria el cuello en cuanto se le presentara la ocasion. Volvia a darle una palmada carinosa al paciente inconsciente y seguia la ronda con una sonrisa bonachona en los labios.

Tambien el flaco solia detenerse para contemplarlo con una mirada ferrea cuando la puerta estaba abierta. Los guardias no le permitian hacer nada mas.

Despreciaban sus formas.

De noche, Bryan estaba solo. Tan solo hacia falta un solitario jadeo de su vecino inconsciente para que se incorporara en la cama de un sobresalto.

Solian dejarle las pastillas sobre la mesita de noche para que se las tomara el mismo.

Al caer la noche cerraban la puerta con llave y Bryan ya no podia abandonar la habitacion para ir al bano hasta la manana siguiente. La habitacion no tenia lavabo. Tras unos cuantos intentos de disolver las pastillas en la orina del orinal habla abandonado aquel metodo para deshacerse de ellas. Por tanto, siempre esperaba a que la seccion estuviera totalmente en calma y no se oyera ni el mas minimo ruido. Entonces, y solo entonces, se dirigia a la cama de su vecino, le retiraba la mascarilla y le metia las pastillas trituradas en la boca. Solia toser un poco cuando Bryan le acercaba el vaso de agua a los labios, aunque la verdad es que, un rato despues, siempre acababa por tragarselas.

Las enfermeras tambien le administraban medicamentos. Bryan no sabia si la mezcla tenia como objetivo que siguiera durmiendo o que despertara de una vez por todas, pero lo que si le preocupaba era si la combinacion resultaria tener consecuencias fatales. Sin embargo, no paso nada. Simplemente, su respiracion se volvio mas calmosa, mas fluida.

Si los simuladores seguian teniendo la intencion de acabar con su vida, tendrian que actuar de noche. Por tanto, las noches de Bryan debian convertirse en dias y tos dias en noches para que pudiera mantenerse alerta por si aparecian.

Les plantaria cara. Si gritaba con todas sus fuerzas, la sala de guardia estaba lo suficientemente cerca para que alguien acudiera a tiempo en su ayuda.

Gritaria hasta despertar a los muertos, incluso a su vecino.

Y entonces fue cuando aparecio Gisela Devers e interrumpio su descanso; una interrupcion peligrosa pero a la vez embriagadora.

Su presencia le traia recuerdos de las fiestas que la familia habia celebrado en la casa de Dover, cuando declinaba el periodo estival y la burguesia estaba a punto de dispersarse a los cuatro vientos hacia sus domicilios de invierno. Alli habia sido donde Bryan habia aprendido a embriagarse de los olores de las mujeres.

La Senora Devers tenia un par de anos mas que el. Su porte era majestuoso y sus ropas elegantes y ajustadas al cuerpo. La primera vez que Bryan la habia visto, habia dejado los ojos entreabiertos.

Aquel perfil gracioso y aquel cabello suave que despuntaba por la nuca debajo del recogido lo tenian atrapado. Bryan respiraba silenciosamente, husmeaba su perfume mientras el deseo iba creciendo en su interior. El aroma era suave y etereo, como una brazada de frutas frescas.

Ella se habia sentado ligeramente ladeada, la falda seguia las curvas de sus muslos.

Nadie hacia caso de Bryan. No esperaban que reencontrara su nivel de actividad habitual hasta pasados cuatro dias. De esta forma, podia contemplar tranquilamente a Gisela Devers desde la cama, envuelto en una agradable nube de somnolencia, en el limite entre el sueno y la conciencia.

De pronto, la noche del tercer dia, el cuerpo de Gisela habia empezado a temblar, como si estuviera a punto de romper a llorar. Se inclino sobre la cama de su marido y dejo que la cabeza colgara sobre el libro que tenia en el regazo. Era una vision desconsoladora. Bryan la comprendia.

Y entonces los temblores se concentraron en un segundo de silencio para, acto seguido, derivar en una risa

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