A pesar de que Fowles, por razones de educacion, se veia obligado a reclamar los comentarios de su jefe durante las cortas pausas entre entrevista y entrevista, no cabia la menor duda de que, finalmente, seria el quien tomaria las decisiones definitivas.

El segundo dia aparecio un candidato de nombre Keith Welles, un senor alegre y ligeramente enfermizo que, a pesar de la seriedad de la situacion, se permitio tomarse la entrevista desde un punto de vista humoristico. Llevaba esperando su turno todo el dia y era el ultimo candidato. Estaba claro que aquel hombre rubicundo no seria la opcion por la que optaria Ken Fowles. Escandinavia y Alemania, Austria y Holanda, que era la zona que cubriria, constituian un mercado demasiado importante para encomendarselo a una persona con la que Ken Fowles no se entendia a la perfeccion.

– ?Y que paso con su antigua zona de ventas? -inquirio Bryan adelantandose a su ayudante.

Welles miro a Bryan fijamente a los ojos. Parecia que hubiera estado esperando a que llegara la pregunta, pero no desde aquella perspectiva.

– Pues un poco de todo. Cuando eres un extranjero afincado en Hamburgo, tus productos tienen que ser mejores que los de los demas. Si no lo son, los alemanes prefieren tratar con un extranjero afincado en Bonn o, mejor todavia, con un aleman afincado en el extranjero. ?Asi es como funciona el sistema siempre!

– ?Y sus productos no eran mejores que los demas?

– ?Mejores? -Welles se encogio de hombros y aparto la mirada de Bryan-. Eran como la mayoria de los productos. En los ultimos anos, el campo en el que he trabajado ha sido demasiado limitado para abarcar grandes descubrimientos y milagros.

– ?Psicofarmacos?

– ?Pues si! ?Neurolepticos!

La sonrisa torcida de Welles hizo que Ken Fowles hiciera un gesto de impaciencia.

– Y, ademas, las modas cambian. Los preparados de cloropromacina han dejado de ser el alfa y omega en el tratamiento de las psicosis. Me dormi. Al final, mi stock era demasiado grande, las cantidades pendientes de cobro, todavia mayores, y las posibilidades de darle salida al producto, practicamente nulas.

Bryan recordaba el preparado que Welles habia mencionado a instancias de Fowles. Conocia muchos nombres distintos del mismo: largactil, prozil. Sin embargo, la denominacion comun era precisamente cloropromacina. Numerosos pacientes de la Casa del Alfabeto se habian consumido ante sus ojos haciendo de cobayas de un producto muy similar a aquel. Aunque el habia evitado tomarlo durante la mayor parte de los diez meses en que estuvo ingresado en el lazareto de las SS, los efectos secundarios de aquel precursor de la droga se habian convertido en una parte de la vida cotidiana de Bryan, incluso tantos anos despues. Solo con pensar en aquel producto, Bryan empezaba a sudar, se le secaba la boca y se azogaba.

– ?Usted es canadiense, senor Welles! -dijo Bryan en un intento de sobreponerse.

– De Fraserville, a orillas del rio Lawrence. ?Madre alemana, padre ingles, poblacion francofona!

– Un buen punto de partida para una carrera en Europa. Y, sin embargo, no cubre Francia. ?Por que?

– ?Demasiadas complicaciones! A mi esposa le gusta verme de vez en cuando, senor Scott. ?Es mas lista que yo!

– ?Y ella es la razon por la que aterrizo en Hamburgo, y no en Bonn?

Fowles no dejaba de echar vistazos a su reloj de pulsera. Intentaba sonreir. La historia de Welles no venia al caso.

– Llegue a Europa con motivo del desembarco en el golfo de Salerno, Italia, en 1943 con el X Ejercito britanico de McCreery. Por razones obvias, dada mi formacion de farmaceutico, fui destinado a las tropas sanitarias, con las que atravese todo el continente hasta que fui a parar a Alemania.

– ?Y alli estaba ella, esperandolo en la frontera?

Fowles esbozo una sonrisa que una mirada de Bryan hizo desaparecer al instante.

– No, que va, nos conocimos un ano despues de la capitulacion. ?Me destinaron al programa de reconstruccion!

Bryan dejo que contara su historia. Una serie de angulos de incursion que, hasta entonces, habia desconocido, se abrieron gracias a aquel relato.

Welles habia estado enrolado en el II Ejercito britanico de Dempsey cuando abrieron el campo de concentracion de Bergen-Belsen. Fue ascendido dos veces y testifico en varias ocasiones durante los procesos de Nuremberg acerca de los abusos medicos de los nazis en los campos de concentracion. Finalmente, fue destinado a un equipo de expertos, seleccionados por el servicio de inteligencia, para que inspeccionara los hospitales nazis.

Habia cientos de lazaretos dispersos por todo el pais. La gran mayoria de ellos habian sido abandonados, una vez cumplido su proposito. Algunos habian sido transformados con fines civiles en hospitales y clinicas privadas. Y luego estaban los lazaretos del tipo del manicomio de Hadamar, lugares en los que habian encontrado a los pacientes enterrados en fosas comunes; a los desfigurados, mutilados, repugnantes y dementes.

Habian sido tiempos horribles para el equipo de inspeccion. Incluso cuando se trataba de pacientes normales y corrientes con lesiones fisicas. El concepto que tenian los nazis del ser humano tambien abarcaba a sus propias filas. No era raro encontrarse con casos en los que la dieta de los hospitales, tan falta de grasas durante los ultimos meses de la contienda, hubiera causado danos irreparables en el sistema nervioso de los pacientes. De los muchos que visitaron, solo un numero muy limitado de lazaretos ubicados en el sur de Alemania y en Berlin ofrecia un estandar que podia calificarse de aceptable. Por lo demas, lo que habia tenido lugar en aquellos centros era mezquino.

Tras unos meses de registro, los sentimientos de Welles se habian agotado. Al final, dejo de importarle donde estaba, con quien estaba y que bebia. Dejo de pensar en volver a casa.

El concepto de «patria» habia dejado de tener sentido para el.

El ultimo destino de Welles habia sido el hospital de Bad Kreuznach, donde habia conocido a una joven enfermera con unas ganas increibles de vivir y una risa bendita que lo hicieron despertar. Bryan recordaba haber vivido algo parecido.

Se enamoraron y, un par de anos despues, se mudaron a Hamburgo, donde su mujer tenia familia y donde la gente no veia con tan malos ojos que se hubiera casado con un hombre de las tropas de ocupacion.

Alli, Welles habia montado una empresa que, durante algunos anos, funciono satisfactoriamente. Tenian tres hijos. En lineas generales, estaba satisfecho con la vida.

Su relato le causo una gran impresion a Bryan.

Cuando Ken Fowles, a ultima hora de la tarde, le entrego la lista de los agentes seleccionados, el nombre de Welles no estaba entre ellos. Lo habia encontrado demasiado inconsistente, demasiado viejo, demasiado jovial, demasiado lento y demasiado canadiense.

Lo unico que tenia que hacer Bryan era firmar la denegacion.

Tuvo la carta sin firmar sobre la mesa toda la tarde y toda la noche. Tambien fue lo primero que vio a la manana siguiente.

Nadie podria haber detectado ni la mas minima decepcion o sorpresa en la voz de Welles cuando Bryan lo llamo.

– Ya vera como todo ira bien, senor Scott -dijo-. Pero le agradezco que se haya molestado en comunicarmelo personalmente.

– Naturalmente, le reembolsaremos los gastos de viaje, senor Welles. Pero ?sabe? A lo mejor puedo ayudarlo, a pesar de todo. ?Cuanto tiempo estara aun en el hotel?

– Salgo hacia el aeropuerto dentro de dos horas.

– ?Podriamos vernos antes?

La pension de Bayswater estaba lejos del nivel de calidad que Bryan ofrecia a sus empleados. A pesar de que la elegante avenida albergaba mas pensiones que bancos la City, Keith Welles habia conseguido encontrar el alojamiento mas misero de todos ellos. Incluso los escasos peldanos que conducian a la puerta principal evidenciaban, de una manera absolutamente inequivoca, que la epoca dorada de aquel humilde lugar habia pasado hacia ya muchos anos,

Welles ya habia llenado las copas cuando Bryan llego. Sentado alli, creyendose inadvertido, su rostro reflejaba bien a las claras su decepcion. Solo cuando Bryan le dirigio la palabra, volvio a ponerse la mascara del buen humor. Demasiado relajada, demasiado equilibrada.

Era torpe y estaba sin afeitar, pero a Bryan le caia bien y lo necesitaba.

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