– ?Podriamos echarle una ojeada a su expediente?

– Se que es medico, senor Scott. ?Usted lo entregaria?

– ?Supongo que no!

– Tenemos una tarjeta con todos los datos mas importantes.

Bryan le pidio a Welles que se saltara todos los terminos de psiquiatria. Fricke estaba enfermo y lo trataban como tal. Era el expediente medico lo que tenia interes, no si Fricke alguna vez habia tenido ocasion de volverse normal.

Todas las anotaciones eran posteriores a 1945; ni una palabra acerca de su lugar de procedencia, ni de lo que habia provocado su enfermedad. La ciudad de Friburgo ni siquiera aparecia. Werner Fricke habia surgido de la nada, asi de sencillo, en una clinica cercana, de las afueras de Karlsruhe, el 3 de marzo de 1945. Despues de haber estado registrado durante mas de un ano como desaparecido, fue trasladado de una guarnicion de las SS en Tubingen. Eso era todo lo que decia su expediente en cuanto a sus antecedentes. Ninguna cartilla que pudiera esclarecer nada acerca del ano que habia sido arrancado del almanaque vital del Hombre Calendario.

Durante el avance de las tropas aliadas, el lugar en el que habia estado ingresado Wemer Fricke, Tubingen, habia sido evacuado y la totalidad de los pacientes habian sido trasladados a aquella clinica. Cuando, a principios de los anos sesenta, se privatizo la clinica, la mayoria de los pacientes tuvieron que resignarse a ser trasladados. Por entonces, el era el unico que quedaba de los primeros pacientes. La familia del Hombre Calendario habia dispuesto de los medios suficientes para dejarlo donde estaba.

La lista de los demas pacientes de entonces era asequible. Bryan no reconocio ni un solo nombre.

Probablemente el Hombre Calendario fuera el unico que habia llegado alli desde la Casa del Alfabeto.

La emocion sobrecogio a Bryan. Los anos desaparecieron de un plumazo al reencontrarse con aquel cuerpo macizo y paticorto, con aquellos ojos dulces.

– Ahhhh -dijo al instante frunciendo las cejas pobladas y canas, cuando Bryan se coloco entre el y el televisor.

Bryan lo saludo con la cabeza y noto como las lagrimas pedian paso.

– Eso se lo dice siempre a todo el mundo -le corto la doctora Wurtz.

Un cuerpo encogido despues de decadas de inactividad no habia despojado a aquel hombre de su dignidad. A pesar de la blusa sin mangas y unos pantalones con la bragueta abierta, el hombre que estaba sentado delante de el contemplandolo con curiosidad seguia siendo un oficial de las SS. Las experiencias vividas en el hospital de Friburgo se volvieron acusadamente nitidas y presentes. Y alli estaba el Hombre Calendario, vivito y coleando, viendo la retransmision de los Juegos Olimpicos de Munich en un diminuto televisor en blanco y negro. Por supuesto, la fecha anotada en el bloc que colgaba sobre el aparato era correcta: «4 de setiembre de 1972, lunes.»

– ?Que quieres que le diga? -le pregunto Welles poniendose en cuclillas al lado de los dos viejos conocidos.

– No lo se. Preguntale acerca de los nombres que te di. La hermana Petra y Vonnegut. Y preguntale si se acuerda de mi, Amo von der Leyen. ?Al que estuvo a punto de arrojar por la ventana!

La despedida habia sido breve. Incluso antes de que hubieran abandonado la habitacion, Werner Fricke se habia vuelto a sumir en la contemplacion pasiva de los corredores de la final de los doscientos metros lisos colocandose en sus puestos.

– Se que estas decepcionado, Bryan, pero no creo que valga la pena seguir. Ya he realizado innumerables consultas acerca del paradero de Vonnegut. No creo que pueda encontrarlo con vida, si es que lo encuentro. Tienes que saber que su apellido es bastante comun.

– ?Y Fricke solo reacciono al oir el nombre de Vonnegut!

– ?Si, si dejamos de lado el momento en que le ofreciste la tableta de chocolate, claro! Me temo que no debes confiar demasiado en sus reacciones.

Keith Welles se quedo un buen rato esperando que Bryan abriera la boca. Desde que se habian vuelto a meter en el coche, el aparcamiento se habia quedado practicamente desierto. Mas de uno los habia mirado sorprendido a traves del parabrisas. Bryan estaba completamente inmovil.

– ?Y ahora que?

Welles rompio el silencio cuando el ultimo coche hubo abandonado el aparcamiento.

– Si, ?y ahora que?

La respuesta apenas fue audible y Welles puso en duda la entonacion con la que fue pronunciada.

– Todavia faltan diez dias hasta que tenga que incorporarme al trabajo, Bryan. Te cedo mas que gustosamente los cinco dias de mas. Todavia pueden pasar muchas cosas.

Sin duda supuso un gran esfuerzo para Welles pronunciar aquellas palabras en un tono optimista.

– Tienes que volver a Stuttgart ?no es asi, Keith?

– Pues si, alli tengo mis notas y mi coche, y mi equipaje.

– ?Te sabe muy mal si te pido que alquiles un coche para el trayecto de vuelta? ?Pago yo, claro!

– No, pero ?por que, Bryan?

– Estoy considerando ir a Friburgo directamente. Ahora mismo.

En una silla de la habitacion de la clinica privada de Karlsruhe estaba sentado el hombre que Bryan conocia como el Hombre Calendario, meciendose hacia adelante y hacia atras. Acababan de limitarle la realidad: habian apagado el televisor. Estaba anocheciendo. Sus labios se movian ligeramente fuera de compas en relacion al balanceo de su cuerpo. Nadie lo escuchaba.

A cuarenta millas al sur, Bryan estaba harto de todos aquellos carriles transitados y abandono la autopista. Habia dos posibilidades: tomar la bella carretera que discurria a lo largo del Rin o la carretera situada al pie de la montana de la Selva Negra.

Opto por esta ultima opcion.

No se veia con fuerzas para atravesar el lugar por el que habia huido del hombre de la cara ancha y del hombre enjuto.

Aun no.

CAPITULO 32

Antes de que Bryan tuviera tiempo de recordar donde estaba, los sonidos desconocidos fueron creciendo, un zumbido profundo que se convirtio en un estridente tono intermedio. Los tranvias ya le habian dado la bienvenida en las calles de la ciudad la noche anterior, y aquella manana le dieron los buenos dias.

La lampara del techo de su habitacion seguia encendida. Bryan habia dormido con la ropa puesta. Y seguia estando cansado.

Un malestar parecido al que se vive antes de un examen se apodero de Bryan, antes incluso de que hubiera abierto los ojos. Tal vez todo habria sido distinto si Laureen hubiera ocupado la cama vecina. Le esperaba una mision solitaria.

«Hotel Roseneck», rezaba el cartel. «Urachstrasse 1», anadia la pequena tarjeta de visita que el portero le habia proporcionado. Bryan no tenia ni la mas remota idea de donde se habia hospedado.

– ?La habitacion tiene telefono?

Esa habia sido la ultima pregunta de la noche. El portero habia contestado de mala gana, senalando hacia la cabina telefonica que habia delante de la escalera empinada.

– ?Puede darme cambio? -habia anadido Bryan.

– Si, manana por la manana -fue la respuesta.

Por eso todavia no habia llamado a Laureen.

Y ahora le esperaban las calles, de la misma manera que le esperaban las montanas y la estacion de tren. La ciudad obraba un efecto hipnotico sobre Bryan. Durante los meses que habian transcurrido en el lazareto, situado sobre una loma a las afueras de la ciudad, Bryan se habia aferrado a sus fantasias. Sobre la vida en Canterbury junto a la familia, sobre la libertad y sobre la ciudad que estaba tan cerca. Y ahi estaba.

El hotel se hallaba en una esquina que daba a un pequeno oasis de arboles susurrantes. La entrada del edificio corroido, con el cancel cincelado y la farola de hierro forjado, se encontraba en el callejon que conducia al

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