pequeno parque. Urachstrasse no era una direccion especialmente distinguida, pero su situacion era practica, pues se trataba de una calle perpendicular a Gunthertalstrasse que, por Kaiser Joseph Strasse, se abria paso a traves de la puerta de la ciudad, Martinstor, hasta el corazon del centro urbano.

Desprevenido y sin fuerzas para adentrarse en un caos que no le permitia resituar sus ideas, Bryan se dispuso a mezclarse con el espectro de viandantes, ciclistas, conductores y demas habitantes que inundaban las calles de la ciudad. Se movia como por un decorado, entre otros actores, una multitud que abarcaba a todo tipo de gente, desde amas de casa obesas y encanecidas, hasta ninos sonrientes con las manos enterradas en lo mas profundo de sus bolsillos.

Una ciudad prospera.

Tal vez habia esperado que las fachadas del centro de la ciudad todavia estuvieran desfiguradas por los bombardeos; quiza habia creido que los nervios que unian a la ciudad con su pasado habian sido cortados. Sin embargo, la ciudad era encantadora y animada, restaurada, reconstruida, variada y acogedora.

Los grandes almacenes rebosaban de mercancias y la gente podia permitirselas. Aquello lo corroia; la deuda del pasado todavia era demasiado importante para poder tomarsela a la ligera; los costes no eran suficientemente visibles.

En medio de la entrada de un supermercado, una horda de mujeres se disputaba la ropa de un monton que amenazaba con volcar; pantalones cortos para la proxima temporada. A su lado, un anciano de tez oscura daba saltos a la pata coja mientras intentaba ponerse unos shorts por encima de sus pantalones arrugados para poder evaluar si aquel horror de calzas le sentaba bien. Bryan acababa de superar una vislumbre de la nueva paz.

Su paseo carecia de sentido.

Bertoldstrasse llevaba a la estacion de trenes. Los rieles en la calle adoquinada, flanqueados por dos torres, brillaban al sol resplandeciente, conduciendo los carriles de cuatro vias por encima del puente del ferrocarril.

La muchedumbre que poblaba los andenes de la estacion resultaba bastante abarcable. Un guia turistico intentaba evitar que su grupo se dispersara con amenazas veladas que manaban de su boca en un flujo constante. Todas las mujeres llevaban mochilas y exhibian sus piernas desnudas por debajo de los pantalones que apenas les llegaban a las rodillas. «Aqui si que se habria indignado Laureen», penso Bryan.

Un mundo extrano. Paseo la mirada por las siete vias y los siete andenes sin dar muestras de reconocimiento. Las horas pasadas, hacia ya casi treinta anos, sumido en el terror y con un frio espantoso parecian haber desaparecido sin dejar rastro. Probablemente bajo las bombas de sus colegas de la RAF.

Su mirada se perdio por debajo del puente en direccion sur, por donde se extinguia la ciudad. A lo lejos, sobre el terreno ferroviario, tras las vias de maniobras, aparecio una construccion oscura y pesada, sospechosamente distinta. Bryan respiro profunda y entrecortadamente.

Entonces seguia alli, aquel edificio ferroviario.

La distancia entre el vagon de mercancias y el muro de ladrillos grandes y anchos era de apenas cuatro metros. A Bryan, entonces, le habia parecido el doble. Alli habia estado antes, echado en una camilla. Cerro los ojos y recordo la silueta de James oculta detras de un puntal enfangado, a escasos metros de el. ?Que habia sido de los hombres inanimes que habian ocupado las demas camillas? ?Ya estaban muertos y enterrados o simplemente se los habia tragado la tierra de nadie, del olvido, y estaban en sus casas, junto a sus seres queridos?

Las colinas lejanas eran de un color verde marchito y suave, espaciosas y estratificadas, como decorados de un teatro de marionetas. Una aguja oxidada apuntaba hacia ellas. La silueta de un obrero ferroviario de tiempos pasados que era ahuyentado con una barra de hierro surgio de entre los recuerdos. Tambien tos soldados con las mascaras de gas colgando del cuello, los muchachos alegres y despreocupados que volvian a casa de permiso salieron del laberinto caprichoso del recuerdo. Los viejos vagones de mercancias, la perpetuidad del viejo edificio, los colores y el silencio, igual que entonces, cuando la nieve cubria el anden, aquel paisaje se convirtio en el marco perfecto de la parte menos accesible del alma de Bryan.

Bryan se desplomo y empezo a llorar.

Durante el resto del dia dejo que el portero del hotel Roseneck se ocupara de el. Una cafeteria cercana le proporciono unos sandwiches indefinibles de jamon y lechuga mustia. El hotel no tenia restaurante. A pesar de las copiosas propinas, la sonrisa del portero seguia siendo agria. Tampoco aquella noche llamo a casa. Bryan no tenia apetito, ni sentia deseos de nada. Todo se limitaba a conseguir reunir las fuerzas suficientes para levantarse de la cama al dia siguiente.

Y llego la manana. Fueron muchos los ninos que siguieron el Jaguar con la vista cuando Bryan dejo atras Waldkirch para adentrarse en las montanas de la Selva Negra, donde se erguia el Hunersedel. Si hubiera tomado la carretera que bordeaba el macizo por el oeste, probablemente se habria perdido en detalles que podian distraerle de su cometido. En otras palabras, seguramente se habria perdido. Y el objetivo era, por encima de todo, encontrar el lugar en el que habia estado situado el lazareto. La experiencia le decia que la mejor manera de llegar hasta alli era atacando desde arriba, donde la meseta de Ortoschwanden sin duda le ofreceria una vista sobre toda la zona.

Los macizos y la vegetacion eran infinitos, incluso vistos desde un coche en marcha. Un sinfin de senderos y arroyos acentuaban la inutilidad de buscar sin ton ni son. Bryan buscaba un punto de referencia.

Kaiserstuhl, la vina que se erguia en medio de la region vinicola, fertil y extrana, era su punto de mira. Y el mismo angulo desde el que se le habia aparecido la montana durante el viaje bajo la lona ondeante del camion tendria que ser su eje de rotacion.

Tardo mucho en encontrarlo, y aun mas en llegar. Tambien fue asi entonces. Habian hecho un rodeo para evitar testigos. Sin embargo, Bryan encontro el lugar. Y no era de extranar que, entonces, la lona se hubiera desprendido precisamente alli. Una brisa, siempre al acecho, templada y humeda que emanaba humus y ozono se levanto entre los valles, haciendo que el vello de sus sienes vibrara. Alli estaba de nuevo Kaiserstuhl, y, a unos cientos de metros, la corriente de los angostos canales de drenaje cortaba el paisaje y creaba profundos surcos.

Al sur corria una carretera secundaria en direccion noroeste, atravesando las colinas. Al otro lado solo se divisaban unos bosques frondosos. A lo largo del camino se extendian las zanjas y, detras de estas, fluian los arroyuelos por los que habia huido.

Era una vista majestuosa, grande y bella. Y era la que habia esperado encontrar.

Despues de una larga caminata por los senderos, el bosque se cerro. Bryan miro a su alrededor intentando recordar el terreno. No habia rastro de lo que buscaba. Los arboles de las espesuras que acababa de atravesar eran demasiado jovenes. Ni una senal, ni un solo vestigio que pudiera indicar que alli se habia desarrollado una gran actividad y que antano se habian alzado unos edificios imponentes en el lugar. La maleza era densa. Solo unas andadas dejaban entrever que habia otra vida aparte de la botanica. Bryan se subio los calcetines por encima de los pantalones y se adentro dando tumbos entre los matorrales con la cabeza por delante. En medio de un claro aparecieron unos cuantos abetos viejos de gran altura. Y justo delante de donde se encontraba, a menos de diez metros de distancia, surgio el penasco despuntando unos metros de la tierra. Bryan se puso en cuclillas y echo un vistazo a su alrededor.

Todo habia desaparecido y, sin embargo, era alli donde todo habia tenido lugar. La cocina, el edificio del personal sanitario, la guarnicion de los guardias de seguridad, las cinco secciones distribuidas por varias plantas, la capilla, el gimnasio, los garajes, el poste de las ejecuciones.

Y ya no quedaba nada.

Mientras Bryan bajaba con el coche, fueron apareciendo las aldeas con sus respectivos nombres. Redujo la velocidad en los ultimos kilometros antes de llegar al pantano. Durante unos momentos que se hicieron interminables volvio a notar el frio en los pies, recordo el estruendo de los canones y el miedo. Y de pronto lo tuvo delante: la ultima selva de Europa, Taubergiessen. Los matorrales entre los que estuvo a punto de perder la vida. Y los desfiladeros, el barro, el banco de arena en medio del rio, la maleza en la otra orilla… Todo seguia alli. Salvo los estallidos, los muertos, el hombre de la cara ancha y el flaco.

Todo aquello habia desaparecido hacia ya mucho tiempo.

Incluso habian desaparecido las distancias, habian mermado. Sin embargo, la atmosfera seguia intacta, a pesar de las parras rebosantes de uvas y los pajaros que arrastraban el suave otono sobre el terreno.

Alli habia asesinado a un hombre, no cabia la menor duda de ello.

Atraveso la ciudad envuelto en una extrana neblina. Los sucesos de la manana deberian haber satisfecho una necesidad reprimida durante anos. Con la decision brusca que habia tomado de viajar a Friburgo habia surgido

Вы читаете La Casa del Alfabeto
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×