– Estas menopausica, querida -intento decirle Laureen con la mayor delicadeza posible, para que su cunada se avengase a afrontar la realidad.

Ella tenia otras cosas en que pensar.

Los dias en Canterbury, sin Bryan, habian sido criticos. No porque su ausencia, en si, fuera insufrible; el hogar era su dominio y nada que le supusiera un esfuerzo desmesurado. Era Bridget la que tornaba la ausencia palpable. Bryan solo tenia que mirar a la esposa de su cunado una unica vez y la cunada se replegaba, adoptando una actitud recatada. Pero sin ese freno la esposa del hermano mayor de Laureen se volvia sencillamente insoportable.

– ?Tu miserable hermano es un pusilanime! -era capaz de decir inopinadamente, golpeando el borde del plato con el tenedor. Mientras Bridget estuviera de visita, Laureen solo permitiria que se utilizara el servicio corriente.

– ?Tranquilizate!

Laureen no solia tener tiempo de anadir nada mas, pues la cunada siempre acababa rompiendo a llorar, sudaba, se le hinchaba la cara y no paraba de hablar. De todos modos, era dificil que sus lamentos por la infidelidad del marido y el malestar por los cambios que experimentaba su cuerpo no hicieran mella en Laureen.

– ?Ya veras, ya! -lloraba-. Tambien puede pasarte a ti algun dia.

Laureen asintio sin darle demasiada importancia a sus palabras.

Bryan y Laureen no eran tan exoticos, ambos lo sabian. Las ansias porque se obrara un cambio en sus vidas no formaban parte del dia a dia.

Sin embargo, la intuicion le decia que algo iba mal.

A lo largo de los anos, Laureen habia aprendido que el primer paso que habia que dar en cualquier proyecto de negocio era la recopilacion de informacion sobre el mercado, la competencia, posibles socios, costes y necesidades. Ese tambien era el caso del asunto privado que ella y Bryan compartian.

Creia conocer las necesidades. Tendria que averiguar el resto con artimanas.

La secretaria de Bryan miro sorprendida a Laureen cuando esta paso por su lado y desaparecio en el interior del edificio, en direccion al despacho de Ken Fowles. Hasta aquel dia, la senora Scott jamas habia visitado las oficinas de Lamberth en ausencia de su esposo.

– Por lo que se, el senor Scott no tiene nada que hacer en Friburgo, senora Scott.

Ken Fowles la miro detenidamente y prosiguio:

– ?Que le ha hecho pensar eso? Lo llame el lunes, y seguia en Munich.

– ?Y desde entonces? ?Cuando hablaste con el por ultima vez, Ken?

– Bueno, desde entonces no he tenido necesidad de ponerme en contacto con el.

– ?Y quien es nuestro socio colaborador en Alemania? ?Puedes decirmelo?

La pregunta hizo que Ken Fowles ladeara la cabeza. No entendia el repentino interes y el tono extranamente amistoso de la esposa de su jefe.

– Es que no tenemos ningun socio en Alemania. Quiero decir… Todavia no. Porque solo hace un par de semanas que iniciamos las negociaciones sobre el nuevo producto contra la ulcera de estomago. Hace unos dias contratamos a un vendedor que se encargara de desarrollar la red de distribuidores en el norte de Europa.

– ?Y quien ha sido el afortunado?

– Pues Peter Manner, de Gesellschaft Heinz W. Binken & Hreumann, pero todavia no se han establecido en Alemania.

– ?Por que?

– Si, ?por que? Porque Binken & Breumann es una sociedad de Licchtenstein, y Peter Manner es tan ingles como usted o como yo, y ahora mismo se encuentra en Portsmouth.

– He venido a arreglarle un par de cosas a Bryan, Lizzie -dijo Laureen y volvio a pasar por el lado de la senora Shuster.

El aire en el despacho de Bryan era pesado y dulzon. El escritorio de Bryan era su archivo, y este era muy extenso. Cada uno de los montones representaba un exito. En ciertos montones aguardaba la investigacion de toda una vida, lista para ser revelada. Era la mejor central de seleccion de equipos de investigacion y de laboratorios. La senora Shuster la observaba con una mirada desaprobadora desde el antedespacho, medio echada sobre la mesa, en una postura de lo mas incomoda.

Todos los cajones estaban cerrados con llave. Laureen no tenia por que preocuparse de ellos. Ninguno de los montones contenia informacion acerca de Friburgo, y aun menos de Alemania. Desde las paredes, el conservadurismo de Bryan brillaba sobre los pesados muebles de su propietario. Ni siquiera habia permitido que un calendario perturbara la elegancia de la sala. Muy pocos cuadros, ninguno que tuviera menos de doscientos anos, unas cuantas lamparas de laton para iluminarlos y nada mas. Ningun tablon de anuncios, ningun tablon donde anotar las reuniones, ninguna nota. Tan solo un pequeno artefacto perturbaba aquel ambiente algo anticuado de jefe laborioso: un pequeno pincho, un clavo diminuto en el que clavar facturas impagadas; una pequena herramienta asesina del calibre que Laureen le habia prohibido a Bryan tener en el escritorio de casa despuntaba entre tres telefonos con unas cuantas notas asaeteadas.

Laureen sabia que se trataba del banco de ideas de Bryan. Una idea suelta, la repentina obra maestra de un empleado avispado, una vision, todas eran anotadas inmediatamente en una hoja de papel con una letra esmerada y, luego, Bryan las enganchaba en el clavo. Por lo que veia, ahora mismo no parecia haber gran cosa sobre la que construir el futuro. Solo habia cinco notas, pero la ultima desperto su curiosidad: «Keith Welles. Transferir dos mil libras al Commerzbank de Hamburgo», habia escrito Bryan apresuradamente. Laureen se quedo mirandola un rato y luego salio al antedespacho.

– Oh, Lizzie, ?serias tan amable de explicarme de que se trata?

Laureen deposito la nota delante de la secretaria, que entorno los ojos y miro de soslayo la nota arrugada.

– Es la letra del senor Scott.

– Si, eso ya lo se, Lizzie, pero ?que significa?

– Que le ha hecho una transferencia de dos mil libras a Keith Welles, supongo.

– ?Quien es ese tal Keith Welles, Lizzie?

– Creo que seria mejor que se lo preguntara a Ken Fowles, pero se acaba de ir.

– Entonces tendras que esforzarte, estimada Lizzie. Cuentame lo que sabes.

– Pero si solo era uno entre tantos otros. Creo recordar que fue el ultimo entre los solicitantes que el senor Scott y el senor Fowles entrevistaron hace mas o menos un mes. Deje que consulte la agenda del senor Scott.

La senora Shuster tenia la mala costumbre de canturrear cuando se le encargaba cualquier tarea. Laureen no entendia como Bryan podia soportarlo, pero el ni siquiera lo oia, decia. «Sorprendente, teniendo en cuenta su escaso sentido del ritmo», penso Laureen mientras sopesaba las demas virtudes de la secretaria.

– Si, aqui lo tenemos. Semana 33. Efectivamente, el senor Welles fue el ultimo de los entrevistados,

– ?Y cual era el proposito de la entrevista?

– Encontrar nuevos representantes para la comercializacion del nuevo producto. Pero no seleccionaron a Keith Welles.

– ?Por que, entonces, habia que darle dos mil libras?

– No lo se. ?Tal vez para cubrir los gastos de desplazamiento? Tomo un avion desde Alemania y paso la noche en un hotel.

Lizzie Shuster no estaba acostumbrada a que la sometieran a ese tipo de interrogatorios. El bombardeo de preguntas la ponia nerviosa. Desde el primer dia de trabajo, hacia ya mas de siete anos, su relacion con Laureen habia sido fria. Incluso en aquellos cortos espacios de tiempo en los que solo tenia que pasar la llamada de Laureen, la linea telefonica se helaba. Hasta entonces, Laureen nunca se habia molestado en sonreirle. Cuando finalmente la premio con una sonrisa, esta resulto exageradamente amable.

– Oh, Lizzie. ?Serias tan amable de darme el telefono de Keith Welles?

– ?El numero de telefono de Keith Welles? No se… Supongo que puedo buscarlo. ?Pero no seria mejor que llamara a su esposo en Munich y se lo pidiera a el?

Laureen volvio a sonreir, pero en la profundidad de sus ojos aparecio la mirada «soy-la-esposa-del-jefe», capaz incluso de poner en posicion de firmes al mismisimo Ken Fowles.

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