paleta psicodelica; los viejos motivos todavia se entreveian. Ahora estaba bastante negro. Lo habian repintado a toda pastilla; el esmalte no brillaba.

El mensaje en la ventanilla trasera no daba lugar a dudas. Un precio asequible y un numero de telefono muy largo. Estaba aparcado delante de un edificio bajo de color amarillo y de tejado plano. «Roxy», rezaba un rotulo rampante en la fachada, por lo demas, totalmente desnuda. Unos ladrillos de cristal hacian las veces de ventanas de la tasca. De no haber sido por la puerta oscura y los letreros que anunciaban «Lasser Bier» y «Bilburger Pils», aquellos bloques sucios de cristal habrian cubierto la fachada entera del edificio. Un verdadero horror de bierstube habia sobrevivido al avance despiadado hacia una presunta harmonizacion urbanistica.

Sorprendentemente, habia mucha luz en el local. Resulto facil senalar al propietario del coche. Entre las borracheras y los rostros rechonchos y surcados de venillas destacaba un viejo y anticuado hippy; fue el unico que dio muestras de haberse percatado de la aparicion de Bryan. Este hizo un gesto con la cabeza hacia la orgia de colores que relumbraba desde el chaleco de ganchillo y la camiseta demasiado estrecha y llena de lamparones.

El hippy se llevo la larga cabellera a la espalda al menos veinte veces mientras negociaron. El precio era razonable, pero el hombre siguio insistiendo en aquel regateo inutil. Cuando hubo durado bastante, Bryan arrojo el dinero sobre la mesa y pidio los papeles del coche. Ya se encargaria de las formalidades mas adelante, si es que se quedaba el coche.

Y si no lo hacia, lo aparcaria donde estaba ahora, con las llaves puestas y el contrato que habian garabateado velozmente en la guantera. Asi, el muchacho podia recuperarlo si se daba el caso.

Bryan aparco su nueva adquisicion anonima delante de la casa de Kroner exactamente a las trece horas, momento en el que la mayoria de los vecinos, sin duda, estaban ingiriendo el almuerzo. Esta vez apenas transcurrieron cinco minutos hasta que Kroner aparecio en la puerta. Parecia estar de un humor sombrio y reconcentrado. El segundo acto de la jornada laboral se estaba gestando.

Durante las horas que siguieron, Bryan logro hacerse una idea bastante precisa de las actividades de Kroner: seis paradas en diferentes direcciones, todas ellas, en los mejores barrios de la ciudad. Cada vez que salia, Kroner llevaba un monton menor de correo en la mano. Pronto, Bryan se supo el procedimiento de memoria.

Tambien el tenia muchas empresas que visitar.

Kroner se movia libre y despreocupadamente. Hizo la compra en un supermercado, fue al banco Sparda y a la estafeta y detuvo el coche unas cuantas veces, con la ventanilla bajada, para saludar a algun que otro transeunte.

Aparentemente, conocia a todos los habitantes de la ciudad, y todos lo conocian a el.

En uno de los barrios de las afueras, el hombre del rostro picado se detuvo delante de una villa cubierta de vid y se recoloco el traje, antes de desaparecer en el interior de la casa con un ritmo cadencioso, lo que distinguio esta visita de las anteriores. A pesar de las protestas del Volkswagen, Bryan puso la marcha atras con un ruido estridente y paso por delante de la entrada de la villa, flanqueada de columnas.

Apenas se dejaban leer las retorcidas letras goticas, casi borradas por las inclemencias climaticas y el paso del tiempo, del rotulo de esmalte craquelado. Pero, desde luego, no era vulgar. «Kuranstalt St. Ursula des Landgebietes Freiburg im Breisgau», rezaba.

Las ideas que Bryan se hizo mientras esperaba al hombre del rostro picado de viruela delante de la riqueza monumental, aunque algo descompuesta, de aquel mausoleo compacto fueron mas bien caoticas.

Existian innumerables razones para que Kroner visitara un balneario. Podia estar ingresado algun conocido suyo. Podia estar enfermo, aunque no lo parecia. Su visita podia tener una finalidad de caracter institucional. Pero, por otro lado, tambien cabia la posibilidad de que hubiera otras razones menos obvias.

Bryan apenas osaba pensar en ellas. Al otro lado de la calle, un par de bojes plantados en unas enormes vasijas flanqueaban una puerta de ornamentos de laton. Una cosa intermedia entre una tasca y un restaurante elegante aparecio ante sus ojos. La vista que le ofrecia de la clinica era razonable. Salvo en la esquina, donde estaban los telefonos publicos.

La primera llamada de Bryan le asombro. Aunque Laureen no estuviera en casa para coger el telefono, deberia poder dejarle un recado a la asistenta, la senora Armstrong. Y si ella tampoco estaba en casa, ?Por que no podia, al menos, dejar un mensaje en el contestador automatico? Bryan maldijo a su esposa. Era Laureen la que habia insistido en comprar aquella maravilla de la ciencia, que habia instalado, con muy poco sentido de la piedad, en una reliquia familiar que ella denominaba en un tono burlon como «el pedazo de nogal mas caro que jamas haya habido en tierras inglesas». Si realmente opinaba que tenia que estar alli, ?por que diablos no usaba aquel aparatejo? «?Dios me libre de tantas tonterias!», penso y volvio a llamar. Laureen podia ser muy caprichosa si no encontraba que no estaban totalmente bien el uno con el otro. ?A lo mejor se habia ido a Cardiff con Bridget!

La tercera llamada ya fue mas satisfactoria. Keith Welles estaba en su puesto, tal como habian acordado. Habia esperado la llamada de Bryan pacientemente.

– No creo que sea nada del otro mundo -empezo su relato-. ?Pero, de hecho, hay un Gerhart Peuckert en una residencia de Haguenau!

– ?Dios mio, Keith! ?Donde esta Haguenau?

Bryan no paraba de dar golpecitos al estante de la cabina. Otro cliente del establecimiento se habia puesto a la cola y lo miraba con creciente impaciencia. Bryan se dio la vuelta y sacudio la cabeza. No tenia ni la mas minima intencion de cederle el telefono a nadie.

– Si, este es precisamente el problema -prosiguio Welles, ligeramente reacio-. Haguenau se encuentra a escasas veinte o veinticinco millas de Baden-Baden, donde estoy yo ahora mismo. Pero…

– ?Pues acercate ahi!

– Si, pero veras, el problema es que Haguenau esta en Francia.

– ?En Francia?

Bryan intento llegar a una explicacion logica. No resultaba facil.

– ?Has hablado con el director?

– No he hablado con nadie. Es viernes, ?sabes? ?No hay nadie con quien hablar!

– Entonces acercate con el coche. ?Pero antes tendras que hacerme un favor!

– Si esta en mis manos, si. Todavia estamos a viernes.

– Tienes que llamar al Kuranstalt Santa Ursula de Friburgo.

– Pero si ya lo hice hace semanas. Fue uno de los primeros hospitales privados a los que llame.

– Si, y sin resultado, me imagino. Pero necesito una presentacion para que me dejen visitar el sanatorio. He visto a uno de los hombres que buscamos entrar alli.

– ?Dios mio! ?A quien?

– Kroner. Es al que suelo llamar el hombre del rostro picado de viruela.

– ?Increible! ?Dices que has visto a Wilfried Kroner? -Welles hizo una pequena pausa y luego prosiguio-: Queria preguntarte si te parece bien que deje la investigacion el proximo lunes. Me gustaria estar con mi familia un par de dias antes de empezar en Bonn.

– Entonces tendremos que darnos prisa, Keith. Presiento que estamos a punto de descubrir algo importante. Hazme el favor de llamar al Santa Ursula y diles que tienes a un representante en la ciudad y que te gustaria que pudiera visitar la residencia. Diles que trae un regalo.

Bryan mantuvo el auricular pegado a la oreja mientras descansaba la mano en la horquilla del telefono. La cola se habia ido aligerando a sus espaldas. Un hombre, que hasta entonces se habia mostrado paciente, envio una mirada fulminante a Bryan cuando el telefono volvio a sonar, apenas cinco minutos mas tarde. Keith Welles lo sentia mucho, no deseaban la visita de ningun representante en la clinica Santa Ursula. No podian autorizarla con tan poco tiempo de preaviso. Ademas, no acostumbraban recibir visitas los fines de semana. Tambien los administradores de los hospitales tenian derecho a los fines de semana, le habia dicho la directora en un tono admonitorio.

Este habia sido su punto final profesional.

Bryan se sentia frustrado. Las ideas que se habia formado acerca de la visita de Kroner a aquella mansion majestuosa se amontonaban. No escatimaria ningun esfuerzo para entrar, pero mientras la investigacion primitiva que estaban llevando a cabo Keith Welles y el no hubiera terminado, preferia ser discreto. Los escasos pasos que Kroner habia dado hacia el Jaguar, un par de horas antes, todavia permanecian en su mente como una

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