experiencia muy desagradable. No queria acercarse mas a su antiguo torturador. ?Todavia no!

Los clientes habituales del establecimiento ya habian empezado a echar mano del fin de semana. Parecian pertenecer a los circulos mas selectos y volvian del trabajo, probablemente de las calles mas elegantes de los alrededores. A traves de los cristales tintados, Bryan habia podido vigilar la entrada del edificio. Kroner aun no lo habia abandonado. Escasamente una hora despues de la ultima conversacion telefonica mantenida con Welles, Bryan llamo al sanatorio. Se apretujo en el rincon mas profundo de la cabina, cubrio el auricular con la mano e inspiro. Resultaba dificil ahogar el ruido que le llegaba de la taberna. Echo un vistazo a su reloj. Eran las cuatro y media.

La directora del Kuranstalt St. Ursula se sorprendio cuando Bryan se presento en ingles.

– No entiendo, Frau Rehmann -prosiguio Bryan y estrujo el auricular al negarse ella a hablar con el-. Me dice que acaba de hablar con mi director, pero debe de tratarse de un error. Debe de haber sido otra persona.

Por su silencio, Bryan advirtio que habia despertado su interes.

– Vera, la llamo de la Facultad de Medicina de Oxford, en la que soy decano. Mi nombre es John MacReedy. La llamo de parte de un equipo de investigacion formado por jefes de psiquiatria que ahora mismo asiste a una conferencia en Baden-Baden. Manana iran de excursion a Friburgo y uno de nuestros participantes en la conferencia, el senor Bryan Underwood Scott, me ha pedido que averigue si es posible que les haga una visita manana, a poder ser por la manana. ?Y muy corta, naturalmente!

– ?Manana?

La pregunta y el tono brusco distrajo a Bryan del papel que estaba representando. Tuvo que esperar un momento hasta poder retomar el tono afectado de MacReedy. Un par de clientes nuevos abrieron la puerta del establecimiento de par en par, dando muestras mas que sonoras de las expectativas que tenian con respecto al lugar. Bryan confio en que la mano que tapaba el auricular fuera suficiente para amortiguar el ruido de fondo. Sin duda, Frau Rehmann encontraria extrano que se hablara aleman con tanta naturalidad en la celebre ciudad de Oxford.

– Si, ya se que es inaceptable pedirle algo asi con tan poco tiempo, Frau Rehmann -prosiguio Bryan-, pero la culpa es mia enteramente. El senor Underwood Scott me pidio hace ya varias semanas que le expusiera su deseo de visitar la clinica. Pero con las prisas olvide hacerlo. A lo mejor usted podria ayudarme a salir de este aprieto…

– Lo siento mucho, senor MacReedy. ?Pero no puedo ayudarlo! Ademas, es del todo impensable que aceptemos recibir visitas en sabado. Como podra entender, nosotros tambien necesitamos descansar de vez en cuando.

La respuesta era definitivamente que no. Algunos de los ultimos clientes del establecimiento en llegar apartaron momentaneamente la vista de los abrigos que estaban colgando y la dirigieron a Bryan que, irritado, habia colgado el telefono con rabia y no paraba de maldecir desde la esquina, dispuesto al combate pero despojado de toda arma que pudiera esgrimir.

Por tanto, tendria que meterse en las fauces del leon al descubierto y ver que resultado le daba aquello. Manana mismo se dirigiria a la clinica y se presentaria como el Bryan Underwood Scott que el senor MacReedy habia recomendado encarecidamente. Ahora solo cabia esperar que la directora estuviera en su domicilio que, de acuerdo con el plano, debia de encontrarse en el ala izquierda de la casona.

Hacia rato que habia anochecido. Los arboles de la avenida situada frente al sanatorio ya habian empezado a agitarse en la brisa vespertina cuando aparecio la silueta de Kroner a la luz de la lampara de hierro forjado de la entrada principal.

Estuvo bromeando un rato con una mujer que aparecio en el vano de la puerta y luego cogio a una persona encorvada del brazo y se la llevo tranquilamente por el camino que conducia a la calle. Bryan reculo, escondiendose detras de uno de los olmos de la avenida y noto como los latidos de su corazon se aceleraban y las aletas de su nariz empezaban a vibrar.

Los dos hombres pasaron muy cerca de donde se encontraba Bryan. La solicitud con la que Kroner trataba al hombre era casi conmovedora. Tal vez se trataba de un familiar, pero seguramente no era su padre; no era lo suficientemente mayor para eso, aunque su edad resultaba indefinible por la complexion delicada, el rostro surcado y la barba casi blanca.

El anciano no decia nada; parecia enfermo y cansado. Bryan creyo adivinar que estaba a punto de perder el animo. Ese anciano era, pues, la razon de la visita de Kroner, y ahora se disponia a acompanarlo a casa para pasar el fin de semana.

Sin embargo, para el asombro de Bryan, los dos hombres dejaron atras el coche de Kroner y prosiguieron el paseo bajo las copas susurrantes de los arboles, en direccion a la calle principal que conformaban Basler Landstrasse y Tiengener Strasse.

Los dos hombres estuvieron hablando un rato en voz baja delante de la parada del tranvia. Un grupo de jovenes, bulliciosos por la expectativa de la primera fiesta del fin de semana, se colocaron a su lado y empezaron a darse empujoncitos y a reirse, hasta que sus risas retumbaron en los muros de las casas. Bryan cruzo la calle y se acerco a la parada, al amparo de las bufonadas de los jovenes. Apenas un par de metros lo separaban de Kroner y del anciano. Seguian hablando en voz baja, pero la voz del anciano era ronca, y por cada dos palabras que pronunciaba se veia obligado a carraspear, sin que por ello sus carraspeos parecieran surtir efecto.

Entonces llego el tranvia.

Sin darse la vuelta hacia su acompanante, Kroner desaparecio por el mismo camino por el que acababan de venir. Bryan titubeo un instante, miro primero al hombre de la cara picada y luego al anciano, y finalmente se decidio por seguir al viejo. El hombre encorvado echo un vistazo a su alrededor tranquilamente y finalmente diviso un asiento libre en el fondo del vagon, al lado de un joven de tez morena.

El anciano se posiciono al lado del asiento, sin hacer ademan de sentarse. Antes de que hubieran llegado a la siguiente parada, el anciano se habia encarado al joven. Mientras se miraban fijamente, el semblante del joven cambio imperceptiblemente. De pronto, sin preaviso, el joven se puso en pie y se apresuro al fondo del tranvia, sin tocar al anciano, deteniendose finalmente cerca de la puerta trasera, respirando con dificultad.

Siguiendo el cabeceo del vagon, el anciano dio un paso adelante y se sento pesadamente en el asiento doble. Carraspeo un par de veces y miro por la ventana.

Tuvieron que cambiar de tranvia una vez, hasta llegar al centro de la ciudad, donde finalmente se apeo el anciano, siguiendo su camino a paso lento por la calle comercial iluminada por los escaparates de las tiendas.

Despues de tomarse un respiro delante del surtido tentador de una pasteleria, el anciano hizo una pequena escapada que permitio a Bryan consultar con el sentido comun. Podia elegir entre reanudar la guardia delante de la casa de Kroner o seguir al anciano. Echo un vistazo a la hora. Todavia faltaban tres cuartos de hora para la llamada de Keith Welles, que debia informarle sobre su visita a Haguenau. Desde donde estaba hasta el hotel habia apenas diez minutos a pie.

Cuando el anciano abandono la tienda con una sonrisa de satisfaccion, Bryan lo siguio.

La bolsita de papel se columpiaba de la debil muneca del anciano hasta llegar a Holzmarkt. Se detuvo un instante en medio de aquella plaza elegante para intercambiar unas palabras con unos paseantes, hasta que finalmente carraspeo y se dejo tragar por un edificio desconchado pero bello, situado en una de las calles laterales, Luisenstrasse.

Bryan espero casi diez minutos hasta que se encendio una luz en la segunda planta. Una senora mayor se acerco a la ventana y corrio las cortinas. Sus movimientos fueron lentos y fatigados por culpa de las enormes macetas que cubrian el ventanal y probablemente no sirvieron de gran cosa. Por lo que Bryan pudo observar, solo habia un piso por planta en aquel edificio macizo; debian de ser enormes. El resto del edificio estaba a oscuras. En ?a estancia, iluminada por una arana solitaria que desprendia una luz fria y que a Bryan le recordaba un comedor antiguo, aparecio un anciano con barba que cogio a la mujer suavemente del hombro.

Bryan echo un vistazo al letrero grueso y estrecho de laton que colgaba entre el marco tallado de la puerta y el interfono moderno. Delante de la segunda planta solo ponia «Hermann Muller Invest».

CAPITULO 35

Вы читаете La Casa del Alfabeto
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×