– ?Tu, Laureen! ?Te has fijado en como me mira ese senor?

– ?Quien, Bridget? ?No veo a nadie!

Laureen paseo la mirada por el restaurante del hotel Colombis. Cerca de cien personas se habian congregado en el comedor para disfrutar del rato que precedia a la noche, cuando la cocina estaba a punto de servir la cena a sus clientes. Ni siquiera habia reparado en el entrechocar del servicio y el murmullo constante de voces extranjeras. Solo pensaba en Bryan y en las razones que la habian llevado a dar un paso tan drastico como el de viajar a Friburgo. El desasosiego volvio a apoderarse instintivamente de ella.

No lograba recordar haber tenido antes una sensacion como aquella.

– ?Alla! Detras de la mesa vacia del mantel morado. Nos esta mirando ahora mismo. ?Lleva una americana de cuadros! ?Miralo!

– ?Ah, si! ?Ahora lo veo!

– Esta de buen ver, ?no te parece?

– Si, desde luego.

Laureen se sorprendio por la repentina obcecacion de su cunada. «De buen ver» no era precisamente una expresion que pudiera aplicarsele a aquel hombre.

– Interesante, ?no?

Bridget poso los codos sobre la mesa y se inclino ligeramente hacia adelante. Unas finas arrugas se propagaron inutilmente alrededor de su boca, revelando la afectacion de sus gestos. Hizo un movimiento con la cabeza, como si se recolocara un mechon de cabello. Sin embargo, el contenido del bote de laca que acababa de diseminar por la habitacion doble que compartian las cunadas impedia ese movimiento.

El plan de Laureen era levantarse temprano al dia siguiente, sabado, y vigilar el hotel de Bryan hasta que el lo abandonara. Entonces lo seguiria y veria que pasaba. La sola idea de espiar a su marido era un desafio para ella, pero Bridget era su problema. No podia llevarla consigo.

– ?Porque no levantas tu copa y lo saludas, Bridget?

La cunada se ruborizo inmediatamente, volviendo de pronto a la realidad.

– ?Laureen! -dijo con enfasis-. ?Y tu eres mi cunada! ?En que estas pensando?

– Bueno, desde luego no en lo mismo que tu. Pero ?eso que importa?

– ?Santo Dios! ?Que va a pensar el pobre hombre?

– ?Quien?

– ?Ese hombre!

Bridget volvio a sonrojarse.

– Probablemente lo mismo que tu, querida Bridget.

Laureen constato que Bridget ya no podia ruborizarse mas, aunque a punto estuvo de conseguirlo.

A la manana siguiente, Laureen se levanto a las cuatro y cuarto. Habia dormido pesimamente, se habia pasado la noche retorciendose, en vilo, abrazada a su almohada en un intento de controlar los suenos. La cama mas cercana a la ventana estaba vacia y sin deshacer. Laureen ya se imaginaba los lamentos de su cunada, el arrepentimiento poco convincente y sus numerosas aseveraciones y suplicas por ser comprendida.

El rocio habia caido pesadamente aquella manana. No se veian ni tranvias ni taxis y la ciudad todavia estaba aturdida por el sueno. De hecho, Laureen no se encontro con ningun otro ser viviente en el trayecto entre el hotel Colombi y el hotel de Bryan.

A pesar de todo, tuvo que esperar un buen rato hasta que los acontecimientos se desencadenaron. Si lo hubiera pensado un poco mejor, habria optado por esconderse detras de los castanos que flanqueaban el callejon en el que se hallaba la entrada principal del hotel. Desde alli podria haber mantenido el portal del hotel bajo observacion sin levantar sospechas y, a la vez, podria haber reaccionado con naturalidad y racionalmente, en el caso de que Bryan hubiera optado por rodear el hotel al abandonarlo. Si se decidia a hacerlo, estando Laureen en Urachstrasse, era posible que desapareciera sin que ella se diera cuenta.

Incluso antes de que hubiera tenido tiempo de plantearse el problema, este se soluciono por si solo. Se oyeron unos pasos en el pasaje y de pronto Bryan aparecio en medio de la calle. Laureen estaba totalmente desprotegida. Aparte de Bryan, ella era el unico ser viviente en aquel paisaje urbano. Como en un destello, vio el rostro de preocupacion de su marido al subirse el cuello del abrigo. Estaba absorto en sus pensamientos y ni siquiera se percato de su presencia; algo extranisimo en el.

Bryan se dirigio a paso ligero hacia el centro de la ciudad. Su porte y su vestimenta eran elegantes. Laureen lo siguio de puntillas por el adoquinado, con la esperanza de que pronto aparecieran otros transeuntes y que la calzada cambiara, adecuandose a sus tacones.

La figura que avanzaba de prisa, a escasos cien metros de ella, parecia ser mas joven que la del hombre con el que habia convivido durante tantos anos. Irradiaba elasticidad, casi podria decirse que un distanciamiento juvenil que dejaba bien a las claras que se movia en una esfera distinta de la de su vida cotidiana. Parecia un extrano en aquel paseo matutino, a traves de aquella ciudad extrana, cuyos habitantes seguian sumidos en sus suenos.

En su camino, Bryan paso por encima de unas obras en la calle, desiertas por ser sabado, sin siquiera prestar atencion a la grava que mancho sus elegantes zapatos de la casa Lloyd. Laureen vacilo un instante y perdio de vista a Bryan. Miro a su alrededor, extraviada. Era imposible que los tranvias fueran tan silenciosos, pero lo cierto era que Bryan habia desaparecido.

«?Mierda!», penso. Se sentia ridicula en su intento de llevar a cabo una tarea tan simple como espiar a la unica persona que se movia por las calles a aquella hora y, encima, en pleno dia. Su viaje habia sido demasiado largo para que acabara de aquella manera tan miserable.

Sin embargo, Laureen se repuso rapidamente y tomo una decision. Apreto el paso y se dirigio hacia el centro.

El alivio que sintio al vislumbrar la silueta de Bryan, que caminaba con paso decidido, unos doscientos metros mas adelante, fue enorme. Le dolian los tobillos. Poco a poco, habia ido apareciendo gente por las calles. Laureen sintio que todo el mundo la miraba cuando recorrio la calle a toda velocidad, dando unos pasitos ridiculos, impedida por aquellos tacones altos, los tobillos doloridos, la vestimenta, la edad y la baja forma fisica general.

Cuando la edificacion se hizo mas densa, Laureen casi lo habia alcanzado. Precisamente cuando empezaba a sentirse confiada, Bryan inicio una carrera hasta la parada, en el centro de la calzada, y se subio al vagon acoplado de un tranvia. A pesar de que Laureen habia oido el tranvia, no le habia prestado ninguna atencion.

Y ahora ya no lo alcanzaria.

Lentamente, las peores maldiciones de una infancia lejana brotaron de sus labios. Se miro de arriba abajo. ?Como diablos se le habia ocurrido ponerse aquellos zapatos de tacon alto, con un bolso colgando del brazo, repleto de pintalabios y demas utiles que en ningun caso iba a necesitar para su cometido? ?Pero en que habia pensado al vestirse aquella manana? ?Mira que enfundarse un traje estrecho y un abrigo de colores claros! ?Acaso habia optado inconscientemente por una vestimenta elegante, preparandose para un posible enfrentamiento?

Asintio ante esta explicacion y su propia estupidez.

Siguio con la mirada el tranvia que se alejaba del lugar a un ritmo tranquilo.

Tal vez hubiera sido preferible llevarse a Bridget. Asi, sin duda Bryan las habria descubierto y todo se habria terminado, penso Laureen cuando tomo el camino de vuelta al hotel.

Al otro lado del canal, el tranvia se detuvo para que bajaran los primeros pasajeros de la manana, dispuestos a emprender el trabajo, y subieran otros. Laureen entorno los ojos. Alli volvia a estar Bryan. Se habia bajado en la primera parada.

Esta vez, Laureen paso por alto todas las miradas de asombro. Se subio la falda y salio pitando detras de Bryan.

Desde lejos, resulta casi imposible ver que esquinas dobla un coche o un paseante. La mayoria de las veces, nos sorprende la amplitud de las calles y las ciudades. A medida que avanzamos, aparecen cada vez mas calles en medio de un paisaje que, en la distancia, nos habia parecido compacto y sencillo.

La primera vez que Bryan doblo una esquina, Laureen se habia sentido totalmente segura, pero a la segunda se encontro con algunos problemas. Por tanto, se vio obligada a acercarse a las siguientes esquinas con cautela, con el fin de poder escudrinar tranquilamente la calle. Un par de peatones la miraron indecisos. Una nina con un monedero rojo de juguete en la mano la siguio fascinada durante un par de calles hasta que desperto y, de pronto, volvio pitando a la pasteleria de la que habia salido.

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