Stich pellizco suavemente la mejilla de su esposa.

– ?No sabia quien soy, Andrea! ?Gracias a Dios que te preocupaste de cambiarme la cara! ?Ohh, tendrias que haberlo oido!

El anciano se sento pesadamente, volvio a carraspear y resoplo tras los esfuerzos, la emocion, el paseo apresurado de vuelta al piso y la escalera.

– Me he citado con el dentro de apenas un par de horas, Andrea.

Stich sonrio a su esposa.

– ?Cree que va a cenar en casa! Nos ibamos a encontrar a las ocho y media, en Langenhardstrasse, 14. ?Dios sabe quien vivira en esa casa!

El viejo se rio y se quito una bota.

– Tampoco el lo sabra nunca. De eso nos encargaremos nosotros, ?verdad, Andrea? Le aconseje que atajara por el parque de la ciudad.

– ?Ha llamado!

Andrea lo dijo en un tono prudente y reculo, de modo que Gerhart Peuckert hiciera de barrera entre ella y su marido. Peter Stich solto la otra bota y la miro fijamente.

– ?Petra Wagner?

Gerhart abrio los ojos y miro extraviado a su alrededor hasta que su mirada atrapo los topos del delantal de Andrea. Empezo por debajo del bolsillo y emprendio el recuento de izquierda a derecha, de abajo arriba. Andrea se puso en pie. Gerhart la siguio con la vista, topo a topo.

– Si, llamo hara unos diez minutos preguntando por ti.

– ?Y…?

– Pues colgo cuando le dije que no estabas en casa.

– ?Idiota! -grito agarrando la bota que acababa de quitarse-. ?Idiota, mas que idiota!

El canto de la mesa de la cocina se hundio en los rinones de Andrea, que intentaba zafarse, deformando asi el paisaje punteado de Gerhart. Los golpes de Stich podian llegar a ser terriblemente certeros. Cuando sus ojos y los de su esposa se encontraron, Stich se detuvo y dejo caer el brazo.

– ?Pero si sabes que Kroner la esta buscando, imbecil!

Aunque Gerhart Peuckert hubiera estado totalmente presente, no podria haberse protegido del golpe que le propino Stich. La bota era vieja y le habia cambiado la suela varias veces; era pesada y su sien estaba desprotegida. Gerhart estuvo a punto de perder el sentido. Cuando finalmente volvio en si, el anciano seguia azotandolo.

– ?Todo es culpa tuya! -grito volviendo a pegarle-. Tuya y de tu asqueroso perro ingles. «Excuse me» por aqui y «Excuse me» por alla! Que el diablo me lleve consigo si pienso permitir que ese malnacido nos cree problemas. Ya teniamos mas que suficientes antes de que apareciera el.

Despues de propinarle un ultimo golpe, Stich solto la bota y abandono la cocina. Desde su rincon, Andrea recogio un par de tazas y luego se dirigio al salon, como si no hubiera pasado nada. Gerhart estaba echado en el suelo, inmovil y con la nuca recostada contra la puerta de un armario. Ni siquiera se llevo la mano al lado paralizado de la cabeza. Primero movio un tobillo y luego el otro y, poco a poco, empezo a contraer el cuerpo, musculo a musculo. Cuando Andrea volvio a por el cafe, murmuro algo ininteligible y, de paso, le propino una patada en la espinilla. En el mismo segundo en que e) dolor se propago hasta su conciencia, Gerhart alzo la vista con una expresion de sorpresa en el rostro.

Lo dejaron tranquilo un buen rato. Gerhart intento retomar el recuento en un intento vano de calmar sus pensamientos caoticos. Ideas repentinas y sentimientos extranos iban sucediendose sin cesar haciendo hervir su sangre. En primer lugar, estaban los conceptos. Todo el mundo a su alrededor estaba excitado y susceptible. Kroner habia salido para deshacerse de Petra. Y luego estaban los nombres: Amo von der Leyen, Bryan Underwood Scott y de nuevo Petra.

Los golpes de Stich le habian caido por segunda vez aquel dia, pero no eran los golpes los que lo habian despertado, sino el eco de los sonidos extranos que Stich habia pronunciado.

Entonces Gerhart Peuckert se incorporo y se quedo un buen rato pensativo bajo el zumbido del fluorescente. «Excuse me», fueron las palabras que como besos despertaron al hombre de su sueno eterno.

Peter Stich siguio gritandole a su mujer un rato mas. Esos arrebatos solian durar poco. Tambien esa vez cesaron los gritos, poco despues de haber empezado.

Todavia habia luz en el salon, pero no la suficiente para compensar las tareas a las que Peter Stich y Andrea se habian abandonado. La espalda del viejo estaba encorvada. Gerhart abandono la oscuridad del pasillo para contemplar la escena borrosa que se desarrollaba ante sus ojos. La hoja del escritorio estaba bajada y recubierta de pequenas piezas metalicas. El escritorio se perfilaba como una aura oscura detras de la cabeza de Stich. Gerhart ya habia sido testigo de ello otras veces. Pronto el viejo habria montado su pistola y entonces encenderia la lampara del techo para poder admirar su obra; bien pulida y lista para usar con eficacia. Entonces, Andrea suspiraria de placer al poder retomar el ganchillo.

Banada por la luz.

Durante todos aquellos anos, los hombres habian reido y vivido en aquellos salones a pesar del dano que habian infligido a las personas que los rodeaban.

– ?Que haces aqui?

Sin siquiera darse la vuelta ni alzar la mirada, el viejo habia notado la presencia de Gerhart.

– ?Vuelve inmediatamente a la cocina, monstruo! -prosiguio, dandose finalmente la vuelta.

– ?Cuidado con los muebles, Peter!

Andrea se incorporo ligeramente. Gerhart seguia inmovil en el umbral de la puerta mirando a Peter Stich y desobedeciendo sus ordenes. No parecia tener ni la mas minima intencion de obedecer. Stich encendio la luz y se puso en pie lentamente.

– ?Has oido lo que te he dicho, idiota?

El viejo se inclino hacia el hombre en el umbral de la puerta, contenido y amenazante, como un perro viejo, arrogante y grunente. Gerhart Peuckert no se movio, ni siquiera cuando el viejo lo apunto con la pistola.

– ?Le has dado sus pastillas, Andrea?

– Si, se las deje encima de la mesa cuando te fuiste. ?Y ya no estan!

Sus pasos eran mesurados cuando se acerco a el. Entonces Gerhart se estremecio. Ninguno de ellos vio su mano, desde la que volo una repentina lluvia de pastillas. El efecto fue igualmente magico.

Andrea fue la primera en reaccionar.

– ?Mierda! -se limito a decir.

Al viejo le colgaba la mandibula. De pronto se precipito hacia adelante con el brazo en alto y golpeo a Gerhart con la culata de la pistola antes de que sus cuerpos llegaran a entrechocar.

La brecha en la mejilla de Gerhart Peuckert estaba seca. La sangre aun no habia empezado a brotar. Gerhart noto como la confusion y las nauseas se arraigaban en su interior y se quedo en el suelo a gatas, como un animal, mientras los golpes de la culata le llovian sobre el cuello y la nuca.

– ?Ahora mismo te las vas a tragar todas, monstruo! -chillo Stich, que se vio obligado a sentarse, exhausto por la conmocion y el esfuerzo fisico. Sin embargo, Gerhart Peuckert dejo las pastillas esparcidas por el suelo tal como habian caido.

– ?Creo que voy a matarte! -susurro Stich a sus espaldas.

Andrea sacudio la cabeza. Agarro el brazo de Stich, advirtiendole que aquello no solo ensuciaria el salon, sino que tambien provocaria demasiado ruido; un riesgo del todo innecesario.

Cuando Andrea finalmente se arrodillo para detener la hemorragia con una tirita, su mirada era fria.

– ?Lo hago solo para que no manches la alfombra y el suelo, no te equivoques! -dijo entre dientes.

Andrea lo agarro por las axilas y lo sento en la silla mas proxima de un tiron. Un gesto con la cabeza de su marido fue suficiente para que se apresurase a recoger las pastillas del suelo.

Stich echo un vistazo al reloj y aseguro la pistola antes de metersela en el bolsillo de su abrigo. La mirada que le dirigio a Gerhart estaba llena de dulzura. Cuando el viejo acerco una silla a su victima, este se hizo un ovillo. Stich lo cogio de los hombros suavemente, como si fuera su hijo.

– ?Pero si ya sabes que debes hacer lo que se te mande, Gerhart! Si no, nos enfadaremos contigo y te

Вы читаете La Casa del Alfabeto
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×