ellos.
El joven se obligo a sonreir y echo un vistazo a sus apuntes.
«Estos son los verdaderos valores norteamericanos -penso Abdallah-. El consumo. Nos estamos acercando.»
Tras dieciseis anos en Occidente, seis de ellos en Inglaterra y diez en Estados Unidos, le seguia sorprendiendo escuchar a gente, por lo demas educada, hablando de los valores estadounidenses como si realmente creyera que eran la familia, la paz y la democracia. Durante la campana electoral del ano anterior, el tema habia ocupado un lugar central; la cuestion de los valores era el unico billete de Bush hacia la reeleccion. Con un pueblo que ya se estaba empezando a cansar de la guerra y que en el fondo estaba abierto a un presidente que los pudiera sacar de Irak, con tal de que mantuviera la honra colectiva, George W. Bush intento convertir en una cuestion de valores la sangrienta, fracasada y aparentemente eterna guerra en Irak. El hecho de que cada vez mas jovenes norteamericanos retornaran a casa en un ataud cubierto con la bandera se transformo en un sacrificio necesario para la salvaguarda de la «idea norteamericana». La constante lucha por la paz, la libertad y la democracia en un pais que a la mayoria de los estadounidenses no les importaba lo mas minimo, y que se encontraba a miles de kilometros de la ciudad norteamericana mas cercana, se transformo en la retorica de Bush en la lucha por la conservacion de los valores norteamericanos mas importantes.
La gente le habia creido durante mucho tiempo. Demasiado. Eso empezaron a sentir cuando Helen Lardahl Bentley aparecio en la campana electoral ofreciendoles una alternativa mejor. El hecho de que mas tarde se demostrara que salir de ese infierno en el que se habia convertido Irak era bastante mas complicado de lo que habia creido y defendido la candidata Bentley era otra cuestion. Estados Unidos todavia mantenia sus tropas en Irak, pero Bentley ya habia sido elegida.
Abdallah se tumbo en la cama. Cogio el mando a distancia y bajo un poco el sonido. Ahora habian pasado la conexion al equipo de la CNN en Oslo, que parecia haberse instalado en una especie de jardin en el que se veia al fondo un alargado edificio con aires de los paises del este europeo.
Cerro los ojos y recordo.
Abdallah recordaba la decisiva discusion como si hubiera tenido lugar la semana anterior.
Fue durante la epoca de Stanford, en una fiesta en la que, como siempre, se mantenia al margen de los acontecimientos y, con una botella de agua mineral, miraba con los ojos medio cerrados a los norteamericanos que montaban jaleo, reian, bailaban y bebian. Lo llamaron cuatro chicos que estaban sentados en torno a una mesa repleta de botellas de cerveza, tanto vacias como medio llenas. El acudio vacilando.
– Abdallah -dijo uno de ellos riendose-. Tu que eres tan jodidamente listo, y que no eres de aqui, ?sientate, hombre! ?Toma una cerveza!
– No, gracias -habia respondido Abdallah.
– Pero escucha -insistio el chico-. Aqui Danny, que ademas es un puto comunista, si me preguntas a mi…
Los demas rugieron de risa. El propio Danny sonrio y se coloco la desalinada cabellera detras de la oreja, a la vez que alzaba la botella de cerveza en una especie de brindis sin fuerza.
– Este sostiene que todo eso que se dice sobre los valores estadounidenses no es mas que bullshit. Dice que nos importa una mierda la paz, la familia, la democracia, el derecho a defendernos con armas… -A su memoria se le acabaron los valores centrales y dudo un momento antes de agitar su botella de cerveza-. Whatever. Danny-boy sostiene que…
El chico hipo. Abdallah recordaba que se queria ir, que queria salir de alli. Aquel no era su sitio, del mismo modo que en realidad nunca se le incluyo en nada en territorio estadounidense.
– Dice que nosotros, los norteamericanos, en el fondo solo necesitamos tres cosas -dijo el chico tirando de la manga de la chaqueta de Abdallah-. Que son el derecho a ir en coche adonde nos de la gana, cuando nos de la gana y por poco dinero…
Los demas se rieron tan alto que otra gente empezo a acercarse para comprobar lo que pasaba.
– Y luego el derecho a ir de compras adonde te de la gana, cuando te de la gana y por poco dinero…
Dos de los chicos se habian tirado al suelo y se agarraban la tripa con un ataque de risa. Alguien habia bajado un poco la musica; en torno a Abdallah se habia formado un grupito que intentaba averiguar que es lo que estaba provocando que aquellos estudiantes de segundo curso casi se murieran de risa.
– Y la tercera es… -grito el chico intentando que los otros lo acompanaran.
– Ver la tele cuando nos de la gana, ver lo que nos de la gana y por poco dinero -corearon los tres.
Varios se rieron. Alguien volvio a subir la musica, aun mas alto que antes. Danny se habia levantado. Hizo una reverencia profunda y elocuente, con un brazo pegado a la tripa y la mano izquierda en torno a la botella de cerveza.
– ?Y tu que dices, Abdallah? ?Asi es como somos, o que?
Sin embargo, Abdallah ya no estaba alli. Se habia retirado sin que nadie lo notara, entre las chicas risuenas y borrachas que lanzaban miradas de curiosidad a su cuerpo y que le hicieron volver a casa antes de lo que tenia planeado.
Aquello fue en 1979; nunca lo habia olvidado.
Danny habia dado en el blanco.
Abdallah tenia hambre. Nunca comia por la noche, no era bueno para la digestion. Pero en ese momento notaba que tenia que comer algo para tener alguna oportunidad de seguir durmiendo. Cogio un telefono que estaba empotrado en la cama. Abdallah dio una orden en voz baja y colgo.
Volvio a recostarse en la cama con las manos cruzadas detras de la nuca.
Danny-boy, un agudo estudiante melenudo y poco aseado, habia visto la realidad con tanta claridad que sin saberlo le habia proporcionado a Abdallah la formula que emplearia un cuarto de siglo mas tarde.
Abdallah al-Rahman conocia la historia de la guerra. Al verse obligado a entrar tan pronto en el gran imperio comercial de su padre, la carrera militar habia quedado descartada. Pero sonaba constantemente con la vida de soldado, especialmente cuando era mas joven. Durante un periodo habia leido hasta la saciedad a viejos generales. Sobre todo le fascinaba el arte de la guerra chino. Y el mas grande de los grandes era Sun Tzu.
Siempre tenia cerca de la cama un ejemplar bellamente encuadernado de El arte de la guerra, un libro de mas de 2.500 anos de antiguedad.
Lo cogio y empezo a hojearlo. Habia hecho que se lo tradujeran al arabe. El libro que sostenia en la mano era uno de los tres ejemplares que habia mandado hacer. Todos eran posesion suya.
«Lo mejor es conservar intacto el estado del enemigo. Destruirlo es solo lo segundo mejor. Librar cien batallas y obtener cien victorias no es la suprema eficacia. No luchar y, de todos modos, dominar las fuerzas del enemigo es la obra del eficiente», leyo.
Paso la mano por encima del grueso papel hecho a mano. Luego cerro el libro y lo dejo delicadamente en su sitio habitual.
Osama, su viejo companero de la infancia, solo queria destruir. El propio Bin Laden pensaba haber ganado el 11-S, pero Abdallah sabia que se equivocaba. La catastrofe de Manhattan fue una tremenda derrota. No destruyo a Estados Unidos, se limito a transformar el pais.
A peor.
Abdallah habia notado las consecuencias con amargura. Mas de dos millones de dolares de su fortuna habian sido bloqueados inmediatamente en bancos norteamericanos. Le habia llevado varios anos e increibles cantidades de dinero liberar la mayor parte del capital, pero las secuelas con el paron total y duradero de sus dinamicas companias habian sido catastroficas.
No obstante, consiguio superarlo. Su dinastia comercial era eclectica, tenia muchos pies sobre los que apoyarse. Hasta cierto punto, las perdidas en Estados Unidos se habian podido compensar por medio del alza del precio del petroleo y las exitosas inversiones en otras partes del mundo.
Abdallah era un hombre paciente, cuyos negocios iban por delante de todo lo demas, a excepcion de sus hijos. Paso el tiempo. La economia norteamericana no podia mantenerse separada eternamente de los intereses arabes. No podia soportarlo. A pesar de que despues del ano 2001 habia empleado varios anos en retirarse del mercado estadounidense, apenas un ano antes habia concluido que habia llegado el momento de volver a apostar por el pais. Esta vez la apuesta era mas alta, mas arriesgada y mas importante que nunca.
Helen Bentley era su oportunidad. Aunque nunca confiaba del todo en un occidental, habia percibido cierta fuerza en sus ojos, algo distinto, la rafaga de una decencia por la que habia decidido apostar. En noviembre de 2004, Helen Bentley parecia encaminarse hacia la victoria y parecia una persona razonable. El hecho de que fuera