mujer nunca le importo. Al contrario, al abandonar la reunion habia sentido una admiracion involuntaria por aquella senora fuerte y brillante.
Lo traiciono una semana antes de las elecciones, porque vio que era necesario ganar.
El arte de la guerra era destruir sin luchar.
Intentar luchar contra Estados Unidos al modo tradicional era inutil. Abdallah comprendio que los norteamericanos solo tenian un enemigo real: ellos mismos.
«Si a un estadounidense medio le quitas el coche, las compras y la television, le quitas las ganas de vivir», penso. Apago la pantalla de plasma. Por un momento volvio a ver ante sus ojos a Danny en Stanford, con una sonrisa torcida y la botella de cerveza en la mano: un norteamericano que se comprendia a si mismo.
«Si le quitas a un norteamericano las ganas de vivir, se pone furioso. Y la furia sube desde abajo, desde el individuo, desde el agotado, desde aquel que trabaja cincuenta horas a la semana y que aun asi no puede permitirse tener mas suenos que los que emanan de la pantalla del televisor.»
Asi pensaba Abdallah. Cerro los ojos.
«En ese caso no cierran filas, en ese caso no dirigen su furia contra los otros, los que estan ahi afuera, los que no son como nosotros y no nos quieren mal. En ese caso empiezan a morder hacia arriba. Se levantan contra los suyos. Dirigen su agresividad contra quienes son responsables de todo el asunto, del sistema, responsables de que las cosas funcionen y los coches anden y siga habiendo suenos a los que aferrarse en una vida, por lo demas, triste. Y alli arriba lo que hay es caos. El general supremo ha desaparecido y sus soldados dan vueltas sin direccion ni objetivos, sin liderazgo, en el vacio que surge cuando el lider no esta ni vivo ni muerto. Simplemente esta desaparecido. Un golpe en la cabeza que los deja aturdidos. Despues el golpe mortal contra el cuerpo. Elemental y efectivo.»
Abdallah alzo la vista. El criado entro silenciosamente con una bandeja. Dejo junto a la cama fruta, queso, un pan redondo y una jarra con zumo de naranja. Se fue con un breve saludo de la cabeza. No habia dicho nada y Abdallah no le habia dado las gracias.
Faltaba dia y medio.
Jueves, 19 de Mayo de 2005
Capitulo 1
Helen Lardahl Bentley abrio los ojos; al principio no era capaz de recordar donde estaba.
Se sentia incomoda. Tenia la mano derecha aprisionada bajo la mejilla y se habia quedado dormida. Se incorporo con cuidado. Tenia el cuerpo entumecido y tuvo que agitar un poco el brazo para despertarlo. Al cerrar los ojos a causa de un mareo repentino, recordo lo que habia pasado.
El mareo se calmo. Aun sentia la cabeza rara y ligera, pero tras estirar con cuidado los brazos y las piernas, se dio cuenta de que no podia tener lesiones graves. Incluso la herida de la sien parecia estar mejor; al pasarse los dedos por el chichon sintio que era mas pequeno que cuando se durmio.
?Se durmio?
Lo ultimo que recordaba era haberle estrechado la mano a la mujer invalida. Le habia prometido…
?Me quede dormida de pie? ?Me desmaye?
En ese momento se dio cuenta de que seguia sucia. De pronto el hedor se volvio absolutamente insoportable. Entonces, apoyando la mano izquierda contra el respaldo del sofa, se levanto. Tenia que lavarse.
– Buenos dias, Madame President -dijo una voz de mujer en el vano de la puerta.
– Buenos dias -dijo Helen Bentley, aturdida.
– Estaba en la cocina haciendo un cafe.
– ?Lleva… aqui toda la noche?
– Si.
La mujer de la silla de ruedas sonrio.
– Pense que tal vez tuviera una conmocion cerebral, asi que la he movido un par de veces. No le ha sentado muy bien. ?Quiere?
La Madame President dijo que no con la mano libre.
– Me tengo que duchar. Si no recuerdo mal… -Por un momento parecio confusa y se paso la mano por los ojos-. Si no recuerdo mal me ofreciste ropa limpia.
– Por supuesto. ?Puede andar sola o despertamos a Marry?
– Marry -murmuro la presidenta-. ?Esa era… la asistenta?
– Si. Y yo me llamo Hanne Wilhelmsen. Seguro que se le ha olvidado. Puede llamarme Hanne.
– Hannah -repitio la presidenta.
– Esta bien.
Helen Bentley probo a dar unos pasos. Las rodillas le temblaban, pero las piernas aguantaron. Miro a la otra mujer.
– ?Donde tengo que ir?
– Venga conmigo -dijo Hanne Wilhelmsen amablemente, y maniobro hacia una puerta.
– ?Tiene…? -La presidenta se interrumpio a si misma y la siguio.
El albor al otro lado de la ventana indicaba que aun era temprano, pero aun asi ya llevaba alli bastante tiempo. Debian de ser varias horas. Era evidente que la mujer de la silla de ruedas habia mantenido su promesa. No habia extendido la alarma. Helen Bentley aun podia hacer lo que tenia que hacer antes de salir a la luz. Todavia tenia una posibilidad de solucionarlo todo, pero para eso nadie debia saber que seguia viva.
– ?Que hora es? -le pregunto a Hanne Wilhelmsen cuando esta abrio la puerta del bano-. ?Cuanto tiempo he…?
– Las cuatro y cuarto -dijo Hanne-. Has dormido algo mas de seis horas. Seguro que no es bastante.
– Es mucho mas de lo que suelo dormir -dijo la presidenta, y se forzo a sonreir.
El bano era magnifico. Una banera de anchura doble dominaba la habitacion. Estaba mas baja de lo normal y podia recordar a una pequena piscina. En un gabinete de ducha mucho mas grande de lo normal, la presidenta vio algo que parecia una radio y algo que definitivamente era una pequena pantalla de television. El suelo estaba cubierto de mosaicos con dibujos orientales; el gigantesco espejo que coronaba los dos lavabos de marmol tenia un grueso marco de madera cubierta de pan de oro.
A Helen Bentley le parecia recordar que la mujer habia dicho estar jubilada de la Policia. En aquel piso no habia mucho que indicara un sueldo de policia, a no ser que este pais fuera el unico lugar del mundo donde pagaban a los policias como se deberia en realidad.
– Adelante -dijo Hanne Wilhelmsen-. Hay toallas en ese armario de ahi. Te dejo la ropa al otro lado de la puerta, asi puedes cogerla cuando acabes. Tomate el tiempo que necesites.
Salio del bano y cerro la puerta.
La mujer se desvistio con calma. Aun tenia los musculos sensibles y doloridos. Por un momento dudo que hacer con la ropa manchada, pero luego vio que Hanne habia dejado una bolsa de basura plegada junto a uno de los lavabos.
«Una mujer extrana. Pero ?no eran dos? ?Tres con la asistenta?», penso.
Ya estaba desnuda. Metio la ropa en la bolsa y la cerro atandola con un buen nudo. Lo que mas le apetecia era darse un bano, pero la ducha parecia mas sensata teniendo en cuenta lo sucia que estaba.
El agua caliente salia con potencia. Helen Bentley jadeo, en parte de agrado, en parte por el dolor que le recorrio el cuerpo cuando echo la cabeza hacia atras para que el agua le cayera sobre la cara.
La noche anterior habia otra mujer. Helen Bentley lo recordaba perfectamente. Una que queria avisar a la Policia. Las dos mujeres habian hablado en noruego y no habia entendido mas que una palabra que sonaba parecido a