– ?Por que?

– Espera.

Alzo la mano para interrumpirla.

«Y entonces tenemos que…»

Al presentador le costo que le escucharan.

«Aqui lo vamos a dejar por esta vez, dado que ya nos hemos pasado de tiempo. Estoy seguro de que esta discusion continuara en los proximos dias y semanas. Gracias por todo.»

Sono la sintonia del programa. La presidenta seguia con el tenedor alzado y un pedacito de tortita estaba goteando mermelada sobre la mesa sin que ella se diera cuenta.

– Esa mujer ha hablado de Warren Scifford -repitio absorta.

Inger Johanne cogio una servilleta y limpio la mesa.

– Si -dijo en voz baja-. No me he enterado muy bien de la discusion, pero no parecian estar de acuerdo en si el FBI… Se peleaban porque…, en fin, si el FBI se estaba tomando libertades en tierra noruega, por lo que he podido entender. La verdad es que… eso se ha discutido bastante este ultimo dia.

– Pero… ?Warren esta aqui? ?En Noruega?

La mano de Inger Johanne se detuvo en medio de un movimiento. La presidenta ya no parecia ni controlada ni majestuosa. Tenia la boca abierta de par en par.

– Si…

Inger Johanne no sabia que hacer, asi que cogio a Ragnhild y se la coloco en el regazo. La nina se retorcio como una anguila. La madre no queria soltarla.

– Bajar -chillo Ragnhild-. ?Mama! ?Agni quiere bajar!

– ?Lo conoces? -pregunto Inger Johanne, sobre todo porque no se le ocurria otra cosa que decir-. Personalmente, quiero decir…

La presidenta no respondio. Respiro hondo un par de veces y luego volvio a comer. Despacio y con cuidado, como si le doliera al masticar, consiguio meterse media tortita y un poco de beicon. Inger Johanne no podia seguir manteniendo a Ragnhild en brazos, asi que permitio que volviera con sus juguetes al suelo. Helen Bentley se bebio el zumo de un trago y se echo leche del vaso en la taza de cafe.

– Creia que lo conocia -dijo llevandose la taza a la boca.

Resultaba llamativo lo tranquila que sonaba la voz teniendo en cuenta que hacia unos segundos parecia estar en estado de shock. A Inger Johanne le parecio percibir un temblor en su voz cuando se acaricio delicadamente el pelo y prosiguio:

– Creo recordar que se me ofrecio una conexion a Internet. Como es obvio, necesito tambien un ordenador. Ha llegado el momento de que empiece a poner orden en este miserable asunto.

Inger Johanne trago saliva. Volvio a tragar. Abrio la boca para decir algo, pero no salio ningun sonido. Notaba que la presidenta la estaba mirando; Bentley poso la mano con cuidado sobre el antebrazo de Inger Johanne.

– Yo tambien le conoci una vez -susurro Inger Johanne-. Creia que conocia a Warren Scifford.

Tal vez fue porque Helen Bentley era una extrana. Tal vez fue por la certeza de que aquella mujer no era de alli, de que no formaba parte ni de la vida de Inger Johanne ni de Oslo ni de Noruega, lo que hizo que se lo contara. Madame President volveria en algun momento a su casa. Aquel dia, al dia siguiente, en todo caso pronto. Nunca volverian a verse. Pasados un ano o dos, la presidenta apenas recordaria quien era Inger Johanne. Tal vez fue el enorme abismo que las separaba, tanto por posicion como por vida y geografia, lo que hizo que Inger Johanne, por fin, despues de trece anos de silencio, contara la historia de como Warren la traiciono y de como ella perdio al hijo que estaban esperando.

Y cuando acabo de contar la historia, Helen Bentley se habia deshecho del ultimo resquicio de duda. Abrazo con cuidado a Inger Johanne y le acaricio la espalda. Cuando el llanto por fin remitio, se levanto y pidio un ordenador.

Capitulo 5

Era el propio Abdallah quien se habia inventado el nombre de Troya.

La idea le hacia mucha gracia. La eleccion del nombre no era imprescindible, pero habia facilitado considerablemente conseguir enganar a la presidenta para que saliera de la habitacion del hotel. Durante las semanas posteriores a que se anunciara que ella viajaria a Noruega a mediados de mayo, Abdallah habia confundido a los servicios de inteligencia norteamericanos con tacticas de guerrilla.

Entraba como un rayo y volvia a salir enseguida.

La informacion que les habia proporcionado era fragmentaria y, en realidad, anodina, pero de todos modos proporcionaba una especie de indicio de que algo estaba pasando. Y con un uso inteligente de palabras como «desde dentro», «ataque interior inesperado» e incluso «caballo», en una nota que encontro la CIA en un cadaver que aparecio en la costa italiana, consiguio exactamente lo que queria.

Cuando la informacion llego a Warren Scifford y a sus hombres, estos mordieron el anzuelo. Lo llamaron Troya, como el queria.

Abdallah estaba de vuelta en la oficina despues de dar un paseo a caballo. Las mananas en el desierto le parecian una de las cosas mas hermosas del mundo. El caballo habia corrido en serio y despues tanto el como el semental se habian banado en el estanque bajo las palmeras. El animal era viejo, uno de los mas viejos que tenia, y le alegro comprobar que aun conservaba rapidez, fuerza y alegria de vivir.

El dia habia comenzado bien. Ya habia solucionado una serie de asuntos de sus negocios normales. Habia respondido correos electronicos, habia hecho algunas llamadas y habia leido un informe que no contenia nada de interes. A medida que la manana pasaba a mediodia, noto que iba perdiendo capacidad de concentracion.

Informo a sus colaboradores en la habitacion contigua de que no queria que lo interrumpieran y se desconecto del ordenador.

En una pared, la pantalla de plasma mostraba sin sonido la emision de la CNN.

Sobre la otra, colgaba un enorme mapa de Estados Unidos.

Una buena cantidad de alfileres con cabezas de colores estaba dispersa por todo el pais. Se dirigio lentamente hacia el mapa y paso los dedos en zigzag por los puntos. La mano se detuvo en Los Angeles.

Tal vez eso fuera Eric Ariyoshi, penso Abdallah al-Rahman acariciando la cabeza amarilla del alfiler. Eric era sansei, norteamericano de tercera generacion de origen japones. Tenia cerca de cuarenta y cinco anos y no tenia familia. Su mujer lo abandono tras cuatro semanas de matrimonio, cuando perdio el trabajo en 1983, y desde entonces habia vivido con sus padres. Pero Eric Ariyoshi no habia dejado que lo hundieran. Acepto los trabajos que encontro hasta que, con treinta y dos anos, se licencio en la escuela nocturna como montador de cables.

El verdadero golpe llego al morir su padre.

El viejo habia estado internado en la costa Oeste durante la Segunda Guerra Mundial. Entonces no era mas que un chiquillo y habia pasado tres anos en un campo de concentracion junto a sus padres y sus tres hermanas pequenas. Muy pocos de los internados habian hecho nada malo. Habian sido buenos norteamericanos desde que nacieron. La madre, la abuela de Eric, murio antes de que los soltaran en 1945 y el padre de Eric nunca lo supero. Cuando se hizo mayor y se asento a las afueras de Los Angeles para regentar una pequena floristeria que apenas daba para mantenerlo con vida a el, a su mujer y a sus hijos, demando al Estado. El proceso se alargo y fue caro.

Cuando el padre de Eric murio en 1945, se vio que la herencia consistia en una enorme deuda. La pequena casa en la que el hijo se habia gastado todos sus ingresos de casi quince anos, aun estaba registrada a nombre del padre. El banco se quedo con la casa y Eric tuvo que volver a empezar una vez mas. La demanda que habia puesto su padre al Estado por internamiento injustificado quedo en nada. Lo unico que le habia sacado Daniel Ariyoshi a atenerse a las reglas y escuchar a abogados cada vez mas caros, era una vida de amargura y una muerte en la mas absoluta ruina.

Habia sido facil convencer a Eric, segun los informes.

Naturalmente queria dinero, mucho dinero segun su pobre vara de medida, pero tambien se lo merecia.

Abdallah siguio pasando el dedo de alfiler en alfiler.

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