Y asi iba a continuar.

Sin embargo, le habia hecho falta un unico aliado. Un iniciado.

La operacion Troya era demasiado complicada como para ser dirigida a distancia. Nada apuntaba hacia algo que quedara siquiera cerca de Abdallah, que hacia mas de diez meses que no pisaba Estados Unidos.

A finales de junio de 2004, mantuvo una reunion con la candidata a la presidencia de los democratas. Parecio positiva. Estaba impresionada con Arabian Port Management. El lo noto perfectamente. La reunion habia durado media hora mas de lo planeado porque ella quiso saber mas. En el vuelo de vuelta a Arabia Saudi, por primera vez desde la muerte de su hermano, habia pensado que tal vez no fuera necesario llevar a cabo sus planes. Que los treinta anos de posicionamiento y cultivo de una red durmiente de agentes por todos Estados Unidos tal vez hubieran sido una perdida de tiempo. Habia reclinado la cabeza contra la ventanilla de su avion privado y habia mirado la capa de nubes bajo el, tenida de rosa intenso por el sol que estaban dejando atras y que estaba a punto de desaparecer a sus espaldas. Daba igual, penso. La vida estaba llena de inversiones que no arrojaban dividendos. Hacerse cargo de la mayor parte de los puertos de Estados Unidos compensaria todos sus esfuerzos.

Practicamente le habia prometido el contrato.

Luego se deshizo de el, por la victoria.

Habia un receptor de las cartas, un hombre que lo pondria todo en marcha, siguiendo los detallados planes trazados por el propio Abdallah. Nada podia fallar, asi que Abdallah se tuvo que arriesgar a contactar directamente. Confiaba en su ayudante. Hacia mucho que se conocian. De vez en cuando le atormentaba que incluso este ultimo vinculo entre Estados Unidos y el mismo tuviera que ser eliminado en cuanto se llevara a cabo la operacion Troya.

Abdallah restrego con cuidado el cristal del marco antes de volver a dejar la fotografia de Rashid sobre la mesa.

Era cierto que confiaba en Fayed Muffasa, pero, por otro lado, no podia soportar tener que confiar en un ser viviente.

Capitulo 6

– Well, isn't this a Kodak moment?

La presidenta Helen Bentley tenia a Ragnhild sentada en el regazo. La nina estaba dormida. Su rubia cabeza colgaba hacia atras, la boca estaba abierta de par en par y los ojos se movian con rapidez tras los finos parpados. A intervalos regulares soltaba pequenos ronquidos.

– No pretendia que…

La madre estiro los brazos para coger a la nina.

– Dejala tranquila -sonrio Helen Bentley-. Necesitaba una pausa.

Llevaba tres horas delante de la pantalla. La situacion era grave, por decirlo suavemente. Mucho peor de lo que se habia imaginado. El miedo a lo que sucederia cuando, al cabo de unas pocas horas, abriera la bolsa de Nueva York era enorme y daba la impresion de que durante la ultima jornada los medios de comunicacion se habian preocupado mas por la economia que por la politica. Si es que era posible trazar tal division, penso Helen Bentley. Todos los canales de television y los periodicos de Internet tenian reportajes regulares de Oslo para mantener al dia al publico sobre el secuestro de la presidenta. Pero, de algun modo, era como si el destino de Helen Bentley hubiera sido marginado a las afueras de la conciencia de la gente. Ahora se trataba de las cosas cercanas. Del petroleo, la gasolina y los puestos de trabajo. En varios sitios se habian producido tumultos que rozaban la revuelta, y los dos primeros suicidios de Wall Street eran ya un hecho. Los gobiernos de Arabia Saudi y de Iran estaban furiosos. Su propio ministro de Asuntos Exteriores habia tenido que tranquilizar varias veces al mundo afirmando que la vinculacion de esos dos paises con el secuestro de la presidenta no tenia fundamento.

No obstante, el silencio habia sido absoluto despues de su discurso de la noche anterior y el conflicto seguia su escalada.

Por ahora se habia limitado a navegar por las paginas abiertas de la Red. Sabia que antes o despues se veria obligada a entrar en paginas que harian saltar todas las alarmas en la Casa Blanca, pero queria posponerlo tanto como fuera posible. En varias ocasiones, habia estado a punto de ceder ante la tentacion de abrir una cuenta en Hotmail para enviar un mensaje tranquilizador al correo privado de Christopher, pero afortunadamente habia reunido fuerzas para resistirse.

Aun habia demasiadas cosas que no entendia.

El hecho de que Warren hubiera llevado un doble juego ya le resultaba inconcebible, pero su larga vida le habia ensenado que de vez en cuando las personas hacian cosas muy extranas. Aunque los caminos del Senor fueran inescrutables, ni siquiera se podian comparar con los de los mortales.

Lo que no conseguia entender era el pasaje sobre la nina.

En la carta que le habia mostrado Jeffrey Hunter aquella madrugada, que ahora le parecia tan lejana en el tiempo, ponia, que lo sabian; que los troyanos sabian lo de la nina. Algo asi. Por mucho que se esforzara no conseguia acordarse literalmente de las palabras. Al leer la carta, por un segundo aparecio ante sus ojos la madre biologica de la nina, una figura vestida de rojo bajo la lluvia, con los ojos abiertos y suplicando por una ayuda que nunca le fue concedida.

La pequena Ragnhild intento girarse.

La nina era preciosa. Tenia el pelo rubio y suave, los dientes blancos como la nieve tras los labios rojos y humedos, y unas pestanas preciosas.

Se parecia a Billie.

Helen Bentley sonrio y acomodo mejor a la nina. El lugar en el que se encontraba era extrano, habia tanto silencio… En la lejania se percibia el zumbido del mundo del que se estaba ocultando, pero alli dentro habia cinco personas que parecian evitar hablar las unas con las otras.

La bizarra asistenta estaba sentada junto a la ventana haciendo ganchillo. De vez en cuando chasqueaba repetidamente la lengua y miraba un enorme roble del exterior. Luego daba la impresion de que se calmaba a si misma murmurando por lo bajo y volvia a concentrarse en su ganchillo de color rosa intenso.

La madre de la nina era una mujer fascinante. Cuando le conto la historia de Warren, dio la impresion de que nunca antes se la habia contado a nadie. En cierto sentido le produjo la impresion de que compartian un mismo destino. Resultaba paradojico, penso, pues su secreto consistia en que ella misma habia traicionado, mientras que Inger Johanne habia sido traicionada por otro.

«Nosotras las mujeres y nuestros malditos secretos -penso-. ?Por que somos asi? ?Por que sentimos verguenza tengamos motivos o no? ?De donde sale esta opresiva sensacion de cargar siempre con una culpa?»

A la mujer de la silla de ruedas no habia quien la entendiera.

Permanecia ahi sentada, al otro lado de la mesa de la cocina, con un periodico en el regazo y una taza de cafe en la mano. No daba la impresion de estar leyendo. El periodico llevaba un cuarto de hora abierto por la misma pagina.

Helen todavia no entendia bien quien estaba relacionado con quien en aquel hogar. Por alguna extrana razon no le importaba. Por lo general, su fuerte necesidad de tenerlo todo controlado hubiera hecho que la situacion le resultara insoportable, pero alli estaba tranquila, como si aquellas ambiguas constelaciones contribuyeran a tornar mas natural su absurda presencia.

No le habian planteado una sola pregunta desde que se desperto al amanecer. Ni una sola.

Era increible.

La nina de su regazo se incorporo somnolienta. Sintio una rafaga del dulce olor de la leche y el sueno cuando la nina la miro con recelo y dijo:

– Mama. Quiero ir con mama.

La asistenta se levanto con una rapidez que no se le hubiera atribuido a su flaco cuerpo tullido.

– Tu te vas a venir con la tia Marry. Y vamos a sacar los juguetes de Ida, pa' que las senoras puedan quedarse aqui un rato, en paz.

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