Capitulo 8

Inger Johanne no tenia ni idea de que hora era. Se sentia trasladada a otra dimension. La conmocion que sintio la noche anterior al ver aparecer a Marry con la maltrecha presidenta en los brazos se habia transformado en la sensacion de encontrarse completamente al margen de todo lo que sucedia fuera del piso de la calle Kruse. Habia conseguido ver algun que otro telediario, pero no habia salido a comprar los periodicos.

El piso era como un castillo cerrado. Nadie salia y nadie entraba. Era como si la apresurada decision de Hanne de conceder a la presidenta su deseo de no dar la alarma hubiera cavado un foso en torno a su existencia. Inger Johanne tenia que pensarlo bien para saber si era por la manana o por la noche.

– Tiene que tratarse de algo completamente distinto -dijo de pronto-. Estas enfocando sobre el secreto que no es.

Hacia rato que no hablaba, escuchaba a las otras dos mujeres en silencio. Llevaba tanto rato sin aportar nada a la conversacion, unas veces animada y otras vacilante y reflexiva, entre Helen Bentley y Hanne Wilhelmsen que, al parecer, se habian olvidado de que estaba alli.

Hanne arqueo las cejas. Helen Bentley fruncio las suyas, con un gesto de desconfianza que le cerro el ojo de la parte danada de la cara.

– ?Que quieres decir? -pregunto Hanne.

– Creo que os preocupa el secreto que no es.

– No te estoy entendiendo -dijo Helen Bentley, que se reclino en la silla y cruzo los brazos sobre el pecho, como si se sintiera ofendida-. Oigo lo que dices, pero ?que significa?

Inger Johanne aparto su taza de cafe y se coloco el pelo detras de la oreja. Por un momento mantuvo la mirada fija sobre un punto de la mesa, con la boca medio abierta y sin respirar, como si no supiera por donde empezar.

– Las personas nos dejamos llevar por nosotros mismos -dijo al fin, anadiendo una sonrisa encantadora-. Todos lo hacemos, de alguna manera. Tal vez especialmente… las mujeres.

Tuvo que volver a pensarselo. Ladeo la cabeza y se puso a juguetear con un rizo. Las otras dos mujeres aun parecian escepticas, pero la escuchaban. Cuando Inger Johanne empezo de nuevo a hablar, lo hizo en un tono mas bajo que de costumbre.

– Cuentas que te desperto Jeffrey Hunter, que ya lo conocias. Como es natural, estabas muy cansada y, por lo que explicas, al principio tambien bastante aturdida. Muy aturdida, dices. Cosa que es lo mas normal del mundo. La situacion tenia que parecerte bastante… extraordinaria. -Inger Johanne se quito las gafas y miro miopemente la habitacion-. El hombre te ensena una carta. No recuerdas muy bien el contenido. Lo que recuerdas es que te entro panico.

– No -dijo Helen Bentley con decision-. Recuerdo que…

– Espera -la interrumpio Inger Johanne alzando la mano-. Por favor. Escuchame primero. La verdad es que esto es lo que estas diciendo. Subrayas todo el rato que te entro panico. Es como si… te estuvieras saltando un paso. Es como si… te avergonzaras tanto de no haber estado a la altura de la situacion que tampoco eres capaz de reconstruirla. -Hubiera jurado que un rubor se extendia por la cara de la presidenta-. Helen…

Inger Johanne tendio la mano hacia la suya. Era la primera vez que se dirigia a la presidenta usando su nombre de pila. La mano quedo intacta sobre la superficie de la mesa, con la palma hacia arriba. La retiro y continuo en voz baja.

– Eres la presidenta de Estados Unidos. No es la primera vez que estas en guerra, literalmente. -Helen Bentley esbozo una sonrisa-. El hecho de que te entrara panico en una situacion asi no es demasiado… presidencial. No tal y como lo ves tu, pero te juzgas con demasiada dureza, Helen. No lo hagas. No resulta util. Incluso una persona como tu tiene sus puntos flacos. Todos los tenemos. Lo unico preocupante de este caso es que tu creiste que habian encontrado el tuyo. Pensemos en lo que paso antes de que te diera la sensacion de que el mundo se derrumbaba.

– Lei la carta de Warren -la corto Helen Bentley.

– Si. Y ponia algo de un nino. No recuerdas mas que eso.

– Si que recuerdo algo mas. Tambien ponia que lo sabian. Que los troyanos sabian…, de la nina.

Inger Johanne se limpio las gafas con una servilleta. Debia de haber grasa en el papel, cuando se las volvio a poner vio la habitacion a traves de un filtro difuso.

– Helen -probo otra vez-. Entiendo que no nos puedas contar en que consiste eso de los troyanos. Tambien respeto que quieras guardarte el secreto sobre tu hija, ese secreto que creiste que conocian y que hizo que… perdieras la cabeza. Pero podria ser…, podria ser…

Vacilo e hizo una mueca.

– Ahora te estas haciendo un lio -dijo Hanne.

– Si. -Inger Johanne miro a la presidenta y se apresuro a anadir, para que no se le fuera-: ?Podria ser que pensaras en ese secreto precisamente porque es el peor? ?El mas feo de todos?

– No estoy entendiendo lo que pretendes decir -dijo Helen Bentley.

Inger Johanne se levanto y se dirigio al fregadero. Echo una gota de lavavajillas sobre cada lente y dejo correr el agua mientras las restregaba con el pulgar.

– Tengo una hija de casi once anos -dijo Inger Johanne secando las gafas-. Tiene una minusvalia psiquica que no consiguen determinar. Es… el punto mas vulnerable de mi vida. Siempre tengo la sensacion de que no la veo lo bastante bien, que no soy lo bastante buena para ella, lo bastante buena con ella. Eso me hace muy vulnerable. Hace que me… deje llevar por mi misma. Si escucho de pasada una conversacion sobre alguien que no cumple sus responsabilidades hacia sus hijos, pienso automaticamente que estan hablando de mi. Si veo un programa en la television sobre una cura milagrosa para autistas que se lleva a cabo en Estados Unidos, siento que soy una madre miserable por no haber buscado algo asi. El programa se convierte en una acusacion personal contra mi, y me paso toda la noche despierta sintiendome fatal.

Tanto Helen Bentley como Hanne habian empezado a sonreir. Inger Johanne volvio a sentarse a la mesa.

– Veis -dijo Inger Johanne devolviendoles la sonrisa-. Os reconoceis en lo que digo. Asi somos, todos. Mas o menos. Y la verdad es que creo que tu, Helen, pensaste en tu secreto porque es tu punto flaco, pero que en realidad la carta no se referia a eso. Que se referia a otra cosa. A otro secreto, tal vez. O a otro nino.

– Otro nino -repitio la presidenta sin entender.

– Si. Insistes en que nadie, absolutamente nadie, puede saber… nada sobre eso que ocurrio hace tanto tiempo. Ni siquiera tu marido, segun dices. Y entonces es logico que… -Inger Johanne se inclino sobre la mesa-. Hanne, tu que has sido detective durante un monton de anos, ?no te parece sensato asumir que cuando algo es completamente imposible…? Bueno, pues… ?Es completamente imposible! Y hay que buscar otra explicacion.

– El aborto -dijo Helen Bentley.

El angel que paso por la habitacion se tomo muchisimo tiempo. Helen Bentley miraba al frente sin fijar la vista en nada. Tenia la boca medio abierta y el ceno fruncido. No parecia ni asustada ni avergonzada, ni siquiera molesta.

Estaba en profundo estado de concentracion.

– Abortaste -dijo al final Inger Johanne muy despacio, despues de lo que parecio un silencio de varios minutos-. Nunca ha salido a la luz. Al menos yo no lo he visto. Y yo me fijo mucho, por decirlo asi.

Se oyo un ruido agudo y repiqueteante.

– ?Que hacemos ahora? -susurro Inger Johanne.

Helen Bentley se puso rigida.

– Esperad -dijo Hanne-. Marry esta abriendo. No pasa nada.

Las tres contuvieron la respiracion, en parte por tension y en parte para intentar escuchar la conversacion que mantenia Marry con quien hubiera llamado a la puerta. Pero ninguna de las tres pudo distinguir las palabras.

Paso medio minuto. La puerta volvio a cerrarse. Al momento Marry aparecio en la cocina con Ragnhild apoyada sobre la cadera.

– ?Quien era? -pregunto Hanne.

– Uno de los vecinos -dijo Marry cogiendo un vaso de agua de la encimera.

– ?Y que queria uno de los vecinos?

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