– Queria avisarnos de que teniamos el trastero abierto. Joder. Ayer me se olvido volver a bajar. Santo Cielo, tampoco iba a soltar a la senora por algo tan prosaico como cerrar una puerta.
– ?Y que le has dicho al vecino?
– Le he dado las gracias por avisarnos. Pero cuando ha empezado a dar la lata sobre una puerta rota y si yo sabia algo, le he dicho que no meta las narices donde no le llaman. Eso ha sido to'.
Volvio a dejar el vaso de agua y desaparecio.
– What?-dijo la presidenta-. What was all that about?
– Nada -dijo Hanne agitando la mano-. Que una puerta del sotano se ha quedado abierta. Olvidalo.
– Habia otro secreto -dijo Inger Johanne.
– Nunca he pensado que fuera un secreto -dijo Helen Bentley con serenidad, casi le sorprendia la idea-. Simplemente pensaba que no era asunto de nadie. Hace muchisimo tiempo. Fue en el verano de 1971. Yo tenia veintiun anos y era estudiante. Fue mucho antes de que conociera a Christopher. El lo sabe, naturalmente. Asi que no es ningun… secreto. No en ese sentido.
– Pero un aborto… -Inger Johanne paso los dedos por la superficie de la mesa y se repitio a si misma-: ?Un aborto! Si se hubiera sabido, ?no habria destruido tu campana electoral? Y aun ahora ?no seria un gran problema para ti? La cuestion del aborto, por decirlo con suavidad, ha creado un eterno cisma en Estados Unidos y…
– La verdad es que creo que no -dijo Helen Bentley con decision-. Y en todo caso siempre he estado preparada para eso. Todo el mundo sabe que estoy a favor del aborto. Es verdad que mi postura en el debate estuvo a punto de costarme las elecciones…
– Fue el
– Si, es verdad. Pero salio bien, entre otras cosas porque saque muchos votos entre las mujeres… de las clases menos favorecidas. De hecho, los sondeos muestran que recibi una cantidad impresionante de votos de mujeres que hasta entonces ni siquiera se habian apuntado al censo. Ademas insisti en que estaba completamente en contra de los abortos tardios. Eso me hizo mas digerible, incluso entre los antiabortistas. Y nunca me ha preocupado especialmente que mi aborto saliera a la luz. Era un riesgo que merecia la pena correr. Y ademas resulta que no me averguenzo de haberlo hecho. Era demasiado joven para tener hijos. Estaba en mi segundo ano en la universidad. No amaba al padre de la criatura. El aborto se hizo de modo legal, solo estaba de siete semanas y fui a Nueva York. Estaba, y sigo estando, a favor de la posibilidad de eleccion del aborto durante los primeros tres meses de embarazo, y puedo dar la cara por lo que hice. -Suspiro e Inger Johanne percibio un ligero temblor en su voz cuando continuo-: Pero pague un precio muy alto. Me quede esteril. Como sabeis, mi hija Billie es adoptada. Pero aqui no hay nada que suponga una incoherencia entre mi vida y mi doctrina, que al final es lo que importa en el caso de los politicos.
– Pero hay gente que pensaria que esto es dinamita -dijo Inger Johanne.
– Desde luego -asintio Bentley-. Bastante gente, la verdad. Ya lo has dicho tu: la cuestion del aborto divide Estados Unidos por la mitad, se trata de un tema muy delicado que nunca ha acabado de cerrarse. Si se hiciera publico, tendria que defenderme. Pero lo dicho, creo que…
– ?Quien lo sabe?
– ?Quien…? -Se lo penso, fruncio el ceno y dijo vacilante-: Bueno, Christopher, por supuesto. Se lo conte antes de casarnos. Y tenia una buena amiga, Karen, que tambien lo sabia. Fue estupenda y me apoyo muchisimo. Pero un ano mas tarde murio en un accidente de trafico, mientras yo estaba en Vietnam y… Me resulta impensable que Karen se lo contara a nadie. Era…
– ?Y el hospital? Tendra que haber un historial clinico en alguna parte, ?no?
– El edificio ardio en 1972 o 1973. Lo quemaron unos activistas pro-life que se pasaron un poco durante una manifestacion. Aquello fue antes de la revolucion informatica, asi que supongo que…
– El historial clinico ha desaparecido -dijo Inger Johanne-. Tu amiga ya no esta. -Conto con los dedos y dudo antes de aventurarse a preguntar-: ?Y el padre de la criatura? ?Sabia algo?
– Si, claro. El…
Helen Bentley se adentro en sus propios pensamientos. Su rostro adquirio una dulzura especial, una suavidad en torno a la boca y un estrechamiento de los ojos que borraba sus arrugas y la hacia parecer mas joven.
– Queria casarse conmigo -dijo-. Queria que tuvieramos ese nino. Pero cuando comprendio que yo iba en serio, me apoyo en todos los sentidos. Me acompano a Nueva York. -Alzo la mirada; tenia los ojos llenos de lagrimas, pero no hizo ademan de enjugarlas-. Yo no lo amaba. No creo que estuviera realmente enamorada de el. Pero era un buenazo… Creo que era el hombre mas bueno que he conocido nunca. Considerado. Sabio. Me prometio no contarselo nunca a nadie. Francamente, no me puedo imaginar que haya roto su promesa. Tendria que haber sufrido una transformacion muy radical.
– Esas cosas pasan -susurro Inger Johanne.
– A el no -dijo Helen Bentley-. Era un hombre de honor, como nadie a quien haya conocido. Hacia casi dos anos que le conocia cuando me quede embarazada.
– Han pasado treinta y cuatro anos -dijo Hanne-. A una persona le pueden pasar muchas cosas en tanto tiempo.
– A el no -dijo Helen Bentley negando con la cabeza.
– ?Como se llamaba? -pregunto Hanne-. ?Lo recuerdas?
– Ali Shaeed Muffasa -dijo Helen Bentley-. Creo que mas tarde se cambio el nombre. Cogio uno que sonaba mas… ingles. Pero para mi solo era Ali, el chico mas bueno del mundo.
Capitulo 9
Las siete y media de la manana, por fin, y, afortunadamente, era jueves. Las dos ninas entraban pronto en el colegio aquel dia. Louise para jugar al ajedrez antes de que empezaran las clases; Catherine para pasar un rato en el gimnasio. Las dos habian preguntado por su tio, pero se habian tranquilizado cuando su padre insinuo que Fayed habia tomado alguna copa de vino de mas la noche anterior. Estaba durmiendo la mona.
La casa de Rural Route # 4, en Farmington, Maine, nunca estaba completamente en silencio. La madera crujia. La mayoria de las puertas chirriaban, algunas era dificiles de abrir y otras tenian el marco suelto y no dejaban de dar portazos movidas por la constante corriente entre las viejas ventanas. En la parte trasera de la casa, habian plantado unos enormes arces tan cerca de la pared que las ramas atizaban el tejado en cuanto corria un poco de aire. Era como si la casa estuviera viva.
Ya no era necesario que Al Muffet anduviera de puntillas por la casa. Sabia que no iba a aparecer nadie por alli hasta que llegara el cartero, cosa que solia ocurrir sobre las dos. Despues de llevar a las chicas al colegio, Al habia pasado por el despacho y le habia dicho a la secretaria que no se sentia bien, que le dolia la garganta y que tenia fiebre y que, lamentablemente, tendria que cancelar las citas del dia. Ella lo habia mirado con ojos tristes y mucha simpatia, y le habia deseado que se mejorara.
El habia recogido las cosas que necesitaba, se habia despedido entre toses y se habia ido a casa.
– ?Estas mas o menos comodo?
Al Muffet le echo un vistazo a su hermano. Tenia los brazos amarrados a la cabecera de la cama, con cinta americana en torno a las munecas, y los pies atados con una cuerda que continuaba por la punta del pie derecho y estaba asegurada con grandes nudos. Sobre la boca de su hermano, Al Muffet habia colocado una ancha cinta adhesiva gris.
– Mmffmm -respondio el otro, agitando freneticamente la cabeza; el sonido quedaba muy amortiguado por un trapo que le habia metido en la boca.
Al Muffet descorrio las cortinas. La luz de la manana entro a raudales. El polvo de la habitacion de invitados danzaba por encima de la tarima desgastada. Al sonrio y se giro hacia su hermano en la cama.
– Estas comodo. Esta madrugada, cuando te puse una inyeccion tranquilizante en el culo, casi ni te enteraste. Fue tan facil dominarte que casi no te reconozco, Fayed. En tiempos eras tu quien ganaba las peleas, no yo.
– ?Mmffff!
Junto a la ventana habia una silla de madera. Era fragil y vieja, y tenia el asiento desgastado por mas de cien anos de uso. Venia con la casa cuando Al Muffet la compro, como tantas otras cosas viejas y hermosas que