A diferencia de Osama bin Laden, no deseaba usar fanaticos ni suicidas para atacar a Estados Unidos, un pais al que odiaba y que nunca habia comprendido.
En su lugar habia construido un callado ejercito de norteamericanos. De norteamericanos descontentos, traicionados, oprimidos y enganados, de gente corriente que pertenecia al pais. Muchos de ellos habian nacido alli, todos residian en el pais y la nacion era suya. Eran ciudadanos norteamericanos, pero Estados Unidos nunca los habia recompensado mas que con traiciones y derrotas.
– The spring of our discontent -susurro Abdallah.
Detuvo el dedo en un alfiler de cabeza verde a las afueras de Tucson, Arizona. Tal vez representara a Jorge Gonzalez, cuyo hijo fue asesinado por el ayudante del
El pequeno Antonio media apenas un metro y veinticinco centimetros, y se encontraba a seis metros de distancia del policia cuando le disparo. Montaba una bicicleta verde para ninos y llevaba una camiseta con un dibujo de Spiderman en la espalda que le quedaba un poco grande.
Nadie fue nunca castigado por aquel episodio.
Ni siquiera hubo acusacion.
El padre, que llevaba trabajando en Wal-Mart desde que con trece anos llego a la tierra de sus suenos procedente de Mexico, nunca supero la muerte de su hijo y la falta de respeto con la que lo trataron a el y a su familia quienes se suponia que debian defenderlo. Cuando surgio la oferta de una suma de dinero que le posibilitaria volver a su tierra como un hombre de pudientes, a cambio de un favor que no parecia peligroso, cogio la oportunidad sin pensarselo.
Abdallah podria seguir de ese modo.
Cada alfiler representaba un destino, una vida. Como era obvio, nunca habia conocido personalmente a ninguno de ellos.
No tenian la menor idea de quien era el y nunca la tendrian. Tampoco la treintena de personas que llevaban desde el ano 2002 reclutando aquel ejercito de suenos rotos sabian de donde venian las ordenes y el dinero.
Reflejos rojos en la pantalla de plasma hicieron que Abdallah se girara.
Las imagenes de la television mostraban un incendio.
Retorno al escritorio y subio el volumen:
«… en este granero a las afueras de Fargo. Es la segunda vez en menos de doce horas que un deposito ilegal de gasolina causa un incendio en esta zona. Las autoridades locales sostienen que…»
Los norteamericanos habian empezado a acumular con vistas a la crisis.
Abdallah se sento. Coloco las piernas sobre el colosal escritorio y cogio una de las botellas de agua.
Como el precio de la gasolina subia cada pocas horas y los telediarios informaban de un uso cada vez mas violento del lenguaje por parte de la diplomacia de los paises de Oriente Medio, la gente estaba intentando asegurarse reservas de combustible.
En Estados Unidos todavia era de noche, pero las imagenes mostraban colas de coches repletos de garrafones, cubos, viejos barriles de petroleo y barricas de plastico. Un reportero que bloqueaba el paso a una camioneta que se estaba acercando a los surtidores tuvo que retirarse para que no lo atropellaran.
«No pueden prohibirnos comprar gasolina -bramo una granjera muy gruesa-. Si las autoridades no pueden garantizarnos un precio decente para el petroleo, ?tenemos derecho a tomar nuestras medidas preventivas!»
«?Que vas a hacer ahora? -pregunto el entrevistador mientras la imagen enfocaba a hombres jovenes que se peleaban por un bidon.»
«Primero voy a llenar todo esto -grito la granjera, que estampo uno de los seis barriles de petroleo contra el camion-. Y luego los voy a vaciar en mi silo. Y asi me voy a tirar toda la noche y todo el dia de manana, mientras quede una sola gota de gasolina en este estado pienso…»
Cortaron el sonido y el reportero miro aturdido a la camara. El realizador paso la comunicacion el estudio.
Abdallah bebio. Vacio la botella y echo un vistazo al mapa con todos los alfileres, con todos sus soldados.
No tenian nada que ver con el petroleo o la gasolina.
La mayoria de ellos trabajaban con la television por cable.
Muchos de ellos trabajaban en Sears o Wal-Mart.
El resto eran informaticos. Jovenes hackers que se dejaban tentar para hacer cualquier cosa a cambio de poco dinero, y tambien programadores mas experimentados. Algunos de ellos habian perdido el trabajo porque se los consideraba demasiado viejos.
En la industria ya no habia sitio para trabajadores eficaces y leales que aprendieron informatica cuando todavia se usaban tarjetas perforadas y que casi se habian matado intentando mantenerse al dia con la evolucion.
Lo mas bello de todo el asunto, penso Abdallah inclinandose hacia una fotografia de su difunto hermano Rashid, era que los alfileres no se conocian entre si. La aportacion que haria cada uno era pequena en si misma. Casi una bagatela, una pequena falta que merecia la pena correr el riesgo de cometer, comparado con lo que se ganaba a cambio.
En conjunto, sin embargo, el ataque resultaria mortal.
No solo se veria afectada una enorme cantidad de headends, las instalaciones donde se recogian las senales de las televisiones por cable y luego se reenviaban a los abonados -por lo general no estaban vigiladas y habian resultado ser un objetivo mucho mas sencillo de lo que Abdallah se habia imaginado-, tambien serian saboteados muchos repetidores de senal y de cables, una cantidad tal que llevaria semanas, tal vez incluso meses, reparar.
Entre tanto la furia iria en aumento.
Aun peor seria cuando los sistemas de seguridad y las cajas registradoras de las mayores cadenas de supermercados dejaran de funcionar. El ataque contra las tiendas se podia llevar a cabo por golpes, con rapidas embestidas contra determinadas zonas, seguidas de nuevos casos en otras zonas, de un modo imprevisible y dificil de interpretar, como en una eficaz guerra de guerrillas.
El ejercito invisible de norteamericanos esparcidos por todo el continente y que no tenian la menor idea de la existencia de los demas sabian exactamente lo que tenian que hacer cuando recibieran la senal.
Eso ocurriria al dia siguiente.
A Abdallah le habia llevado mas de una semana trazar la estrategia final. Se habia pasado siete dias en aquel despacho, ante las largas listas de sus reclutas, moviendolos por el mapa, haciendo calculos, evaluando la fuerza del golpe y el efecto. Cuando por fin lo escribio todo sobre papel, solo restaba convocar a Tom O'Reilly a Riad.
Y a William Smith. Y a David Coach.
Habia convocado a tres mensajeros. Habian estado en el palacio al mismo tiempo, sin saberlo. Los habia mandado de vuelta a Europa en tres aviones diferentes, con solo media hora de diferencia. Abdallah, que acaricio delicadamente la fotografia de su hermano, no podia dejar de sonreir ante la idea.
Nunca se podia estar seguro de nada en este mundo, pero quemando tres de sus cartas mas seguras, la probabilidad de que al menos una de ellas llegara a un buzon de correos norteamericano era enorme.
Habia empleado tres mensajeros; los tres murieron justo despues de enviar las cartas identicas. Los sobres iban dirigidos al mismo lugar y el contenido solo le resultaria comprensible al receptor, si se perdian nadie notaria nada.
Y ese era el punto mas debil del plan: que todas iban dirigidas al mismo receptor.
Como cualquier general, Abdallah conocia sus puntos fuertes y sus puntos debiles. La fuerza residia ante todo en la paciencia, en su enorme capital y en el hecho de que era invisible. Esto ultimo era al mismo tiempo su punto mas vulnerable, porque le hacia tener que actuar por medio de muchos eslabones, hombres de paja y rodeos electronicos, a traves de maniobras de camuflaje y, alguna que otra vez, de identidades falsas.
Abdallah al-Rahman era un hombre de negocios respetado. La gran mayoria de sus actividades eran legitimas y empleaba a los mejores mediadores de Europa y Estados Unidos. Aunque estaba rodeado de una mitica inaccesibilidad, nada ni nadie habia resquebrajado nunca su renombre de capitalista, inversor y especulador honrado.