comian hamburguesas y ya anoraban la siguiente visita, en primavera, cuando pudieran disfrutar de las cervezas al sol, cuando el Tivoli por fin empezaba la temporada.
Queria volver a casa.
A casa. Con sorpresa se dio cuenta de que Villefranche era su casa. No le gustaba la Riviera. De verdad que no. Eso era antes.
Ahora todo era tan nuevo.
Habia vuelto a nacer, penso, y su propio topico la hizo sonreir. Se recorrio la tripa con los dedos. Ya estaba mas firme, al menos mas plana. Estaba tumbada desnuda en la cama, sobre el edredon. No habia corrido las cortinas de terciopelo. Solo los visillos, ligeros y medio transparentes, la separaban de cualquiera que pudiera estar fuera. Si alguien queria mirar, si habia alguien al otro lado de la calle, en una ventana en el segundo piso, o en el tercero, si alguien de verdad queria verla, estaba a la vista. Entraba corriente de aire por la ventana. Se estiro. Notaba claramente la piel de gallina bajo las yemas de los dedos cuando los paso por encima del brazo. Braille, penso la mujer; su nueva vida estaba relatada en letras de ciego sobre la piel.
Sabia que ahora estaba corriendo riesgos. Nadie sabia hacer esto mejor que ella, y podria haber elegido seguir por un camino mas seguro.
El primero fue perfecto. Inaprensible.
Pero lo seguro se le hacia demasiado invulnerable. Lo habia comprendido en cuanto volvio a la villa junto a Baie des Anges.
La falta de libertad de lo aburrido, el entumecimiento de lo carente de riesgo, eran cosas sobre las que nunca habia reflexionado y con las que, por tanto, no habia sido capaz de hacer nada. No hasta que finalmente desperto y salio de una existencia acolchonada por las rutinas y el deber pasivo, donde nunca hacia mas que aquello por lo que le pagaban. Nunca mas, nunca menos. Los dias se amontonaban lentamente. Formaban semanas y anos. Envejecia. Cada vez mas diestra. Cumplio cuarenta y cinco anos y estaba a punto de morirse de aburrimiento.
El peligro le insuflo nueva vida. El panico la mantenia ahora despierta. El miedo hacia que le golpeara el propio pulso. Los dias pasaban volando y la tentaban a salir corriendo detras, felizmente aterrorizada, como un nino persiguiendo a un elefante de circo a la fuga.
«Y mueres tan lentamente que crees vivir -penso la mujer, e intento recordar el poema-. Trataba sobre mi. Era sobre mi sobre quien escribia el poeta.»
«The Chief sostiene que ella es la mejor. Se equivoca. Me tiro desde lo alto de los edificios con el equipo que nadie se atreve a probar. Ella es la que se queda en tierra y sabe si el equipo aguantara o se rompera. Yo buceo hasta profundidades en las que nunca he estado. Ella esta sentada en el barco y ha calculado cuando revientan los pulmones. Ella es una teorica, como yo en tiempos. Ahora yo soy alguien que actua. Soy el Realizador, y por fin existo.»
Los dedos se deslizaron entre las piernas. La mirada busco las ventanas al otro lado de la calle. Estaban iluminadas, y en una de las habitaciones se movia una sombra. Desaparecio.
Tenia frio, y giro el cuerpo hacia la ventana. Tenia las piernas separadas. El que arrojaba sombra no volvio.
Podia tomarle el pelo eternamente a Inger Johanne.
Pero en eso no habia deportividad.
Ni emocion.
Ragnhild eructo. Un liquido amarillo con vetas blancas le cayo por la barbilla y desaparecio entre los profundos pliegues de su cuello. Inger Johanne la limpio cuidadosamente y volvio a recostar a la nina contra su hombro.
– ?Duermes? -susurro.
– Mmm.
Yngvar se dio la vuelta, pesado como el plomo, y se puso la almohada sobre la cabeza.
– Estaba pensando una cosa -dijo ella en voz baja.
– Manana -jadeo el, y volvio a darse la vuelta.
– Aunque todas las victimas tenian una fuerte vinculacion con Oslo -dijo Inger Johanne, ya no tan bajito-, todos los asesinatos tuvieron lugar fuera de la ciudad. ?Has pensado en eso?
– Manana, por favor -rogo Yngvar.
– Vegard Krogh vivia en Oslo. Aquella noche estaba en Asker solo por casualidad. Fiona y Vibeke trabajaban en Oslo. Trabajaban mucho. Pasaban la mayor parte del tiempo en la capital. Pero, a pesar de esto, todos perdieron la vida fuera de Oslo. Raro, ?no?
– No.
El se incorporo apoyandose sobre el codo.
– Tienes que dejarlo -dijo con seriedad.
– ?Se te ha ocurrido que puede haber una razon para ello? -pregunto su mujer impasible-. ?Te has preguntado a ti mismo lo que pasa cuando se comete un asesinato fuera de Oslo?
– No me lo he preguntado a mi mismo, no.
– Kripos -dijo ella dejando a Ragnhild suavemente en la cuna, estaba dormida.
– Kripos -repitio el, adormilado.
– Nunca apoyais a la policia de Oslo en los casos de asesinato. -El aserto de Inger Johanne no era una critica.
– Si.
– No en lo tactico -insistio ella.
– Bueno, yo…
– ?Escuchame, muchacho!
El se volvio a tumbar en la cama y se quedo mirando al techo.
– Te escucho.
– ?Crees que el asesino desea tener una oposicion mas fuerte? ?Un contrincante con mas pericia?
– ?Joder, Inger Johanne! ?Hay que poner un limite a las especulaciones! Para empezar seguimos sin saber si se trata de un solo asesino. En segundo lugar, estamos tras la pista de un posible sospechoso. En tercer lugar…, la policia de Oslo tiene pericia mas que suficiente. Yo diria que la mayoria de los criminales chiflados lo considerarian reto suficiente.
– Despues de que desapareciera la mujer esa, Wilhelmsen, se dice que la mayoria se ha descompuesto y que…
– No escuches los rumores -aconsejo Yngvar,
– Simple y llanamente no quieres asumir la situacion.
– No a las cuatro y diez de la madrugada -dijo el, que escondio la cara entre las manos.
– Eres el mejor -dijo ella calladamente.
– No.
– Si. Escriben sobre ti. En los periodicos. Aunque no te dejes entrevistar tras aquel descuido…
– No me lo recuerdes -dijo el medio ahogado.
– Te presentan como el gran tactico. El outsitler grandullon, sabio y raro que no quiere ascender en el sistema, pero que se…
– Dejalo ya.
– Tenemos que instalar una alarma -afirmo ella.
– ?Tienes que dejar de tener miedo, carino!
Poso el brazo laxamente sobre el abdomen de ella. Inger Johanne seguia medio incorporada en la cama. Entrelazo sus dedos con los de el. Sono el telefono.
– ?Joder! -Yngvar tanteo la mesilla en la penumbra-. Diga -ladro.
– Soy yo. Sigmund. Lo hemos encontrado. ?Vienes?
Yngvar se sento en la cama. Los pies toparon con el suelo congelado. Se restrego la cara y sintio la calida mano de Inger Johanne contra la columna vertebral.
– Voy -dijo, y colgo el telefono.
Se dio la vuelta y se acaricio la nuca, inusualmente desnuda.
– Mats Bohus -dijo calladamente-. Lo han encontrado.