Trond se levanto lentamente de la silla. Tenia los ojos llenos de lagrimas. Una fina linea de saliva le caia de la comisura izquierda de la boca. Tomo aire entre hipidos.
– Nunca pague -dijo, y se cubrio la cara entre las manos-. No sabia que a otros les cobraba. No sabia que tenia a otros…, ademas de a mi.
Despues lo volvio a dominar el llanto. No se dejaba consolar por nada, ni por la mano vacilante de Yngvar sobre su hombro, ni por el abrazo que le dio su madre cuando la llamaron media hora mas tarde y llego agitada y muerta de miedo, ni por el tosco abrazo de chico de su hermano en el aparcamiento, antes de que lo montaran en el asiento trasero.
– Hace mucho tiempo que es mayor de edad -respondio Yngvar a las numerosas preguntas de su madre-. Tendra que preguntarle a el de que se trata.
– Pero… tiene que decirme si…, es el…, si fue el quien…
– Trond no mato a Vibeke. De eso puede estar segura. Pero ahora no esta nada bien. Cuidelo mucho.
Yngvar se quedo de pie en el aparcamiento bastante tiempo despues de que las luces traseras rojas del coche de Bard Arnesen hubieran desaparecido. Mientras estaba ahi sin abrigo, la temperatura cayo un grado o dos; habia empezado a nevar. Se quedo bastante quieto, sin saludar a la gente que salia del edificio y se despedia antes de meterse tiritando en los coches para ir a sus casas a reunirse con sus propias familias, sus propias vidas torcidas.
En momentos como estos recordaba por que la pasion que en tiempos sintio por su trabajo se habia reducido a un mitigado y poco frecuente sentimiento de satisfaccion. Seguia pensando que lo que hacia era importante. Seguia encontrando desafios en su trabajo todos los dias. Sacaba partido de su amplia experiencia y reconocia que era valiosa. Tambien la intuicion se habia reforzado con los anos, y se habia vuelto mas precisa. Yngvar Stubo era un defensor de lo correcto y lo justo, a la manera antigua, y sabia que nunca podria ser otra cosa que policia. A pesar de todo, ya no sentia triunfo ni alegria desbordante cada vez que resolvia un caso, como le habia pasado cuando era mas joven.
Con la edad cada vez se le hacia mas dificil vivir con los destrozos derivados de cada investigacion. Descalabraba vidas, ponia destinos cabeza abajo. Desvelaba secretos. Los lados oscuros de las vidas de las personas eran sacados de los cajones y los armarios olvidados.
El proximo verano Yngvar Stubo cumpliria cincuenta anos. Llevaba veintiocho de ellos siendo policia y sabia que Trond Arnesen era inocente del asesinato de su prometida. Yngvar se habia topado con muchos como Trond Arnesen a lo largo de los anos, con sus debilidades y sus mentiras vitales; personas corrientes que tenian la desgracia de que cada uno de los rincones oscuros de su vida eran enfocados por la investigacion.
Trond Arnesen mentia cuando se lo amenazaba y era huidizo cuando pensaba que merecia la pena mentir. Era como la mayoria de la gente.
Nevaba cada vez con mas intensidad y la temperatura caia constantemente.
Yngvar seguia ahi de pie, sintiendo el placer de estar con la cabeza al descubierto y poca ropa en un sitio abierto con mal tiempo.
El placer de tener frio.
Kari Mundal, la ex primera dama del partido, se quedo, como de costumbre, mirando un rato la fachada antes de subir las escaleras de piedra. Estaba orgullosa de los locales del partido. Al contrario que su marido, que opinaba que a no ser que se mantuviera alejado se convertiria en el vejestorio rechazado de la casa, la senora Mundal se pasaba por ahi varias veces por semana. Por lo general no tenia ningun recado concreto que hacer y cada dos por tres ocurria que solo se pasaba para dejar las bolsas de sus asiduas y considerablemente extensas rondas de compras por el centro de Oslo. Y siempre se quedaba de pie unos segundos, disfrutando de la vision de la fachada recien restaurada. Disfrutaba con todos los detalles; de las cornisas a lo largo de cada piso, de las figuras de santos metidas en nichos sobre las ventanas. Queria sobre todo a Juan el Bautista, que era el que mas cerca estaba de la puerta y la miraba con un cordero en brazos. Las escaleras eran oscuras y anchas, y cuando apoyo la mano en el pomo, abrio la puerta y entro, le faltaba el aire.
– Soy yo -dijo vivaracha-. ?He vuelto!
La recepcionista sonrio. Se levanto a medias para mirar por encima del alto mostrador y sonrio en senal de aprobacion.
– Preciosos -dijo-. Pero ?no es desaconsejable llevarlos con este tiempo?
Kari Mundal se miro los botines nuevos, enseno coqueta el pie, giro el tobillo y chasqueo ligeramente la lengua.
– Seguro que si -dijo-. Pero la verdad es que son preciosos. Que tarde es para que sigas aqui, querida. Deberias irte a tu casa.
– Es que estas noches hay tantas reuniones -respondio la mujer, que era grande, pesada y que llevaba gafas poco favorecedoras-. He pensado que lo mejor seria quedarme un poco mas. La gente entra y sale y, por lo general, no pone mucho cuidado en cerrar la puerta. Si estoy yo aqui, no tiene tanta importancia.
– Eres verdaderamente leal y esforzada -dijo Kari Mundal-. Pero a mi no me esperes, por favor. Es muy posible que tarde un buen rato. Estoy en la Sala Amarilla, si me necesitan. -Se inclino sobre el mostrador con gesto conspirativo y susurro-: Pero preferiria que no me molestaran.
Cruzo con paso ligero sobre el dibujo en espiral del suelo, con las manos llenas de bolsas. Como siempre, echo un ojo a la placa de oro con el eslogan del partido y sonrio calidamente antes de coger el ascensor.
– ?Conseguiste todo lo que te pedi? -dijo de pronto, volviendose de nuevo hacia la puerta de entrada.
– Si -dijo la desenvuelta mujer tras el mostrador-. Todo deberia estar ahi. Los anexos secretos y todo. Hege, la de Contabilidad, se queda hoy hasta tarde, asi que puedes consultarle lo que quieras. No se lo he dicho a nadie mas, eh.
– Muchisimas gracias -dijo Kari Mundal-. Es que eres un tesoro.
En el amplio descansillo del segundo piso, con vistas al hall en el que la lampara de arana estaba encendida iluminando la estancia con una suave luz amarilla, estaba de pie Rudolf Fjord, llevaba ahi varios minutos. Ahora retrocedio silenciosamente hacia la pared, hacia la imponente palmera que habia junto a la puerta de su propio despacho. El miedo que habia conseguido reprimir, la angustia que enterro el dia que recibio el apoyo incondicional del partido, volvia a aparecer tal y como habia previsto, a pesar de que le habia rogado a Dios que nunca lo volviera a invadir.
– Aprecio tu discrecion -oyo que gritaba Kari Mundal, antes de que un clic y un zumbido casi inaudible la informaran de que el ascensor estaba subiendo.
La viuda de Vegard Krogh abrio la puerta y sonrio con desanimo. Yngvar Stubo habia llamado previamente y habia notado que su voz era inusualmente agradable. Se habia imaginado una mujer morena, quizas alta, con boca grande y movimientos lentos. Resulto que era pequena y rubia. Llevaba su cabellera rebelde recogida en dos tristes coletas. El jersey parecia sacado de una capsula de tiempo de los anos setenta, marron con rayas naranjas y cordon en el cuello.
– Le agradezco que me reciba -dijo Yngvar dandole el abrigo.
Ella paso delante de el al salon y le ofrecio sitio en un sofa de color claro y lleno de manchas. Yngvar movio un cojin, levanto un libro y se sento. La mirada recorrio la habitacion. Los estantes estaban repletos y caoticos. Una cesta para prensa estaba desbordada, reconocio dos ejemplares de Information y una edicion desgarrada de Le Monde Diplomatique. La mesa de cristal entre el sofa y las dos sillas distintas estaba sucia, y, sobre una pila de revistas que no conocia, habia una copa abandonada con restos de vino tinto.
– Siento que este todo tan revuelto -dijo Elisabeth Davidsen-. La verdad es que ultimamente no tengo energias para hacer limpieza.
Realmente la voz no le pegaba. Era grave y melodiosa, y hacia que las coletas parecieran un chiste. No estaba maquillada y tenia los ojos mas azules que Yngvar hubiera visto nunca. Sonrio comprensivo.
– Este lugar me parece muy agradable -dijo, y lo decia de corazon-. ?De quien es?
Senalo con la cabeza en direccion a una litografia sobre el sofa.
– Inger Sitter -murmuro ella-. ?Puedo ofrecerle algo? No tengo gran cosa en la casa, pero… ?Cafe? ?Te?
– Cafe estaria bien -profirio el-. Si no es demasiada molestia.
– Que va. Lo he hecho hace media hora.
Senalo un termo de Alessi y se fue a la cocina a buscar una taza.