salon. Yngvar oia los ladridos de un perro en el patio trasero. Le dolian la espalda y los hombros. Tenia los ojos secos y se los restrego con los nudillos, como un nino con sueno.
«?Que estamos haciendo? -penso-. ?Que es lo que estoy haciendo? Persiguiendo fantasmas y sombras. No encuentro nada. No hay ninguna coincidencia, ningun rasgo en comun. Ningun camino que tomar. Ni siquiera un sendero invisible y lleno de maleza. Estamos usando el machete a ciegas, sin llegar a ningun sitio, sin que aparezcan mas que nuevas lagunas inaccesibles. Fiona Helle era muy popular. Vibeke Heinerback tenia contrincantes politicos, pero no enemigos. Vegard Krogh era un ridiculo don Quijote que, en un tiempo caracterizado por los despotas, los fanatismos y la amenaza de catastrofes, luchaba contra los escritores de entretenimiento. Que persona mas…»
– Me tengo que ir -murmuro-. Es tarde.
– ?Tan pronto?
Parecia decepcionada.
– Quiero decir… Por supuesto.
Fue a buscar su abrigo y estaba de vuelta antes de que el hubiera conseguido levantarse de los profundos cojines.
– Lo siento por usted -dijo Yngvar que ya se habia puesto el abrigo-. Tanto por lo que ha ocurrido, como por haberla tenido que molestar de nuevo de este modo.
Elisabeth Davidsen no contesto. Camino en silencio, delante de el, hasta la entrada.
– Gracias por dejarme venir -dijo Yngvar.
– Las gracias se las tengo que dar yo -dijo Elisabeth Davidsen con seriedad y le tendio la mano-. Un placer conocerlo.
Yngvar sintio su calor; la palma seca y suave de su mano, y la solto un segundo demasiado tarde. Despues se dio la vuelta y se fue. El perro del patio trasero tenia ahora compania. Los animales montaban un escandalo que lo persiguio hasta que llego al coche, que estaba aparcado a una manzana de alli. Le habian roto los dos retrovisores y, a lo largo del costado derecho, alguien le habia gravado un mensaje de despedida de Oslo este: «Fuck you, you fucker».
Por lo menos estaba escrito sin faltas de ortografia.
Capitulo 14
– Si me permites que te lo diga, Inger Johanne; esta noche estas despampanante. De verdad, no se te puede negar. ?Salud!
Sigmund Berli alzo su copa de conac. No parecia incomodarle ser el unico que bebia. Unas manchas rojas se le extendian en torno a los ojos como un eccema, y sonreia de oreja a oreja.
– Es increible lo que puede hacer una buena noche de sueno -dijo Yngvar.
– Casi tres cuartos de un dia -murmuro Inger Johanne-. Creo que no he dormido tanto desde que celebramos el fin del bachillerato.
Estaba de pie detras de Sigmund y preguntaba mudamente, gesticulando y con muecas, por el sentido de traer al companero a casa una noche cualquiera mas entre semana.
– Sigmund esta ultimamente de Rodriguez -dijo Yngvar alegremente y en voz alta-. Y este hombre no tiene cabeza para comer si no le sirven la comida en la mesa.
– Si por lo menos me dieran comida como esta todos los dias -dijo Sigmund ahogando un eructo-. Nunca habia probado una pizza tan buena. Nosotros solemos comprar la Grandiosa. ?Es dificil hacer pizza? ?Crees que me podrias dar la receta para mi mujer?
Hizo presa del ultimo trozo cuando Yngvar iba a retirar la bandeja.
– ?No preferirias una cerveza? -dijo Inger Johanne harta y mirando la botella de aguardiente sobre el alfeizar de la ventana-. Si quieres comer mas, quiero decir. ?No seria eso lo mas… apropiado?
– El conac va con casi todo -comento Sigmund, satisfecho y devorando el resto de la comida-. Se esta de puta madre aqui con vosotros. Gracias por invitarme.
– De nada -dijo Inger Johanne sin entusiasmo-. ?Sigues teniendo hambre?
– Tendria que ser bajo amenazas -se rio el invitado, y engullo la pizza con el resto del conac.
– Por Dios -murmuro Inger Johanne, y se fue al bano.
Sigmund tenia razon. El sueno le habia hecho bien. Las bolsas bajo los ojos ya no estaban azules, aunque, a la fuerte luz del espejo, seguian siendo mas visibles de lo que a ella le hubiera gustado. Por la manana se habia tomado el tiempo de darse un bano de inmersion. Mascarilla para el pelo. Cortar y pintarse las unas. Maquillarse. Cuando por fin se sintio lista para buscar a Ragnhild, ya se habia echado una cabezadita de media hora. Su madre habia exigido que le devolviera a la nieta el fin de semana siguiente. Inger Johanne habia negado con la cabeza, pero la sonrisa de su madre indicaba que no iba a rendirse.
«?Que pasa con las madres? -penso Inger Johanne-. ?Acabare yo misma asi? ?Acabare siendo tan desesperante, tan provocadora, proyectando sobre los demas de ese modo? ?Conseguire alguna vez descifrar a mis hijas tan benditamente bien? Es la unica persona a quien le puedo dejar a mis hijas, sin miedo, sin verguenza. Me convierte en una nina otra vez. Lo necesito; alguna rara vez necesito no tener responsabilidades, que no se me exija nada. No quiero acabar como ella. La necesito. ?Que pasa con las madres?»
Dejo que el agua fria cayera y cayera sobre las manos.
Lo que mas le apetecia era acostarse. Era como si el buen sueno de la ultima noche le hubiera recordado a su cuerpo que era posible dormir; ahora aullaba por mas. Pero no eran mas que las nueve. Se seco concienzudamente, se puso las gafas y volvio sin ganas a la cocina.
– ?Que piensas tu, Inger Johanne?
La cara de luna de Sigmund le sonreia expectante.
– ?Sobre que? -pregunto ella intentando devolver la sonrisa.
– Sostengo que ahora tiene que ser mas facil hacer el perfil del asesino. Si nos tomamos en serio todas tus teorias, quiero decir.
– ?Todas mis teorias? No es que tenga muchas teorias.
– No seas quisquillosa -dijo Yngvar-. Sigmund tiene razon, ?no?
Inger Johanne empuno una botella de agua mineral y bebio. Despues enrosco la tapa, se lo penso, sonrio fugazmente y dijo:
– En todo caso tenemos muchos mas datos que antes. En eso estoy de acuerdo.
– ?Venga, mujer!
Sigmund empujo hacia ella papel y boligrafo. Le brillaban los ojos, estaba expectante como un nino. Inger Johanne, irritada, se quedo mirando fijamente las hojas en blanco.
– El problema es Fiona Helle -dijo lentamente.
– ?Por que? -pregunto Yngvar-. ?No era ella la unica que no nos suponia un problema? En su caso tenemos un autor de los hechos, una confesion y un excelente movil que apoya la confesion del asesino.
– Exacto -dijo Inger Johanne sentandose en la banqueta de bar que quedaba libre-. En ese sentido no encaja.
Cogio tres hojas y las coloco en fila sobre el banco. Con un rotulador escribio «FH» en la primera hoja, y la dejo a un lado. Cogio la segunda, escribio «VH» con grandes letras, y la puso ante si. Se quedo un rato mordiendo el boligrafo antes de garabatear «VK» sobre la ultima hoja y colocarla en fila con las demas.
– Tres asesinatos. Dos sin resolver.
Estaba hablando consigo misma. Mordisqueaba el boligrafo. Pensaba. Los hombres mantenian silencio. De pronto escribio «martes, 20 de enero», «viernes, 6 de febrero» y «jueves, 19 de febrero» bajo las iniciales.
– Dias distintos -murmuro-. No hay ritmo en los intervalos.
La boca de Yngvar se movio al hacer los calculos.
– Diecisiete dias entre el primer crimen y el segundo -dijo-. Y trece entre los dos ultimos. Treinta entre el primero y el ultimo.
– Eso al menos es un numero redondo -lo intento Sigmund.
Inger Johanne echo a un lado la hoja de «FH». La volvio a coger.