– Erling…, Tor Erling Staff-le corrigio el policia con una amplia sonrisa-. Me parece a mi que ese tiene cosas mas emocionantes de las que ocuparse. Pero escucha…

Ahora estaba tan inclinado sobre la mesa que Ulrik le notaba el aliento. Ajo y tabaco viejo. El preso echo la cabeza hacia la pared y se aferro al borde de la mesa.

– Seguro que estas preguntandote por que te estoy reteniendo -dijo el hombre, de nuevo habia en el algo conciliador, casi amable-. Lo entiendo perfectamente. No has matao a nadie, ni na'. Pero te voy a decir una cosa. Se trata de lo que llamo… la fina ecologia de la criminalidad.

Por fin se puso recto. Parecia sorprendido, como si no entendiera bien lo que acababa de decir. Ulrik volvio a apoyar la silla sobre el suelo y se atrevio a respirar de nuevo.

– Una elegante expresion -dijo satisfecho-. La fina ecologia de la criminalidad. Nunca la habia usado antes. Bueno, ya sabes, todo esta relacionado con todo. Alli fuera, en la libertad. -Agito indeterminadamente su gigantesca mano en direccion a la pared, como si la naturaleza salvaje estuviera escondida al otro lado de las planchas de yeso-. Cuando hay muchos mosquitos, hay mucha comida para los pajaros. Si hay mucha comida, los pajaros ponen huevos. Los huevos se los comen las culebras y las martas. Cuando hay mucha marta, va bien la nutricion de las pieles. Si las pieles van bien…, por cierto, habra martas domesticadas, ?no? Vison, se les llama, ?no? -Se quedo un momento mirando a Ulrik. Tenia el ojo azul casi cerrado. El marron lo miraba con el ceno fruncido. Luego se encogio de hombros y meneo rapidamente la cabeza-. Lo estas cogiendo -aseguro-. Todo esta relacionado. Eso mismo pasa con la criminalidad. El menor de los yonquis de mierda esta vinculado con el peor de los atracadores de bancos, el mas brutal de los asesinos. O mas bien deberia decir que… los actos estan relacionados. Es una red, ?sabes? Una red inconcebiblemente fina de… -Se contrajo, levanto los codos y se puso a agarrar el aire con los dedos, como si estuviera jugando a asustar a un nino pequeno-. Infernal -dijo entre dientes-. Tu compras drogas. Alguien tiene que importarlas. Esos se hacen ricos. Se vuelven codiciosos. Roban. Matan, si es necesario. Venden las drogas. Los jovenes se enganchan. Atracan a las viejecillas por la calle.

Seguia siendo un cangrejo gigante. Agitaba los dedos ante los ojos de Ulrik. Se habia mordido las unas hasta hacerse sangre.

«Este tipo esta como una cabra -penso Ulrik-. ?Sabra alguien que estoy aqui? Ha cerrado la puerta con llave. Esta cerrada.»

– Y asi llegamos -dijo el hombre, que de pronto volvia a estar normal- a la razon por la cual no he dejado que un bicho como tu vuelva al mundo tan pronto como me hice con tus datos el sabado pasado. ?Lo comprendes ahora?

Ulrik no se atrevia a contestar. Era evidente que daba igual que lo hiciera o no.

– Porque al aparecer el nombre de Trond Arnesen, esto paso a ser algo mas que un poco de droga para una fiesta -continuo el policia-. Porque todo…

Se quedo con la palabra en la boca e hizo un gesto rotativo, alentador, con la mano derecha.

– Esta relacionado -murmuro Ulrik.

– ?Bien! ?Exacto! ?Ya estamos llegando a algun sitio, chico! Asi que te voy a dar algo que encontre en tu casa el otro dia. Me tuve que dar otra vuelta, ya sabes, por ese piso tan fino y tan caro que tienes. -Se palmeo el trasero. Despues se le ilumino la cara y saco una libreta de notas del bolsillo del pecho-. Aqui esta -dijo satisfecho-. Asi que… Por lo que entiendo esto es tu pequena contabilidad.

Ulrik abrio la boca para protestar.

– Cierrala -dijo el hombre entre dientes-. Yo andaba encerrando a gente como tu antes de que a tu padre le hubiera salido pelo en la polla. Este es tu libro, y aqui estan tus clientes. -El dedo indice martilleaba las iniciales en el margen de una hoja abierta al azar-. Aqui estan los telefonos y todo, asi que a muchos de ellos ya los he identificado. Raro, la verdad, los secretos que guarda la gente. Pero a mi ya no me sorprende casi nada. - Chasqueo la lengua y sacudio la cabeza. Daba la impresion de estar completamente absorto por el libro-. Pero no a todos -dijo de pronto-. Me faltan tres nombres. Quiero saber quien es «AC». Y «APL» y «RF». Y, Ulrik…

Se levanto lentamente. Se rasco el bigote, se estiro. Se tiro del lobulo de la oreja. Sonrio, y de pronto se puso serio. Las palmas de las manos chasquearon contra la mesa. Ulrik pego un brinco, literalmente.

– Ahora no me vengas con tonterias -dijo el hombre-. Ni lo intentes siquiera. Estos son tus clientes y yo quiero saber quienes son, ?vale? Nos podemos quedar aqui hasta que se descuelgue la luna, pero seria jodidamente incomodo. Para los dos. Para ti mas. Asi que habla ya. Cuenta.

Puso la mano sobre la nuca de Ulrik. Apreto. No demasiado fuerte. Aflojo la presion, pero dejo la mano, enorme y ardiente.

– No nos hagas perder el tiempo, vamos.

– Arne Christiansen y Arne-Petter Larsen -dijo Ulrik, jadeando.

– RF -dijo el hombre-. ?Quien es RF?

– Rudolf Fjord -susurro Ulrik-. Pero hace mucho que no lo veo. Un par de anos. Por lo menos.

La mano le acaricio suavemente el cogote y luego lo solto.

– Buen chico -dijo el hombre-. ?Que te habia dicho yo?

Ulrik lo miraba fijamente sin decir nada; la sangre le golpeaba contra las sienes y estaba sudando.

– ?Que es lo que te he contado? -repitio el hombre con amabilidad-. No me embrolles ahora.

– Que todo esta relacionado -susurro Ulrik rapidamente.

– Que todo esta relacionado -asintio el hombre-. Recuerdalo. Para otra vez.

– Ese habria conseguido que la madre Teresa confesara un asesinato triple -dijo Sigmund Berli con escepticismo y golpeando con el dedo sobre el informe que habia escrito el policia tras el interrogatorio de Ulrik Gjemselund-. O que Nelson Mandela confesara haber cometido genocidio. O que Jesus…

– Ya te he entendido, Sigmund. Te he entendido enseguida, en realidad.

Estaban paseando. Yngvar habia insistido en darse una vuelta por el parque de Frogner. Sigmund fue protestando todo el camino. Iban mal de tiempo. Caia aguanieve. Hacia un frio de muerte. Sigmund no llevaba muy buenos zapatos y tenia a su mujer enfadada por todas las horas extra. No conseguia entender por que tenian que perder veinte minutos en un parque lleno de estatuas feas y de impetuosos perros sueltos.

– Necesito aire -habia dicho Yngvar-. Tengo que pensar, ?vale? Y no me lo pones nada facil lloriqueando como un chiquillo de cinco anos. Callate, ya. Disfruta del ejercicio. Lo necesitamos, los dos.

Inger Johanne se equivocaba, penso Yngvar incrementando la velocidad. Sentia una extrana vulnerabilidad bajo el torax. Nunca habia dudado de las capacidades de Inger Johanne. Las admiraba. Las necesitaba. La necesitaba a ella, y estaba desapareciendo. Sus instintos la enganaban. Tenia el intelecto mermado por las noches en vela y un bebe codicioso. La teoria no encajaba. Si lo que queria el asesino era alboroto, si lo que deseaba era jaleo y atencion, no habria elegido a Vegard Krogh. Vibeke Heinerback; esta bien. Todo el mundo la conocia. Pero ?Vegard Krogh? ?Un artista depravado, un bufon seudointelectual que casi nadie sabia siquiera quien era? Inger Johanne se equivocaba y no tenian nada a lo que agarrarse. No tenia ni idea de donde estaban. De adonde iban.

– ?Por que no llamamos simplemente al tipo para declarar? -le daba la lata Sigmund, malhumorado. Tenia las piernas cortas y correteaba detras de su companero-. ?Por que tenemos que andar visitando a la gente en sus casas todo el rato? ?Joder, Yngvar, estamos malgastando el dinero de los impuestos con todo este desperdicio de tiempo!

– El dinero de los impuestos se gasta en cosas peores que en intentar encontrar alguna salida al atolladero en el que estamos metidos -dijo Yngvar-. Dejalo ya. Casi hemos llegado.

– No me creo nada de lo que diga el chico ese, Gjemselund. Rudolf Fjord no es marica, ?sabes? No tiene pinta de eso. ?Por que carajo iba a pagar el por follarse a unos chicos? ?Eh? ?Un tio guapo y grande, y menudo tiron con las chicas! Mi mujer lee revistas de esas, ya sabes, con fotos de los estrenos y las fiestas y esas cosas, y ese tio no es marica.

Yngvar se detuvo. Tomo aire profundamente. El frio le rasgo la garganta.

– Sigmund -dijo tranquilamente-. A veces tengo la impresion de que eres bobo perdido. Como se que no es verdad, ahora tengo que pedirte…

– Si, dime.

Yngvar se calento las orejas con las dos manos. Respiro de nuevo profundamente y de pronto berreo:

– ?Que te calles!

Luego se puso otra vez a caminar.

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