Pasaron en silencio los portales ricamente decorados de la calle Kirkeveien. Dos autobuses de turistas estaban aparcados en diagonal al otro lado de la verja. Yngvar se coloco mejor la bufanda. Un grupo de africanos vestidos al modo tradicional, con amplias prendas de muchos colores, se estaba subiendo a uno de los autobuses. Que hubiera turistas que viajaban a Noruega, apenas se podia entender, penso Sigmund. Pero en febrero, con ventisca en todas las direcciones y nieve sucia hasta las rodillas, era completamente incomprensible.
– Por lo menos tendras que admitir que esos vestidos son ridiculos -murmuro Sigmund.
– Con parche de cuero en el culo, torera y hebillas de plata en los zapatos, tu tampoco tienes muy buena pinta -dijo Yngvar-. Pero eso no te impide llevar el traje tradicional, por lo que he visto. Seguro que es alguna cosa oficial. ?Que hora es?
– Casi las seis -se quejo Sigmund-. Tengo un frio que me muero. Ademas no es una tore…, torera. Es una chaqueta de lana.
Quince minutos mas tarde Yngvar pasaba el dedo por una lista de nombres sobre una placa de acero en una puerta gris.
– Rudolf Fjord -murmuro, y apreto el boton.
Nadie contesto. Sigmund entrechoco los pies y murmuro por lo bajo. Una mujer joven venia andando, con una bolsa al hombro. Saco un manojo de llaves y le sonrio deslumbrantemente a Yngvar.
– Hola -dijo como si lo conociera.
– Hola -dijo Yngvar.
– ?Entrais?
Mantenia la puerta abierta e Yngvar la cogio. La mujer tenia el pelo rojo. Cuando subio corriendo las escaleras, silbando como una chiquilla, dejo un aroma de aire fresco y perfume ligero.
– Buen fin de semana -dijo, oyeron una puerta que se abria y se volvia a cerrar.
– Asi que ya estamos aqui -dijo Sigmund mirando hacia los pisos altos.
– El cuarto -dijo Yngvar, y se dirigio al antiguo ascensor con reja de hierro forjado-. No estoy seguro de que esto aguante el peso de los dos.
– «Maximo 250 kilos» -leyo Sigmund en la placa esmaltada-. Corremos el riesgo, ?no?
Funciono. Por los pelos. El ascensor gimio y jadeo y se detuvo a medio escalon del cuarto piso. A Yngvar le costo abrir la puerta. La reja se habia atascado en la guia del suelo.
– Creo que para bajar voy a ir por las escaleras -dijo Yngvar, que por fin consiguio salir.
El portal era hermoso, por muy viejo que fuera el ascensor. La escalera era amplia y alfombrada. Las ventanas que daban al patio trasero tenian franjas en cristal rojo y azul que lanzaban manchas de color sobre las paredes. En la cuarta planta habia dos puertas de entrada. Entre las dos habia un cuadro enmarcado, un paisaje amarillo amarronado del sur de Europa.
Yngvar no tuvo ni siquiera tiempo de llamar al timbre de Rudolf Fjord antes de que la puerta del otro lado del descansillo se abriera de pronto.
– Hola -dijo una mujer de unos setenta anos.
Era guapa. Al estilo nina bien, penso Sigmund. Delgada y bastante pequena. Pelo arreglado. Falda y jersey, y un par de finas zapatillas de cuero. Se retorcia las manos y daba la sensacion de estar muy incomoda.
– Desde luego no tengo la menor intencion de meterme donde no me llaman -dijo, hasta entonces Yngvar no se habia dado cuenta de que, a pesar de su aparicion de anciana casi servicial, tenia los ojos vivarachos. Hacia rato que ya habia pesado y medido a los dos hombres.
– ?Sois amigos de Fjord? ?Colegas, quiza? -La sonrisa era lo bastante autentica y el ceno fruncido de preocupacion parecia sincero-. Tengo que admitir que he estado escuchando a ver si venia alguien -dijo antes de que les diera tiempo a responder-. Por una vez me he alegrado de oir el jaleo de ese de ahi.
– Esto, nosotros…
Un fino dedo con la una bien cuidada senalo el ascensor.
– Vereis, Rudolf ha sido un tesoro para este portal. Encaja tanto. Lo arregla todo. Cuando me rompi la pierna antes de Navidad… -Levanto una pizca la pierna izquierda. Era bonita y delgada, y estaba entera-. Todos los dias se pasaba a traerme la compra. Somos buenos vecinos, Rudolf y yo. Pero me estoy poniendo…, disculpad. -Echo la cadena del cerrojo con manos agiles y dio algunos pasos hacia los dos hombres-. Haldis Helleland -se presento.
Los dos hombres murmuraron sus apellidos.
– Berli.
– Stubo.
– Estoy tan preocupada -dijo la mujer-. Ayer Rudolf volvio a casa sobre las nueve. Al mismo tiempo que yo, que habia estado en el teatro con una amiga. Rudolf y yo siempre charlamos un rato cuando nos encontramos. De vez en cuando entra a tomar una taza de cafe. O una copita. Siempre es tan…
«Parece un armino -penso Yngvar-. Un armino curioso y vivaracho, de manos alocadas y mirada fluctuante. Se entera de todo.»
Ella se coloco el pelo, carraspeo levemente.
– Es tan amable Rudolf -completo la senora.
– Pero ayer no -dijo Yngvar en tono de pregunta.
– ?No! Casi no respondio a lo que le dije. Parecia palido. Le pregunte si estaba enfermo, pero dijo que no. Las cosas son asi, claro…
La sonrisa le quito diez anos a la edad de Haldis Helleland. Brillo oro entre sus aseados dientes y le salieron profundos hoyuelos.
– ?Y como son las cosas? -pregunto Yngvar.
– Es un hombre en su mejor edad y yo soy una viuda entrada en anos. Entiendo de todo corazon que no siempre sea igual de divertido para el usar su tiempo conmigo. Pero…
Vacilo.
– Era un comportamiento inusual -la ayudo Yngvar-. Realmente estaba muy distinto que de costumbre.
– Exacto -dijo la senora Helleland, agradecida-. Me averguenza admitir que desde entonces he estado escuchando un poco. -Miro a Yngvar directamente a los ojos-. No esta nada bien, claro, pero es que aqui se oye todo, y yo siento que todos debemos… responsabilizarnos de los demas.
– Estoy completamente de acuerdo con eso -asintio Yngvar-. ?Y que ha oido?
– Nada -dijo agitada-. ?Ese es el problema! Suelo escuchar pasos ahi dentro. Musica. La television, quiza. Lo unico…
El ceno habia vuelto a la frente.
– ?Nada?
– Ha sonado el telefono -dijo con decision-. Cuatro veces. Ha sonado una y otra vez.
– Quizas haya vuelto a salir -propuso Sigmund.
Helle Helleland lo miro con reproche, como si hubiera insinuado que se habia quedado dormida estando de guardia. Senalo dos periodicos sobre la alfombrilla de la puerta.
– La edicion de la manana y la de la tarde -dijo elocuentemente-. Ese hombre es adicto a los periodicos. A no ser que haya salido a hurtadillas en medio de la noche mientras yo dormia, esta en casa. ?Y ni siquiera sale a coger el periodico!
– Quiza sea eso lo que ha hecho -dijo Yngvar-. Puede haber salido en medio de la noche.
– Voy a llamar a la policia -dijo la mujer con decision-. Si no sois capaces de entender que conozco lo bastante a Rudolf Fjord como para saber cuando algo anda mal, sera mejor que llame a las fuerzas del orden.
De pronto se dio la vuelta y se encamino hacia su puerta dando pasitos cortos.
– Espere -dijo Yngvar con tranquilidad-. Senora Helleland, somos de la policia.
Volvio a girarse bruscamente.
– ?Como?
Despues las agiles manos pasaron por su pelo antes de que sonriera aliviada y anadiera:
– Claro. Es por esta horrible historia de Vibeke Heinerback. Horroroso. A Rudolf le ha afectado mucho. Estais aqui para buscar informacion, claro. Pero entonces…
Ladeaba la cabeza de un lado al otro, breve y rapidamente. Ahora de verdad que parecia un armino, con la nariz afilada y los ojos vivarachos.