Normalmente no necesitan nuestra ayuda para sus investigaciones, cuentan con un monton de gente buena, no es eso. Pero ahora tienen mas jaleo que una guarderia en dia de fiesta.

– Pero si ya hay tanta gente envuelta en la investigacion, ?para que me quieres a mi?

El bajo la taza despacio hasta dejarla encima de la mesa. El asa era demasiado pequena para sus dedos.

– Te veo en el papel de una especie de consejera, alguien que me sirva de apoyo. Yo puedo transmitir tus ideas a quienes trabajan en el caso. Al principio quiza se muestren escepticos ante alguien como tu, por lo que te seria comodo tener un mediador: yo. -Hizo una mueca, como si le pareciera necesario disculpar a sus colegas-. Necesito a alguien que me sirva de apoyo -dijo con sinceridad-. Alguien ajeno a la policia. Ajeno al caos, por asi decirlo.

– ?Y como habias pensado -pregunto ella secamente- que yo podria tener acceso a los documentos del caso mientras no llegase a un acuerdo formal de colaboracion con Kripos?

– Esa responsabilidad me la tienes que dejar a mi.

– Es responsabilidad mia el no dejar que me muestren documentos clasificados.

El sacudio la cabeza con desanimo.

– ?No seria mejor que me contestaras? Es la ultima vez que te lo pido. Incluso para mi hay limites, aunque no lo parezca.

Inger Johanne se puso en la lengua un terron de azucar que se le deshizo contra el paladar mientras el dulzor se le pegaba a los dientes. Era evidente que el tenia la intencion de marcharse y de no volver a verla.

– Si -respondio ella con ligereza, como si fuera la primera vez que el hombre se lo pedia-. Te voy a ayudar, si es que puedo.

Inger Johanne tuvo la impresion de que el se pondria a batir palmas. Por suerte no lo hizo, sino que se puso a recoger la mesa, como si estuviese en su casa.

Yngvar Stubo no se fue de casa de Inger Johanne Vik hasta las siete de la tarde. Inger Johanne ya habia abierto la puerta de la entrada. Como el no sabia que hacer con las manos, engancho los pulgares a la cintura del pantalon.

– Me recuerdas tanto a ella… -comento Yngvar tranquilamente mientras se abrochaba la chaqueta.

– ?A tu hija? ?Te recuerdo a… Trine?

– No. -Se dio una palmadita en el pecho-. Me recuerdas a mi mujer.

Line subio corriendo las escaleras.

– ?Ah! ?Hola!

La amiga observo con curiosidad al desconocido.

– Yngvar Stubo -los presento Inger Johanne-. Line Skytter.

– ?Encantada!

– Bueno, pues adios. -Yngvar Stubo le tendio la mano, pero antes de que Inger Johanne alcanzara a estrecharsela, se la habia vuelto a meter indeciso en el bolsillo de la chaqueta. Despues asintio con la cabeza y se marcho.

– ?Vaya tio! -exclamo Line cerrando la puerta a su espalda-. Pero a ti no te conviene nada. Nada en absoluto.

– En eso tienes razon -convino Inger Johanne, irritada-. ?Por que has venido?

– Es demasiado fuerte para ti -parloteaba Line camino del salon-. Tras la historia esa con Warren, quedo claro que los hombres fuertes no le van a Inger Johanne Vik. -Se dejo caer sobre el sofa, sentandose sobre sus pies-. A ti te van los tipos como Isak: hombres dulces y pequenos que no son tan listos como tu.

– Corta el rollo.

Line olfateo el cuarto y fruncio la nariz.

– Le has dejado que… ?Le has dejado que fume aqui? ?A pesar de que manana viene Kristiane?

– ?Corta el rollo, Line! ?Que quieres?

– ?Pues que me cuentes como fue tu viaje a Norteamerica, mujer! Y recordarte que tenemos reunion del grupo de literatura el miercoles. Ya van tres veces consecutivas que no apareces, ?lo sabes? Las chicas estan empezando a preguntarse si ya no te apetece ir mas. ?Despues de quince anos! ?Ay! -Line se recosto en el sofa.

Inger Johanne acabo rindiendose y se levanto para ir a buscar una botella de vino al dormitorio fresco. Primero eligio una botella de Barolo, pero la devolvio con cuidado a su sitio. Junto a la estanteria habia un carton de vino.

«De todos modos ella no notara la diferencia», penso.

Mientras volvia junto a Line, se preguntaba si Yngvar Stuvo seria abstemio. Lo parecia: tenia la piel homogenea y densa, sin grandes poros, y el blanco de los ojos, muy blanco. Quizas Yngvar Stubo no bebia una gota de alcohol.

– Aqui tienes el vino -le dijo a Line-. Creo que yo me voy a conformar con una taza de te.

31

Era agradable conducir. Aunque el coche no fuera gran cosa, un Opel Vectra de seis anos, el asiento era comodo, y no hacia mucho que el habia cambiado los amortiguadores. El coche estaba bien, el equipo de musica estaba bien, la musica estaba bien.

– Bien. Bien. Bien.

Bostezo y se froto la frente. Tenia que conseguir no dormirse. Habia conducido muchos kilometros de una sentada y se aproximaba al valle de Lavang. Hacia veinticuatro horas que habia salido del garaje de casa. Bueno, garaje, garaje… El viejo granero hacia las veces de garaje y de trastero donde guardaba todas las cosas que no se animaba a tirar. Nunca se sabia cuando algo podia resultar util. Ahora, por ejemplo, estaba encantado de no haberse deshecho de los bidones viejos que habia dejado alli el dueno anterior. A primera vista parecian oxidados, pero, tras un buen repaso con el cepillo de metal, quedaron casi como nuevos. Llevaba semanas abasteciendose de gasolina. Como de costumbre, habia llenado el deposito en la gasolinera de Bobben, junto a la cooperativa. No con demasiada frecuencia, no demasiada gasolina, ni mas ni menos de la que solia ponerse desde que se mudo a la granja. Al llegar a casa vertia unos litros en los bidones. Con el tiempo logro almacenar doscientos litros de gasolina. Asi no tendria que detenerse a repostar de camino hacia el norte, ni hacer ninguna parada donde pudieran verlo. Nada de dinero con huellas dactilares. Nada de camaras de video. Iba por la carretera en un Opel Vectra azul marino lo suficientemente sucio como para que pudiera ser de cualquiera. Un cualquiera que estaba de viaje. Las placas de las matriculas estaban cubiertas de barro y casi no se dejaban leer. Nada en su aspecto o en el coche llamaba la atencion. La primavera habia llegado al norte de Noruega.

En el valle de Lavang todavia habia nieve sucia en torno a los troncos de los arboles. Eran las siete de la manana del domingo y hacia varios minutos que el no se cruzaba con ningun coche. Redujo la velocidad antes de tomar una curva suave. El camino de tierra por el que se habia metido estaba mojado y lleno de baches a causa de las heladas, pero todo fue bien. Freno al pasar un monticulo. Apago el motor. Espero. Escucho.

No habia un alma por ahi. Se quito el reloj de pulsera, un gran reloj negro de buzo, con despertador. Iba a dormir un par de horas.

No necesitaba mas que un par de horas.

32

– Era de esperarse.

Alvhild Sofienberg se tomo la historia de la desaparicion de Aksel Seier sorprendentemente bien. Enarco ligeramente las cejas, luego se paso el dedo distraidamente por el vello de su labio superior e hizo entrechocar los dientes casi imperceptiblemente, como si se le hubiera soltado la dentadura postiza.

Вы читаете Castigo
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату