los copos de maiz, que crujian contra el suelo provocando las carcajadas de Kristiane.

– Por lo menos ella se lo pasa bien con esto -sonrio Inger Johanne con cansancio-. ?Por que has elegido un bicho tan… tan feo?

– ?Calla! -Isak le puso un dedo sobre la boca, ella se echo para atras-. Jack es hermoso. ?Ha pasado algo? Estas tan… Algo te pasa, se nota en todo.

– Ayudame -pidio ella con sequedad y se fue a buscar el aspirador.

Era incapaz de comprender como habia llegado Kristiane a la conclusion de que el perro se tenia que llamar, Jack, el Rey de America.

33

Notaba una extrana desazon, o quiza solo estuviera cansado. Las dos horas de sueno en una carretera secundaria del valle de Lavang, a solo tres cuartos de hora en coche de Tromso, evidentemente le habian venido bien, pero no se sentia demasiado despejado. Le dolian los musculos lumbares y tenia los ojos secos. Parpadeo repetidamente, intentando que le salieran las lagrimas a fuerza de bostezar. El nerviosismo se manifestaba en forma de un cosquilleo en las puntas de los dedos y en una sensacion inquietante y hueca en el vientre. El hombre bebio agua de una botella a tragos largos y profundos. Habia aparcado el coche detras de los apartamentos para estudiantes situados junto al lago de Prest. Los estudiantes vienen y van, se prestan coches los unos a los otros, reciben visitas. Alli era donde habia planeado aparcar, pero ya no se podia quedar sentado en el coche mucho mas tiempo. Ese tipo de cosas llamaban la atencion, sobre todo en los sitios donde viven muchas mujeres solas. Le puso el tapon a la botella e inspiro profundamente.

Tardo menos de cinco minutos en llegar andando a la cima de la colina de Langnes. Ya lo sabia, claro, habia estado alli antes. Conocia sus costumbres, sabia que ella siempre estaba en casa el ultimo domingo del mes. A las cinco en punto, como siempre, vendria su madre para comprobar el estado de sus propiedades. Disimulaba su ferreo control bajo la excusa de una agradable comida familiar. Col, una copa de vino bueno y una mirada inquisitorial. ?Estaba todo lo suficientemente limpio, lo suficientemente bien arreglado? ?Habia cambiado las juntas del bano?

El sabia lo que iba a pasar, habia estado alli ya tres veces aquella primavera, echando una ojeada, tomando notas. Eran las tres menos cinco. Miro por encima del hombro. Llovia, pero no mucho. Las nubes barrian las montanas de la isla de Kval, el cielo se estaba oscureciendo por el oeste. Sin duda, hacia la noche, el tiempo empeoraria. El hombre cruzo rapidamente un jardin y se oculto tras un arbusto. Habia menos plantas de las que el hubiera querido. Aunque iba vestido de gris y azul marino, cualquiera que mirase en su direccion lo habria descubierto. Se acerco a paso rapido a la pared de la casa, sin mirar atras. Hacia el norte no habia vecinos, solo pequenos abedules primaverales y zonas cubiertas de nieve sucia. La ansiedad le oprimia la laringe, forzandolo a tragar saliva varias veces. Las otras veces no habia sido asi. Agarraba con todas sus fuerzas la pequena rinonera que llevaba al cinto. Rebelion. Asi tenia que ser. Una certeza que lo llenaba de jubilo. Habia llegado su momento.

Habia llegado su momento.

Apenas alcanzaba a oirla. Sin consultar el reloj, el sabia que marcaba las tres. Contuvo la respiracion y se hizo el silencio. Cuando se asomo por la esquina de la casa, vio que habia tenido mas suerte de la que cabia esperar. Ella habia bajado el cochecito hasta el jardin. En la terraza habia una vieja hamaca que no dejaba sitio para el carrito del nino. El no percibio otro sonido que su propia respiracion acelerada y el rugido lejano de un avion que estaba a punto de aterrizar en Langnes. Abrio la cartuchera, se preparo y se acerco al cochecito.

El alero del tejado lo protegia de la llovizna de primavera, pero el nino estaba resguardado como para sobrevivir a una tormenta invernal. El cochecito tenia la capota levantada y una cubierta para la lluvia enganchada al canastillo. Por encima de todo lo demas, la madre habia extendido tambien una especie de rejilla, quiza para mantener alejados a los gatos callejeros. El hombre quito el protector de gatos no sin trabajo, y a continuacion desabotono y retiro la funda para la lluvia. El nino estaba metido en un saco de dormir azul y llevaba puesto un gorro. Estaban a finales de mayo, ?y el nino llevaba gorro! Se lo habian atado a la barbilla con una cinta que desaparecia en un pliegue del regordete cuello. Ocupando casi todo el espacio en el cochecito, el nino dormia profundamente, con la boca abierta.

Mas valia que no lo despertara.

Nunca iba a conseguir quitarle al nino toda esa ropa que sobraba.

– ?Mierda!

El panico le recorrio todo el cuerpo, desde abajo, desde los pies, dejandolo sin aliento. Se le cayo la jeringuilla. Tenia que llevarse la jeringuilla. El nino bostezo y hacia gorgoritos. El nino era un agujero negro que respiraba. La jeringuilla. El hombre se inclino, la recogio y la metio en la rinonera. El saco de dormir estaba relleno de plumas. Tapo con el el agujero que respiraba, sujetando la tela azul firmemente con los dedos. El nino se movio, intentando liberarse, pero resultaba extranamente sencillo impedirlo. El apretaba con fuerza, sin aflojar, y, finalmente, dejo de haber algo que se resistia bajo las plumas del tejido azul. Aun asi, el no solto el saco de dormir. Todavia no. Sujetaba y apretaba. El avion habia aterrizado y todo estaba en silencio.

Por suerte se acordo de la nota.

– Me acorde de la nota -se decia a si mismo cuando se metio en el coche-. Me acorde de la nota.

Aunque se quedo dormido dos veces al volante -lo desperto el patinazo hacia la valla protectora de la carretera, justo a tiempo para rectificar la trayectoria-, consiguio llegar hasta el lago de Maja sin parar mas que para orinar y para rellenar el deposito con gasolina de los bidones, siempre en caminos secundarios. Tenia que dormir. En una carretera estrecha junto a un camping abandonado encontro un lugar donde esconder el coche.

No tendria que haberlo hecho.

Tendria que haber mantenido el control. Habia que llevarlo todo a cabo tal y como lo habia planeado. De pronto le resultaba imposible dormirse, a pesar de que estaba mareado de sueno.

Rompio a llorar. No era asi como tendria que haber ocurrido. Este era su momento. Por fin. Se cumpliria su plan, su voluntad. El llanto fue a mas y lo hizo avergonzarse. Empezo a despotricar y a abofetearse a si mismo.

– Por lo menos me acorde de la nota -murmuraba mientras se limpiaba los mocos con los dedos.

34

El timbre de la puerta la desperto. El timbrazo habia sido corto, como si alguien estuviera intentando avisarla sin molestar a Kristiane. El Rey de America gimio compungido desde el dormitorio de la nina e Inger Johanne lo dejo salir del cuarto antes de dirigirse a la puerta. Comprobo que la nina, por fortuna, seguia durmiendo tranquilamente entre los densos efluvios del sueno y la orina de perro. El perro le saltaba encima todo el rato y le aranaba las pantorrillas desnudas con las garras. Ella intento quitarselo de encima, pero tropezo y se golpeo el menique del pie mientras caminaba por el pasillo. Para evitar que volvieran a tocar el timbre, se acerco a la puerta cojeando a toda prisa y maldiciendo entre dientes.

Apenas se le veian los ojos. Parecia haber encogido de lo encorvado que iba, y ella percibio un ligero olor a sudor cuando el levanto la mano en un gesto preventivo. Bajo el brazo llevaba, como si fuera una caja, una maleta de piloto que tenia el asa rota, un bulto informe y con la tapa sin cerrar.

– Imperdonable -farfullo el-. Pero es que no he conseguido escaparme hasta ahora.

– ?Que hora es?

– La una, de la manana, vaya.

– Ya entiendo -dijo ella con cierta aspereza-. Entra. Voy a ponerme otra cosa.

El se habia sentado en la cocina, y El Rey de America le estaba mordisqueando la mano. Ella tendria que haberse imaginado que era Yngvar. Al despertarse no pensaba mas que en impedir que el timbre volviera a sonar.

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