– ?Podrias venir mas tarde? -le pidio a su madre-. ?A eso de… las dos?

– Claro que puedo, mi vida, con lo bien que se porta Kristiane cuando esta enferma. Me llevo un bordado y una pelicula de video que me trajo el otro dia tu hermana, una pelicula vieja que dice que me va a gustar. Magnolias de acero, con Shirley McLaine y…

– Mama, tengo aqui un monton de videos.

– Ya, pero es que tienes un gusto tan… especial…

Inger Johanne cerro los ojos.

– ?No tengo un gusto nada raro! Tengo peliculas de…

– Que si, carino, que tienes un gusto un poco peculiar, deberias admitirlo. ?Te has cortado ya el pelo? Tu hermana esta estupenda, ha ido con el peluquero ese nuevo tan moderno, el de la calle Prinsen, se llama… -La madre se rio-. Bueno, el es un poco… Es bastante normal que los peluqueros lo sean. Pero Dios, que bien ha dejado a Marie.

– Seguro que si. ?Vienes entonces a las dos?

– A las dos en punto. ?Quieres que compre algo de comer para las tres?

– No hace falta, tengo una sopa de verduras en el congelador. Es lo unico que consigo que coma Kristiane cuando esta enferma. Hay suficiente para nosotras tambien.

– Muy bien. ?Hasta luego!

– Nos vemos.

El agua de la banera estaba exactamente dos grados demasiado caliente. Inger Johanne se reclino contra el cojin de plastico y aspiro el vapor a grandes bocanadas. Limon y camomila de una botella cara que Isak le habia traido de Francia. El le compraba un regalo siempre que viajaba al extranjero. Inger Johanne no entendia del todo por que, pero le resultaba agradable. Su ex tenia buen gusto y mucho dinero.

– Yo tambien tengo buen gusto -murmuro.

Habia tres toallas colgadas de las perchas. Una de ellas tenia un gran dibujo del Nino Tigre, las otras dos estaban rosa pastel de tanto lavarlas.

– Toallas nuevas -se dijo, tomando nota mental-. Hoy.

Las amigas le tenian envidia por su madre. Line la adoraba. «Es tan buena -decian las otras chicas-, te ayuda en lo que sea. ?Esta siempre enterada de todo! Lee y va al cine y al teatro, ?y como viste!»

En efecto, su madre era buena. Demasiado buena. Era general de un ejercito al servicio del bien, visitaba a presos en las carceles y la habian nombrado miembro de honor en varias ONG, tenia unas manos muy diestras y se le daba francamente mal la comunicacion directa. Quiza fuera porque nunca habia trabajado fuera de casa. Habia consagrado su vida a su marido, sus hijos y su labor humanitaria; una serie infinita de misiones y tareas por las que nunca recibia pago, pero que exigian que adoptase una actitud amable hacia todo y todos. La madre era una diplomatica nata. Era practicamente incapaz de construir una frase que expresase sin tapujos lo que verdaderamente queria decir. «Tu padre esta preocupado por ti», por ejemplo, significaba «yo estoy muerta de miedo». «Marie tiene ultimamente una pinta estupenda», era el modo de su madre de decir que ella parecia una pordiosera. Cuando la madre le llevaba una pila de revistas de mujer, Inger Johanne sabia de antemano que en ellas se hablaba de la ultima moda y de veinte maneras de conseguirse un marido.

– Tu tienes un trabajo muy duro -decia la madre, acariciandole un poco el brazo.

Entonces Inger Johanne entendia que los vaqueros, el forro polar y las gafas de hace cuatro anos no entusiasmaban precisamente a su madre.

La verdad es que la mascarilla de pelo de Line resultaba bastante agradable. Le producia un ligero cosquilleo en el cuero cabelludo, e Inger Johanne realmente sentia como las puntas secas y abiertas absorbian los nutrientes bajo el gorro de plastico. El agua le habia tenido la piel de rojo. Jack estaba durmiendo, y de la habitacion de Kristiane no salia ni un ruido, aunque ella habia dejado las puertas abiertas por si acaso.

El libro de Asbjorn Revheim estuvo a punto de caersele al agua, pero lo atrapo en el aire en el ultimo momento y quito la taza de cafe del borde de la banera para depositarla en el suelo.

El primer capitulo trataba de la muerte de Asbjorn Revheim. A Inger Johanne le parecia un modo bastante curioso de empezar una biografia. No estaba segura de querer leer nada sobre la despedida de Revheim, asi que se salto unas cuantas hojas. El segundo capitulo versaba sobre su infancia en Lillestrom.

El libro cayo al agua. Ella lo saco inmediatamente, pero ahora tenia algunas de las hojas pegadas entre si, por lo que tardo un rato en encontrar el punto en el que se habia quedado.

Ahi.

Asbjorn Revheim se habia empenado en cambiarse el nombre ya con trece anos. El biografo dedicaba pagina y media a reflexionar sobre el hecho de que una pareja de padres hubiera permitido, en 1953, que un chico tan pequeno renegase del apellido familiar. Pero claro, sus padres tampoco eran como los de la mayoria de los chicos.

Asbjorn Revheim se apellidaba Kongsbakken originalmente. La madre y el padre eran Unni y Astor Kongsbakken: ella era una artesana reconocida que hacia telares, y el un fiscal eminente, por no decir famoso.

El agua se habia quedado templada, y a Inger Johanne casi se le habia olvidado que tenia que aclararse la mascarilla del pelo. Cuando su madre llego a las dos, a ella casi no le dio tiempo a decirle que dentro de una hora habia que darle a Kristiane media aspirina disuelta en Coca-Cola tibia y que hoy la nina podia beber lo que quisiera.

– Estare de vuelta sobre la cinco -dijo-. Puedes atar a Jack en el jardin. ?Y muchas gracias por venir, mama!

Se le olvido explicarle por que habia puesto a secar un libro entre dos sillas en el salon.

El estado de Alvhild habia empeorado. La mujer, de nuevo en la cama, volvia a despedir el olor a cebolla. La enfermera le advirtio a Inger Johanne que no podia quedarse mucho tiempo.

– Volvere dentro de un cuarto de hora -aviso.

– Hola -dijo Inger Johanne-. Soy yo. Inger Johanne.

Alvhild hacia esfuerzos por abrir los ojos. Inger Johanne acerco la silla y poso con cuidado su mano sobre la de la anciana. Estaba fria y seca.

– Inger Johanne -repitio Alvhild-. Te he estado esperando. Cuentame.

Tosio secamente intentando darse la vuelta; tenia la cabeza hundida en aquella almohada grande y mullida. Al no conseguirlo, se quedo mirando el techo. Inger Johanne agarro una servilleta de papel de una caja sobre la mesilla y le seco el contorno de la boca.

– ?Quieres un poco de agua?

– No. Quiero que me cuentes lo que has descubierto en Lillestrom.

– ?Estas segura de que…? Puedo volver manana, si quieres… Ahora estas demasiado cansada, Alvhild.

– ?Eso creo que me corresponde a mi decidirlo! -Volvio a toser, con una tos bronca y convulsiva-. Cuentame -ordeno.

Inger Johanne le conto. Hubo un rato en que no estaba segura de si Alvhild estaba despierta, pero luego la mujer sonrio trabajosamente, como para animarla a proseguir.

– Y hoy -dijo finalmente-, hoy he descubierto que Astor Kongsbakken era el padre de Asbjorn Revheim.

– Eso ya lo sabia.

– ?Ya lo sabias?

– Si. Kongsbakken era una figura destacada en el mundo juridico de la decada de los cincuenta y principios de los sesenta. Se murmuraba mucho sobre lo embarazoso que tenia que ser para el que su hijo escribiera libros como esos. Era… Pero lo que no me imaginaba es que Revheim tuviera algo que ver con el caso de Seier.

– Tampoco es seguro que tenga algo que ver.

Alvhild tenia problemas con la almohada. Queria@incorporarse, y su mano busco a tientas el mando con el@que@se regulaba la altura de la cama.

– ?Estas segura de que esto te conviene? -pregunto Inger Johanne pulsando con cuidado un boton verde.

Alvhild asintio debilmente y repitio el gesto cuando alcanzo la altura deseada. El sudor le perlaba las arrugas de la frente.

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