– El otro, hay que joderse… ?Era Karsten Asli!

Fue como si el cerebro de Yngvar sufriera un cortocircuito. El tiempo se detuvo. Intento enfocar la mirada, pero los ojos se le habian quedado clavados al torso de Sigmund, que llevaba la corbata metida entre dos botones de la camisa. Era demasiado roja y encima tenia dibujos de pajaritos. La cola de una oca amarilla asomaba del hueco sobre el pecho. Yngvar no estaba seguro de si seguia respirando.

– ?Has oido lo que he dicho? -bramo Sigmund Berli-. ?El que ha chocado con Laffen era Karsten Asli! Si tu tienes razon, esto significa que Emilie…

– Emilie -repitio Yngvar y se le entrecorto la voz. Intento carraspear.

– ?Karsten Asli tambien esta a punto de palmarla! ?Como cono vamos a encontrar a Emilie si tienes tu razon, Yngvar, si Karsten Asli la ha escondido y estira la pata?

Yngvar se levanto de la silla despacio, apoyandose en la mesa. Tenia que pensar. Tenia que concentrarse.

– Sigmund -dijo, ya con voz mas firme-. Ve al hospital. Haz todo lo que puedas para que el tipo hable, si es posible.

– ?Esta inconsciente, idiota!

Yngvar se enderezo.

– Ya lo se -dijo lentamente-. Por eso tienes que estar alli, por si se despierta.

– ?Y tu que? ?Que vas a hacer entretanto?

– Yo me voy a Snaubu.

– ?Pero no tienes nada mas de lo que tenias ayer, Yngvar! ?Por muy gravemente herido que este Karsten Asli, no puedes entrar por la fuerza en su casa sin una orden judicial!

Yngvar se puso la chaqueta y le echo un vistazo al reloj.

– Me da igual -dijo tranquilamente-. Ahora mismo me importa un rabano.

66

Aksel se sorprendia de lo a gusto que se sentia en el cuartito en el que vivia Eva. Las paredes eran de un amarillo calido y, a pesar de que la cama era de metal y de que las sabanas estaban marcadas como propiedad del Ayuntamiento de Oslo, seguia siendo el cuarto de Eva. Reconocia un par de cosas de su habitacion alquilada en la calle Bru, donde ella le habia curado con yodo la herida de la cabeza una noche de 1965. El angel de porcelana con las alas extendidas, azul palido con restos de pintura amarilla, se lo habian regalado para su confirmacion. Lo recordo en cuanto paso los dedos por la figura. El cuadro de la isla Hovedoya al atardecer se lo habia regalado el. Ahora estaba colgado sobre la cama, con los colores mas desvaidos que el dia en que pago quince coronas en la almoneda por aquel cuadro envuelto en papel de estraza atado con un cordon.

Eva tambien habia palidecido.

Pero seguia siendo su Eva.

Tenia la mano destrozada por la enfermedad. En su rostro se apreciaban las huellas de ese dolor que no remitia nunca. El cuerpo no era mas que una cascara que envolvia a la mujer a la que Aksel Seier seguia amando. El no decia gran cosa, y a Eva le llevo un buen rato contar su historia. De vez en cuando tenia que hacer una pausa para descansar. Aksel callaba y escuchaba.

Se sentia como en casa en aquella habitacion.

– Cambio tanto… -dijo Eva en voz queda-. Todo se vino abajo. No tenia dinero para seguir con el caso. Si usaba lo ultimo que quedaba de la herencia de mi madre, habria perdido la casa y entonces si que no habria tenido ninguna oportunidad. Ya no ha vuelto a ser el mismo, Aksel. Estos ultimos meses ni siquiera ha venido a verme.

Todo se iba a arreglar, pensaba Aksel. Habia sacado sus tarjetas. De platino, le explico al mostrarselas. Las tarjetas como esa solo se las daban a quienes tenian dinero. El tenia dinero. Iba a arreglar aquello.

Todo iba a arreglarse ahora que Aksel por fin habia vuelto.

– Podria haber venido antes -dijo.

Solo que ella no se lo habia pedido. Eso Aksel lo habia tenido siempre claro; jamas volveria a Noruega mientras Eva no se lo pidiera. Aunque en realidad no se lo habia pedido directamente, si habia una llamada de auxilio en lo que habia escrito. La carta habia llegado en mayo, no en julio como tocaba. Era una carta desesperada, y Aksel habia reaccionado rompiendo con todo y volviendo a su pais.

Aksel bebia zumo de un gran vaso que habia sobre la mesilla, sabia a sano, sabia a Noruega, a sirope de grosella mezclado con agua. Un producto autentico. Zumo noruego. Se seco la boca y sonrio.

De pronto oyo algo y se volvio a medias. El terror le recorrio el cuerpo. Solto la mano de Eva y cerro el puno sin darse cuenta de lo que hacia. El policia de los ojos llorosos y el manojo de llaves, ese que quiso que Aksel confesara algo que no habia hecho y que desde entonces lo habia perseguido en suenos, iba vestido de otra manera, con un traje mas anticuado, quizas. Este hombre llevaba una chaqueta mas suelta y un pantalon con un ribete de cuadros blancos y negros en la parte inferior de cada pernera. Pero era policia. Aksel se dio cuenta inmediatamente y miro la ventana. La habitacion de Eva estaba en el primer piso.

– ?Eva Asli? -pregunto el hombre, acercandose.

Eva murmuro una respuesta afirmativa. El hombre carraspeo y dio unos pasos mas hacia la cama. Aksel percibia el olor a tapiceria de piel y a aceite de coche que impregnaba su abrigo.

– Siento tener que decirle que su hijo ha sufrido un grave accidente. Karsten Asli. Es su hijo, ?no es cierto?

Aksel se levanto y enderezo la espalda.

– Karsten Asli es nuestro hijo -dijo con parsimonia-. De Eva y mio.

67

Inger Johanne deambulaba por las calles sin saber adonde ir. Un desagradable viento soplaba entre los altos edificios del barrio de Ibsenquartalet, y ella se percato vagamente de que se dirigia hacia su despacho. No queria ir alli. A pesar de que tenia frio, queria estar al aire libre. Apreto el paso y decidio visitar a Isak y a Kristiane. Podian hacer una excursion a Bygdoy, los tres. Inger Johanne lo necesitaba. Tras casi cuatro anos de custodia compartida de Kristiane, finalmente habia aceptado el acuerdo. Cuando la echaba demasiado de menos, no tenia mas que visitarla en casa de Isak. A el le gustaba que fuera y siempre se mostraba amable con ella. Inger Johanne se habia acostumbrado a la situacion, pero eso no significaba que le gustara. La asaltaba constantemente el deseo de abrazar a su nina, de estrecharla contra su cuerpo, de hacerla reir. Algunas veces la sensacion era insoportablemente fuerte, como ahora. Normalmente le ayudaba pensar que Kristiane estaba bien con su padre, que el era tan importante para su hija como ella. Que asi era como tenia que ser.

Que Kristiane no le pertenecia a ella.

Le caian lagrimas de los ojos. Quiza fuera por el viento.

Podian hacer alguna cosa divertida, los tres.

Unni Kongsbakken parecia tan fuerte cuando llego al Cafe Grand y tan agotada cuando se fue… Su hijo menor habia muerto hacia mucho. El dia anterior ella habia perdido a su marido. Y hoy, en cierta forma, habia entregado lo ultimo que le quedaba: una historia acallada y oculta durante anos y el secreto de su hijo mayor.

Inger Johanne se metio las manos en los bolsillos y se encamino a casa de Isak.

Sono el telefono movil.

Debia de ser alguien de la oficina. No habia pasado por ahi desde el dia anterior. Ciertamente habia avisado aquella manana que iba a trabajar en casa, pero ni siquiera habia comprobado si le habia llegado algun mensaje de correo electronico. No tenia ganas de hablar con nadie. Lo que queria era que la dejaran un rato en paz con la verdad sobre el asesinato de la pequena Hedvik en 1956. Necesitaba digerir la certeza de que Aksel Seier habia cumplido condena por otro. No tenia ni idea de lo que iba a hacer, ni de con quien debia hablar. Ahora mismo no

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