sabia ni siquiera si contarle a Alvhild lo que sabia. No saco el telefono del bolso.

Dejo de sonar.

Luego los timbrazos se reanudaron.

Ella empezo a buscarlo en el bolso con irritacion. En la pantalla aparecian las palabras numero oculto. Apreto la tecla adecuada y se acerco el telefono a la oreja.

– Por fin -dijo Yngvar aliviado-. ?Donde estas?

Inger Johanne miro en torno a si.

– En la calle Rosenkrantz -dijo-. Bueno, mas bien en la plaza de C. J. Hambro. Justo enfrente del Parlamento.

– Quedate ahi. No te muevas. Estoy a tres minutos de ahi.

– Pero…

El ya habia colgado.

El agente de policia parecia incomodo. Miraba fijamente una nota que tenia en la mano, aunque era evidente que ahi no decia nada que pudiera mejorar la situacion. La mujer que yacia en la cama lloraba calladamente y no parecia tener ninguna pregunta que hacer.

Aksel Seier se quedaria en Noruega.

Mas tarde se casaria con Eva. Una ceremonia discreta, sin invitados y sin otro regalo que el ramo de flores que enviaria Inger Johanne Vik. Pero en ese momento, alli de pie, en la habitacion amarilla de su futura esposa, con los punos cerrados colgando a los lados, rapado y vestido con unos pantalones de golf de cuadros rosados y de color turquesa, todavia no sabia todo esto. Aunque nunca iba a recibir una exculpacion formal de las acusaciones que lo habian mandado a la carcel, con el tiempo acabaria enderezando su espalda gracias a la certidumbre sobre lo que realmente habia ocurrido. Un periodista escribiria un articulo en el Aftenposten en el que no incurria en delito de injuria solo gracias a un autentico malabarismo dialectico. Aunque el nombre de Geir Kongsbakken no seria nunca mencionado en el periodico, justo despues el abogado de sesenta y dos anos de edad decidiria cerrar su pequeno bufete de la calle Ovre Slottsgate. Como consecuencia del articulo y de una peticion de Inger Johanne Vik, Aksel Seier iba a recibir una indemnizacion voluntaria del Parlamento, que para el valdria lo mismo que una sentencia de absolucion. Enmarcaria la carta en la que se le informaba de ello y la colgaria sobre la cama de Eva, donde permaneceria hasta el dia de su muerte, catorce meses despues de la boda. Aksel Seier no conoceria nunca al hombre por el que habia cumplido condena y tampoco sentiria nunca la necesidad de conocerlo.

Aksel Seier no sabia nada de todo esto cuando estaba ahi, buscando las palabras, las preguntas que hacerle al hombre con los ribetes de cuadros en torno a las pantorrillas. Lo unico en lo que conseguia pensar era en aquel dia de 1969. Se habia mudado de Boston a cabo Cod y hacia buen tiempo. Habia estado en el mar y volvia a casa. La banderita del buzon estaba levantada. Habia llegado la carta de Eva, la carta de julio, tal y como habia llegado el verano anterior, y el verano anterior a ese. Recibia una carta cada Navidad y cada verano desde que en 1966 abandono Noruega sin saber que cinco meses mas tarde Eva iba a alumbrar un nino, el hijo de Aksel Seier. Pero ella no le conto nada sobre Karsten hasta 1969.

Cuando se entero de que tenia un hijo de casi tres anos, Aksel se habia sentado en una piedra roja sobre la playa y le temblaban las manos.

No podia volver a casa. Eva vivia con su madre, a las afueras de Oslo, y nada debia cambiar. La madre la mataria, escribio ella. Eva le pedia que no volviese y el vio que habia llorado al escribirlo. Sus lagrimas habian caido en la hoja de papel, dejando manchas de tinta corrida que emborronaban las palabras.

Aksel nunca habia comprendido por que Eva habia esperado tanto, y no tenia fuerzas para preguntarselo.

Tampoco las tenia ahora; se limitaba a hurgarse la raya del pantalon sin saber que decir.

– Esta bien -dijo con escepticismo el policia y volvio a mirar su nota-. Aqui no dice nada de un padre… -Luego se encogio de hombros-. Pero si…

Miro a la mujer acostada con expresion dubitativa, como si creyera que Aksel Seier estaba mintiendo. Eva Asli no estaba en condiciones de confirmar la paternidad de aquel hombre, no hacia mas que llorar, de un modo inquietantemente silencioso, y el policia se preguntaba si deberia llamar a un medico.

– Quiero ver a Karsten -dijo Aksel Seier, pasandose la mano por la cabeza.

El agente se volvio a encoger de hombros.

– Esta bien -murmuro y miro de nuevo a Eva-. Si usted esta de acuerdo…

Le dio la impresion de que ella asentia con algun tipo de movimiento, quiza con la cabeza.

– Venga -le dijo el policia a Aksel-. Yo le llevare. Es muy posible que corra prisa.

– Corre prisa -dijo Yngvar airado-. ?Corre una prisa de cojones! ?No lo entiendes!

Inger Johanne le habia pedido ya tres veces que condujera mas despacio, e Yngvar respondia acelerando aun mas. La ultima vez habia puesto la sirena azul en el techo de un golpe sacando el brazo por la ventana, en una curva y a toda velocidad. Inger Johanne cerro los ojos y se encomendo a Dios.

Practicamente no habian intercambiado palabra desde que el le habia explicado brevemente adonde iban y por que. Habian avanzado a toda velocidad y en silencio durante mas de una hora. Ya tenian que estar cerca. Inger Johanne se fijo en una gasolinera en la que un hombre grueso con el pelo muy rojo estaba cubriendo la lena con unos plasticos y alzo la mano en un saludo automatico en el momento en que patinaron en la curva.

– ?Donde cono estaba el desvio? -grito Yngvar y dio un frenazo cuando vio el caminito que subia la cuesta y no estaba senalizado-. Primero a la derecha, luego dos veces a la izquierda -repetia de memoria-. Derecha, dos veces a la izquierda. Derecha. Dos veces a la izquierda.

Snaubu estaba en una ubicacion magnifica, sobre la cima de una colina, con vistas al valle y mucho sol; era un lugar hermoso y retirado. Desde lejos la casa parecia en mal estado, pero al acercarse, Inger Johanne se dio cuenta de que las tablas de una de las paredes exteriores eran nuevas y estaban recien pintadas. Habia unos cimientos a medio construir, quiza para un garaje o para un almacen. Cuando el coche se detuvo, el pulso le latia con fuerza en los oidos. Tambien aqui en la montana soplaba el viento.

– ?De verdad crees que esta aqui? -dijo ella al salir, estremeciendose.

– No lo creo -repuso Yngvar dirigiendose a toda prisa hacia la casa-. Lo se.

Aksel Seier estaba sentado en el borde de una silla de tubos de acero con las manos en el regazo.

Karsten Asli estaba inconsciente. Le habian contenido las hemorragias internas. Un medico le habia explicado a Aksel que iba a ser necesario someterlo a mas operaciones, pero que tenian que esperar a que el paciente se estabilizara un poco. Aksel habia visto en los ojos del medico que alimentaba pocas esperanzas.

Karsten se iba a morir.

El aparato de respiracion asistida suspiraba profunda y mecanicamente; Aksel se esforzaba por no respirar al compas del gran aparato y estaba empezando a marearse.

Karsten se parecia a Eva. Incluso con aquellos tubos que le salian por la nariz, el tubo de la boca, los tubos por todas partes y la cabeza vendada, Aksel lo veia perfectamente. Los mismos rasgos, la boca y los ojos grandes que sin duda eran azules bajo los parpados hinchados. Aksel Seier deslizo el dedo indice por la mano de su hijo. Estaba helada.

– Soy yo -susurro-. Your Dad is here.

Una sacudida recorrio el cuerpo de Karsten. Luego volvio a quedarse completamente inmovil, en una habitacion en la que el unico ruido procedia de un aparato de respiracion asistida jadeante y de un monitor cardiaco cuya luz roja brillaba sobre la cabeza de Aksel.

– No esta aqui. Tenemos que aceptarlo.

Inger Johanne intento sujetarle el brazo, pero Yngvar se solto de un tiron y se dirigio a la puerta del sotano. Ya habian estado alli abajo tres veces, al igual que en el desvan. Habian mirado en todos y cada uno de los armarios de la casa. Yngvar habia llegado a desmontar una cama de matrimonio para revisar todos los huecos. Habia abierto sin ton ni son todos los armarios de la cocina, incluso habia echado varios vistazos al interior de la lavadora.

– Una vez mas -le rogo el con desesperacion y bajo corriendo las escaleras del sotano sin esperar

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