respuesta.

Inger Johanne se quedo de pie en el salon. Yngvar habia forzado la puerta. Los dos habian allanado la propiedad de otro hombre y sin una orden de registro. «Derecho de emergencia», habia murmurado el cuando por fin consiguieron abrir la puerta. «Sandeces», le habia respondido ella al entrar. Pero Emilie no estaba en la casa. Ahora, ahora que Inger Johanne por fin tenia un momento para pensar, comprendio que era todo una locura.

Yngvar sentia algo. Sentia que Emilie estaba cautiva en aquella pequena granja, que la habia secuestrado un hombre sin antecedentes penales y que la unica prueba que tenia contra el era que habia mantenido relaciones mas o menos cercanas con un par de los familiares.

Esto era lo que sentia Yngvar y sobre esa base ella se habia metido ilegalmente en el salon de un desconocido, en una casita en la montana, lejos de todo el mundo.

– ?Inger Johanne!

Ella no queria volver a bajar alli. El sotano estaba humedo y lleno de polvo. Ya le estaba costando bastante respirar, incluso habia empezado a toser.

– Si -grito en respuesta sin acercarse un apice a la puerta-. ?Que pasa?

– ?Ven aqui! ?Oyes ese ruido?

– ?Que ruido? -inquirio ella, irritada.

– ?Ven aqui!

Ella bajo las empinadas escaleras a reganadientes, pero vio que el tenia razon. Si se quedaban completamente callados sobre el suelo de hormigon, se oia un leve zumbido. Un sonido mecanico, constante y bajo.

– Suena como el ventilador de mi ordenador -susurro Inger Johanne.

– O un… como un aparato de ventilacion. Quiza sea un…

Yngvar empezo a tantear las paredes con las manos. El cemento se soltaba por varios sitios. Un gran armario sin puertas estaba arrimado a la pared que Inger Johanne creia que debia de dar al este. Yngvar intento mirar detras. Se puso en cuclillas y estudio el suelo.

– Ayudame -dijo agarrando el gran mueble-. Hay marcas en el suelo. Este armario ha sido movido varias veces.

No necesitaba su ayuda. El armario se deslizo con facilidad. Ocultaba una pequena puerta que le llegaba a Yngvar a las caderas y que era evidentemente nueva, a juzgar por sus goznes brillantes. No tenia cerrojo. La abrio. Al otro lado de la puertecilla, un pasillo en el que apenas habia espacio para que pasara un hombre adulto descendia a un nivel inferior. Yngvar entro a gatas e Inger Johanne lo siguio agachandose. Dos o tres metros mas abajo se encontraba una pequena habitacion en la que los dos podian estar de pie y que tenia las paredes de hormigon y un tubo fluorescente en el techo. Ninguno de los dos dijo nada. Alli el sonido del sistema de ventilacion se oia mejor. Los dos se quedaron mirando una puerta que habia en la pared, una gran puerta de acero brillante.

Yngvar se saco un panuelo de la chaqueta y envolvio con el el pomo. Despues abrio, despacio. Los goznes estaban bien lubricados; no chirriaron.

Una agria mezcla de olores corporales y suciedad hizo que a Inger Johanne le dieran arcadas.

Tambien la luz al otro lado de la puerta era intensa. El cuarto debia de tener unos diez metros cuadrados. En el habia un lavabo, un retrete y una estrecha cama de pino.

En la cama yacia una nina, desnuda. No se movia. Sobre el suelo habia una pila de ropa bien doblada, y a los pies de la cama un edredon sucio sin funda. Inger Johanne entro en la habitacion.

– Cuidado -la advirtio Yngvar.

Se habia dado cuenta de que la puerta no tenia pomo por dentro. Habia un gancho con el que se podia sujetar la puerta a la pared, pero por si acaso, el se quedo parado junto a la puerta para evitar que se cerrara.

– Emilie -dijo Inger Johanne en voz baja y se acuclillo ante la cama.

La nina abrio los ojos. Eran verdes. Los guino un par de veces, pero no conseguia enfocar la mirada. Sobre su escualido pecho habia una muneca Barbie, con las piernas abiertas y un sombrero de vaquero. Inger Johanne poso con cuidado la mano sobre la de la nina.

– Me llamo Inger Johanne -dijo-. Estoy aqui para llevarte de vuelta a casa con tu papa.

Inger Johanne recorrio con la vista el cuerpo desnudo de la chiquilla, esqueletico y con grandes costras en las rodillas. Los huesos de la cadera semejaban dos cuchillos afilados que parecian a punto de atravesar la fina pelicula de piel palida y transparente en cualquier momento. Inger Johanne lloraba. Se quito la chaqueta, el jersey, la camiseta. Se quedo en sujetador y cubrio con su ropa el cuerpecillo de aquella nina que no decia una palabra.

– Hay ropa en el suelo -senalo Yngvar calladamente.

– No se si es de ella -dijo Inger Johanne, sollozando, y levanto a Emilie en brazos.

La nina pesaba muy poco. Inger Johanne la estrecho delicadamente contra su propio cuerpo desnudo.

– Quiza sean cosas de el. Su ropa. Puede que sean de ese jodido…

– Papa -dijo Emilie-. Mi papa.

– Ahora mismo vamos a ir a buscar a papa -dijo Inger Johanne y le dio un beso en la frente a la nina-. Todo volvera a estar bien, pequenina.

«Como si algo pudiera volver a estar bien alguna vez despues de esto -penso al acercarse a la puerta de acero, donde Yngvar le puso con suavidad su propia chaqueta sobre los hombros-. Como si alguna vez fueras a poder superar lo que has pasado en esta camara mortuoria.»

Al salir de la habitacion, despacio y con cuidado para no asustar a la nina, vio que habia unos calzoncillos en el suelo, junto a la puerta. Estaban sucios y eran verdes. Un elefante alzaba su gruesa trompa con descaro junto a la bragueta.

– Dios santo -jadeo Inger Johanne con la boca muy cerca del pelo apelmazado de Emilie.

68

Eran las dos de la madrugada del viernes 9 de junio de 2000. Las nubes bajas dejaban caer una lluvia ligera sobre Oslo. Los meteorologos habian prometido noches templadas y tiempo seco, pero fuera la temperatura no debia de superar los cinco grados. Inger Johanne cerro la puerta de la terraza. Se sentia como si no hubiera dormido en una semana. Al intentar seguir con la mirada las gotas que se deslizaban a trompicones por la ventana del salon, le dio dolor de cabeza. Cuando intentaba estirar el cuerpo sentia pinchazos en la espalda, pero a pesar de todo le resultaba imposible acostarse. Sobre el cristal de la ventana del salon, mas o menos a la altura de la cadera y bien visible contra el difuso dibujo que formaba el agua en el exterior, se veia la huella de la mano de Kristiane. Dedos chatos dispuestos como petalos en un circulo irregular. Inger Johanne acaricio las huellas.

– ?Lo superara Emilie alguna vez? -pregunto en voz baja.

– Querian que se quedara en el hospital, pero una tia suya se nego. Era medico y opinaba que la nina debia estar en casa. Emilie esta en buenas manos, Inger Johanne.

– Pero ?conseguira superarlo alguna vez?

Si rozaba muy levemente el cristal pulido, tenia la sensacion de poder sentir el calor de la mano de Kristiane.

– No. ?No te quieres sentar?

Inger Johanne intento sonreir.

– Me duele la espalda.

Yngvar se froto la cara y bostezo profundamente.

– Al parecer se trataba de un enconado litigio sobre el derecho de visitas -empezo el en medio del bostezo-. Karsten Asli llevaba intentando ver a su hijo desde el dia en que nacio, pero la madre se escapo del hospital antes de que le dieran el alta. Decia que Karsten Asli no era una persona adecuada para tener la custodia y lo mantuvo a traves de tres instancias y cinco vistas. Sostenia tozudamente que era un hombre peligroso. Sigmund ha conseguido esta tarde copias de todos los documentos. El juez siempre fallaba en favor de Karsten Asli. Ganaba,

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