La explicacion les llevo algo mas de media hora. Kaldbakken llevo la voz cantante casi todo el tiempo. Hakon estaba adormilado. Era embarazoso. Agito la cabeza y pego un trago de agua mineral para mantenerse despierto.
Las alfombras rojizas, con sus detallados dibujos, eran preciosas. Desde este lado, lo colores eran distintos que vistos desde la puerta; eran mas profundos y mas calidos. Las estanterias de la pared si debian de formar parte del inventario, eran de madera chapada de color oscuro. Estaban repletas de literatura especializada. Hakon tuvo que sonreir al percatarse de que el secretario de Estado tenia debilidad por los libros antiguos de adolescentes. Habia alguien mas a quien le pasaba lo mismo, segun creia recordar; pero las fuertes medicinas que tomaba no le dejaban recordar a quien.
– ?Sand?
Hakon pego un respingo y se disculpo senalando su pierna, ?que le habian preguntado?
– ?Tu tambien piensas que el caso ya esta resuelto? ?Fue Lavik quien mato a Hans A. Olsen?
Wilhelmsen miro al aire, pero Kaldbakken asintio con decision y lo miro directamente a los ojos.
– Bueno, en fin, tal vez. Es probable. Kaldbakken piensa que si. Seguro que tiene razon.
Era la respuesta correcta. Los demas empezaron a recoger sus cosas, llevaban ya mas tiempo alli de lo planeado. Hakon se puso en pie como pudo y se acerco a la estanteria. Entonces lo recordo.
Se mareo y apoyo demasiado peso sobre una de las muletas, que se deslizo sobre el suelo. El secretario de Estado, que era quien estaba mas cerca, acudio corriendo en su ayuda.
– Ten cuidado, ten cuidado, chico -dijo, y le tendio una mano.
Hakon no la cogio, pero se quedo mirando al hombre con cara de espanto el tiempo suficiente como para que Wilhelmsen acudiera corriendo y lo agarrara firmemente por el pecho.
– No pasa nada -murmuro esperando que atribuyeran su tribulacion a la caida.
Despues de que les dedicaran algunos cumplidos mas, fueron libres para marcharse. Kaldbakken iba en su propio coche.
Cuando Hanne y Hakon estuvieron a solas, este la agarro de la chaqueta.
– Ve a buscar las hojas de los codigos y reunete conmigo en la biblioteca Deichman tan rapido como puedas.
Acto seguido salio disparado a toda velocidad.
– Te puedo llevar en coche -le grito ella, pero dio la impresion de que no la habia oido. Habia recorrido ya casi la mitad del camino.
Estaba muy desgastado, pero la imagen de la portada aun se veia con claridad. Un joven y atractivo piloto europeo yacia desamparado en el suelo, con su traje azul de piloto y un casco de cuero de los antiguos, mientras que un grupo de africanos salvajes y con cara de pocos amigos se precipitaba sobre el. El libro se titulaba
– Las alas -dijo en voz baja-. El titulo de la pagina de codigos que encontramos en la pelicula porno de Hansa Olsen. -Se inclino sobre el hombro de Hakon, que tenia ante si, sobre la mesa, el resto de la serie sobre el heroico piloto britanico. Hanne cogio
– Gracias, destino, por todo nuestro mortal trabajo rutinario. En las largas listas sobre todo lo que habia en el despacho de Lavik, me fije en que la serie de Biggles se encontraba entre sus libros de la oficina. Me hizo reir un poco, yo devore estos libros de adolescente. Si hubieran especificado cada uno de los titulos, puede que se me hubiera ocurrido en ese mismo momento, pero no ponia mas que: «La serie sobre Biggles». -Acaricio el lomo azul claro y fruncido del libro, la pierna habia dejado de dolerle y Karen no era mas que un debil murmullo lejano; habia sido el quien habia encontrado el codigo, llevaba dos meses y medio corriendo detras de Wilhelmsen, pero ahora habia llegado su hora-. El secretario de Estado tenia los mismos libros. La serie completa.
Lo que en esos momentos se encontraba ante ellos en forma de deshilachados libros para adolescentes constituia una verdadera bomba. Aquellos libros que, por la razon que fuera, tambien se encontraban en el despacho del secretario de Estado. Al igual que en el despacho de un abogado cutre que estaba muerto. No podia ser una casualidad.
Cuarenta minutos mas tarde habian descifrado el codigo. Tres paginas incomprensibles rellenas de lineas de numeros se habian transformado en tres mensajes de siete lineas. Con ello quedaba casi todo confirmado, lo que habian creido desde el principio. Se trataba de grandes cantidades. Tres entregas de cien gramos cada una. Heroina, como habian supuesto. Las letras apresuradas y torcidas, tanto Hanne como Hakon eran zurdos, decian donde habia que recoger el material y donde debia ser entregado. Constaba el precio, la cantidad y la calidad. Cada mensaje acababa especificando los honorarios del correo.
Pero no salia ni un puto nombre ni una maldita direccion. Los lugares se indicaban con precision, pero en codigo. Los tres lugares de recogida estaban indicados como «B-c», «A-r» y «S-x» respectivamente. Los lugares de destino eran «FM», «LS» y «FT». La Policia no podia entenderlo, aunque era obvio que los destinatarios de los mensajes si.
Estaban solos en la enorme habitacion. Los libros se elevaban en silencio y ausentes por las cuatro paredes, amortiguando la acustica e impidiendo cualquier intento de montar jaleo en el respetable edificio. Ni siquiera una clase de alumnos de primaria conseguia perturbar la sabia paz que impregnaba las paredes.
Hanne se dio una palmada en la frente, en un exagerado gesto de reconocimiento de su propia estupidez, y despues golpeo el tablero de la mesa para destacar lo que iba a decir:
– El secretario de Estado estuvo en la comisaria el dia en que me atacaron. ?No lo recuerdas? ?El ministro de Justicia iba a hacer una visita a las dependencias y a hablar sobre la violencia injustificada! ?El secretario de Estado iba con el! Recuerdo haberlos oido en el patio trasero.
– Pero ?como puede haber esquivado a todo su sequito? Los perseguian un monton de periodistas.
– La llave del servicio. Puede que le dejaran un manojo de llaves para ir al servicio, o que se hiciera con ellas de otro modo. Que se yo. Pero estaba alli, y no es por casualidad. No puede serlo.
Plegaron los codigos descifrados, devolvieron los libros de Biggles a la senora detras del enorme mostrador y salieron a las escaleras. Hakon se afanaba con una dosis de rape, ya empezaba a coger la tecnica y le bastaba con un par de apretones con la lengua.
– Pero no podemos detener a un tipo por tener unos libros en una estanteria.
Se miraron y rompieron a reir. La risa sono ensordecedora e irrespetuosa entre las severas columnas, que parecieron pegarse aun mas contra la pared por puro rechazo de semejante estruendo. La respiracion de los dos companeros dibujaba nubecitas de niebla en el aire helado.
– Es increible. Sabemos que hay un tercer hombre. Sabemos quien es. Supone un escandalo sin igual. Y resulta que no podemos hacer nada. Nada en absoluto, joder.
No era como para reirse, pero, de todos modos, siguieron riendose hasta llegar al coche, que Hanne, con gran arrogancia, habia aparcado sobre la acera. La placa policial estaba sobre el salpicadero y tornaba legal haber dejado en aquel lugar el coche.
– En todo caso teniamos razon, Hakon -dijo ella-. Da bastante gusto saberlo. Hay un tercer hombre, como deciamos nosotros.
Volvio a reirse. Esta vez con mas desanimo.
El piso seguia como antes. Le resultaba ajeno en toda su familiaridad. Debia de ser el quien habia cambiado. Despues de tres horas de limpieza a fondo, que finalizaron con una ronda con la aspiradora en la moqueta del salon, recupero el aliento y la paz. A la pierna no le venia bien tanta actividad, pero al coco si.
Tal vez fuera un error no decirle nada a los demas, pero Hanne Wilhelmsen habia vuelto a hacerse con el control. Tenian en su poder informacion que podia tumbar a un Gobierno, o que tal vez acabara como un malogrado cohete chino. En ambos casos se montaria un jaleo de la hostia. Nadie podria reprocharles que esperaran un poco, que se tomaran su tiempo. No era probable que el secretario de Estado desapareciera.
Habia marcado tres veces el numero de Karen. Todas las veces lo habia atendido Nils. Era una idiotez, sabia que aun seguia en el hospital.
Llamaron a la puerta. Miro el reloj. ?Quien podia venir de visita un martes a las nueve y media de la noche? Por un momento considero la posibilidad de no abrir. Seguramente seria alguien con una oferta fantastica para recibir el periodico durante un trimestre o alguien que queria salvar su alma inmortal. Por otro lado: podia ser