«Asi.»
Eva Karin es «asi».
Eva Karin morira; ha guardado una de las hojas de afeitar de su padre en la cartera.
Un muchacho se aproxima caminando por entre los arboles. No por el sendero, como ella. Se le aparece desde el costado, ella se da la vuelta, nadie vera sus lagrimas y mucho menos ahora, poco antes de que muera. Eva Karin se apura.
De inmediato el esta frente a ella.
Sonrie.
Es mas un hombre que un muchacho, puede ver ahora, y lleva el cabello descuidado. No debe de haberselo cortado desde hace anos, y ella retrocede.
– No temas -dice el, y abre los brazos, con las palmas hacia ella-. Solo quiero hablar contigo.
Cuando le ofrece una mano, ella la toma.
No sabe por que, pero toma la mano del hombre desconocido y lo sigue hacia dentro del bosque. Pasan entre los arboles, vadean sobre las anemonas amarillas y blancas hasta un pequeno claro que el sol calienta. El se sienta con la espalda contra un tronco y da unas palmaditas suaves a su lado.
El hombre viste vaqueros americanos azules y una camisa blanca sin cuello. Lleva los pies desnudos dentro de unas sandalias franciscanas, como las que tiene su padre y que jamas se sacan del armario antes de las vacaciones de verano. El desconocido habla con acento de Bergen, pero no se parece a nadie que ella haya visto nunca.
Eva Karin se sienta. El sol derrama calor sobre ella y la luz es intensa. Frunce la mirada hacia el cielo.
– No debes hacer esto -dice el hombre con los ojos azul claro.
– Debo -dice Eva Karin.
– No debes hacer esto -repite el, y abre la cartera que ella lleva.
Ella deja que un hombre adulto a quien no conoce abra su cartera y extraiga la hoja de afeitar que ella ha ocultado en un desgarron del forro. El apoya la hoja sobre una cicatriz que tiene en la mano y cierra el puno.
– Mira ahora. -El hombre sonrie y abre el puno despacio, la palma hacia arriba.
La hojita de afeitar ha desaparecido.
La risa de el le llega de todos lados, es susurro del viento y canto de pajaros. El rie para que ella sonria; cuando ve que lo hace, aplaude con suavidad.
– Adoro estos trucos mios -dice.
Eva Karin dormita. Casi duerme.
– La vida es inviolable -afirma el hombre-. No debes olvidar eso nunca.
– No la mia -responde ella con los ojos cerrados-. Yo soy… una pecadora.
Duda al usar esa palabra. Es demasiado pomposa. No va con su vocabulario, pues es demasiado grande y adulta, y ella tiene solamente dieciseis anos.
– Pecadores somos todos -dice el con ligereza-. Pero no quiero tener a toda la gente de la ciudad dando vueltas por las siete colinas para quitarse la vida por esa razon.
– Yo… amo a otra muchacha.
Otra palabra demasiado grande para ella. «Amar» es una palabra para la oscuridad y debe susurrarse, casi inaudible.
– Y lo mas grande de todo es el amor -sonrie el, y el bosque comienza otra vez a reir en torno a ellos-. Nunca he dicho algo que sea mas cierto.
Su mano roza la rodilla de la chica. Es pesada y ligera al mismo tiempo. Calida y fresca, y algo para lo que ella no tiene palabras.
– Debes escucharme a mi -dice, y se pone serio de pronto-. No a todos los que creen conocerme.
– He leido y leido -susurra Eva Karin-. Pero no hallo ningun consuelo.
– Escucha lo que digo. No escuches lo que dicen que yo he dicho.
El se pone de rodillas y se inclina hacia ella. Su cabeza oculta el sol y se vuelve una silueta negra rodeada por una luz tan fuerte que Eva Karin cierra los ojos. Siente de nuevo la ligereza pesada de la mano de el cuando la cierra sobre la suya.
– Yo no soy estricto, Eva Karin. Es cierto que mi padre ha sido un poco dificil e irascible, de vez en cuando, pero, por mi parte, he visto demasiado como para ponerme a juzgar el amor.
Ella no lo ve, pero escucha la sonrisa.
– Es la maldad lo que condeno. La oscuridad. Nunca la luz ni el amor.
– Pero yo…
– Se fiel a ti misma y fiel a mi.
– ?Como hare para…?
– Yo no brindo recetas de vida, Eva Karin. Pero tu encontraras una solucion. Y si tropezases y te cayeses, si dudases y tuvieses miedo, solo tienes que llamarme. Te he escuchado durante un tiempo, ?entiendes? Solo debia esperar el momento apropiado.
Se incorpora del todo y da un paso hacia un lado. El calor del sol embarga nuevamente a Eva Karin. Ella levanta la mano izquierda por encima de los ojos para procurarse sombra y levanta la vista.
– No traiciones tu propia capacidad de amar -dice el, y comienza a caminar-. Y, por encima de todo, no utilices los patrones de otra gente para medir tu propia vida.
A mitad de camino en el pequeno claro, se vuelve hacia ella una vez mas.
– Solo has de mantener como sagrada e intocable una cosa: la vida -concluye.
– La vida -susurra ella, y el se va.
El no se fue nunca.
Nota de la autora
Este libro es una novela y, por lo tanto, no es verdad. Ser escritora es mentir, fabular, inventar. Es bueno construirse un universo propio. Asi, una puede, por ejemplo, describir un sotano del hotel Continental sin siquiera saber si existe. No se nada acerca de los sistemas de aire acondicionado que tienen alli, y tampoco se si el hotel tiene un sistema de vigilancia anticuado. Espero que se me permita utilizar el edificio como bastidor de mi historia, le viene magnificamente bien.
Es del todo cierto, sin embargo, que hay una serie de grupos en muchos paises que, en cierta medida, se relacionan entre si a traves del odio o el desprecio hacia sectores definidos. Tambien es verdad que algunos de ellos practican una violencia mas o menos sistematica contra las personas que odian. Algunos han incurrido de manera verificable en crimenes importantes para financiar sus sordidos proyectos. Tambien es lamentablemente cierto que en todo el mundo, desde tiempo inmemorial, se han cometido asesinatos y actos de terror en nombre de distintas deidades. Todos los grupos de odio que se mencionan en esta novela existen realmente, a excepcion de The 25'ers.
APLC no existe. La organizacion tiene, no obstante, un antecedente real, el Southern Poverty Law Center en Montgomery, Alabama. Su sitio en Internet es: www.splcenter.org; sus vinculos y referencias literarias fueron de gran ayuda para escribir este libro.
Gracias tambien a Mariann Aalmo Fredin, por la buena ayuda en el camino; a Berit Reiss-Andersen, por todo lo que sabe de leyes que yo olvide ya hace tiempo; y a mi hermano, Even Holt, que siempre ofrece aportaciones medicas sustanciosas. Debo asimismo mostrar un gran agradecimiento por Kari Michelsen, quien en un bar de una playa en Francia, en mayo de 2008, me convencio de abandonar un proyecto iniciado hace mucho tiempo para ponerme, en cambio, a escribir este libro. Para terminar, mi amoroso agradecimiento a